Author: Motorizer
•domingo, octubre 24, 2010
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Vaya por Dios, es sábado, son las diez de la mañana y no estoy en ningún cerro o montaña, vereda, sendero, pared ni nada que se le parezca. ¿Toca descansar? Nada más lejos de la realidad. Un poco más tarde de esta atípica hora es aproximadamente a la que hemos quedado Jorge, Fernando y yo para salir desde Almería rumbo al Postero Alto. No tenemos excesiva prisa, pues el enfoque del día es asistir a la presentación del libro Las bengalas de Chorreras Negras, un relato de corte histórico, donde se describe y detalla lo acontecido hace unos 50 años, cuando un avión norteamericano se estrelló cerca del Barranco del  Alhorí, en pleno invierno y con un tiempo infernal. Los habitantes de los pueblos de la zona, así como la Guardia Civil y colectivos de montañeros se pusieron manos a la obra para rescatar a los tripulantes y pasajeros, con los pocos y escasos medios de los que disponían. El desarrollo de los acontecimientos viene desarrollado en el libro.

Pues a eso de las diez y media o un poco más, nos enfundábamos en el coche de Jorge camino de Doña María, donde haríamos la primera parada a recoger a Miguel que se sumaba a la expedición. Javi, Tamara y Vanesa vendrían más tarde.

Esto de ir con tranquilidad, sin agobios y sin un plan concebido, salvo el de comer allí arriba en el refugio y estar en la conferencia, nos resulta algo extraño. Así que paramos en Alcudia a hacernos con algunos de sus famosos panes, y por supuesto con las galletas de chocolate que son las lembas élficas del Marquesado de Zenete.

Después de aprovisionarnos ponemos rumbo al Jérez del Marquesado, y por supuesto dando alguna vuelta para desgaste de los neúmaticos del coche. A estas alturas he recibido algunos mensajes de Kristin comunicándome que lo más seguro es que no puedan unirse a nosotros por cuestiones laborales de Dirk.

El camino hacia el refugio no es precisamente una autovía, es una pista forestal que en algunos tramos nos duele cada bache como si nuestros traseros fueran el cárter del vehículo de Jorge. Pero tras sortear lo concurrido del carril, entre ciclistas, paseantes y buscadores de setas, ya estamos en el inicio del cortafuegos. Por suerte, parece que el día acompaña, a pesar de las nubes en las cumbres.

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Estamos a buena hora para subir y llegar justo a la hora de comer, así que los cuatro jinetes del Apocalipsis nos ponemos en marcha, pues en realidad es un paseo subir hasta el Postero desde ese punto. Jorge se comunica con Javi y le da las últimas instrucciones para vernos allí arriba. Y nada, comenzamos a andar.

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Nuestro avance es relajado, dicharachero, chascarrillo para acá, chascarrillo para allá, un chistecillo de los malos cosecha mía, conversaciones que sólo los hombres entendemos, una parada técnica para evacuar, un trago en la bota de vino de Miguel y de pronto, se nos planta delante, desafiante, inmenso y amenazador. No, no es el Balrog de Moria, pero casi primo hermano suyo, y Fer no está por la labor de hacer de Gandalf, y nosotros tampoco. Recordamos que algún familiar suyo nos dio la noche en el refugio del Doctor años ha, cuando devoró como si de un bollo suizo fuera un tronco de considerables dimensiones: allí estaba el bicho trepanador de cerebelos, con sus ojos inyectados en ansia de víctimas, de sangre, y no querer hacer prisioneros.

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Se viven momentos muy tensos, ya que, lejos de ignorarnos espera que nosotros demos algún paso en falso y caigamos en su poder. Miguel se echa mano a su cuchillo tan hábilmente vaciado y afilado por Javi en las forjas de Doña María, pero entre todos le hacemos ver que es imposible enfrentarse a este engendro del averno, no hay conjuro ni arma forjada por ser humano que consiga vencerlo. Jorge idea una maniobra de distracción y con gran pericia dibuja una hembra trepanadora de cerebelos en un papel, en posición sugerente y la muestra al monstruo, en una acción que posibilita nuestra huida mientras las feromonas del bicho hacen el resto. Para cuando se da cuenta, sólo queda nuestra polvorienta estela.

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Este peliagudo episodio nos hace llegar rápidamente al refugio donde nos surge un gran debate: es la hora de comer, llevamos comida, por supuesto, hace un buen día a pesar de estar nublado, pero dentro se está tan agustito que no nos importaría sentarnos como las personas, y con cubiertos y tenedores no parecer rudos montañeros por una vez. Se vota y por unanimidad nuestros macutos no se van a ver aliviados de peso por ahora. Además, el Alhorí se muestra de una manera totalmente otoñal, engrandeciendo si más cabe la estampa que tenemos delante.

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Así que entramos, con en un saloon del lejano Oeste, mirando de un lado a otro del local, pensando que habrá gente observándonos como forasteros que somos y mascullando algún comentario despectivo sobre nosotros: nada de eso, no hay un alma en el comedor, salvo Pedro, el guarda que nos recibe cordialmente y al que le comunicamos que tenemos hambre, que nuestros estómagos rugen más que una galerna en Costa da Morte y que qué nos puede ofrecer a parte de su amabilidad. Migas y… no le dejamos terminar, nos parece bien, perfecto y nos hacemos con unas cervezas mientras nos las preparan.

Pronto llegan el plato de jamón y queso haciendo que nuestros ojos se quieran salir de nuestras órbitas mientras hacen el molino americano; luego llegaría el melón con jamón, puff, un delicatessen que no esperábamos, una botella de vino que pronto está ya escanciada en nuestros vasos, la ensalada, la morcilla con pimientos y por supuesto el gran plato de migas. Nos ponemos como gorrinos, con un aporte de calorías, terror absoluto de cualquier dieta de adelgazamiento, pero, ¿quién dijo miedo? Devoramos, masticamos, deglutimos, ingerimos, batimos mandíbulas, meneamos el bigote compulsivamente y algunos queremos incluso hacernos una traqueotomía para que nos entre más comida, pero ya es imposible, somos de estómagos receptivos y agradecidos, pero no nos cabe más en el buche. Estamos llenos, llenísimos a más no poder.

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Para nosotros ahora sería más fácil rodar que andar, somos bolos embutidos en polartec de colorines. Así que hay que bajar la comida como sea. Ya a estas alturas tengo confirmado que Kristin y Dirk lamentablemente no pueden venir y lo lamentamos. Javi, Vanesa y Tamara están comiendo ya y hemos quedado en vernos directamente en refugio antes de la presentación. Así que cogemos los bártulos y penosamente nos los echamos a la espalda para dar una vuelta que nos facilite la digestión. A la boca nos llegan intermitentemente recuerdos de lo que hemos comido hace un rato, pero bueno, eso es que nos hemos quedado satisfechos, según interpretan algunas culturas.

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Tomamos el Sulayr para dar un mini paseo y vemos que el otoño ya está instalado, decorando de colorido las montañas y mostrando sus típicos frutos en estas zonas.

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El sendero se recorre fácilmente, pues no tiene desnivel y pronto llegamos a un punto donde pensamos que ya tenemos que volver para que nos de tiempo a coger sitio en el refugio. A estas alturas, hace ya tiempo que hemos contactado con Javi, Vanesa y Tamara a través de los walkies y nos hacen saber que están llegando al refugio. Así que nos hacemos la foto de “cumbre” o mejor dicho, de bandera y tiramos millas para el Postero.

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Muy ajustados nos encontramos con el resto de compañeros y decidimos entrar a coger algún sitio cómodo para oír atentamente las explicaciones de los autores de libro. Yo me encuentro con varios conocidos del foro montañero, con los que luego charlaría en una agradable conversación. El refugio está atestado, todos pendientes de las explicaciones y lecciones de geografía de Antonio, Lanteirano, un gran conocedor de la sierra y prologuista del libro. La ponencia explica a grosso modo el contenido de libro, el motivo de su edición y de cómo la gente de aquella época se volcó con los accidentados con los pocos medios de los que tenían.

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Al terminar la conferencia, nos obsequian con un ejemplar de libro a cada uno que se reparte ágil y discrecionalmente, para que no haya nadie de los que se ha metido una paliza de coche para estar allí no se quede sin él, y de eso hay constancia de la preocupación para ello. Los autores firman amablemente los libros y posteriormente se le hace entrega a Pedro, el guarda del refugio de una placa conmemorativa por la labor y ayuda prestada en la organización de todo.

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La jornada finaliza, pero claro nosotros tenemos que volver y fuera está anocheciendo a pasos agigantados. El hambre ha hecho acto de presencia de nuevo, aunque Jorge tiene una ligera molestia en una muela y muy a su pesar tiene que moderarse en la cena. Como hace buena noche, nos apalancamos en un banco de fuera y sacamos la comida que llevamos e intentamos compartir como buenos compañeros. Yo saco y escancio, malamente, una botella de sidra natural asturiana, manjar de dioses, pero parece que el grupo está agnóstico esta noche y acabo hincándomela yo solo. En este momento, las conversaciones apenas son inteligibles, pues con la boca llena apenas llegamos a farfullar vocablos más propios de un primitivo idioma que difícilmente traduciríamos salvo algo parecido a “puashame lar bbrota de viono paaa brajar eul fueeteerc” o “aeahtá güerrna la tuotilla de papaarrr”, gronf gronf.

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Es de noche, así que nos hacemos la foto final y tiramos a los coches, que a ver si llego a tiempo de acostarme a las 12 de la noche. Y como es de noche, accesorio obligado, o casi, porque hay luna llena, es la luz. La gente corriente suele llevar un frontal, una linternilla, pero es que no somos gente corriente. Jorge, emulando a un jedi, desenfunda su cañón de luz, como si de una espada láser fuera y de pronto, se hace de día. Jorge no lleva una linterna, es un bazooka que dispara luz. Nosotros no queremos que nos enfoque, por miedo a morir abrasados. Por eso decidimos que vaya delante, pero lo que conseguimos es que el camino se vaya convirtiendo en alquitrán. Ya llegando a los coches, oímos y vemos a unos zorros que huyen despavoridos. Jorge los apunta con el cañón de luz: A día de hoy la gente habla de los Zorros Metrosexuales del Postero, a los cuales alguien les hizo una fotodepilación gratis y en las noches de luna llena se les oye aullar recordando esa gratuita sesión de estética.

En el coche esperaba mi pan, y mis galletas que con tanto deseo había comprado para comerlas allí arriba y que por mi mala cabeza había olvidado. Esta noche, estoy paladeando su crujiente y sabrosa textura.

En fin, terminó una jornada más de montaña, algo diferente más enfocada a lo lúdico cultural que a lo andarín. Algo para enriquecernos más si cabe y que siempre viene bien, que te hace conocer el valor que tiene nuestra sierra.

Author: Motorizer
•lunes, octubre 18, 2010

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Esta crónica es de pijama de franela, pantuflas y colacao “calentico”. Descansado, cómodo y relajado puedo escribir tranquilamente lo acaecido hoy, un domingo cualquiera del mes de octubre. Pero no sin antes hacer un breve inciso: El sol que tan flamantemente pronosticaba la página del servicio de meteorología oportuno, el cual no voy a nombrar, sólo ha hecho acto de presencia en nuestras conversaciones.

Es por tanto que la niebla se ha hecho dueña y señora de toda la jornada, una niebla muy húmeda, fría y persistente que se ha empeñado en hacernos la travesía un pelín incómoda.

A las siete y media partíamos desde Almería el grupo Alfa, compuesto por Ana, Cristian, Jorge y un servidor. En la gasolinera de Repsol de Viator nos reuníamos con el comando Beta, un nutrido grupo familiar, compuesto por Miguel, Antonio, Javi, Vanesa y Tamara. Sin demorarnos mucho, subimos a los coches dirección a la Ragua.

La primera toma de contacto con la sección Gamma (Manolo, Luis, Miguel, los Pacos, Jose y Fran) que venía del Poniente fue a través de un mensaje de Manolo al móvil informándome que estaban satisfaciendo al cuerpo con un opíparo desayuno en Laujar como es menester.

Llegamos a la Ragua, no sin antes ser testigos de los peligros que tiene la carretera de subida al Puerto, al presenciar una colisión de alcance trasero por ese pequeño gran defecto que tienen algunos conductores de ir besando el orto al vehículo que le precede. Jorge instigó a Ana que tirara para delante, que con nosotros no iba la cosa, que no era nuestra guerra, que si no, “no hubiera metido el jocico en el culo del camión”.

Casi a la par, la sección Gamma hacía acto de presencia y tras las inevitables y obligadas presentaciones y los saludos de reencuentros, la expedición se completaba con el comando Beta que sufrió un breve retraso logístico.

Ya estábamos todos. Hacía fresco pero una temperatura agradable, llevadera, sin viento, que hacía presagiar una prometedora jornada de montaña. Tradicional foto de inicio y a amarrarse los cordones de las botas.

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De sobra es conocida por este blog la famosa subida por el cortafuegos, no hay que dar mucho detalle; sabemos que te pilla en frío, que es empinada y da un regustillo que para los no iniciados hace resoplar y mirar con sonrisa nerviosa de un lado para otro. Por suerte, este mal trago se pasa rápidamente y pronto aparece el objetivo a la vista, o mejor dicho, casi a la vista, puesto que la niebla ya está tapando la cumbre.

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Esta vez el itinerario no correrá por la clásica subida directa, sino que hemos decidido complicar el tema un poco más, alargando el camino buscando la Laguna Seca. Así que, tras algunas dudas, tomamos campo a través intentando no perder altura.

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Hasta este momento, el grupo ha ido más o menos compacto, pero cuando vamos tanto personal, es inevitable que éste se estire. A ello se suma que la niebla comienza a aparecer, trayendo más dificultad para el avance. Pronto estamos tan estirados que casi no nos vemos la cabecera y la cola del pelotón montañero.IMG_2882

La ruta engaña, y parece que el primer objetivo del día, la Laguna Seca, está cerca, pero nada más lejos de la realidad. A una loma le sucede una colina, y a esa colina otra loma. Pero por fin, tras varias lomas, colinas y más lomas se divisa la cuenca de la laguna. En estos momentos ya empiezan a resentirse alguno de los expedicionarios.

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El  punto de inflexión definitivo donde la niebla separó al grupo fue en la subida hacia el Chullo. La visibilidad, unida al cansancio y dolencias de varios miembros creó dos facciones muy separadas entre sí. En estos momentos maldigo a mis muelas por no haber traído los walkies (los llevo cuando no los uso, y se me olvidan cuando se necesitan), y claro, no sé cómo van los de cabeza, ni si están o no muy lejos, ni como van ni nada.

La niebla a veces no nos deja ver mucho más de nuestras narices, e incluso en nuestro grupo sufrimos alguna separación temporal. Por suerte, conseguimos ir agrupándonos cada vez que nos ocurre eso.

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Aquí ya más de uno tiene los huesos calados por la humedad y decidimos que lo mejor es no parar, que los más perjudicados hagan un esfuerzo de avanzar para no quedarse fríos y llegar pronto a la cumbre, y de ahí, bajar al refugio y descansar lo suficiente para recuperar fuerzas.

No se ve nada, aunque a ratos, la niebla da tregua y permite que nos orientemos lo suficiente. Por suerte, como si una aparición fantasmagórica del Holandés Errante fuera, la cima se muestra, espectral, entre los jirones de la fría neblina. Ese halo de esperanza me hace animar al resto de que apretemos un poco y que estamos llegando.

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Cristian y Ana son los primeros en coronar el Chullo, y pronto nos unimos a ellos. Pero no podemos demorarnos mucho allí arriba, pues el viento acentúa aún más la sensación de frío que estamos sufriendo. Así que hacemos foto de cima como buenamente podemos, acompañados de un grupo de montañeros, amigos de Paco, con los cuales hemos coincidido de casualidad allí arriba.

Bajamos al refugio todos juntos, para parar allí y comer algo, que desde por la mañana no hemos echado nada al estómago. Allí dentro está Jorge, acompañado de Miguel, que se ha quedado a esperarnos y aliviarse del dolor de rodilla que ha arrastrado en la subida. Nos informa que el resto de compañeros han estado allí pero han decidido bajar hasta los vehículos. Hay overbooking dentro del refugio, que a pesar de estar en malas condiciones, a nosotros nos parece un hotel de lujo. Ana y Cristian no se quedan, prefieren bajar rápidamente a los coches, Ana está sufriendo un poco y el parón no haría más que perjudicarle.

Tras entrar en calor, lo suficiente para recuperarnos, salimos enchufados ladera abajo, eso sí, a la velocidad que los dañados pueden. Jorge baila al ritmo de los bastones que entre todos le hemos prestado, poniendo esmero en que no sufran las rodillas.

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Entre conversación y conversación finalizamos la epopeya, trasladando a los heridos a la tienda hospital,  comprobando que ninguno había sufrido congelaciones ni gangrena, y por tanto, que no había que hacer amputaciones. Los primeros en llegar se habían ido ya hacia Laujar, tal y como nos ponía en la nota que nos dejaron en los coches. Ahora tocaba llegar hasta ellos, en una carrera contrarreloj para saciar el hambre que teníamos.

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Unas cervezas fresquitas y unas tapas para unos, y suculentos y reparadores platos para otros, fue el colofón para terminar esta ruta.

Tocaba despedirse, pues cada uno ya teníamos un destino distinto y unas ganas locas por pillar ducha y calor del hogar. Una vez más la montaña te deja disfrutar de ella, pero como siempre, avisándote que las cosas no son tan fáciles como parece, que siempre le tienes que mostrar respeto e intentar ir lo más preparado posible.

Perfil de la ruta (cortesía de Luis Sánchez)

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Author: Motorizer
•lunes, octubre 04, 2010
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Aún tiemblo de frío a pesar de estar a resguardo en mi confortable hogar al recordar la noche siberiana que nos tocó sufrir este fin de semana. Y es que, este fin de semana ha salido algo distinto a lo que lo teníamos programado. En esta ocasión la improvisación ha sido la nota dominante y la adaptación a las condiciones cambiantes tan características de esta época del año.

En principio (y al final también) disponíamos de todo el día para conseguir nuestro objetivo: subida al refugio del Elorrieta para pasar allí noche y al día siguiente regresar tranquilamente por los Lagunillos de la Virgen hasta los coches. Todo sonaba muy bien desde la comodidad de una silla reclinable y el aporreo de las teclas de un ordenador. La realidad luego sería bien distinta. Así que no madrugamos mucho y a la hora convenida estábamos en el habitual punto de encuentro Jaime, Rafa, Fer y un servidor.

Tras hacer un Tetris magistral con las mochilas en el maletero del coche de Rafa pusimos neumáticos en polvorosa hacia el Montellano a realizar nuestro ya clásico ritual de desayuno, y de ahí directos a la Hoya de la Mora, donde Sera nos esperaba quedándose pajarito, ya que soplaba el temido viento que días antes rezamos para que no hiciera acto de presencia; y vaya si lo hizo, ha sido el protagonista indiscutible, como esa actriz ya entrada en años y curtida que no permite que nadie le robe el papel protagonista de una película.

Como hacía frío, viento y el camino está ya conocido, la cámara se quedó en la funda para no inmortalizar más de lo mismo.

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Sin prisa pero sin pausa buscamos un lugar donde poder protegernos del viento y tomar algún tentempié, y poco antes de las Posiciones del Veleta asentamos posaderas y aliviamos el vacío de nuestros estómagos. Las obras de la Universiada van viento en popa, para deleite de algunos y desasosiego de otros.

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Muchos ciclistas pedalean entre una toma de aliento y otra. Si ya cuesta subir a pata, sobre dos ruedas es una lucha titánica. Nosotros seguimos a nuestro ritmo, asomándonos al Veredón para ver el Corral del Veleta, que sigue cargado de nieve, un espectáculo que no nos deja de sorprender nunca, es una de las mejores vistas de la Sierra.

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Aquí Sera ya le echa el ojo a futuros proyectos.

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Hemos hecho el tramo más fuerte y con más desnivel, ahora es un paseo por la pista hasta el refugio de la Carihuela, donde descansamos un rato, tomamos algo dentro y a pesar de estar concurrido comprobamos que sólo hay dos plazas ocupadas. El resto son meros visitantes de paso. Nos despachamos ampliamente en los placeres de la comida para atacar la segunda parte de nuestra aproximación al Elorrieta. Ahora toca un recorrido algo más exigente y por tanto en el que hay que prestar atención.

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La cosa no comienza mal, yendo por la vertiente sur por una senda perfectamente marcada con hitos, pero la manteca cambia de color cuando decidimos, o mejor dicho, nos vemos obligados a tomar la vertiente norte. El viento es un obstáculo más infranqueable que la trepada a la que nos vamos en enfrentar.

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Y como no es lo mismo subir con una mochililla pequeña que portear el frigorífico familiar a los lomos, el hecho de trepar por un lascajar de grandes dimensiones nos hacer apretar los esfínteres de tal manera que se sellan casi herméticamente (¿cómo haríamos luego nuestras deposiciones?).

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Superado el escollo de la trepada surge el gabinete de crisis: el camino no está muy claro, o por lo menos nosotros no lo vemos así. Se considera que es muy arriesgado seguir y más con el viento que nos está azotando, y el parapente mochilero no está entre nuestros planes de fin de semana.  Barajamos varias alternativas y optamos por regresar y dormir o bien en el Refugio de la Carihuela o en el de Villavientos, más lejano pero con posibilidades de llegar con luz al mismo. Incluso decimos de subir al día siguiente al Mulhacén. Pero lo que tenemos claro es que el Elorrieta se va a tener que esperar otra ocasión. Así que regresamos y nos plantamos en el refugio de la Carihuela retomando el mismo camino de ida.

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Ya en la Carihuela, valoramos que tal vez queda algo lejos Villavientos, así que, como sólo siguen ocupadas las dos plazas de antes, decidimos quedarnos allí. Además, mi constipado se ha incrementado notablemente y necesito tomarme medicación. Jaime ha sacado el saco y quiere echarse una siesta. Nosotros holgazaneamos por los alrededores contemplando las vistas que hay desde allí.

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Los montañeros y ciclistas no son los únicos que pasan por allí, algunos habitantes del lugar se dejan caer e incluso posar desvergonzadamente a lo que me temo que al finalizar el posado me pedirá algún “leuro” para sus pollicos churumbeles.

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El viento pega y cada vez nos alegramos más de haber tomado la decisión de quedarnos allí. Tomamos la dirección hacia el paso de los Guías, para enseñárselo a los que aún no lo conocen. Más habitantes se dejan fotografiar e incluso se exhiben en sonoras peleas de cornamentas, ensayando para cuando la testosterona les pida “amor”.

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Llegamos a las cadenas del Paso de los Guías y comprobamos el buen trabajo que han hecho los que desinteresadamente las han arreglado. Las cruzamos pero para volver de nuevo a pasarlas, no vamos a seguir más adelante.

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De regreso al refugio ya se nota que baja rápida y dramáticamente la temperatura. Jaime se ha echado la siesta de su vida y los dueños de las plazas ocupadas han llegado también, una pareja que se encuentran en periodo de aclimatación para irse al Nepal. Nos cuentan que han estado por el  Elorrieta pero por otra ruta, la que nosotros teníamos pensado hacer al día siguiente de regreso. Por lo que nos dicen, nos alegramos haber regresado a la “calidez” de la Carihuela.

Fuera oscurece rápidamente y nuestras tiritonas de frío nos hacen parecer más un bailarín de electro-break dance que un curtido montañero. Fer me sugiere salir a hacer fotos del atardecer que desde aquí son espectaculares: yo lo miro de arriba a abajo, analizo lentamente su propuesta e instintivamente le ofrezco amablemente que sea él el “privilegiado” que salga afuera a capturar las imágenes. Yo no me considero merecedor de tal honor.

Fer sale decidido cámara en ristre y dice que vuelve en cinco minutos. Ese tiempo se sobrepasa con creces y me preocupo, así que me abrigo al máximo y salgo a exterior, lo que me encuentro es estremecedor: Fer está como en un extraño ritual o baile tipo tarantela, en su mano derecha tiene la cámara pero no, el movimiento de expansión y retracción tan violento de su brazo no es una coreografía, sino los rapidísimos espasmos que el frío le obliga a hacer. Me dice no tiene pulso suficiente como para mantener quieta la cámara, que si lo intento yo. Y eso hago, lo intento, pero rápidamente y lo que capta primero mis ojos y luego la cámara es la misma antesala del averno, del averno helado, de Mordor, la morada del Señor Oscuro, y  una mezcla entre pavor y estremecimiento me obliga a disparar rápido y dando volteretas meterme dentro del refugio.

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El Hotel cerró sus puertas con la llegada de dos sevillanos que se acoplaron rápidamente y con los que entablamos conversación. En la montaña, los horarios se trastocan y casi a la hora de la merienda ya estábamos cenando. En la mesa larga nos acoplamos todos, repartiendo como buenos hermanos las viandas que cada uno llevaba: vino, caviar ruso, chocolate, dátiles, etc. Y aquí es cuando aparecieron las primeras visitas: se abre la media puerta y aparece desde la oscuridad y el frío de la noche un personaje preguntando si estaba Javi; ante la negativa respuesta se despide y se va. Nosotros con cara de Póker. Unos minutos más tarde, vuelve a abrirse la hoja de la puerta y aparece otro montañero preguntando por Peter. Nosotros le interrogamos sobre si él se llama Javi y están jugando al gato y al ratón. El visitante dice que no, así que no son los que se están buscando mutuamente. Se despide igualmente y cierra la puerta. Ya, nos esperamos la visita de los Peter y Javi, pero al final no pasa.

Yo creo que todos estábamos deseando ponernos en horizontal, pero para ello había que salir al infierno glacial de fuera del refugio y aliviar la vejiga porque lo que teníamos claro que a las x de la mañana nadie querría hacerlo. Esta operación es una arriesgada aventura que suele acabar, independientemente del consabido cálculo de la dirección del viento, con una declaración de insulto a tu virilidad cuando ves a lo que queda relegado por el frío tu tótem masculino. Al final lo hacemos, qué remedio.

Son las nueve y media de la noche y ya estamos metidos en los sacos. Puedo afirmar que pasamos una de las peores noches de nuestra vida, donde la creemos pasar en vela íntegramente y las miradas al reloj te hacen temer que hace tan sólo cinco minutos que lo consultaste. El viento parecía querer arrancar el techo y arrojaba piedras contra el mismo. Nos acordamos de los que un poco más abajo estaban en una tienda de campaña.

Nuestra cara del día siguiente: espectral, ojerosa, marchitada. Nunca habíamos echado de menos tanto nuestro viscolástica. Desayunamos más por obligación que por ganas, y hacemos la mochila; regresamos a casa. Pero lo que podría parecer un mero trámite se convirtió en nuestra mayor pesadilla. El viento que parecía haber mostrado su peor cara por la noche, hizo que lo que percibimos desde la comodidad de nuestros sacos fuera una dulce brisa marina que masajea tus cabellos mientras recoges conchas de la playa comparado con lo que nos esperaba.

Las rachas de viento nos hicieron que en apenas  una hora y poco estuviéramos abajo, en los coches, casi transportados sin control. Vivimos momentos tensos en nuestro avance con el cuerpo inclinado 45 grados sobre la vertical. Sera, Rafa y Jaime quedaron atrapados en una confluencia de titánicas corrientes de aire que los quería engullir en sus brazos para transportarlos a su antojo, pero menos mal que salieron del infierno.

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Algunos ciclistas intentaba subir andando, sujetando las bicicletas como si fueran cometas y algún que otro montañero se adentraba en lo peor de la ventisca, mientras nosotros volábamos literalmente hacia los coches. En mi caso, una obligada carrera que me llevaba hacia el borde de la carretera hizo que mi rodilla volviera a sus peores viejos tiempos. Pero ya estábamos casi a salvo en los coches.

Ya en la Hoya de la Mora, donde guiris con sandalias y pantalón corto subían tal vez buscando algún chiringuito donde le pongan “chincho de vieranno”, nos desplomamos al lado de los coches y descansamos lo justo para coger fuerzas y meternos dentro de ellos. La pesadilla había acabado.

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Así quedamos los protagonistas, cansados, extenuados. Esta vez el viento fue el jefe absoluto de las alturas, algo a respetar, pero, perdónenme la expresión, qué porculerillo que es el puñetero.

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