Author: Motorizer
•lunes, marzo 29, 2010

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Primavera,  presa ibérica, nieve, pan y galletas de Alcudia, pinares verdes, chuletas de cerdo, arroyos con agua cristalina, cerveza y vino, lumbre, pistachos y pipas, luna casi llena, macarrones caseros, calor, ensalada gigante de pasta, linternas estratosféricas, pastel brownie, barbacoa, y sobre todo un buen ambiente, o como dicen los “moelnos” de hoy en día, buen rollito. Así se podría resumir este fin de semana.

Tiempo ha que teníamos reservado el refugio de Ubeire, gracias a las gestiones de Jorge, el cual, allá por principios de febrero consiguió un fin de semana en tan paradisíaco lugar. Quiso el destino que se fuera retrasando la fecha, unas veces por la meteorología adversa, y otras por errores burocráticos.

Pero este fin de semana era el “refinitivo”, el pronóstico era inmejorable y lo teníamos todo listo para pasar dos días de desconexión con el mundo exterior.

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Salimos sobre las once y media de la mañana de Almería, camino de encontrarnos con el policía municipal que nos facilitaría las llaves de nuestros aposentos. Llegamos 50 minutos antes de que el susodicho chapara turno para irse a tomarse unas merecidas gordas, y, después de registrarnos formalmente en unos impresos, para los que tuvimos que tirar de memoria para recordar cuándo carajo nos renovamos el  DNI., Cristian, Ana y un servidor tomábamos el carril con 14 kilómetros por delante. Mientras tanto, Jorge y Paloma se dirigían a Alcudia de Guadix a comprar el pan y las galletas de chocolate, tan famosas de la zona.

Un traqueteo por aquí, un desprendimiento por allá, la rueda rozando el abismo, y el camino ya estaba finalizado. Estábamos en Ubeire. Tomamos posesión oficial de nuestro albergue, y exploramos un poco los dominios. Ya el sol azuzaba lo suyo. No se demoraron mucho en llegar Jorge y Paloma con los refuerzos de panadería, pero mientras tanto, estuvimos haciendo la cata a la barrita energética ibérica que con su olor nos llamaba. A esto que también estábamos “enmallaos” y con el estómago pegado a la raspa.

Ya sólo quedaban por llegar Javi, Vanesa y Adam, con todo el material que Jorge les había pedido, es decir: parrilla, estrebes y por supuesto, la motosierra.

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El Almirez está majestuoso, y tenemos un balcón privilegiado justo desde el Refugio. Cuando llegan los restantes participantes, estamos que nos comemos las paredes. Hay que echar la carne como sea ya a la barbacoa. Así que, mientras Javi y Jorge van a hacer de Leatherface con la motosierra, nosotros preparamos la mesa al aire libre. Todo está listo en poco tiempo, las ascuas en su punto, sólo queda echar la carne… pero, surge un pequeño inconveniente: la carne está congelada, con lo cual tiene que haber cambio de planes de última hora. Se decide atacar a los macarrones con tomate que Vanesa se esmeró en hacer antes de venir aquí. Por falta de comida no iba a ser. La sobremesa se comienza a eso de las seis y media de la tarde, pues ya llevamos el reloj trastocado. Y para la misma, qué mejor que un café o un té de esos que se trajo Jorge de Granada. Se está agustísimo en esos momentos allí.

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Los especialistas en fuegos y lumbres varias ya han empezado a darle candela a la chimenea del dormitorio, hay que dejarla lista antes de que entre el fresquete de la noche, aunque parece que frío no se va a pasar esta noche.

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Yo aprovecho los últimos rayos de sol para poder buscar algo que fotografiar, y luego buscar cobertura para saber algo de los que están en Almería. Lo primero sí que se pudo hacer, lo segundo, imposible.

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Es la hora de la cena, pero es que es hablar de comida y ya entra dolor de estómago, pero hay que echarse algo al buche, y esto es como todo en esta vida, hay que comenzar y una vez que te pones, pues comes y ya está. Jorge se nos está durmiendo, el que quería hacer una ruta nocturna. Y sólo le despierta echarse algo a la boca.

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De hecho, al final fue el último en acostarse. Vamos cayendo poco a poco, después de  haber devorado la ensalada de pasta en una tardía cena casi rozando la media noche. Conversaciones en una horquilla tan amplia como excesos etílicos, armas y temática escatológica nos ocupan la velada, hasta que el catre nos reclama. Los guardianes de la llama se encargan de velar por ella y conseguir que el humo se vaya de la habitación, y así nosotros poder cerrar los ojos tranquilos de que no pereceremos por inhalación excesiva de monóxido de carbono.

Al día siguiente amanece con idéntico pronóstico: soleado con temperaturas agradables rozando el calor quasi veraniego. Se pueden hacer fotografías con unos protagonistas de lujo.

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Mientras unos se desperezan, otros se relajan, pasean o corremos, aquí hay variedad de opciones al gusto de cada uno. Cuando nos reunificamos de nuevo, previa a la comida, que esta vez sí que toca carne, decidimos abrir el apetito dando un paseo por la zona, remontando el río.

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Al regreso hay que cargar con leña, que la lumbre no se hace sola, y los maestros se ponen manos a la obra. La presa y las chuletas ya están descongeladas y nuestros estómagos chirriando. Sabiamente, las niñas han preparado unas ensaladas de escándalo, por eso de engañar a la conciencia sobre lo gordopilos que nos estamos poniendo estos dos días. La presa no viene fileteada, pero eso no es impedimento para que los supervivientes de Ubeire afilen lo que haya que afilar, aunque fuera con los dientes.

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Pero todo lo bueno se acaba, y cuando creíamos que disponíamos de una hora más, por eso del cambio horario, aparece un señor muy simpático, que acaba de llegar; es el alcalde del pueblo que viene a recoger las llaves, y nos saca de nuestro error: no es que sea una hora menos, es que es una hora más. Rápidamente, recogemos todo, cancelamos la sobremesa que íbamos a preparar y dejamos todo listo para salir escopeteados hacia Almería. Pero eso sí, no sin antes coger nuestros flamantes Authentic Homologated and genuine AFP Merchandising Fleeces y hacernos la foto oficial… y la oficiosa. No doy pistas sobre cual es cual.

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En resumen, un insuperable fin de semana, en el que somos todos los que estamos, pero no estamos todos los que somos, y que nos encantaría repetir pronto, y “cuantrimás gente mehó”.

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•martes, marzo 16, 2010

Mientras nos lo puedan contar en primera persona, Antonio y Olga adelantan unas imágenes de su subida al día siguiente de nosotros por el canuto. Nevada incluida.

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•domingo, marzo 14, 2010

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“Hazte uno, Lui”; con esta frase se podría resumir lo que aconteció este sábado. El entorno del Almirez se había convertido nuestro campo de Pelenor particular. Había que cerrar la trilogía de una vez, y ante tanta resistencia por parte de esta cumbre, su flanco o canuto, tenía que ser abatido repartiendo esfuerzos en dos tandas. Nosotros, los Rohirrim Serranos, y el Ejército de los muertos, capitaneados por Antoniorn y Leolgarls y Javlim, al día siguiente.

El Almirez, por supuesto, no lo iba a poner fácil. Un sol, como una ensaimada de Mallorca de grande, nos lo clavaron en el sureste en todos los partes meteorológicos de televisión. En las páginas de predicciones del tiempo, igual, sólo con algún mar de nubes tempranas. El sábado tenía que ser el día de ataque, perfecto, agorero y beneplácito para nuestros deseos. Nada más lejos de la realidad.

Amanecía pronto, y José Esteban, Jesús y yo partíamos hacia el, lo digo, sí, otra vez más, el Montellano, donde Sera nos esperaba. El día estaba gris, cachis en Picazos, Braseros y demás gurús del tiempo. Por suerte, el viento no estaba por ahí agazapado. Desayuno, esta vez sí con After Hours, tal vez, rememorando la primera intentona al canuto. Y nada, los cuatro jinetes galopan en el Focus, hasta los topes de cacharrería y material de asalto. Hoy tiene que ser el día.

No se ven las cumbres, pero eso nos no va a detener a menos que venga alguna otra “tormenta perfecta”. Esta vez sí que llegamos a la base del cortafuegos, donde dejamos el coche, y podemos comprobar que no estamos solos: en Ubeire se refugian un club de montaña de Alicante, que en romería tienen intención de hacer el canuto y cumbre del Almirez. Mira tú, qué animado va a estar esto. Así que, mientras nos ponemos el armamento pesado, dejamos que se adelanten, y así nos van abriendo huella, les bromeamos.

Y como nos gustan los principios “animadillos”, el cortafuegos nos quita el frío que pudiéramos tener, estamos a 1 grado positivo. La pendiente nos hace entrar en calor, pero aún no estamos cubiertos por la niebla, pero vemos que arriba no vamos a poder disfrutar de ninguna vista.

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Ya bajan algunos del club de montaña, que me imagino que irán preparando la paella que más tarde nos contaron que tenían por comida. Justo al terminar el cortafuegos, también quedan algunos rezagados que se entretienen con bolas de nieve. Nosotros tomamos la travesía en dirección la entrada del canuto, hasta que toca ponerse los crampones. Hay que prepararse ya. Allí está el meollo de la expedición alicantina, y un grupo sale primero quedándose retrasados los que tienen más problemas en ajustarse los “yerros”.

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La travesía se hace en poco tiempo, pasando algunos tramos de mixto, con el consiguiente sufrimiento al tener que ver como tus hierros pinchan en la roca. Habrá que afilarlos con mimo al regreso.

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Y ya estamos metidos en el meollo, hemos llegado al inicio del corredor. De pronto, todo cambia, todo es mágico, la niebla le da un toque increíble al escenario donde nos vamos a introducir. Miramos para arriba y claro, no vemos nada, pero sabemos que todo es subir. El barranco se estrecha espectacularmente, y tenemos las paredes muy próximas. Nos maravillamos de estar allí, y saboreamos ese momento. José Esteban toma entre sus manos la nieve, la mira, juguetea con ella entre sus dedos, la paladea, la huele, y vuelve a llorar, llora a moco tendido por la emoción, es una nieve polvo de primera calidad. Como no es un Transformer que pueda sacar de su espalda unos esquíes, se lamenta de no tener unos ahora mismo y dejarse caer por esas palas de nieve virgen.

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Comenzamos la subida, aprovechando la huella abierta por los primeros que nos preceden. Más abajo oímos, gracias a la acústica del sitio, a los que quedaron más atrás, llamando a sus compañeros. Obviamente, éstos estaba muy por encima de nosotros, así que les contestamos en su lugar, indicándoles que sigan la huella para encontrar la entrada al corredor. Mientras tanto, con pausa y delicadeza, clavamos el piolet y comemos metros poco a poco. La belleza es casi indescriptible, hay que estar allí para saber de lo que escribo. Oímos el arroyo como fluye bajo nuestros pies, alguna cascada de hielo nos desencaja la mandíbula al admirarla y nos embelesa. Esto es un paisaje onírico, yo creo que irreal. Parece que el mundo está en otra dimensión, y nosotros nos hemos colado en este otro. Seguramente, haya seres increíbles originados por mentes fuera de sí, espiándonos entre la niebla.

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Pero, en realidad, los únicos seres que hay, aparte de nosotros, son los que más abajo siguen preguntando por sus amigos, y los de arriba, que nos “regalan” alguna caída de nieve, que no revierte el menor peligro, y que nos hacen ponernos a Jesús y mí, el casco, más que por peligro, por parecer “alpinistas verdaderos”.

Ciertamente, estamos como niños pequeños, dando pequeños pasitos entre la escasa visibilidad que nos brinda la sempiterna niebla. Y sin darnos cuenta prácticamente, el corredor se abre y pronto se suaviza la pendiente, llegando al collado o divisoria, viendo que a lo lejos se encuentra el grueso de la  expedición alicantina. Nos acercamos y tomamos posesión de unas piedras para sentarnos y comer. Ellos nos indican que eso no es el Almirez, a lo que contestamos que lo sabemos, pero que el hambre nos puede más que coronar ahora ni Almirez ni nada por el estilo. La niebla despista, sobre todo a la hora de orientarse, pues alguno de ellos pretenden indicarnos que la cima está a sus espaldas, nada más lejos de la realidad, ya que me señalaban al sur, y yo, modestamente no quise mostrarles que era justo por mi espalda por donde tendrían que seguir si querían hacer el Almirez. Menos mal que una ventana entre las nubes me ahorró quedar como un “sabelotodo” y por ellos mismos salieron de su propio error.

Mientras comíamos, los alicantinos tomaron la delantera y se dirigieron hacia la doble cumbre del Almirez, en una peregrinación, que desde nuestro otero podría parecer cualquier valle de los Alpes. El ambiente es único.

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Cuando ya hemos terminado de menear el bigote, vemos que dos figuras se arrastran con más pena que gloria hacia nosotros. Son los dos del grupo que venían a nuestra zaga, Conchi, que viene extenuada, sobre todo psicológicamente, y Alberto, que como fiel escudero se ha quedado con ella. Sapos, culebras, guepardos y hasta un mono tití salen escupidos de la boca de Conchi, acordándose de todos los muertos a caballo sin montura y con almorranas de alguno de los que más arriba están haciendo cima. En su disertación y decisión de seguir aunque le cueste le vida, conseguimos convencerla que descanse uno poco, se hidrate y coma algo para coger fuerzas, porque si no, lo va a pasar mal.

Nos enteramos que ha sido marinera de alta mar, curtida en mil galernas incluso en el fin del mundo, y que, entre bocado y bocado de plátano que José Esteban le ofreció, si por ella fuera, pasaría por la quilla a más de uno, tras haber sufrido una somanta de latigazos colgados en la verga mayor. Vamos, que Jack Rackham era primo por parte de madre de Teresa de Calcuta a su lado, si en cuestión de venganza se tratara. Nos hacemos una foto de bandera en el collado y decidimos atacarle al Almirez, voto a bríos. Así que izamos amarras y zarpamos, por seguir con la jerga marinera.

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La subida parece pan comido, y se sube muy bien. El ambiente es muy alpino. La gente baja cuando nosotros ascendemos. Conchi no se muerde la lengua y a más de uno de los que bajan les canta las cuarenta. Palabras de consuelo y de ánimo por parte de los otros, no le faltan. Tomamos la primera cumbre del Almirez y por supuesto, la segunda. Ahora, no hay que perder mucho más tiempo. Hemos conseguido nuestro reto. A la tercera ha sido la vencida. Lástima no tener ninguna visión de los alrededores porque las nubes nos cumbre por completo.

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La bajada la hacemos por el mismo sitio, y en esto, Conchi y Alberto han sido devorados por la niebla. Creemos que van por delante de nosotros, pero ¿y si no es así y se han quedado rezagados?

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Volvemos por el mismo sitio pero con cuidado de no resbalar, asentando bien los crampones con los talones y clavando firmemente el piolet. Llegamos pronto a la base del canuto y de ahí al corredor. Al poco tiempo, nos descalzamos y ya nos dirigimos al cortafuegos. Es el único tramo que se nos hace más largo, pero bueno, como siempre que pasa, los finales son así. El coche espera, y allí permanece, fiel y dispuesto a traernos sanos y salvos a casa.

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Como es buena hora, tomamos la decisión de reponer sales minerales con un reconstituyente de cebada fermentada, eligiendo de nuevo el Montellano como fuente para saciar nuestro anhelo. El cd de After Hours se ha rallado, así que sólo está el ruido ambiente del chocar de tenedores contra la fría cerámica de los platos. La morcilla y las salchichas alemanas son el complemento perfecto para aportar las energías perdidas a nuestros cuerpos. Una vez, regresamos felices y contentos. El día se ha portado genial con nosotros, el horario se ha cumplido a la perfección, y el canuto ha sido cogido por los cuernos, de frente; en su nobleza, la montaña nos ha regalado un día estupendo de disfrute, con unas condiciones que sin ser las perfectas, sí que no nos podemos quejar. Sólo espero que mañana domingo, nuestros compañeros consigan doblete.

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•lunes, marzo 08, 2010

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Hemos vuelto para repetir. No están los mismos del año pasado por distintas circunstancias, pero en su nombre lo hemos hecho. No sólo en la categoría senderista sino también en la de corredores. Hace un año, tuvimos una buena ración de Parque Natural, de ese Parque que durante tantos años habíamos recorrido, y que nos dejó con la boca abierta al descubrir nuevos y asombrosos rincones.

Si en la edición pasada pedía a gritos que me amputaran el pie, ahí en seco, para no soportar el dolor de las ampollas en el talón, hoy la cosa es bien distinta: un calzado adecuado y unos calcetines también adecuados hacen que pueda dar gráciles saltitos como un hada en un campo de tulipanes.

Roberto Brasero y Mari Picazo se habían confabulado para amargarnos la existencia con unas catastrofistas perspectivas climatológicas dignas del Armageddon. Por suerte para nosotros no se cumplieron, aunque la amenaza estuvo latente todo el día, llegando a escupir el cielo algunas gotas, como cuando estornudas estrepitosamente si no te importa guardar las apariencias.

Jaime y yo, los únicos senderistas, nos fuimos cuando aún la gente se recogía de marcha y se extrañaba que en una parada de autobús estuviera un tío con mallas y el pelo largo. En sus efluvios etílico-festivos pensarían que sería a la aparición de algún juglar del tres al cuarto. Vamos, que era yo.

07032010092 Llegamos bien de tiempo, lo justo para recoger mi dorsal, puesto que Jaime era senderista “invitado” recién llegado de un parón catalano-vacacional y se enfrentaba nada menos que a 28 kilómetros de recorrido. Nos preparamos estirando un poco, como es menester en tales lides, y ocupamos un cómoda posición en la salida mientras el interlocutor, micrófono en mano, nos leía las normas de la prueba. Lo teníamos claro.

Casi puntualmente, a las ocho y media de la mañana pusimos el crono en marcha y comenzamos en una salida neutra a avanzar por el sendero marcado. Ahora era difícil avanzar puestos, pero nos quedaba mucho trecho por delante. El día estaba nublado pero no parecía que fuera a caer una manta de agua.

En la rambla discurría un arroyo de agua cristalina, primera sorpresa, y no única del día. ¿Cuándo volveremos a ver algo así en el Cabo de Gata?. El verdor, el olor de la lavanda y los almendros en flor engrandecen aún más la belleza, si cabe, de nuestro Parque Natural insignia. El primer repecho hasta el carril hace la primera selección natural de los más fuertes. Algunos ya han empezado a correr.

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Nosotros seguimos avanzando a buen ritmo, cogiendo nuevas posiciones de una forma relajada y firme. Cada uno es consciente de lo que quiere, algunos más competición, otros, disfrutar de una jornada lúdico-deportiva. En nuestro caso más de lo segundo, aunque echo de menos mi cámara, porque el sitio es para quedarse y ponerse a disparar como loco.

Llegamos al primer puesto de avituallamiento. Nos sorprendemos de la velocidad que llevamos, muy buena, con grandes expectativas y todo, y sin haber forzado nada la máquina. Este momento es crítico, pues Jaime es senderista “invitado” con un dorsal invisible para la organización, así que se desmarca un poco de mí, silbando distraídamente y avanza unos metros separándose de mí, mientras yo me acerco a la mesa y recojo, tras comprobar mi credencial oculta bajo mi chaqueta, una botella de agua y un par de pastelitos con cabello de ángel que derriten al paladar más exigente. Como buen hermano, comparto deliciosos manjares con Jaime, que me espera paciente y caninamente un poco más adelante.

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Nos sabe a gloria, y avanzamos, como espartanos, pero unos espartanos que no paramos de hablar, y es que he de decir que en 28 kilómetros de prueba nos nos callamos ni aunque nos  hubieran metido bajo el agua. ¿tanto tienen que decirse unos hermanos? Pues sí, y más. Estamos buscando una prueba de 40 kilómetros a ver si superamos el tiempo máximo de charlas. Eso nos provoca que lleguemos al segundo punto de avituallamiento en los Albaricoques sin darnos cuenta. Llevamos 10 kilómetros en un suspiro, ¿seguro que no se han equivocado? Repetimos la operación, eskakeo-kompartir-papeo.

Ahora empieza la chicha de la ruta, aquí los más fuertes están en cabeza y el grupo se ha deshilachado enormemente. Entramos en el Valle Verde, cruzando un arroyo que comparte curso con la pista forestal, increíble pero cierto, el agua discurre limpia y cristalina.

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Aquí es donde, intercambiamos por “enésima” vez unas palabras Jaime y yo, y decidimos empezar un trote “cochinero” para darle algo de gustillo al cuerpo. Así que, manos a la obra, vamos pegando saltos de un lado a otro del margen del arroyo, siendo una parte divertida, y comprobando que vamos comiendo terreno sin darnos cuenta. Pasamos una casa rural a la que grabamos en la mente para posibles pernoctas en un futuro, en un lugar privilegiado, rodeado de acebuches, almendros, olivos, lentiscos y palmitos, en un valle tan remoto que parece apartado del mundo.

07032010097 Seguimos avanzando en puestos, ya estamos en la cabeza, calculamos que entre los 30 primeros, pero esta vez sin “alter egos”, sin gente con piques ni nada por el estilo, como debe ser, unas veces uno por delante, otras por detrás. Comienza la bajada, en un cortijo con un corral donde las cabras nos animan como histéricas fans de Leif Garret, a la par que nos cruzamos con un pelotón de ciclistas que suben hacia nosotros.

Ahora hay que tener cuidado, y la carrera la hacemos poniendo todos los sentidos en ella, para evitar cualquier torcedura o un traspiés inoportuno. No se trata de estropear el gran momento que estamos saboreando. Parecemos saetas cortando el viento, y en un suspiro estamos atacando el camino de las Presillas Bajas.

 

Llegamos al tercer punto de avituallamiento, donde intercambio unas simpáticas palabras con un voluntario sobre la gestión de residuos del Parque Natural, a lo que yo le respondo que conozco perfectamente el PORN del Cabo de Gata Níjar (Plan de Ordenación de los Recursos Naturales) y que precisamente, por mí es por la única persona tal vez que no se tendría que preocupar sobre ese tema. Recogí mi ración (y la de Jaime) pertinente de plátano y seguí corriendo.

Ahora estábamos más a gusto corriendo que andando, y eso nos recompensa con nuevos ascensos en las posiciones de cabecera. Especulamos que estaremos sobre los 20 primeros. Nos ha llovido desde hace un rato, pero es una lluvia llevadera e incluso agradable, pero rezamos para que de ahí no pase. En el túnel que atraviesa la carretera comprobamos que no está el fotógrafo que inmortalizaba ese punto, tan solo una persona que nos inquiere para saber cuántos kilómetros llevamos, unos 17, aproximadamente.

Torcemos para el Camping los Escullos, cuarto avituallamiento, por el que Jaime pasa como una centella, dejando una estela que despeina a los voluntarios. Yo freno, creando una huella a modo cráter continuo, hasta clavarme frente a la mesa y coger una botella de agua, cuando de repente, mi ojos se giran levemente, se alargan como si fueran de goma y cambian de dirección respecto del cuerpo en sentido contrario y se quedan embobados, embelesados, absortos ante una bandeja de napolitanas de chocolate. Obviamente, hipnotizado por ese canto de sirenas, alargo mi brazo hacia la bandeja que reluce inexplicablemente bajo el nublado sol, con un aura propia, y me apropio de dos de ellas. De nuevo, el voluntario me comunica que es Parque Natural, que hay cuatro contenedores de basura, y yo le digo, aún con la mirada puesta en las maravillosas napolitanas de Los Martinez, que “si, sí, ya si eso, sí”, y consigo arrancar la carrera.

Jaime no se espera lo que le voy a ofrecer. Ahora comprendo qué sintieron los israelitas en el desierto cuando les llovió el maná. Las saboreamos, las paladeamos, cerramos los  ojos y una lágrima perfectamente coreografiada nos salió simultáneamente de nuestros respectivos ojos derechos. ¡Leches! hay que seguir. Aquí ya fuimos alternando trote con andarreo, hay que dosificarse que aún quedan nueve kilómetros y tanto hacia delante como hacia atrás no parece haber un alma.

 

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Entre chalets y cortijillos llegamos al último puesto de avituallamiento. Jaime le echa cara y le dice que le den lo suyo al de atrás, que lo necesita más. Yo recojo de nuevo plátanos y agua, necesitamos potasio. Hemos vuelto a adelantar a más gente, esto promete. Sé que no habrá ensaladera de Níjar como premio, puesto que hay gente por delante seguro, qué más da, lo estamos pasando en grande. Cruzamos la carretera del Pozo del Fraile, custodiados por policías locales que nos cortan el tráfico, un lujo.

Últimos cinco kilómetros, aquí los isquios de Jaime avisan, Chacho no te pases, así que aflojamos la marcha, es tontería machacarse, así que vamos a llegar con tranquilidad. El agua está omnipresente.

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Aunque parezca mentira, el último tramo presenta alguna complicación técnica, al tener que vadear el arroyo, incluso mojándonos involuntariamente. Trescientos metros nos quedan para la meta, se oye el megáfono donde el interlocutor va hablando sin que nosotros lo entendamos. Nos ponemos no ya al trote, sino al galope, un victorioso galope como si del día de las Fuerzas Armadas se tratare, y nosotros la caballería, sacando pecho, hablando y riendo, y con el público entregado, lanzando pétalos de flores, vitoreando, algunas chavalas lanzando sujetadores y pidiendo hijos o no sé qué. Entramos en meta y en nuestras mentes se corea We are the Champions, sin ganar nada, nos sentimos campeones, pero campeones de nuestra propia satisfacción.

Detrás de nosotros, casi pisándonos los talones vienen los primeros corredores, uno de ellos Curro, que nuevamente vuelve a subirse al podio.

Pero claro, aquí viene la parte mosqueante, entro por la zona de senderistas, a la par que los corredores la hacen por  la suya. Compruebo que a ellos los paran, les toman nota, y le dan el ticket con su tiempo y posición. Me acerco a la mesa y les digo que si nosotros no tenemos ticket. Me responden que no, que es sólo para corredores, que si quiero saber cómo he llegado, que mire en la pantalla del ordenador. Tres horas y cuarenta minutos hemos tardado.

Nos encontramos a Sandra, que acaba de llegar y nos ponemos en un sitio estratégico a esperar al resto que suponemos no tienen que tardar. La gente sigue llegando, tanto corredores como senderistas. No pasa mucho tiempo hasta que distinguimos la camiseta fosforita de Mariquilla, que junto con Paco y dos amigos más, consigue segundo puesto en categoría femenina, y es que la chiquilla tenía serias dudas de si la podría correr. Hay que ver.

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Ahora faltan sólo Marc, Tote y David, y luego buscar un sitio donde papear, que el estómago está ya haciendo el molino americano en mi interior. Mientras tanto, mis oídos perciben que por megafonía indican que los senderistas que hayan llegado por debajo de las tres horas y cincuenta y cinco minutos tendrán un obsequio. Jaime y yo nos miramos, damos una voltereta hacia atrás, hacemos el “Maikel Jason”, chocamos nuestras manos con nuestro saludo secreto y ponemos pose de Power Ranger. Pero claro, no dan muchos más detalles. Me acerco, pues, a uno de la organización que tiene que ser importante porque tiene muchas pegatinas en el forro polar y lleva carpeta. Le pregunto de qué se trata y me dice que no, que el premio es para los que lleguen justo en tres horas y cincuenta y cinco minutos, el tiempo estimado normal para el senderista. En ese momento, 3:55:00 entran tres senderistas trotando, y me dice, “¿ves? estos son los que se llevan el premio”. A mí se me desencaja la mandíbula, mi mirada se pierde en el infinito, el dorsal se me cae al suelo, y mis piernas se me doblan. Como colofón, me dice que por error informático, los senderistas no pueden saber su tiempo ni posición, y es que para los senderistas, le veo un futuro negro e incierto para el año que viene.

Llegan por fin los corredores que faltaban. Tote, Marc y David.

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Ahora toca estirar, reponerse, esperar si nos toca algún regalo de los que estaban sorteando con mucha prisa e irnos a comer. Con un dorsal que no era el mío me tocó un neceser cortesía de Tamis, del que casi no necesito subir a recogerlo al escenario porque casi me lo avolean y tengo que hacer una palomita para agenciármelo.

Mariquilla sube al podio, tras un pequeño problemilla de localización.

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Por fin, encontramos un lugar donde satisfacer el estómago y reponer fuerzas, cosa algo difícil porque esa era una segunda competición después de la carrera con más de mil almas hambrientas pululando por el lugar. Olga y Antonio se nos unieron a la comida que devoramos casi en cuestión de segundos.

Una vez más, el Cabo de Gata nos ha ofrecido una prueba preciosa, de la que estamos seguros que si se puede, el año que viene repetiremos.