Author: Motorizer
•lunes, julio 25, 2011
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23 de julio de 2011.

A la tenue luz de mi frontal, escondido en mi saco escribo estas breves líneas de diario de bitácora antes de irme a la cama.

Cerramos la temporada ya metidos en época estival, con algunos neveros resistiéndose a derretirse ante el incesante calor veraniego. Y mi calenturienta y enfermiza mente fraguó una ruta titánica, descomunal, terrible, digna de auténticos y épicos héroes griegos. El gran Vasar del Mulhacén era uno de nuestros objetivos, pero adornado primeramente con una bajada a la laguna de la Mosca con su posterior subida y un ataque a cima desde la este al Mulhacén. Todo eso con su aproximación por supuesto. Al final, la realidad se impuso pero no por ello estamos decepcionados, sino todo lo contrario.

Ya hacía unas semanas que se venía preparando el evento. El número de participantes de la ascensión era un baile de bajas e incorporaciones, y el elenco de selectos alpinistas que desfilaron por este casting, enorme.

Al final quedó la cosa clara: Un potente contingente germano acompañaría a Maite. Sera lideraría junto con Tote y Rafa el equipo masculino, para montar el campamento de altura en la Caldera, mientras que yo, humildemente coordinaría el impresionante equipo femenino de alpinistas de AFP. Luis Pasang Sherpa se sumaría más tarde dirigiendo el prometedor grupo de jóvenes alpinistas y ambos grupos pernoctaríamos en el CB del Poqueira.

Así que, ya configurado el número de participantes, esperamos impacientes que llegara la hora de partir hacia Capileira: Yo fue el elegido de transportar equipo femenino en mi coche (una triste melodía heredada del Un dos tres cuando perdías un gran premio sonó en el contingente masculino), compuesto por Olga, Eva y Piedad. Sera, por el contrario, conduciría el coche con más olor a macho de la Sierra, escoltado por Rafa y Tote. Quedaban por llegar dos de los alemanes, Hannes y Jan, y con su germánico vehículo encontraron por fin el punto de partida. Tras las presentaciones tomamos carretera hasta  parar en una gasolinera a pie de autovía donde comer unas tostadas con forma de patera. Nos esperaba una jornada intensa.

Tras 251 kilómetros de autovía, carretera y curvas y más curvas, atravesamos Capileira y su animoso ambiente y con una temperatura agradablemente fresquita. El parking de la Hoya del Portillo está a tope, ya sabemos lo que nos espera. Allí se encuentran Martin y Maite que llevan algún tiempo aguantando vela hasta que llegáramos.

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No hay tiempo que perder, nos ponemos las mochilas a las espaldas y nos dirigimos al Poqueira. Como siempre, en frío, la subida se hace durilla, menos mal que es entre pinos. Mientras uno va con sus pensamientos no se percata que detrás de uno viene una serpiente multicolor de personas que comparten camino. Por un momento pensé que me había equivocado al contar a mis compañeros de expedición. Pero no, son otros grupos que han coincidido con nosotros. Su misión no es la misma que la nuestra, en el peso de sus mochilas, si las llevan, se nota. Cuando ven que pueden, empiezan a adelantarnos.

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Llegamos al cortafuegos y hacemos la primera reagrupación. Martin aparece en la lejanía porque ha tomado un desvío para hacer fotos. Nos falta Jan. Tote nos dice que el teutón de pelo alborotado se ha quedado atrás porque le han aparecido ampollas por culpa de las botas que lleva, pero que sube en unas playerísimas chanclas. Pero le echa bemoles y sube, quiere subir. Como diría Obelix, están locos estos germanos.

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Seguimos hasta el refugio ya por un camino que se hace agradable, nos hemos quitado lo más feo de la subida y ahora toca relajarse con el paisaje, entre los pinos, con una temperatura de libro y vistas que nunca nos cansamos de ver. Son cerca de 8,5 kilómetros en su mayoría tranquilos, comenzando la bajada hasta el refugio con las tripas rugiendo y con clamor de cerveza fría.

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El Poqueira nos acoge con sus puertas abiertas. Hay que reponer líquidos y ni Tote ni Sera han perdido el tiempo. Mientras nosotros estamos desabrochando las hebillas de nuestras mochilas, ellos ya están sentados en una mesa con media lata de Alhambra bebida y un plato de pasta dónde sólo quedan unas migajas. A mí me reclaman en recepción para organizar el tema de las reservas, y para mis adentros pienso que ese trámite se aligere lo máximo posible porque mis relamidas por una fría cerveza están empezando a ser virulentas. Al final recibo mi premio, y me siento con mis compañeros. Los alemanes vuelven a hacer un singular gesto de extravagancia pidiéndose un Colacao caliente para acompañar las palomitas.

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Nos relajamos lo suficiente para no quedarnos a echar la siesta, puesto que aún nos queda portear el material para el Campamento Base Avanzado, y así de paso aclimatar para el siguiente día. Así que cogemos lo que necesitamos y nos encaramos hacia la subida por el río. Chanclete sigue con sus ampollas, así que su calzado más técnico se reduce a una fina lámina de goma con un soporte para los dedos. Pasamos por estrechas veredas entre peligrosas ortigas, que piden a gritos carne desnuda para dejar su ponzoñoso regalo. El resbaladizo barro puede también jugarle una mala pasada a Jan, pero sigue subiendo apoyándose en sus bastones.

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El río está espectacular y la subida aún más. Poco a poco vamos avanzando metros y altura, hasta llegar a los borreguiles donde la pendiente se apacigua un poco y nos permite deleitarnos con estos bucólicos paisajes. Las lagunas rebosan agua y son sitios perfectos para pasar la noche. A veces llegamos a pensar que los que van a dormir aquí son auténticos privilegiados.

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La Caldera espera, allí está, pro funda, oscura… y fría, helada. Mientras unos hacemos fotos a las cabras o simplemente descansamos, nos tomamos una inocua e inocente barrita energética, los alemanes sacan su idiosincrasia de europeos norteños y como sus rubias madres los trajeron al mundo se lanzan a las gélidas aguas. Pero, pero, ¿esto qué es? ¿No hay ningún español que defienda nuestro orgullo patrio? ¡Que hemos sido campeones del mundo! Y ahí renace la bestia dormida de los Filabres, del Serón más indómito; Sera comienza a lanzar su ropa de un lado a otro, con el Hot Stuff de Donna Summer de música de fondo, mientras se dirige a la orilla, y ¡zas! al agua de cabeza, a chapotearles a los fabricantes de Paulaner, que no se diga de la furia española. No hay más tiempo para escenas Alpujarra’s Brokeback Mountain, porque no tardan mucho en salir y buscar sus ropas para abrigarse. Desconozco si alguna de las féminas presentes pudo comprobar el efecto de las bajas temperaturas sobre las partes bajas o nobles masculinas.

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Algunas cabras entablan amistad con Eva que no consigue relajarse sobre una roca que debe ser muy atractiva a las monteses. Con un furibundo bufido zanjan sus diferencias los cornudos machos con nuestra impresionada compañera.

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Dicho esto, por la hora que era tomo la decisión de intentar contactar con Luis Pasang Sherpa, confiando en que no existe la posibilidad debido a la distancia y que nuestros walkies no son “pofesionales”. Todo el mundo se asombra al ver mi cara cuando Luis responde a mi llamada: mis ojos son dos discos de vinilo incrustados en mis cuencas; la boca es una cueva abierta. No es posible, pero sí que lo es. Me comunica que está a dos kilómetros del refugio.

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Por la hora que es, decidimos regresar al CB del Poqueira, dejando a los valientes custodiando el Avanzado que ya hemos bautizado como Kalapatar Negra. No sin antes hacernos foto de grupo en la Caldera.

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Mientras se dirigen al Collado del Ciervo nosotros tomamos la pista hacia el refugio. Coincidimos con Jose que viene con su bicicleta y que dormirá también con nosotros. Le hace ilusión hacerse una foto en la laguna, así que se despide de nosotros hasta la cena (luego nos adelantaría para envidia de nuestras castigadas piernas).

Aquí comienza la aventura del regreso, pues mientras es por la pista todo es muy bonito, relajado y bucólico. Pero, si queremos llegar a tiempo para antes de la cena hay que atrochar. Debemos convertirnos en bestias serranas, olvidarnos de transitar por cómodas veredas que hemos conocido hasta ahora. Todo un reto para nuestras rodillas. Entre piornos y enebrales buscamos huecos donde zampar nuestras botas. Una lucha de titanes contra el hostil medio. Allí no hay senda ni trocha ni nada que se le asemeje. El refugio está aún a tomar… eso mismo y el cansancio comienza a hacer mella, aparte de ir contrarreloj para llegar a tiempo a coger sitio en el comedor. Este sufrimiento acaba justo cuando pisamos el carril. Volvemos al Poqueira.

Nos encontramos con Luis Pasang Sherpa, que me cuenta que ha hecho honor a su pueblo, portando su mochila, la de su mujer y de sus niños, amén de los respectivos sacos. Hacemos la ceremonia del chocolate 72% de cacao tan típico de esta formidable raza y nos preparamos para la cena, no sin antes ducharnos y ponernos ropa cómoda. El comedor está petado, no cabe ni Fido Dido. Buscamos huecos por donde sea. Eva y Piedad se ponen con nuestro amigo Jose el “Paloma” que ha subido por su cuenta y riesgo, al puro estilo Messner. Olga y Jose nos han guardado sitio en una íntima mesa a Rafa y a mí, junto a dos eruditos y trillados montañeros. El grupo de jóvenes alpinistas tiene reservada mesa en la terraza del restaurante al aire libre, que en verano sería un lujo si no fuera por el pequeño detalle de que estamos a 2.500 metros de altura y tener puesta una gruesa chaqueta es algo obligado.

La opípara cena pasa a la tertulia post-comida, donde me acorralan dialécticamente nuestros vecinos comensales, que entre buchitos y buchitos de vino del terreno comienzan a disertar sobre la esencia de la vida, de la crisis, de la ética y demás temas místicos que en otras ocasiones hubieran estado más interesantes aún, pero con apenas 4 horas de sueño y varios kilómetros de carretera y de andurreo no es lo más apetecible en este momento. Nos despedimos y buscamos nuestro catre. Mañana será el gran día.

24 de julio de 2011

Amanece que no es poco, pues después una noche de juerga forzosa los ojos no han llegado a cerrarse del todo ni con grapas. Suena el primer despertador y sé que dentro de media hora deberíamos estar funcionando. Espero. Suena el segundo despertador y es la hora de levantarse, pero no se oye ni mu en la habitación. Juego a ser magnánimo y dejar al personal dormir un poco más. Pero yo ya no puedo, así que me levanto, oteo la habitación y nadie se mueve. Salgo afuera y ya empieza a haber brío en el comedor con los desayunos. Vuelvo a la habitación. Los niños sí que están despiertos, Rafa, sin embargo no se menea. Poco a poco como si de un campo de crisálidas se tratara surgen de sus sacos cabezas somnolientas. “¿Qué hora es?” Me dice alguna de esas cabezas. “Hora de levantarse” digo yo.

Saco mis vituallas y me pongo cómodo en la puerta del refugio. Hace un día espectacular y mi surtido de dulces del Hacendado es el complemento idóneo para el desayuno más perfecto que uno pueda sentir. Sale Rafa, sale Luis Pasang Sherpa. Desayunamos todos.

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Hoy parece ser un buen día de cumbre. Hacemos las puyas habituales lanzando el arroz que cogimos la noche anterior en la cena y lo lanzamos al aire a modo de ofrendas a los dioses de la montaña. Partimos hacia la cumbre.

Hemos optado por no usar oxígeno suplementario. Y el gominolaterol que portamos no es impedimento para se nos atribuya la cima como válida.

Volvemos al río, intentando contactar con el campamento base avanzado de la Caldera, pero no hay noticias de ellos. Por ahora no nos preocupa por la lejanía entre ambos grupos. La subida es como un deja-vu, pasando por las mismas piedras, las mismas ortigas, el mismo barro. Cuando pasa lo peor de la subida, en mi walkie consigo escuchar una tímida llamada del Campamento Base Avanzado. Están vivos, y un hurra colectivo sale de nuestras bocas. Rebosamos de alegría y algarabía. Les decimos que nos vemos en el collado del Ciervo para afrontar la subida. Pero conforme subimos surgen las dudas: mucho avanzar para luego tener que subir, así que cambiamos el punto de encuentro por el Segundo Escalón, justo al pasar el Paso de los Franceses. Tote y Sera son los primeros en llegar, y Maite junto a Martin y Hannes salen más tarde. Jan ha decidido que sus chanclas no van a resistir la imponente subida una segunda vez, puestos alemanes prepararon las cuerdas fijas el día anterior haciendo cumbre.

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Así que tras tomar un poco de gominoalterol, subimos entre jadeos y jadeos los 300 metros que nos quedan a la cima. El oxígeno empieza a escasear y se nota. Nuestros movimientos se hacen más lentos y pausados, el mal de altura amenaza en cada esquina y creemos que se nos manifiesta cuando vemos bajar a tres niños pequeños correteando por la loma. No es una alucinación, es verídico y Jose el “Paloma” pide a sus padres que le amputen las piernas que no pueden darnos esos disgustos.

Últimos metros y ¡voilá! En una roca, un expendedor de tickets de la carnicería del Mercadona nos espera para coger número para hacernos foto de cima. No sé como la cumbre no se desmorona con tanto peso. El chorreteo de gente, ya sea andando o en bici es continuo. Así que ese momento de gloria en lo más alto de la península se convierte en algo efímero por el hecho de que todo el mundo tenga la oportunidad de catar esa sensación. Pero para eso están las fotos, que congelan ese momento eternamente (o hasta que se te borre del disco duro accidentalmente).

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Descansamos, contemplamos el paisaje, hacemos más fotos, en fin, disfrutamos de ese marco incomparable. Pero no puede durar toda la vida y hay que volver, y volver para estar a tiempo y recoger nuestros bártulos del refugio. Además, la cumbre no se alcanza hasta que no se regresa. Así que tomamos la decisión de hacerlo por la parte sur, pero a Tote no se lo decimos y el baja de nuevo por la este.

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Todo muy bien, “intuyendo” un sendero que nos baja por lajas gigantescas de piedras, encontrando restos de hierros oxidados de tal vez un coche o un avión, hasta que llegamos de nuevo al carril del día anterior. Gabinete de crisis. No tenemos muchas ganas de volver a pasar las mismas penurias. Será arranca por la directa al refugio junto al “Paloma” y detrás de ellos, Martin y Maite. Nosotros, el resto, seguimos un poco más de carril hasta que de pronto volvemos a ir campo a través. Otro infierno de bajada salvaje que se salda con un agotamiento y sufrimiento de rodillas y pies únicamente solventable con una cerveza fresquita en el refugio.

Llegamos y eso es lo que hacemos. Hidratación es lo que nos pide el cuerpo, pero no nos pide la cuenta del refugio. Tote acaba de llegar porque ha estado jugando a bajar y subir cuestas, pensando en que lo seguiríamos y al no hacer, subía al carril, bajaba a la laguna, subía al carril, bajaba a la laguna, hasta que se dio por vencido.

Es hora de sacar los cuartos y con la ayuda de una calculadora ajustamos lo que cada uno tiene que apoquinar. Nos regalan unos mapas de la zona, al más puro estilo calendario chino, cosa que agradecemos, y procedemos a partir. Maite y Martin se han ido un poco antes porque pretenden llegar hasta Capileira por el río. Así que a Eva le toca llevarse su coche hasta el pueblo.

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Regresamos, ya algo cansados, y el primer tramo se hace algo duro, hasta que consigue suavizarse y discurre apacible pero interminablemente. Las ampollas de más de uno comienzan a dar por saco, un doloroso recuerdo de la cima, de esos que no encuentras en las tiendas de regalos pero por las que gracias a ellas no se te olvidan donde has estado este fin de semana.

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Tomando el cortafuegos ya tenemos la referencia que eso es lo último antes de llegar a los coches. Un alivio para nuestros doloridos pies. Pero el final de la ruta no se va a dejar vencer fácilmente, así que la montaña parece ralentizar el tiempo, nuestros pasos, nuestra conversación, como una cinta vieja vhs más vista que el primer episodio de Verano Azul. Los coches los vemos, pero no parce que avancemos mucho. Pero sí, hemos llegado, estamos abajo. Dieciocho kilómetros y medio después desde las 8 de la mañana, y más de 1.000 metros de desnivel.

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Quitarse las botas supone el mejor momento del día. En mi caso justo antes de que mis dedos comenzaran a hervirse como unos garbanzos en cocido Maragato.

Ya sólo toca celebrarlo en el pueblo. Luis Pasang Sherpa se nos despide pues tiene a la familia esperando desde por la mañana, así que en uno de los bares que ya hemos tomado algo más de una vez, con una acalorada discusión sobre igualdad de sexos, saciamos nuestra sed y hambre todos juntos, celebrando que una vez más la montaña nos ha dejado acariciar su cogote, un cogote con el que casi podemos tocar el cielo. Y este día, sin oxígeno y en estilo alpino-alpujarreño, lo volvimos a tocar.

Author: Motorizer
•martes, junio 15, 2010

Al filo de lo posible

Hoy es 13 de junio y nieva, no hace excesivo frío, pero voy abrigado mientras mis pies dan un paso tras de otro, y oigo el continuo repiqueteo de los crampones al chocar sobre el helado suelo que está cubierto de un inmaculado manto blanco. Mi chaqueta también está adquiriendo por momentos ese gélido color. Nadie habla, solo escuchamos, escuchamos el gran silencio sólo mancillado por nuestro lento y cansado avance.

Esto parecería un pasaje de alguna novela de montaña o de un lugar muy lejano, pero sin embargo se trata de parte de la experiencia que ayer tuvimos la suerte de protagonizar. Alguno dirá, “sí sí, ya ya, en el sur de la Península, casi metidos en verano, y llega el notas éste y nos cuenta esta milonga. ¿No te habrías fumado algún trócolo en la playa y, junto con los efectos de calor, sufriste alucinaciones?” Pues no. Hablo de Sierra Nevada, de junio y del nevazo que nos cayó subiendo al Mulhacén. Es lo que tiene la alta montaña, imprevisible.

Unas cuantas semanas antes, Manolo sugería volver al Poqueira e intentar hacer cumbre en el Mulhacén. Esperanzados en que ya casi metidos en el agobiante verano, la nieve no iba a ser un obstáculo para conseguir el objetivo. Claro, esto a tanto tiempo vista era lo más lógico y previsible. Nada más lejos de la realidad. Unos días antes, una bajada considerable de las temperaturas anunciaba lo que luego corroboraron todos los pronósticos meteorológicos. Iba a estar animado el fin de semana y había que llevarse toda la cacharrería.

Unas bajas de última hora redujo el grupo a Miguel, su cuñado Paco, más conocidos como el Comando Ejido, Sebastián, Carmen, Carmen Jr, Maggie como la Happy Family, Luis y Manolo por el equipo de los Tigres, y , Jesús y yo, por el equipo de los Leones.

Puntualmente nos recogía Manolo en el punto de partida a Jesús y a mí, para posteriormente sumar a nuestro grueso a Luis, que nos esperaba en Aguadulce y donde intentamos hacer un Tetris en el maletero con todos los bártulos. En el Ejido, Miguel y Paco esperaban en otra gasolinera distinta a la que llegamos (bueno, para eso están luego los teléfonos móviles). Sebas, las Cármenes y Maggie habían partido antes hacia Capileira.

Tras las presentaciones de rigor, enchufamos el rumbo hacia Capileira, por esa “maravillosa” autovía que une tan cómodamente Almería con Málaga desde hace tanto tiempo. El tiempo lo veíamos desde Motril ya algo negro, con la sierra cubierta de una espesa cortina de nubes. Pasado Órgiva, el termómetro comenzó a bajar dramáticamente, más propio del otoño que del cuasi verano alpujarreño. Sin demora pasamos el pueblo de Capileira, viendo como el personal iba abrigado, y cogimos el carril hasta la Hoya del Portillo, con ligeras gotas cayendo sobre los coches.

Al filo de lo posible

En el aparcamiento ya sacamos todos el equipaje de batalla para protegernos de un chubasco inminente, mientras Jesús se ponía en contacto con Sebas, el cual le comunicaba que  habían salido ya, pero lo habían hecho por la Cebadilla, camino totalmente desaconsejable hoy en día para subir al refugio. Decidimos esperarlos algunos y el resto que tirara para arriba. Por suerte, la demora no fue mucha, y en poco tiempo estaba ya el grupo “arrenjuntao”.

Al filo de lo posible

A pesar de lo plomizo de la jornada, los paisajes sacan su mayor belleza en estos momentos, y agradecemos en parte no tener un sol de justica que castigue nuestras cabezas, sobre todo cuando llevamos tanto peso encima. No es por nada, pero no sé que nos ocurre tanto a mi hermano como a mí, que acabamos llevando siempre un mochilón, más propio de una expedición al Himalaya, a las espaldas. Como siempre, gana por k.o. técnico Jesús.

Al filo de lo posible

Al filo de lo posible

La subida es cómoda y las vistas, espectaculares. Todavía no hemos llegado a la nieve, pero ya se intuye la gran cantidad que hay. Los valles llevan una gran cantidad de agua, el deshielo está siendo generoso.Al filo de lo posible

Al filo de lo posible

Hemos calculado más o menos la hora de llegada al refugio, que poco a poco lo vamos viendo más grande, pero antes, hay que sortear los primeros neveros y luchar por controlar los rugidos agónicos de nuestros estómagos, pues el temprano almuerzo queda lejísimos en el tiempo, y dentro se fragua una hecatombe de hambruna de dimensiones titánicas.

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Nos sorprendemos con la grandiosidad del deshielo, y eso nos sirve de distracción para no oír el desvencijado motor diesel gástrico pidiendo jalufa. El tiempo por ahora, aunque amenazante nos está respetando, y así lo deseamos hasta que lleguemos al refugio.

Al filo de lo posible

Unos últimos metros, y el Poqueira nos abre sus puertas, o mejor dicho, las abrimos nosotros, deseando quitarnos las pesadas mochilas y fichar cuanto antes.

Al filo de lo posible

Hay ambiente dentro, pero se ve que el pronóstico del tiempo y un accidente (que posteriormente nos enteramos) ha dejado algunas plazas vacantes. Por suerte para Maggie, se permite que pueda dormir dentro, aunque para ello sea en la habitación más fría del refugio. Un detalle por parte de los guardeses. Casi sin darnos cuenta, ya estamos sentados a la mesa para meternos entre pecho y espalda un suculento surtido de calóricas viandas bien regadas con gloriosos caldos, que agradecemos de corazón.

Al filo de lo posible

Estamos reventados y poco a poco, la obligada visita al baño nos va retirando uno a uno a nuestros aposentos a descansar. Los tres últimos, Paco, Jesús y yo, cerramos filas poco después de la media noche, cuando no quedaba ni el Tato en el salón. Ahora toca intentar dormir hasta la madrugada siguiente, con la banda sonora de la Orquesta Sinfónica de Sierra Nevada interpretando el Miserere del Ronquido en Do Mayor.

Al filo de lo posible

Amanece que no es poco, y está lloviendo, vamos, una noticia genial. Valoramos la situación mientras desayunamos, y decidimos que ya que estamos, por lo menos intentaremos hacer cima, y así, dicho y hecho, a las ocho de la mañana estamos en la puerta de salida, de boxes, con toda la artillería pesada listos. Sebas decide quedarse, pues ninguno de ellos ha podido dormir en toda la noche, y no tienen el cuerpo para fiestas.

Al filo de lo posible

Al filo de lo posible

Ya no hay vuelta atrás, la pena es que sabemos que no vamos a tener vistas, pues la niebla lo oculta todo, y sin embargo, por ahora la lluvia nos va a estar dando por… eso, lo que sigue. Por suerte, el viento no tiene hoy ganas de madrugar.

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Hay quien nos mira y se descojona de nosotros, ¡que cabronas! Pero nosotros buscamos acortar hasta llegar al carril que nos conduzca a la Caldera sin hacerle mucho caso.

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El andar se hace continuo, y casi sin darnos cuenta, aparecen los primeros neveros. El primero se puede sortear bien, pero al siguiente se hace preciso ponerse de Robocop, calzarse los hierros y sacar el pincho. Y aquí es cuando, en la ardua tarea de armarse para afrontar la batalla contra la nieve aparece entre la niebla. No, no es el Yeti, ni el Big Foot, ni el Aberronchus Nevadensis; es Sebas, el último superviviente, que llega como una bala, derritiendo la nieve a su paso, como un Atila alpinístico.

Al filo de lo posible

Al filo de lo posible

Ha salido una hora después, y para colmo, ha subido por el río, mucho más empinado, y aquí está, fresco como una rosa recién regada por el rocío de la mañana. Aquí ya hay que extremar la precaución, y aunque hay huella no permite fallos.

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Estamos por el Paso de los Franceses, y el origen del nombre no nos tranquiliza precisamente. Arriba no se ve apenas nada, así que proseguimos sin pausa pero afianzando bien el piolet a la ladera. No vayamos a “vicisitudes”.

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En el siguiente nevero la cosa está más complicada, así que Sebas decide abandonar, al no llevar material. Nos despedimos de él y seguimos hacia delante. A veces, la niebla es magnánima con nosotros y nos deja entrever algunas maravillas.

Al filo de lo Posible

Al filo de lo posible

Pero pronto, el paisaje vuelve a desintegrarse entre la niebla. Estamos muy cerca de la Caldera y el collado del Ciervo se ve a lo lejos, pero vemos inviable acercarnos y decidimos tirar en diagonal para ir cogiendo altura. Miguel ha tomado un camino alternativo distinto al nuestro, y a base de vocerío montañero intentamos mantener el contacto. A esto que comienza a nevar, lo cual nos pone la cosa más complicada. Y aquí es donde empieza nuestra propia ascensión individual, con nuestros pensamientos, con nuestra nieve sobre nosotros, con nuestros pasos rompiendo el silencio. Más adelante recuperamos a Miguel para el grupo.

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Sin referencias de ningún tipo, sólo el gps de Luis nos va indicando la altura y lo que teóricamente nos puede faltar. Jesús se ha adelantado y pronto oímos su voz diciendo que ya está allí, la cumbre se puede divisar, entre la nieve, que golpetea nuestros cuerpos, y donde ahora sí que se nota el frío.

Al filo de lo posibleAl filo de lo posibleAl filo de lo posible Al filo de lo posible Al filo de lo posible

Hemos hecho cima en el Mulhacén, el techo de la península, un 13 de junio, como si fuera pleno invierno. No deseamos estar mucho más tiempo arriba, no se saca ni las cervezas que llevamos, ni nada para comer, y apenas da tiempo a coger la bandera e intentar hacer fotos, algo muy difícil por el “atosigamiento” de la nieve.

Al filo de lo posible

Al filo de lo posible

Aquí es cuando se monta un rápido y fugaz gabinete de crisis. ¿Por donde bajar? Por voluntad unánime estamos de acuerdo en hacerlo por la loma en lugar por la oeste, que es por donde hemos subido, más expuesta. Y dicho y hecho, enchufamos hacia el Mulhacén II en una cómoda bajada, a pesar de la nieve, que lo rebasamos y tomamos el sendero que se deja intuir entre el blanco traicionero.

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Pocas fotos se deja hacer el día, además de que no queremos entretenernos mucho. Conseguimos alcanzar el carril que viene desde la Hoya del Portillo, buena señal. Vamos rápido y bajamos altura rápidamente, con lo cual, la nieve se convierte en aguanieve y posteriormente en lluvia. La cosa es no dejarnos tranquilos. Encontramos el refugio del Nido de Ametralladora, una valioso recurso en caso de marrón inesperado. Por suerte, o por ser un sitio casi desconocido, está limpio por dentro.

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Desde allí, se divisa el refugio del Poqueira, es casi un mero trámite que tenemos ganas de acometer y ponernos a resguardo, cambiarnos de ropa, y devorar la comida como osos de Kodiak que se hayan tirado a dieta de biomanán un mes.

Al filo de lo posible

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Sebas y demás familia ya se han marchado, así que ahora nos toca a nosotros, pues sólo quedan cuatro gatos mal contados en el refugio. Miguel, Luis, Manolo y Paco ya han tomado posiciones en la mesa, y el último que se hace de rogar es Jesús, al que todos esperamos para que abra ese maravilloso tupper con jamón de Serón, maravilla de las maravillas. Espera a que salivemos compulsivamente, nuestros ojos se intenten salir de las órbitas, y para ello, quiere que suframos un poco más; se recrea lentamente en el ritual de apertura del recipiente, mientras nosotros nos amontonamos unos sobre otros con empujones, meteduras de dedos en los ojos e insultos varios por pillar el primer trozo que salga de ahí. No recuerdo quien fue el privilegiado, pero sé que a mi paladar llegó el exquisito sabor de una deliciosa loncha del “oro rojo porcino”.

Es de justicia decir que también se repartieron demás viandas que llevábamos el resto, pero el jamón es el jamón. Por suerte para mi cuñada, el tupper no fue devorado entre la vorágine depredadora de hambrientos montañeros.

Había que pagar y coger los bártulos, es el peor momento del día, no sólo por aflojar la guita de nuestras alforjas, sino por lo duro que supone partir. Por delante teníamos un regreso que hicimos en tiempo record, eso sí, cagándonos en las muelas del tiempo que ahora se despejaba para sorna sobre nosotros.

Al filo de lo posible

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Daban ganas de quedarse, pero, en fin, nuestro sino es regresar. Claro, que el tiempo no se iba a estar quieto, y si nos había llovido, nevado y salido el sol durante apenas tres minutos, faltaba el granizo. Y aquí que llegó el muchacho, azotándonos de nuevo nuestras cabezas y todo lo que pillaba a su paso. Sólo le rezábamos a todo lo que conocemos para que las simpáticas bolitas más pequeñas que un smint (pero sin beso) no llamaran a sus hermanas mayores con las que se juega al ping pong, y que de propina el cielo no se nos cayera encima como a los Galos de Asterix. Las nubes ahí estaban, esperando el momento de pegar un pepinazo que cambiara de color nuestra ropa interior. Por suerte, se quedó en una pose chulesca y de vacile de los cumulonimbos, y de ahí no pasó.

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Pocas ganas de hacer fotos y sí muchas de llegar. La verdad es que aquí nos esmeramos en casi correr hacia nuestra meta, y en menos tiempo del esperado estábamos enchufando los últimos metros entre el bosque de pinos. Ya nos encontrábamos en la Hoya del Portillo, nuestros coches no estaban reventados pero nosotros sí. Fue un renacer descolgarnos las mochilas de la espalda.

Ahora todos estamos felices, contentos y satisfechos por el momento vivido. Ha salido un fin de semana completo, con una grata compañía y con un componente inusual para quien  no conozca la montaña. Una gran invernal casi en verano.

Al filo de lo posible Al filo de lo posible
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Al filo de lo posible Al filo de lo posible
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Y aquí una muestra del recorrido que hicimos el domingo, gracias al aparato (el gps se entiende) de Luis.

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Nota del narrador: Como me pasa en muchas rutas, he echado de menos a mucha gente,  personas con las que me hubiera gustado compartir estas experiencias, amigos que están lejos, amigos que no han podido asistir por imprevistos u otras obligaciones, que se encuentran estudiando o que tienen que entrenar para empresas mayores. En cada ascensión por mi parte tienen un humilde homenaje.