Author: Motorizer
•lunes, julio 25, 2011
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23 de julio de 2011.

A la tenue luz de mi frontal, escondido en mi saco escribo estas breves líneas de diario de bitácora antes de irme a la cama.

Cerramos la temporada ya metidos en época estival, con algunos neveros resistiéndose a derretirse ante el incesante calor veraniego. Y mi calenturienta y enfermiza mente fraguó una ruta titánica, descomunal, terrible, digna de auténticos y épicos héroes griegos. El gran Vasar del Mulhacén era uno de nuestros objetivos, pero adornado primeramente con una bajada a la laguna de la Mosca con su posterior subida y un ataque a cima desde la este al Mulhacén. Todo eso con su aproximación por supuesto. Al final, la realidad se impuso pero no por ello estamos decepcionados, sino todo lo contrario.

Ya hacía unas semanas que se venía preparando el evento. El número de participantes de la ascensión era un baile de bajas e incorporaciones, y el elenco de selectos alpinistas que desfilaron por este casting, enorme.

Al final quedó la cosa clara: Un potente contingente germano acompañaría a Maite. Sera lideraría junto con Tote y Rafa el equipo masculino, para montar el campamento de altura en la Caldera, mientras que yo, humildemente coordinaría el impresionante equipo femenino de alpinistas de AFP. Luis Pasang Sherpa se sumaría más tarde dirigiendo el prometedor grupo de jóvenes alpinistas y ambos grupos pernoctaríamos en el CB del Poqueira.

Así que, ya configurado el número de participantes, esperamos impacientes que llegara la hora de partir hacia Capileira: Yo fue el elegido de transportar equipo femenino en mi coche (una triste melodía heredada del Un dos tres cuando perdías un gran premio sonó en el contingente masculino), compuesto por Olga, Eva y Piedad. Sera, por el contrario, conduciría el coche con más olor a macho de la Sierra, escoltado por Rafa y Tote. Quedaban por llegar dos de los alemanes, Hannes y Jan, y con su germánico vehículo encontraron por fin el punto de partida. Tras las presentaciones tomamos carretera hasta  parar en una gasolinera a pie de autovía donde comer unas tostadas con forma de patera. Nos esperaba una jornada intensa.

Tras 251 kilómetros de autovía, carretera y curvas y más curvas, atravesamos Capileira y su animoso ambiente y con una temperatura agradablemente fresquita. El parking de la Hoya del Portillo está a tope, ya sabemos lo que nos espera. Allí se encuentran Martin y Maite que llevan algún tiempo aguantando vela hasta que llegáramos.

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No hay tiempo que perder, nos ponemos las mochilas a las espaldas y nos dirigimos al Poqueira. Como siempre, en frío, la subida se hace durilla, menos mal que es entre pinos. Mientras uno va con sus pensamientos no se percata que detrás de uno viene una serpiente multicolor de personas que comparten camino. Por un momento pensé que me había equivocado al contar a mis compañeros de expedición. Pero no, son otros grupos que han coincidido con nosotros. Su misión no es la misma que la nuestra, en el peso de sus mochilas, si las llevan, se nota. Cuando ven que pueden, empiezan a adelantarnos.

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Llegamos al cortafuegos y hacemos la primera reagrupación. Martin aparece en la lejanía porque ha tomado un desvío para hacer fotos. Nos falta Jan. Tote nos dice que el teutón de pelo alborotado se ha quedado atrás porque le han aparecido ampollas por culpa de las botas que lleva, pero que sube en unas playerísimas chanclas. Pero le echa bemoles y sube, quiere subir. Como diría Obelix, están locos estos germanos.

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Seguimos hasta el refugio ya por un camino que se hace agradable, nos hemos quitado lo más feo de la subida y ahora toca relajarse con el paisaje, entre los pinos, con una temperatura de libro y vistas que nunca nos cansamos de ver. Son cerca de 8,5 kilómetros en su mayoría tranquilos, comenzando la bajada hasta el refugio con las tripas rugiendo y con clamor de cerveza fría.

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El Poqueira nos acoge con sus puertas abiertas. Hay que reponer líquidos y ni Tote ni Sera han perdido el tiempo. Mientras nosotros estamos desabrochando las hebillas de nuestras mochilas, ellos ya están sentados en una mesa con media lata de Alhambra bebida y un plato de pasta dónde sólo quedan unas migajas. A mí me reclaman en recepción para organizar el tema de las reservas, y para mis adentros pienso que ese trámite se aligere lo máximo posible porque mis relamidas por una fría cerveza están empezando a ser virulentas. Al final recibo mi premio, y me siento con mis compañeros. Los alemanes vuelven a hacer un singular gesto de extravagancia pidiéndose un Colacao caliente para acompañar las palomitas.

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Nos relajamos lo suficiente para no quedarnos a echar la siesta, puesto que aún nos queda portear el material para el Campamento Base Avanzado, y así de paso aclimatar para el siguiente día. Así que cogemos lo que necesitamos y nos encaramos hacia la subida por el río. Chanclete sigue con sus ampollas, así que su calzado más técnico se reduce a una fina lámina de goma con un soporte para los dedos. Pasamos por estrechas veredas entre peligrosas ortigas, que piden a gritos carne desnuda para dejar su ponzoñoso regalo. El resbaladizo barro puede también jugarle una mala pasada a Jan, pero sigue subiendo apoyándose en sus bastones.

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El río está espectacular y la subida aún más. Poco a poco vamos avanzando metros y altura, hasta llegar a los borreguiles donde la pendiente se apacigua un poco y nos permite deleitarnos con estos bucólicos paisajes. Las lagunas rebosan agua y son sitios perfectos para pasar la noche. A veces llegamos a pensar que los que van a dormir aquí son auténticos privilegiados.

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La Caldera espera, allí está, pro funda, oscura… y fría, helada. Mientras unos hacemos fotos a las cabras o simplemente descansamos, nos tomamos una inocua e inocente barrita energética, los alemanes sacan su idiosincrasia de europeos norteños y como sus rubias madres los trajeron al mundo se lanzan a las gélidas aguas. Pero, pero, ¿esto qué es? ¿No hay ningún español que defienda nuestro orgullo patrio? ¡Que hemos sido campeones del mundo! Y ahí renace la bestia dormida de los Filabres, del Serón más indómito; Sera comienza a lanzar su ropa de un lado a otro, con el Hot Stuff de Donna Summer de música de fondo, mientras se dirige a la orilla, y ¡zas! al agua de cabeza, a chapotearles a los fabricantes de Paulaner, que no se diga de la furia española. No hay más tiempo para escenas Alpujarra’s Brokeback Mountain, porque no tardan mucho en salir y buscar sus ropas para abrigarse. Desconozco si alguna de las féminas presentes pudo comprobar el efecto de las bajas temperaturas sobre las partes bajas o nobles masculinas.

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Algunas cabras entablan amistad con Eva que no consigue relajarse sobre una roca que debe ser muy atractiva a las monteses. Con un furibundo bufido zanjan sus diferencias los cornudos machos con nuestra impresionada compañera.

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Dicho esto, por la hora que era tomo la decisión de intentar contactar con Luis Pasang Sherpa, confiando en que no existe la posibilidad debido a la distancia y que nuestros walkies no son “pofesionales”. Todo el mundo se asombra al ver mi cara cuando Luis responde a mi llamada: mis ojos son dos discos de vinilo incrustados en mis cuencas; la boca es una cueva abierta. No es posible, pero sí que lo es. Me comunica que está a dos kilómetros del refugio.

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Por la hora que es, decidimos regresar al CB del Poqueira, dejando a los valientes custodiando el Avanzado que ya hemos bautizado como Kalapatar Negra. No sin antes hacernos foto de grupo en la Caldera.

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Mientras se dirigen al Collado del Ciervo nosotros tomamos la pista hacia el refugio. Coincidimos con Jose que viene con su bicicleta y que dormirá también con nosotros. Le hace ilusión hacerse una foto en la laguna, así que se despide de nosotros hasta la cena (luego nos adelantaría para envidia de nuestras castigadas piernas).

Aquí comienza la aventura del regreso, pues mientras es por la pista todo es muy bonito, relajado y bucólico. Pero, si queremos llegar a tiempo para antes de la cena hay que atrochar. Debemos convertirnos en bestias serranas, olvidarnos de transitar por cómodas veredas que hemos conocido hasta ahora. Todo un reto para nuestras rodillas. Entre piornos y enebrales buscamos huecos donde zampar nuestras botas. Una lucha de titanes contra el hostil medio. Allí no hay senda ni trocha ni nada que se le asemeje. El refugio está aún a tomar… eso mismo y el cansancio comienza a hacer mella, aparte de ir contrarreloj para llegar a tiempo a coger sitio en el comedor. Este sufrimiento acaba justo cuando pisamos el carril. Volvemos al Poqueira.

Nos encontramos con Luis Pasang Sherpa, que me cuenta que ha hecho honor a su pueblo, portando su mochila, la de su mujer y de sus niños, amén de los respectivos sacos. Hacemos la ceremonia del chocolate 72% de cacao tan típico de esta formidable raza y nos preparamos para la cena, no sin antes ducharnos y ponernos ropa cómoda. El comedor está petado, no cabe ni Fido Dido. Buscamos huecos por donde sea. Eva y Piedad se ponen con nuestro amigo Jose el “Paloma” que ha subido por su cuenta y riesgo, al puro estilo Messner. Olga y Jose nos han guardado sitio en una íntima mesa a Rafa y a mí, junto a dos eruditos y trillados montañeros. El grupo de jóvenes alpinistas tiene reservada mesa en la terraza del restaurante al aire libre, que en verano sería un lujo si no fuera por el pequeño detalle de que estamos a 2.500 metros de altura y tener puesta una gruesa chaqueta es algo obligado.

La opípara cena pasa a la tertulia post-comida, donde me acorralan dialécticamente nuestros vecinos comensales, que entre buchitos y buchitos de vino del terreno comienzan a disertar sobre la esencia de la vida, de la crisis, de la ética y demás temas místicos que en otras ocasiones hubieran estado más interesantes aún, pero con apenas 4 horas de sueño y varios kilómetros de carretera y de andurreo no es lo más apetecible en este momento. Nos despedimos y buscamos nuestro catre. Mañana será el gran día.

24 de julio de 2011

Amanece que no es poco, pues después una noche de juerga forzosa los ojos no han llegado a cerrarse del todo ni con grapas. Suena el primer despertador y sé que dentro de media hora deberíamos estar funcionando. Espero. Suena el segundo despertador y es la hora de levantarse, pero no se oye ni mu en la habitación. Juego a ser magnánimo y dejar al personal dormir un poco más. Pero yo ya no puedo, así que me levanto, oteo la habitación y nadie se mueve. Salgo afuera y ya empieza a haber brío en el comedor con los desayunos. Vuelvo a la habitación. Los niños sí que están despiertos, Rafa, sin embargo no se menea. Poco a poco como si de un campo de crisálidas se tratara surgen de sus sacos cabezas somnolientas. “¿Qué hora es?” Me dice alguna de esas cabezas. “Hora de levantarse” digo yo.

Saco mis vituallas y me pongo cómodo en la puerta del refugio. Hace un día espectacular y mi surtido de dulces del Hacendado es el complemento idóneo para el desayuno más perfecto que uno pueda sentir. Sale Rafa, sale Luis Pasang Sherpa. Desayunamos todos.

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Hoy parece ser un buen día de cumbre. Hacemos las puyas habituales lanzando el arroz que cogimos la noche anterior en la cena y lo lanzamos al aire a modo de ofrendas a los dioses de la montaña. Partimos hacia la cumbre.

Hemos optado por no usar oxígeno suplementario. Y el gominolaterol que portamos no es impedimento para se nos atribuya la cima como válida.

Volvemos al río, intentando contactar con el campamento base avanzado de la Caldera, pero no hay noticias de ellos. Por ahora no nos preocupa por la lejanía entre ambos grupos. La subida es como un deja-vu, pasando por las mismas piedras, las mismas ortigas, el mismo barro. Cuando pasa lo peor de la subida, en mi walkie consigo escuchar una tímida llamada del Campamento Base Avanzado. Están vivos, y un hurra colectivo sale de nuestras bocas. Rebosamos de alegría y algarabía. Les decimos que nos vemos en el collado del Ciervo para afrontar la subida. Pero conforme subimos surgen las dudas: mucho avanzar para luego tener que subir, así que cambiamos el punto de encuentro por el Segundo Escalón, justo al pasar el Paso de los Franceses. Tote y Sera son los primeros en llegar, y Maite junto a Martin y Hannes salen más tarde. Jan ha decidido que sus chanclas no van a resistir la imponente subida una segunda vez, puestos alemanes prepararon las cuerdas fijas el día anterior haciendo cumbre.

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Así que tras tomar un poco de gominoalterol, subimos entre jadeos y jadeos los 300 metros que nos quedan a la cima. El oxígeno empieza a escasear y se nota. Nuestros movimientos se hacen más lentos y pausados, el mal de altura amenaza en cada esquina y creemos que se nos manifiesta cuando vemos bajar a tres niños pequeños correteando por la loma. No es una alucinación, es verídico y Jose el “Paloma” pide a sus padres que le amputen las piernas que no pueden darnos esos disgustos.

Últimos metros y ¡voilá! En una roca, un expendedor de tickets de la carnicería del Mercadona nos espera para coger número para hacernos foto de cima. No sé como la cumbre no se desmorona con tanto peso. El chorreteo de gente, ya sea andando o en bici es continuo. Así que ese momento de gloria en lo más alto de la península se convierte en algo efímero por el hecho de que todo el mundo tenga la oportunidad de catar esa sensación. Pero para eso están las fotos, que congelan ese momento eternamente (o hasta que se te borre del disco duro accidentalmente).

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Descansamos, contemplamos el paisaje, hacemos más fotos, en fin, disfrutamos de ese marco incomparable. Pero no puede durar toda la vida y hay que volver, y volver para estar a tiempo y recoger nuestros bártulos del refugio. Además, la cumbre no se alcanza hasta que no se regresa. Así que tomamos la decisión de hacerlo por la parte sur, pero a Tote no se lo decimos y el baja de nuevo por la este.

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Todo muy bien, “intuyendo” un sendero que nos baja por lajas gigantescas de piedras, encontrando restos de hierros oxidados de tal vez un coche o un avión, hasta que llegamos de nuevo al carril del día anterior. Gabinete de crisis. No tenemos muchas ganas de volver a pasar las mismas penurias. Será arranca por la directa al refugio junto al “Paloma” y detrás de ellos, Martin y Maite. Nosotros, el resto, seguimos un poco más de carril hasta que de pronto volvemos a ir campo a través. Otro infierno de bajada salvaje que se salda con un agotamiento y sufrimiento de rodillas y pies únicamente solventable con una cerveza fresquita en el refugio.

Llegamos y eso es lo que hacemos. Hidratación es lo que nos pide el cuerpo, pero no nos pide la cuenta del refugio. Tote acaba de llegar porque ha estado jugando a bajar y subir cuestas, pensando en que lo seguiríamos y al no hacer, subía al carril, bajaba a la laguna, subía al carril, bajaba a la laguna, hasta que se dio por vencido.

Es hora de sacar los cuartos y con la ayuda de una calculadora ajustamos lo que cada uno tiene que apoquinar. Nos regalan unos mapas de la zona, al más puro estilo calendario chino, cosa que agradecemos, y procedemos a partir. Maite y Martin se han ido un poco antes porque pretenden llegar hasta Capileira por el río. Así que a Eva le toca llevarse su coche hasta el pueblo.

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Regresamos, ya algo cansados, y el primer tramo se hace algo duro, hasta que consigue suavizarse y discurre apacible pero interminablemente. Las ampollas de más de uno comienzan a dar por saco, un doloroso recuerdo de la cima, de esos que no encuentras en las tiendas de regalos pero por las que gracias a ellas no se te olvidan donde has estado este fin de semana.

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Tomando el cortafuegos ya tenemos la referencia que eso es lo último antes de llegar a los coches. Un alivio para nuestros doloridos pies. Pero el final de la ruta no se va a dejar vencer fácilmente, así que la montaña parece ralentizar el tiempo, nuestros pasos, nuestra conversación, como una cinta vieja vhs más vista que el primer episodio de Verano Azul. Los coches los vemos, pero no parce que avancemos mucho. Pero sí, hemos llegado, estamos abajo. Dieciocho kilómetros y medio después desde las 8 de la mañana, y más de 1.000 metros de desnivel.

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Quitarse las botas supone el mejor momento del día. En mi caso justo antes de que mis dedos comenzaran a hervirse como unos garbanzos en cocido Maragato.

Ya sólo toca celebrarlo en el pueblo. Luis Pasang Sherpa se nos despide pues tiene a la familia esperando desde por la mañana, así que en uno de los bares que ya hemos tomado algo más de una vez, con una acalorada discusión sobre igualdad de sexos, saciamos nuestra sed y hambre todos juntos, celebrando que una vez más la montaña nos ha dejado acariciar su cogote, un cogote con el que casi podemos tocar el cielo. Y este día, sin oxígeno y en estilo alpino-alpujarreño, lo volvimos a tocar.

Author: Motorizer
•sábado, julio 09, 2011

Seguimos con las promociones de merchandising (a este paso nos estamos acercando peligrosamente a la Kissomanía fetichista que Mr. Gene Simmons promociona pero no es nuestra intención.. Llevábamos un tiempo pensando en ese complemento que nos faltaba para nuestras ya clásicas camisetas y nuestra flamante chaqueta, y el gran público así nos lo ha reclamado.

Pues aquí la tenemos: una preciosa gorra bordada en alta calidad con uno de nuestros emblemas. Precio 10 “lebros”.

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Gorra AFP vista 2

Author: Motorizer
•lunes, mayo 09, 2011
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¿Cómo iniciar esta crónica? Pues como casi siempre que tengo un rato libre: sentándome relajadamente enfrente de la pantalla del ordenador, con música ambiental y haciendo un esquema mental donde organizar todas las experiencias. Y la verdad es que hay mucho que contar. Aún con la resaca de un fin de semana inolvidable se hace necesario plasmar todo lo acontecido.IMG_6119

Nuestro reto de este año era volver al Corredor de los Machos, un lugar algo especial para este humilde juntaletras aficionado, ya que el año anterior mi primer contacto vino acompañado con una cierta “vicisitud”, y como en muchas cosas de la vida, hace que un hombre deba volver a plantearse afrontar nuestras más impactantes vivencias y saldarlas con honor y categoría.

Pero sin querer centrar esta crónica en mi persona, procedo a relatar lo que un grupo de osados montañeros consiguieron hacer, no sin alguna penuria pero con suficiente arrojo como para comérsela con papas, chopped y fideos chinos cocinados en un maravilloso infiernillo.

Tras unas semanas de dimes y diretes, de voy o no voy, de hay que practicar antes o no, teníamos configurados el tándem definitivo: Miguel y su furgona, que se dejaba caer desde la vecina Jaén para Granada, tras asistir a un evento de parapente; José Gabriel y su inseparable “Juan Robles”; Tote y el Cuñaísimo, Jose, nuevo en nuestras lides, pero no en otras más peligrosas; Sera, el gran maestro Jedi del alpinismo; Jorge, el incombustible coleccionista de salvajes aventuras, y en último lugar, un servidor.

Salvo los dos primeros, Miguel y Jose Gabriel, el resto quedamos donde siempre, en Canal Sur, estando casi puntuales a la hora convenida, media tarde. Nuestra intención era llegar a una hora relativamente prudente al Albergue Universitario, para aposentarnos, esperar a nuestros compañeros y cenar antes de irnos a la cama temprano. Como es lógico, estos planes siempre tienen algunas variaciones inevitables.

Arrancamos motores, dividiéndonos en dos vehículos y dirigiéndonos hacia Granada. En esta ciudad había que hacer una parada técnica: Jorge quería hacer unas compras, como el Pretty Man del alpinismo que es. Y a Sprinter que nos fuimos. Buscaba un par de zapatillas de correr, vamos unos tenis de toda la vida que decimos en Almería. Como es algo que no es para pensárselo a la ligera se probó todos los pares que había en la tienda, hasta los de mujer y niño, daba igual que no le estuvieran bien. Era como el cuento de la Cenicienta pero al revés, el príncipe en este caso lo que buscaba era su zapatito de cristal. Y al final encontró no un par, sino dos (esas agresivas ofertas de segundo par al cincuenta por ciento surte efecto). Cuando por fin vimos que había pasado la tarjeta, rápidamente maniobramos protegiendo sus flancos para que no hubiera arrepentimiento, y como guardaespaldas de algún potentado banquero, salimos pitando del recinto escoltándolo hasta el coche, que no quedara ni un resquicio de duda o indecisión.

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La Sierra al fondo estaba envuelta en una nube muy fea, pero fea fea, de las de difícil mirar. Así que sabíamos que allí arriba la cosa no estaba muy fina, al contrario que en la ciudad, donde el calor apretaba de lo lindo. Y así lo fuimos comprobando conforme tomábamos altura: la temperatura comenzaba a disminuir hasta los dramáticos 4 grados, y llegando a nuestro destino, la niebla nos envolvía. Y claro, bajamos muy chulitos de los coches, con nuestras mangas cortas. Nunca he visto a nadie que se ponga algo de abrigo tan rápido como lo hicimos nosotros, y eso que teníamos la ropa en la mochila/maletas ¿Puede ser que atravesemos los tejidos sin abrir las cremalleras? Esa tarde pensamos que sí.

Tomamos posesión de nuestra habitación tras confirmar los datos de la reserva y de que nos entregaran “La Llave”, o mejor dicho, esa peculiar abrecancela amarrada a un bloque de hierro macizo que entre dos tuvimos que subirlo a la habitación. Nuestras literas corridas forman tres pisos. La de arriba se la queremos sortear, o bien a los que presumen de escaladores experimentados o a los que quieren cenar opíparamente unas fabes al infiernillo.

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Es un lujo tener el salón casi para nosotros solos, con la chimenea encendida, la televisión de pago a la carta y el mando a distancia para elegir lo que más nos apetezca y que por democracia unánime se queda en ver películas de estreno. Pero la perfección es absoluta cuando el encargado nos dice que antes de preparar la cena para el resto de huéspedes, nos abre el bar para que bebamos o comamos lo que le pidamos. Obedientes, le pedimos unas cervezas que sentados cómodamente y acompañadas de unas patatas fritas, son el mayor delicatessen que uno pueda pedirse; no necesitamos más.

A esas alturas ya habíamos contactado con Miguel, que venía en su furgoneta, donde dormiría, y con Jose G., que a trote de su Juan Robles se aproximaba hacia nuestro punto de encuentro. Y lo hizo, justo cuando la niebla iba desapareciendo, con lo cual, ya no supimos si ésta lo hizo porque el J.R. la desintegró a su paso, o porque era lo natural que tocaba en ese momento. El atardecer, espectacular, para estar echando fotos hasta que se te disloque el dedo.

Sacamos a la intemperie, una vez instalado el sexto componente de los que íbamos a dormir allí, las vituallas para darnos una cena que nos diera fuerzas en la vigilia que nos iba a tocar hacer, porque lo que se dice horas de sueño iban a ser escasas. Lo infiernillos funcionaron de manera desigual, consiguiendo los dos Joses unas maravillosas sopas, mientras yo me peleaba por conseguir unos decentes tallarines a la carbonara. Fue la primera vez que probé la sopa de tallarines.

Entre meneo y meneo de sopa, llegó Miguel y se agregó a nuestra tertulia manduca. En verdad no éramos aún conscientes que nos quedaban pocas horas para las cuatro de la madrugada, así que el irnos a la cama se nos hizo difícil, pero por fin conseguimos cerrar los ojos. Nos esperaba un gran día.

Amanece. Bueno, mejor dicho, suena el despertador a las cuatro de la mañana y está todo muy oscuro. Crees que es una broma de mal gusto, pero no, irremisiblemente no puedes remolonear en la cama y hay que tocar diana al resto de compañeros. Somos espectros que lentamente nos vestimos, vamos al baño e intentamos hablar en voz baja y no hacer ruido, cosa a veces difícil. Y llega la decisión ¿qué me pongo? Seguro que fuera hace un frío que congela hasta a los cubitos, así que hay que echar toda la artillería.

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Fuera tampoco hace tanto frío y conforme empecemos a andar nos va a ir sobrando ropa. Miguel está ya listo y espera pacientemente a que vayamos bajando al vestíbulo del Albergue. Lo llevamos todo, así que, “to tiezo pa’rriba”.

Es de noche, y eso produce una sensación placentera: no hay viento, hace frío pero se está muy bien y Granada tiene su traje de noche, con sus luces allí a lo lejos. Aún no hemos tocado nieve, pasamos por la imagen de la Virgen que sirve de pórtico de entrada a la aventura. No hay marcha atrás. El silencio se ve roto con el familiar y deseado crujir de la nieve sobre nuestras pesadas botas. Vamos charlando, pero a veces callados, porque son momentos para disfrutar, aún queda para el amanecer y nuestros frontales son la única guía que tenemos. Yo creo que es unánime la sensación de libertad, de sosiego y de placer entre todos los que estamos allí. Incluso Jorge se limita a llevar su  frontal y no sacar la espada láser.

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No tiene mucha complicación e historia llegar hasta las Posiciones del Veleta, ni tampoco mucho que contar. Vamos subiendo hasta ese punto, a veces con algunos montañeros, que como nosotros, han madrugado, buscando, tal vez, otros destinos distintos al nuestro, o el mismo, quien sabe. Lo comprobaremos cuando estemos allí.

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El sol ya ha hecho acto de presencia, creando un ambiente mágico, onírico y llenando de vida el mundo. Sus primigenios y tímidos rayos nos calientan y animan a seguir y cuando comienza a tomar protagonismo, llegamos a las Posiciones. Toca esperar, ya que otros han llegado antes y están montando el tinglado para bajar. Mientras, aunque con frío, nuestros ojos se posan en el maravilloso Corral del Veleta, en la cantidad de nieve, pero también en los vestigios de los grandes aludes que se han producido, y eso nos hace tomar conciencia de dónde nos vamos a meter. El Cerro de los Machos, y su corredor, a mí personalmente me vigila, y yo a él, no nos quitamos ojo, como en esos duelos a media tarde en el Lejano Oeste. Toca estudiar todos sus movimientos y no dar ningún paso en falso que lo ponga en ventaja.

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Les cedemos el turno a tres que van a hacer el canuto del Veleta, cosa que nos agradecen pero que nos aconsejan no volver a hacerlo, y por fin, nos llega el gran momento. Uno de los puntos clave del día. Sera lleva ya un rato frotándose las manos, y no precisamente por el pelete que pega a esas horas y en ese sitio. Se encarga de montar todo el tinglado y como en la carnicería se va pidiendo la vez. Tote hace de avanzadilla para ser el punto de apoyo en la base del rápel. Llega al suelo no sin antes sufrir algún que otro contratiempo con la cuerda pero que gracias a su experiencia logra solventar holgadamente.

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El siguiente en la lista es Jorge, que cámara en casco se dispone a estrenar en estas lides. Bajo la atenta mirada de Sera y dándole éste claras y precisas instrucciones baja. Los minutos pasan eternamente, pero por fin escuchamos por el walkie que se ha reunido con Tote. La colectiva respiración contenida explota y un gran júbilo y regocijo se palpa. Houston es una fiesta estruendosa. Le siguen Jose G., Jose el cuñaísimo y Miguel, que  bajan sin problemas.

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Me toca a mí, mientras, otro grupo de tres ha rapelado usando un parabolt a nuestra derecha, y le enviamos la cuerda. Ellos también van al canuto del Veleta. Bajo pegando saltitos y con gran velocidad, pero pronto mentalmente me digo que no me emocione mucho, que no pertenezco a los Hombres de Harrelson y que son muchos metros los que quedan. El brazo se carga y entran ganas de pisar terreno más estable. Toca sortear una grieta de nieve muy fea pero con un pequeño salto más arriba se queda. Me reúno con Tote.

Sera se merienda el rápel y bajamos los tres a reunirnos con el resto. Si arriba nos estábamos quedando pajaritos ahora sobra ropa. No hay viento y el corral hace de olla, cociéndonos poco a poco. Nos colocamos en un buen sitio para desayunar lo que nos habían preparado en el Albergue y nos disponemos a salir dirección al inicio del corredor. Tenemos que tirar casi de Sera porque el canuto del Veleta le atrapa con cantos de sirena, allí tan blanco, tan majestuoso, tan imponente, pero tan vertical… el año que viene le damos candela.

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Ahora toca ir tranquilos, pero no tanto, la nieve comienza a ablandarse con el aumento de la temperatura y la presencia de restos de aludes nos obliga a apretar esfínteres y no entretenernos. Hay grandes bloques de nieve, así que mejor pasar rápido.

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Con un pequeño pero apretado destrepe en nieve nos asentamos en la base del corredor. Aquí ya la nieve no nos gusta nada, muy húmeda y se deshace con facilidad. Tenemos que hundir pies y piolets hasta el fondo para afianzarnos lo mejor posible, aunque siempre dentro de la precariedad.

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Sera va enchufado, seguido de Miguel, Jose, Jorge, Tote y Jose G. Yo cierro el grupo.

Ha llegado el momento. Me mentalizo a que esto no va a ser igual que el año pasado, me tranquilizo, pero la tensión la llevo muy latente. Sé que necesito estar concentrado, esto es entre el corredor y yo, entre la nieve y la montaña y un insignificante hombre. Tengo muchas cosas presentes, y eso me hace que por cada movimiento que hago, tres los tengo bien sujetos. No suelto uno hasta tener los otros agarrados. Y así avanzo, metro a metro, segundo a segundo, pioletazo a pioletazo. Cada patada con los crampones a la nieve incrusta mis pies lo más adentro en ella y me aleja de mis “vicisitudes”. No tiene muy buena pinta el corredor, es un caos de nieve heterogénea, con bloques y descompuesta en muchos sitios, pesada en otros y dura en las umbrías. Sigo metiendo mi piolet en las entrañas de la Bestia, es una batalla entre un minúsculo David y un blanco e imponente Goliath.

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Comienzan a caer pequeñas cantidades de escorias de nieve, buscando el valle. Nos protegemos. Sé que esta vez no me toca, todo lo contrario, tengo que subir y llegar hasta al final, y lo consigo. Podemos sortear todas las dificultades y por fin celebramos la salida de este particular infierno. Ahí quedan mis fantasmas más amargos, alejados a golpe de piolet y de patadas con más alma que fuerza. Las botas se me han aflojado del ajetreo que les hecho pasar.

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El premio nos espera: unas vistas increíbles de todo lo que nos rodea, platos de lujo con el mantel más blanco que uno pueda desear. En el grupo es todo euforia y celebración. Jose va un poco tocado pero aguanta el tirón. Sera, que ha perdido los guantes, y Jose G. ya están viendo por dónde tira la Fidel Fierro por si eso de que hagamos el año que viene el Corral del Veleta, vamos a ver. Don Erre que Erre es un hippie pasota de la Cala de San Pedro al lado de ellos. Tendremos que contentarlos algún día por supuesto.

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Disfrutamos de un merecido descanso, pero sin demorarnos mucho. Hacemos fotos, grabamos en vídeo, tomamos algo de aliento, otros desbeben, pero descartamos hacer el cerro de los Machos, pues supondría una ida y vuelta y el consiguiente retraso. Así que toca otra de las fases delicadas del día: la travesía por el Paso de los Machos.

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Hace mucho calor, el sol da de lleno y el estado de la nieve empeora a ojos vista. Mientras la travesía es horizontal no existe mucho problema y pasamos bajo el Zacatín y el Salón paseando. Pero a la altura del Veleta la cosa comienza a cambiar. Las cornisas de arriba no son una visión muy apetecible precisamente, sobre todo porque pueden desmoronarse en cualquier momento, así que apretando que es gerundio.

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Cuando miramos hacia abajo vemos que cualquier fallo puede suponer caer muchos metros, y en algunos tramos a lugares que no nos gustan ni un pelo y de consecuencias fatales. Así que, de nuevo concentración, medir los movimientos milimétricamente y no pensar en otra cosa que en lo que estás haciendo. Tote sufre un desafortunado resbalón que le deja un recuerdo en forma de labios reventados que sólo queda en un susto (y que luego parecería el hermano pequeño de Carmen de Mairena). Jorge y yo esperamos a que se recupere y proseguimos. La fila se alarga y vamos desfilando lenta pero continuamente. Es ahora cuando piensas que por qué estás allí, cuando podrías encontrarte en cualquier lugar mucho más cómodo y seguro. Vale, de acuerdo, pero después no tendría esa satisfacción interior que provoca enfrentarte con tus límites.

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La gran cornisa de nieve quiere abalanzarse contra nosotros, y es cierto que cuando te paras, en el tenso silencio pueden oírse sus crujidos y sus lamentos. Últimos metros, y ya estamos a salvo. A esas alturas yo ya tengo la cabeza para explotar. Son muchas horas al sol y tenemos hambre y cansancio. Hemos coincidido con el grupo que rapelaron a nuestro lado, entre ellos, como no podría ser menos un personaje peculiar: montañero curtido a su estilo particular, que como el Tío de la Vara cruza vasares imposibles a golpe de energía madura y sabia. Con su cámara inmortaliza los grandes escenarios de Sierra Nevada, su fauna y sus singularidades. Como le han dado cuerda, mientras nosotros alimentamos el buche, es nuestra emisora de historias montañeras. Bellas historias con vacas, lagunas y neveros, que a varazo limpio ha surcado y con su particular cámara analógica ha guardado (aunque luego en la tienda le velaran los carretes en más de una ocasión).

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El refugio de la Carihuela se encuentra aún sepultado con una entrada excavada que para lo único que ha servido es para que los cerdos dejen allí sus pertenencias. Por nuestra boca no salen las maldiciones que por dentro pensamos, ya que estamos comiendo y somos de buena familia. Pero todos coincidimos que haríamos con los dueños de esos detritus, y precisamente muy bien parados no saldrían.

Se hace tarde, pero por suerte toca un largo y cansino paseo, sin mayor dificultad hacia los coches, y acompañados por nuestro nuevo amigo durante un buen tramo iniciamos el regreso. Ya vamos cansados, y poco a poco nos vamos despojando de todo el cacharrerío que llevamos encima. El sol aprieta ya de más, te dan ganas de decirle algo. Algunos suben hacia el Veleta, unos bien preparados y otros buscando alocadamente unas quemaduras de primer grado en su orondas barrigotas que lucen orgullosos ante la letal radiación ultravioleta de estas altitudes. Todo sea por presumir el lunes de “no me toques la espalda que me he quemado”. Las imprudencias de la montaña, oiga.

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Casi ningún esquiador, podemos decir que la sierra es nuestra, y si no fuera por los remontes, sería una gozada. Aunque parezca mentira, empezamos a pensar que estamos hasta el gorro de nieve, pues vamos a paso de elfo/orco (pisas casi sin rozar la nieve en un paso, y te hundes hasta las ingles en el siguiente). El primer contacto con el asfalto duro ya supone una delicia para nosotros, quién nos lo iba a decir. La lengua pide a gritos ser refrescada, y en nuestros pensamientos se transfiguran todo tipo de botellas rezumando fresca humedad, y conteniendo distintas fermentaciones hidratantes.

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La Hoya de la Mora hierve a medio gas, nada que ver a hace unas semanas, pero aún así, tiene muchos visitantes de distinto pelaje, pero predominando las familias, que algunas se asustan al ver a los astronautas que no saben muy bien de dónde hemos salido.

Los coches, allí siguen, para que hagamos el strip tease alpino con el que ponernos, con menos gracia que un chiste contado por Calamardo, ropa limpia y fresquita y quitarnos esas botas que ya nos están cociendo los pinreles, saliendo de ellas mejillones al vapor recién hechos.

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Y por supuesto, a sentarnos a disfrutar de unas merecidas bebidas fresquitas, con vistas al Veleta. Desde esa perspectiva, cualquiera diría que nos hemos tirado 12 horas dándole a la bota. Al final, ha resultado bien la operación. Algunos nos hemos vuelto a enfrentar con nuestras “vicisitudes”, otros ha conocido al monstruo, otros han apuntado una más en su palmarés, pero al final, todos hemos sido protagonistas de esta película que por lo menos, tiene asegurado el Oscar a los mejores escenarios: Sierra Nevada.