Author: }{eaven
•martes, enero 19, 2010
Autor: Antonio Mayor

Este fin de semana Olga y un servidor lo pasamos pateando la Sierra de María por sus dos vertientes.

Empezamos el sábado por la cara sur , completando la ruta desde el cortijo del ciruelo hasta la solitaria Sabina milenaria( 1.100 años estimados) situada en un pequeño pseudo-valle a 1.700 metros de altitud al que se accede por un camino de 5 km de tremenda pendiente en alguno de sus tramos, dificultad a la que se unió un fuerte viento del norte dándonos de cara las ráfagas, comemos tras el abrigo de una gran roca oportunísimamente situada en un pre-collado, tras abrigar la panza con nuestras viandas (reseñar una nueva incorporación al menú montañero: el choped de pollo relleno…tras esto ya todo está inventado en el mundo del fiambre…)continuamos la marcha hasta culminar en la gran sabina solitaria.



Su porte y estructura retorcida atestigua su edad, erigiéndose como la última superviviente de lo que fueron antiguos y extensos sabinares, aniquilados a golpe de hacha, de fuego y de pezuña de oveja.
En su milenio de edad, esta sabina sintió el roce de la piel de los osos que se rascaron en su corteza, oyó el aullido de los lobos en manada, sintió la presión de las garras de quebrantahuesos, búhos reales y águilas majestuosas que se posaron en sus ramas….hoy queda este único ejemplar como testimonio de un mundo extinguido.
Tras admirarla, retomamos el camino de vuelta… ahora son las rodillas las que se enteran de la pendiente de la ruta, haciendo chirriar nuestros meniscos y rótulas. Finalmente arribamos al lugar donde hemos dejado el coche.

Al día siguiente afrontamos el culmen del finde: la ascensión a la cumbre de la sierra de María, el pico de la “Burrica” o “María” , con sus rocosos 2.045 metros de pura caliza.
Partimos desde el jardín botánico de la Umbría de la Virgen, ascendemos por un camino entre un buen bosque de pino negral adornado con enebros, aladiernos y espinos blancos que va dejando paso poco a poco a un paisaje más ralo muy probablemente por causa del uso ganadero, nuestras sospechas se confirman al encontrar en este “area de reserva, prohibido el paso sin autorización” a un rebaño de ovejas de no menos de 50 cabezas devorando los brotes verdes que ha dejado este invierno tan húmedo, se ve que lo de la autorización no va con ellas ni con el pastor, supongo que las ovejas saben distinguir los valiosos endemismos botánicos de esta sierra y los plantoncitos de pequeños pinos y encinas que asegurarían la pervivencia de los bosques es esta zona tan árida, y seguro que no los devoran ni los pisan , no como nosotros, los senderistas y montañeros, tan perjudiciales para estos bosques… seguro que es por eso que necesitamos autorización para transitar por el camino para todoterrenos de este “AREA DE RESERVA” ….madre del amor hermoso….ahí lo dejo.





El camino se va estrechando hasta convertirse en un sendero que zigzaguea tomando altura hacia un collado bien marcado entre dos farallones rocosos, una vez en el citado collado nos encontramos con un grupo que va de bajada, el sendero desaparece en una loma cubierta de lapiaces calizos y la pendiente se suaviza alanzando primero una falsa cima y, finalmente la buena, la del vértice geodésico. El viento castigaba fuerte allá arriba (me acuerdo en ese momento de los honorables antepasados difuntos de uno del grupo anterior que a mi pregunta de ¿hace mucho viento arriba? contesta noooo¡¡), pero el día diáfano dejaba unas vistas espectaculares de las sierras de la Sagra, Revolcadores, Castril, Cazorla, Mágina, Almijara, Nevada, Filabres, Estancias, Alhamilla, Almenara, Talayón, Espuña, Ricote y Muela del Gigante.

Tras las fotos de bandera tomadas con el móvil de Olga (errores de logística) buscamos resguardo tras unas rocas cerca de la cima y tomamos los bocatas (bien surtidos del afamado choped de pollo relleno ¡que tiemblen Jabugo y las 5 jotas¡¡). El descenso lo hacemos casi por la misma ruta, variando el final al introducirnos por un lateral de la zona del jardín botánico y usar la red de senderos bien trazada de esta finca para recortar unos minutos a la ruta, la cual concluimos con la satisfacción de haber subido una cumbre nueva para los dos.




Author: Motorizer
•lunes, enero 18, 2010

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Muy lejos queda, cuando Fernando me invitó a compartir con él una idea surgida de la mente de su amigo Agustín: pasar una noche en el refugio del Doctor, previa subida a una montaña que no me sonaba de nada y que según contaban, era el techo de la región, el Chullo. Conocía mejor el segundo reto, el Almirez, que teóricamente coronaríamos al día siguiente (cosa que afortunadamente no pasó). Esta ruta cambió mi vida para siempre.

Habrá un antes y un después de mi subida a la cima de Almería, gateando, despojándome de la mochila y utilizando las últimas reservas de mis exiguas fuerzas hasta tocar el hito que indicaba que nos encontrábamos a 2.610 metros sobre el nivel del mar. Nunca me supo también una pera de agua como en aquella ocasión. La otra cara de la moneda fue presenciar, ante mis resquebrajados labios, cortados por el sol, sediento al no llevar más que dos litros de agua para dos días, y agotado, como una señora en tacones y su hijo de apenas cinco años, correteaban dando saltitos como si se encontraran en un campo de amapolas. Claro, habían llegado en todoterreno muy cerca, pero el sentimiento de humillación fue aplastante.

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Si hubiera sido Cherry Garrad, al igual que en su expedición con Scott a la Antártida, esta aventura la habría bautizado como el peor viaje del mundo”.

Han pasado casi doce años desde entonces, y hoy ha sido mi decimocuarta ascensión a esta emblemática montaña. Catorce, número mágico con el que sueñan muchos ochomilistas. Yo soy más conformista, tengo a este dosmil y pico más cercano. Lo hemos acometido en todas las estaciones del año, unas veces con algunos amigos, otras con otros y una en solitario. Esta vez tocaba nieve. Quería que fuera con nieve. El día parecía ser el idóneo.

Con la incertidumbre de saber con certeza cuántos íbamos a subir, preparamos el viaje hacia el Marquesado, puerta de entrada a lo más intrincado de la Sierra Nevada más oriental. Todo estaba minuciosamente preparado: porteadores, equipo, permisos, pronóstico meteorológico y posibilidades de éxito. El objetivo era subirlo en estilo alpino, con una única oportunidad de alcanzar cima aprovechando una ventana de tiempo.

Jorge, Javi,  Vanesa, y algunos de mis hermanos, Jesús y Jaime, me acompañan esta vez a completar la 14ª ascensión al Chu-llo.

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Hicimos escala en Gérgal, donde tomamos el último desayuno civilizado y nos aprovisionamos con la última intendencia y víveres necesarios.  Javi y Vanesa nos esperarían ya en el C.B. (Campamento Base). A pesar de ello llegamos antes, y pudimos comprobar que no iba a ser tan solitario como en otras ocasiones: Muchas expediciones partían a distintos lugares del C.B. Ragua, algunas de ellas comerciales y muchas turísticas, recordándonos la aglomeración que lugares como el C.B. del Everest está sufriendo en los últimos años.

No debíamos preocuparnos ahora de eso, sino de pelear con las autoridades del lugar para conseguir los permisos necesarios de estancia, pagando fielmente los tributos exigidos, y a pesar de ello, no poder montar el campamento de la forma más coherente, sino siguiendo las instrucciones de dichas autoridades. Nos sentimos continuamente vigilados.

Teníamos que partir. Decidimos hacerlo sin porteadores de altura, los cuales no habían llegado aún, y no perder mucho más tiempo. Desde el inicio, en algunos tramos se hacía necesario el uso de crampones, y presenciamos los primeros accidentes en el resbaladizo hielo.

La subida del Glaciar “Raguash firecutter” es abominable, te coge en frío y pronto tomas altura, pudiendo ver todo el conglomerado de estaciones que se agolpan junto al edificio central. Pero de eso nos olvidamos, hay que subir. Jaime se desvincula rápidamente y lo perdemos de vista, pero en el caso del Chu-llo, no. Ya lo tengo frente a frente. El duelo comienza.

IMG_0070 Con nosotros parten otras cordadas, más numerosas, incluso ayudadas con animales para subir a la cima. Pronto, esto se convierte en una romería. Superado el Glaciar, nos encontramos con la Meseta de High Meadows, impresionante, inmensa, sólo ensombrecida por la figura del coloso, el Chu-llo. Por un momento nos sobrecoge la distancia, y deseamos refugiarnos en sus sombríos bosques.

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Encontramos una cordada de amigos conocidos, a los cuales le pedimos novedades por si han visto a Jaime en la subida. La respuesta es negativa. Creo divisarlo en la lejanía y eso me tranquiliza un poco. Empiezo comprender que a pesar de nuestra compañía, ha decidido la escalada en solitario.

Tomando altura, las vistas se nos muestran cada vez más palpables, con futuros objetivos al alcance de nuestros privilegiados ojos. La Cordillera Filábride, esa mole descomunal y maciza. Kastrill, Kazorlah, Sagrah, increíblemente nevadas, invitan a ser visitadas en un periodo no muy lejano.

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El grupo se ha alargado, y el día empieza a estropearse con la entrada del viento y las nubes quieren ir tapando poco a poco el sol. Evidentemente, la temperatura baja pero nuestro ánimo no. Sólo hay que abrigarse un poco.

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Tenemos suerte, y hay huella abierta, y desde Grits lands, donde Jesús hizo aguas menores, la travesía es cómoda. Peregrinos montañeros ascienden, cada uno a su ritmo, cada uno con sus pensamientos. Mi pensamiento es que Jaime seguro que ya está en la cima, algo impaciente y aburrido, pero no podemos comunicarnos con él.

Llegamos al refugio del Chu-llo, cuya puerta no está puesta, con la consiguiente nieve dentro, producto de tantos y tantos días de temporal. Allí se intentan refugiar una expedición que se había disgregado, con el  objetivo de reagruparse. Yo sigo subiendo, intentando alcanzar a Jesús que se ha adelantado, tratando de seguir la estela de Jaime. Tras de mí, Jorge, y por último Javi y Vanesa.

Afronto las últimas palas, ya queda poco, la cima está muy cerca, pero intentando no acelerar la respiración, abriendo los pulmones al máximo, siento que pronto el catorce pasará a ser un número importante en mi vida.

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Lo bonito de atacar esta cumbre es que no la ves, sabes que está ahí, que cuando pasas la puerta de su refugio te queda poco, pero sigues sin verlo, es un acto de fe. Y de pronto,  se te muestra, lo divisas a lo lejos, su hito, su señal cimera. Esperándote.

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Ya está, me encuentro a sus 2.610 metros. Una vez más, mis botas se han sabido el camino. He completado un ciclo. El ciclo del catorce. Pero eso al viento no parece importarle, y aumenta su potencia. Jaime y Jesús están resguardados despachando los últimos víveres que les quedan, agotados, destrozados, hechos polvo, casi sin fuerzas y exhaustos…. de la risa que se están metiendo con los chistes que en forma de duelo se están contando el uno al otro.

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Yo, antes de nada, me abrigo. Me río con ellos, y fotografío, es mi deber y obligación.

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Jorge se nos une, y pronto Javi y Vanesa aparece como por arte de magia. El equipo al completo consigue la meta, coronar nuestro techo provincial.

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Nos embriaga la victoria. Hasta la Sierra de Ghador nos saluda con sus mejores galas.

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Y el Khabo de Ghatah se deja ver en la lejanía. Este es un regalo inesperado, a modo de conmemoración u onomástica cimera. Nunca había tenido la oportunidad de otearlo desde aquí.

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Y no sólo eso, es la primera vez que África está tan cercana y visible. Las montañas del Rif se perfilan perfectamente en el horizonte.

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Pronto, dejamos de estar solos en la cima. Llegan las expediciones comerciales, las no comerciales y esto se llena. Hay que dejar hueco, así que engullimos la comida, hacemos las fotos de rigor, y nos preparamos para regresar. Aún tenemos la bajada por delante y la cumbre no estará completa hasta llegar abajo al C.B. El viento es motivo más que suficiente para que no nos dejemos perder mucho más tiempo. Tiramos hacia abajo sin más dilación.

Todo es deshacer, deshilar, siguiendo las múltiples huellas que conducen bien hacia arriba o hacia abajo. Si bien es el mismo camino, no son las misas percepciones, las mismas vistas.

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Llegamos a la la base del Glaciar, y la marabunta de hormigas está ahí abajo, más bulliciosa que cuando partimos. Decidimos sortear las zonas más comprometidas donde los plásticos desafían a la velocidad, y a veces al sentido común. Eludimos lo más peligroso del lugar y ya por fin, podemos celebrar que lo hemos conseguido, una vez más…

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…Una vez más, que la montaña nos ha permitido coronarla, rendirle tributo con nuestro esfuerzo. Repito que se ha cerrado un ciclo, un ciclo personal que empezó allá por el año 1998, en el siglo pasado, hace más de una década, y que gracias en la mayoría de las veces, no hubiera sido posible sin la compañía de mis hermanos y de muchos amigos, amigos que esta vez no me han podido acompañar, y amigos con los que me hubiera gustado compartir ese momento y a los que he echado de menos hoy.

Solo resta por tanto un pensamiento. A ver para cuando la decimoquinta ocasión. Espero que pronto. IMG_012223232

Author: Motorizer
•domingo, enero 10, 2010

IMG_0046_Doctor Y aunque suene a padecer alguna dolencia, lo cierto que no es al matasanos de turno al que nos dirigimos. Es la primera actividad del año 2010, tras varios intentos fallidos por distintas circunstancias. Pero por fin, tras unos dimes y diretes, cambios de fechas, ahora sí, ahora no, fijamos el sábado como el día D, por aprovechar una ventana de tiempo apacible que nos ofrecía la meteorología. Bueno, eso en parte, porque los tres grados bajo cero que nos recibieron donde dejamos el coche indicaba que la cosa no iba a ser fácil.

Las sierras de Gádor, Filabres y Sierra Nevada ya están adornadas de blanco, vestido de lujo invernal.

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Nos avituallamos como es costumbre en el Montellano, punto de encuentro de Jorge con Jaime y conmigo, que salimos en avanzadilla, ya que el primero tenía que despachar como una bala varios asuntos profesionales.  Salimos los tres en un solo vehículo, con el fin de economizar el transporte. En Fiñana, parada obligatoria para que Jorge se aprovisionara como es debido de un bocadillo digno de ser zampado en plena sierra. No llevaba agua, cosa que luego nos supuso un pequeño problema.

Hacía frío, y preparados para ellos estamos, que se lo digan a Jorge que in extremis se hizo de todo el material necesario para estar “calentico”. El camino hacia nuestra partida se hace un poco largo, agudizado con la aparición temprana de una fina capa de nieve que me hace dudar si pongo las cadenas al coche o no, pero por ahora decido lo segundo, con algo de precaución se puede subir sin problemas.

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Las nortes de la Sierra Nevada almeriense hacen honor al nombre. Un momento crítico es cuando descubrimos que las huellas que aparecen en el carril, y que no son de cabras o zorros, tienen otros dueños, mejor dicho, dueñas, que están apostadas en el carril. Paramos en seco, dudando si las vacas se van a mover o no, y Jorge aprovecha para fotografiarlas (¿antes de que se arrancaran a toparlo como en unos sanfermines serranos?). Claro, al tener el coche detenido, el arranque me pone nervioso porque éste patina, las de los cuernos se nos quedan mirando detenidas y pensamos que en cualquier momento se nos pueden acercar y no precisamente para ayudarnos a empujar. Por suerte, cogemos velocidad suficiente para que el coche siga hacia adelante, ya  no pararemos más hasta llegar al punto de inicio.

Son las diez y media de la mañana, y a pesar del resplandeciente sol, hace una rasca que se congelan hasta las ideas. Nos embutimos en todos nuestros pertrechos para el frío y la nieve, y cogemos el cortafuegos que nos lleva al Refugio del Doctor. Como podemos comprobar, somos los primeros seres humanos que pasan por allí, con lo cual, tenemos el marrón de abrir huella, en una nieve que al principio está helada, y bueno, no hace para ponerse los crampones (que llevamos) y se puede andar, pero que conforme ascendemos, se va haciendo más blanda, y polvo, recién caída del día anterior.

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Jaime va como una moto, cómo se nota la juventud. De vez en cuando echamos las vistas hacia atrás y vemos como hasta donde alcanza la vista es la nieve la protagonista, desde los llanos de la Calahorra, Baza, Filabres, Castril, Cazorla, vamos una maravilla.

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Sin embargo, si miramos al frente, vemos que el Almirez está imponente, y que en las cumbres pega el viento, nos imaginamos que temperatura debe hacer allí arriba, sin  ningún tipo de protección. Jorge se santigua.

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De  pronto, vemos que tenemos un pequeño problema: Jaime ha olvidado su cantimplora, Jorge confiaba en encontrar un manantial donde estrenar su camelbak, y un servidor llevaba dos litros en la suya. Total, esa cantidad a repartir. Una prueba digna del protagonista de “El último superviviente”. Pero la cosa se complica dramáticamente cuando Jaime intenta darle un primer trago; el tubo está congelado y a modo de una obscena erección, nos desafía y se mofa de nosotros, “chupa chupa que yo te aviso”. Maldecimos en este momento que la temperatura nos haya hecho esta mala jugada. Pero vamos, por ahora no nos vamos a beber nuestra propia orina.

Sedientos, proseguimos, y ahora toca abrir huella, en una nieve igual de blanca que de profunda, donde nos hundimos hasta la rodilla. Jorge es el primero en ir abriéndola, pero lo veo sufrir y decido hacerle el relevo. Me dura poco ese acto de heroísmo épico, así que Jaime toma el mío. Y así vamos turnándonos, hasta que por fin tomamos un descanso en el collado previo a la pista que más o menos llaneando nos llevará al refugio.

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Aún queda un pequeño trecho, pero con la nieve se nos hace eterno. A esto que Jaime se empieza a preocupar por la hora, puesto que a las cinco y media de la tarde trabaja. ¿Nos dará tiempo? me comenta. Yo le animo a que sí. Un último empujón y ya estamos allí, tras una curva, otra  más, y tras ésta, por fin… el último y eterno tramo hasta la meta, con el consuelo de que lo vas viendo.

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Cubierto de nieve, aún tenemos que superar el último escollo. La puerta está medio tapada por la nieve, así que cogemos los piolets comenzamos a limpiarla afanosamente, gastando nuestras últimas energías. Una vez concluido tan titánico esfuerzo, abrimos la puerta y… resulta que se abría para adentro, ¡glups!

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Hace frío dentro, pero de todas formas entramos, dejamos las mochilas y abrimos las provisiones, nuestro primer objetivo es nutrirnos. Mientras Jaime termina su primer bocadillo, Jorge y yo estamos, desliando el papel de aluminio del suyo el primero y abriendo yo el mío. En un primer vistazo al refugio, podemos observar que distintos visitantes han dejado víveres de fortuna, para emergencias: cereales, café, latas de atún, paté, una bota de “vinagre”, azúcar, y unas bolsas de aceitunas, una de las cuales decidimos apropiarnos, acogiéndonos al código montañero de supervivencia.

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Por algún sitio se cuela el agua, ya que hay charcos dentro del refugio, que hay que salvar con “zamburguesas” puestas estratégicamente. Nos hinchamos de comer de lo que llevamos, compartimos el único líquido elemento potable que disponemos, unos zumos de frutas, puesto que el agua sigue sin descongelarse, y por último, celebramos el tercer cumpleaños de Paloma con las bolsas de Chuches que hemos traído.

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Hay que partir sin demora, tanto por el frío como porque el tiempo nos apremia. Todos los cachivaches que traía para practicar algo de autodetención y progresión en nieve no salen de mi mochila porque no tenemos tiempo material. Sólo para hacer un poco el ganso y tirar millas para abajo.IMG_0041

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Ahora la huella está abierta, así que el regreso se hace más o menos rápido, y casi sin darnos cuenta ya estamos en el coche, donde rápidamente nos montamos para salir al camino de regreso.

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En definitiva, el día nos acompañó, creo que hicimos bien en no posponerlo para el día siguiente donde la cosa se complicaba, disfrutamos que es de lo que se trataba, y abrimos la veda para este año, que esperemos nos depare buenos momentos.

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