Author: Motorizer
•sábado, enero 08, 2011
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El invierno marcha, hay nieve y por nuestra parte ganas de disfrutarla. Si a eso se añade que algunos tenemos unos flamantes piolets nuevos con ganas de estrenarlos, creo que elegir la víctima propicia no era muy difícil. Como si de una entrega de los Oscar más que mascada podemos decir que “the winner was…” el Canuto o corredor, o canal del Almirez.

El año pasado ya le habíamos hincado el diente, o mejor dicho, los crampones, convirtiéndose en nuestra primera experiencia en este tipo de actividades. Y claro, eso atrae mucho, tanto que es difícil explicar el poder de convocatoria tan grande que ha habido esta vez para un actividad invernal de este tipo, cuando lo normal es que los asistentes no seamos muchos. Pero nada más y nada menos que 13 criaturas nos juntamos.

En Almería quedamos el mayor grueso del grupo, justamente en la gasolinera enfrente del Ballesol. Eva, Monti, Leire y Gustavo me recogían y llegábamos justo a tiempo de recibir un “hola yo soy Antonio y Rosa”, darnos la mano y repartir besos y resultar al rato que tales nuevos fichajes eran de otro grupo que iba para Velez Rubio a hacer senderismo y que nos confundieron con ellos. Una vez solucionado el tema de repartir los coches, casi obligando a que al trasnochador juerguista de Jorge dejara el suyo, pusimos rumbo al Montellano donde Sera y Rafa nos esperaban. Primer desayuno del año en tan mítico lugar, donde echar algo caliente al cuerpo.

Proseguimos la autovía mientras vamos viendo como las nubes se agarran a las cumbres. Mal presagio. La temperatura empieza a caer en picado mientras avanzamos por el carril que nos conduce a Ubeire, y por tanto al aparcamiento de los coches un poco más adelante. Los registros negativos en el  termómetro se dejan caer pronto. Calor sabemos que no vamos a pasar. Y aquí es donde aparece el primer contratiempo. El camino está peligrosamente construido sobre unos precarios troncos, que sirven de frágil puente para atravesar una barranquera que se ha llevado la mitad del carril. El coche pasa sudando aceite a 0,000000001 mm por hora, pero se consigue pasar. A  pocos metros… dejamos los coches.

Ya empezamos a equiparnos, además, rápido que hace fresquete.

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Eva, Monti, Leire, Gustavo, Piedad, Jorge, Jose, Sera, Rafa, Tote, Paco, Alfonso y un servidor somos la legión que comienza el ritual de sacar toda la artillería alpina y cargarla sobre nuestras espaldas. Un precioso cortafuegos nos espera antes de hacer la travesía que nos acercará a la base del corredor. Nada como una subida para calentar motores y ánimos .

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La niebla va y viene y esto no tiene visos de aclararse, pero de vez en cuando la montaña aparece tímida a la vez que vamos resoplando y soltando excesos navideños a cada paso.

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La nieve aparece pronto y casi a la hora desde que salimos llegamos a la entrada del corredor que se muestra imponente y ya algo concurrido con dos grupos que habían salido antes que nosotros, unos de Granada y otros de Almería.

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Es hora de ponerse toda la cacharrería que hemos traído que queda muy chula y de postal pero que nos hará falta también. Así que arneses, crampones, piolets y cascos salen de sus fundas, protectores y bolsas. Nuestros flamantes piolets nuevos claman hincar sus afilados dientes sobre la nieve dura, sobre el hielo, incluso sobre la roca. Hay hambre, un hambre alpina. Miramos hacia arriba y el lugar es bello, precioso. El viento aquí parece desaparecer y darte tregua para ir subiendo poco a poco, cada uno a su ritmo.

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Pronto empieza a ponerse la cosa empinada y vamos intentando superar los obstáculos de la mejor manera posible.

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El corredor se va estrechando, ganando en belleza y majestuosidad. De vez en cuando, la niebla nos permite atisbar lo que hay hacia abajo, y hacia arriba. Tenemos algunos pasos complicados que se solventan a base de certero pioletazo. El grupo se estira, es inevitable e incluso necesario.

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Y mientras algunos ya coronan el final, otros nos queda lo nuestro. Una gran pala de nieve de propina es el broche antes de meternos de lleno en la niebla que abraza la cima. Es por ello que buscamos las huellas de nuestros compañeros y nos dirigimos hacia el Almirez, oculto a ratos y visible en otros.

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Llegamos justo para la foto de cumbre y para echarnos algo al hocico, y es que el patear entre nieve abre al más rebelde y remilgado de los estómagos. Sin miserias, comenzamos a meter al buche toda clase de manjares que en la sierra saben a gloria divina. No me cansaré nunca de repetir que no existe mejor restaurante en el mundo y con mejores vistas que los que por ahora tenemos la suerte de disfrutar como clientes vip. Tras el batir de mandíbulas es hora de volver a ajustar los hierros en los pies y comenzar el regreso.

La bajada la hacemos por el mismo recorrido, teniendo la precaución de no pisar en falso en la nieve que ya está más que machacada por el ingente paso de personas que nos hemos juntado allí. Algunos optan por la modalidad de culinbajin, ahorrando tiempo y esfuerzo, a cambio de deteriorar sus posaderas. Sea como sea, finalmente nos reencontramos en la base del corredor para seguir deshaciendo el camino hacia el cortafuegos.

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Aunque ya vamos algo cansados se hace ameno el final del camino, sufriendo de forma simultánea dos sentimientos claramente contradictorios: por un lado las ganas de finalizar y poder descansar, y por otro la pena de tener que dejar estos mágico momentos de sentir la naturaleza abofeteándote descarada y continuamente en la cara. Pero la realidad es que se acabó, los coches están ahí y por mucho que no queramos, hay que volver.

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Pero aún nos queda algún cartucho que quemar y es el ir al Montellano y tomar la merecida cerveza/café/té/manzanilla o menta poleo de turno. Así que allí nos encabalgamos, trotando lo máximo que nos permite el camino, pasando por esos tramos complicados y delicados, enchufando la autovía y parando en Gérgal.

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Es la hora del cafelillo, y así lo demuestran los primeros pedidos al camarero… hasta que Tote abre la veda: una cerveza por favor, peeero, en vaso de tubo. Palabras mágicas que brotaron de su boca. Ipso facto, cambio el caliente té rojo por ese mismo oro líquido que tan sabiamente Tote pronunció. Y detrás de mí me siguen varios adeptos más. Y es que, como si de un mantra se tratara no paraba de oírse en la estancia el constante susurro de esa mezcla de sílabas tan magistralmente bien construidas: cer-ve-za.

Llegaron hasta nuestros paladares el amargo y turbio frescor de la rubia por excelencia; pero esto no era lo único: como premio, lo que le acompañaba insultaba ferozmente a lo que hoy en día algunos consideran una tapa. ¿Qué sabrán en los sitios que presumen de eso? Un plato de ensaladilla rusa para Tote que en principio pensamos que era una ración, y unas salchichas caseras en fila de a dos para cada uno de los que habíamos pedido esa tapa. Si ya se suda en el desayuno con la cantidad, aquí no se escatima tampoco.

Hinchados como globos ya sí que vamos buscando cada uno nuestro vehiculo de destino a casa. Nos merecemos una ducha, y algunos gaseosa del Tigre.

Podemos decir con la boca grande que hemos tenido un estupendo día, una nieve estupenda, una compañía inmejorable y unas tapas a la altura. Almirez, a tu canuto volveremos y Jorge seguro que irá a por él también.

Author: Motorizer
•martes, marzo 16, 2010

Mientras nos lo puedan contar en primera persona, Antonio y Olga adelantan unas imágenes de su subida al día siguiente de nosotros por el canuto. Nevada incluida.

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•domingo, marzo 14, 2010

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“Hazte uno, Lui”; con esta frase se podría resumir lo que aconteció este sábado. El entorno del Almirez se había convertido nuestro campo de Pelenor particular. Había que cerrar la trilogía de una vez, y ante tanta resistencia por parte de esta cumbre, su flanco o canuto, tenía que ser abatido repartiendo esfuerzos en dos tandas. Nosotros, los Rohirrim Serranos, y el Ejército de los muertos, capitaneados por Antoniorn y Leolgarls y Javlim, al día siguiente.

El Almirez, por supuesto, no lo iba a poner fácil. Un sol, como una ensaimada de Mallorca de grande, nos lo clavaron en el sureste en todos los partes meteorológicos de televisión. En las páginas de predicciones del tiempo, igual, sólo con algún mar de nubes tempranas. El sábado tenía que ser el día de ataque, perfecto, agorero y beneplácito para nuestros deseos. Nada más lejos de la realidad.

Amanecía pronto, y José Esteban, Jesús y yo partíamos hacia el, lo digo, sí, otra vez más, el Montellano, donde Sera nos esperaba. El día estaba gris, cachis en Picazos, Braseros y demás gurús del tiempo. Por suerte, el viento no estaba por ahí agazapado. Desayuno, esta vez sí con After Hours, tal vez, rememorando la primera intentona al canuto. Y nada, los cuatro jinetes galopan en el Focus, hasta los topes de cacharrería y material de asalto. Hoy tiene que ser el día.

No se ven las cumbres, pero eso nos no va a detener a menos que venga alguna otra “tormenta perfecta”. Esta vez sí que llegamos a la base del cortafuegos, donde dejamos el coche, y podemos comprobar que no estamos solos: en Ubeire se refugian un club de montaña de Alicante, que en romería tienen intención de hacer el canuto y cumbre del Almirez. Mira tú, qué animado va a estar esto. Así que, mientras nos ponemos el armamento pesado, dejamos que se adelanten, y así nos van abriendo huella, les bromeamos.

Y como nos gustan los principios “animadillos”, el cortafuegos nos quita el frío que pudiéramos tener, estamos a 1 grado positivo. La pendiente nos hace entrar en calor, pero aún no estamos cubiertos por la niebla, pero vemos que arriba no vamos a poder disfrutar de ninguna vista.

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Ya bajan algunos del club de montaña, que me imagino que irán preparando la paella que más tarde nos contaron que tenían por comida. Justo al terminar el cortafuegos, también quedan algunos rezagados que se entretienen con bolas de nieve. Nosotros tomamos la travesía en dirección la entrada del canuto, hasta que toca ponerse los crampones. Hay que prepararse ya. Allí está el meollo de la expedición alicantina, y un grupo sale primero quedándose retrasados los que tienen más problemas en ajustarse los “yerros”.

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La travesía se hace en poco tiempo, pasando algunos tramos de mixto, con el consiguiente sufrimiento al tener que ver como tus hierros pinchan en la roca. Habrá que afilarlos con mimo al regreso.

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Y ya estamos metidos en el meollo, hemos llegado al inicio del corredor. De pronto, todo cambia, todo es mágico, la niebla le da un toque increíble al escenario donde nos vamos a introducir. Miramos para arriba y claro, no vemos nada, pero sabemos que todo es subir. El barranco se estrecha espectacularmente, y tenemos las paredes muy próximas. Nos maravillamos de estar allí, y saboreamos ese momento. José Esteban toma entre sus manos la nieve, la mira, juguetea con ella entre sus dedos, la paladea, la huele, y vuelve a llorar, llora a moco tendido por la emoción, es una nieve polvo de primera calidad. Como no es un Transformer que pueda sacar de su espalda unos esquíes, se lamenta de no tener unos ahora mismo y dejarse caer por esas palas de nieve virgen.

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Comenzamos la subida, aprovechando la huella abierta por los primeros que nos preceden. Más abajo oímos, gracias a la acústica del sitio, a los que quedaron más atrás, llamando a sus compañeros. Obviamente, éstos estaba muy por encima de nosotros, así que les contestamos en su lugar, indicándoles que sigan la huella para encontrar la entrada al corredor. Mientras tanto, con pausa y delicadeza, clavamos el piolet y comemos metros poco a poco. La belleza es casi indescriptible, hay que estar allí para saber de lo que escribo. Oímos el arroyo como fluye bajo nuestros pies, alguna cascada de hielo nos desencaja la mandíbula al admirarla y nos embelesa. Esto es un paisaje onírico, yo creo que irreal. Parece que el mundo está en otra dimensión, y nosotros nos hemos colado en este otro. Seguramente, haya seres increíbles originados por mentes fuera de sí, espiándonos entre la niebla.

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Pero, en realidad, los únicos seres que hay, aparte de nosotros, son los que más abajo siguen preguntando por sus amigos, y los de arriba, que nos “regalan” alguna caída de nieve, que no revierte el menor peligro, y que nos hacen ponernos a Jesús y mí, el casco, más que por peligro, por parecer “alpinistas verdaderos”.

Ciertamente, estamos como niños pequeños, dando pequeños pasitos entre la escasa visibilidad que nos brinda la sempiterna niebla. Y sin darnos cuenta prácticamente, el corredor se abre y pronto se suaviza la pendiente, llegando al collado o divisoria, viendo que a lo lejos se encuentra el grueso de la  expedición alicantina. Nos acercamos y tomamos posesión de unas piedras para sentarnos y comer. Ellos nos indican que eso no es el Almirez, a lo que contestamos que lo sabemos, pero que el hambre nos puede más que coronar ahora ni Almirez ni nada por el estilo. La niebla despista, sobre todo a la hora de orientarse, pues alguno de ellos pretenden indicarnos que la cima está a sus espaldas, nada más lejos de la realidad, ya que me señalaban al sur, y yo, modestamente no quise mostrarles que era justo por mi espalda por donde tendrían que seguir si querían hacer el Almirez. Menos mal que una ventana entre las nubes me ahorró quedar como un “sabelotodo” y por ellos mismos salieron de su propio error.

Mientras comíamos, los alicantinos tomaron la delantera y se dirigieron hacia la doble cumbre del Almirez, en una peregrinación, que desde nuestro otero podría parecer cualquier valle de los Alpes. El ambiente es único.

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Cuando ya hemos terminado de menear el bigote, vemos que dos figuras se arrastran con más pena que gloria hacia nosotros. Son los dos del grupo que venían a nuestra zaga, Conchi, que viene extenuada, sobre todo psicológicamente, y Alberto, que como fiel escudero se ha quedado con ella. Sapos, culebras, guepardos y hasta un mono tití salen escupidos de la boca de Conchi, acordándose de todos los muertos a caballo sin montura y con almorranas de alguno de los que más arriba están haciendo cima. En su disertación y decisión de seguir aunque le cueste le vida, conseguimos convencerla que descanse uno poco, se hidrate y coma algo para coger fuerzas, porque si no, lo va a pasar mal.

Nos enteramos que ha sido marinera de alta mar, curtida en mil galernas incluso en el fin del mundo, y que, entre bocado y bocado de plátano que José Esteban le ofreció, si por ella fuera, pasaría por la quilla a más de uno, tras haber sufrido una somanta de latigazos colgados en la verga mayor. Vamos, que Jack Rackham era primo por parte de madre de Teresa de Calcuta a su lado, si en cuestión de venganza se tratara. Nos hacemos una foto de bandera en el collado y decidimos atacarle al Almirez, voto a bríos. Así que izamos amarras y zarpamos, por seguir con la jerga marinera.

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La subida parece pan comido, y se sube muy bien. El ambiente es muy alpino. La gente baja cuando nosotros ascendemos. Conchi no se muerde la lengua y a más de uno de los que bajan les canta las cuarenta. Palabras de consuelo y de ánimo por parte de los otros, no le faltan. Tomamos la primera cumbre del Almirez y por supuesto, la segunda. Ahora, no hay que perder mucho más tiempo. Hemos conseguido nuestro reto. A la tercera ha sido la vencida. Lástima no tener ninguna visión de los alrededores porque las nubes nos cumbre por completo.

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La bajada la hacemos por el mismo sitio, y en esto, Conchi y Alberto han sido devorados por la niebla. Creemos que van por delante de nosotros, pero ¿y si no es así y se han quedado rezagados?

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Volvemos por el mismo sitio pero con cuidado de no resbalar, asentando bien los crampones con los talones y clavando firmemente el piolet. Llegamos pronto a la base del canuto y de ahí al corredor. Al poco tiempo, nos descalzamos y ya nos dirigimos al cortafuegos. Es el único tramo que se nos hace más largo, pero bueno, como siempre que pasa, los finales son así. El coche espera, y allí permanece, fiel y dispuesto a traernos sanos y salvos a casa.

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Como es buena hora, tomamos la decisión de reponer sales minerales con un reconstituyente de cebada fermentada, eligiendo de nuevo el Montellano como fuente para saciar nuestro anhelo. El cd de After Hours se ha rallado, así que sólo está el ruido ambiente del chocar de tenedores contra la fría cerámica de los platos. La morcilla y las salchichas alemanas son el complemento perfecto para aportar las energías perdidas a nuestros cuerpos. Una vez, regresamos felices y contentos. El día se ha portado genial con nosotros, el horario se ha cumplido a la perfección, y el canuto ha sido cogido por los cuernos, de frente; en su nobleza, la montaña nos ha regalado un día estupendo de disfrute, con unas condiciones que sin ser las perfectas, sí que no nos podemos quejar. Sólo espero que mañana domingo, nuestros compañeros consigan doblete.

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Author: Motorizer
•domingo, febrero 21, 2010

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Hoy vuelve a llover, ayer no. Qué raro suena esto desde Almería, tierra acostumbrada a la sempiterna sequía, a días y días de sol. Este invierno es atípico en nuestra tierra. Y eso te hace improvisar, aprovechar las ventanas de tiempo que como una limosna nos da la inclemente meteorología.

No teníamos ni idea de dónde, cómo, ni quienes íbamos a hacer nada el sábado. El canuto del Almirez era el objetivo fijado unas semanas atrás, pero ante la incertidumbre del tiempo, la héjira de expedicionarios y distintas diatribas, se fueron disipando las dudas hasta quedar los valientes que nos juntamos: Serafín y Rafa, desde los confines más recónditos de la bella Filabres, esperaban en el Montellano (vamos a tener que ir solicitando sponsor ya) a José Esteban, Juan Miguel, Jaime y el que suscribe estas humildes líneas, que veníamos desde Almería. Con puntualidad más que británica (que aprendan) nos encontramos para devorar las ya clásicas tostadas, zumos, colacaos, y todo lo que suponga acumular energía para patear. Esta vez no hubo música after hours, ¿estaría la SGAE ya también dando… por los bares?

Sin más dilación, decidimos que iríamos hacia la Roza, viendo que Sierra Nevada estaba petada de nieve, en detrimento de los Filabres, la otra alternativa, donde el manto blanco no era el más idóneo para las raquetas, la actividad del día. Por supuesto que en base a mi tradición ya casi olvidada, tuvimos que  hacer un “vuelting”, a pasárseme el desvío de Abrucena. Subimos por la Roza, viendo la cantidad de agua que hay por todos los arroyos, pero con un cierto resquemor; la nieve que de lejos veíamos tan flamante no estaba por donde pensábamos, sino que más arriba. Así que, viendo que el camino que lleva a Aula Paredes estaba cortado por desprendimientos, giramos hacia la derecha hasta donde el carril dijo, “chachos, si amáis vuestros coches, dejadlos aquí”. Por supuesto, que le hicimos caso, y tras ponernos todo el arsenal de material de invierno, iniciamos la marcha, buscando el sendero Sulayr entre los pinos. Hacía frío, y así lo demostraban las caprichosas formas que el agua se deja moldear.

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Nos habíamos marcado como meta raquetear hasta el refugio de Piedra Negra, pero ya empezamos a mosquearnos si no llevábamos un peso inútil con las raquetas en los lomos. Y sí, apareció la nieve, pero no en la cantidad y consistencia como para calzarse lo que habíamos alquilado (¿merecería la pena el desembolso económico?). Pero bueno, siempre es mejor tener que desear. Salimos a una pista que ya empezaba a tener forma más apetecible en cuanto a nieve, pero seguimos aguantando. Volvimos a meternos entre los pinos, siguiendo la estela de Jaime, que con sus zancadas era complicado aprovechar sus huellas.

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Hay que reconocer que la senda por los pinos pudo hacerse algo eterna, pero resistimos el embate hasta que oímos la voz de Jaime gritando a los cuatro vientos, “ahí está el cortafuegos, ahí está el cortafuegos”. Salimos del Bosque Oscuro, con gran júbilo, tanto, que hasta José Esteban no pudo reprimir postrarse ante un manto blanco, blanquísimo, inmaculado, impoluto, virgen, sin mancillar, y lloró, lloró por no tener unos esquíes con los que marcar ese espectáculo de la naturaleza.

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Casi daba cosa plantar nuestras huellas en este escenario. Yo, inmenso y documentado conocedor de la Sierra, indiqué que al final del cortafuegos estaba el refugio de Piedra Negra, tratando de apaciguar los estómagos rugientes de los expedicionarios, y que si aguantaban algo más, podríamos comer al resguardo de sus piedras. Craso error, mi sentido de la orientación era peor que el de Tamara Falcó en un concierto de Overkill. Por supuesto que me equivoqué de cortafuegos, por supuesto, entonces, que el ansiado refugio no estaba allí, y me tuve que enfrentar con cinco hambrientas bocas y no había traído jamón Navidul. Pero fueron misericordiosos y aceptaron otra alternativa, llegar a la base de los pinos, plantarnos allí como ídem, y comer con las mejores vistas que se pudieran tener.

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Ya, antes de la comida, nos propusimos subir al peñasco que se veía en lo alto, y tras consultar el mapa, entendimos que eran los Tajos de la Cruz. Así que dicho y hecho, sin guardar las dos horas de digestión preceptivas, arrancamos en estilo alpino, dejando las mochilas en el improvisado campamento base, calzándonos las raquetas. Por ahora, el tiempo respetaba, no había nubes, ni viento, pero el aroma del ali-oli que trajo Jaime se esparció por la sierra.

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La nieve estaba variable, pero mientras algunos avanzaban a paso de elfo, otros lo hacíamos a lo Uruk-Hai. Se rompía en placas a nuestros pies, otras se hundía un poco, en fin, tal vez demasiada pendiente para el uso de raquetas. En un punto determinado, nos deshicimos de ellas, y a abrir huella a base de patada. No consideramos necesarios los crampones en este tipo de nieve.

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Llegamos a un collado donde Juan Miguel decidió que la siesta es una gran tradición española que debería ser institucionalizada, y allí se quedó, mientras los demás subían la cumbre. Tras dejarlo allí, seguí las huellas hasta ellos.

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A pesar de algunos tramos algo expuestos, se progresaba con facilidad, siempre teniendo cuidado dónde poner el pie, ya que la nieve puede ocultar grandes agujeros. Eso no impedía deleitarse con las vistas, con la cantidad que ha caído por este lado de la montaña, e imaginando nuevas subidas en distintos lugares que íbamos viendo.

Tajos_Pano_001 Seguí la huella, trepé, destrepé, me agarré donde creí conveniente, y, por fin llegué donde me esperaban el resto de la trupe. Estábamos en la cima, prácticamente, y todo lo que aparecía a nuestros ojos, era más grande si cabe. Nos hicimos la foto de cumbre y tiramos para abajo.

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Juan Miguel nos esperaba, se había repuesto con tan gratificante siesta y volvimos sobre nuestros pasos. Algunos intentamos el culing bajing, y sí, es muy divertido, puedes tomar velocidad, llegas en poco tiempo abajo, pero, cuando ya has bajado bastante y te percatas que tus compañeros llevan todos las raquetas, piensas que algo no cuadra. Te temes lo peor, casi no quieres mirar hacia arriba, pero debes hacerlo para confirmarlo, y, efectivamente, allí estaban, brillando en el fastuoso contraluz que me brindaba el sol, flamantes y erguidas, mis queridísimas raquetas. En un esfuerzo titánico, maldiciendo en orco a Belcebú montado en monopatín, ascendí la pala de nieve que me separaba de las dichosas raquetas. Cuando las recogí, me negué a bajar de nuevo a pie, así que preparé mis posaderas, me las puse en las rodillas y comencé a deslizarme con el piolet de freno. Un auténtico culing bajing de catálogo, pero que pronto comenzó a tomar una velocidad preocupante, y en el momento en el cual las raquetas volaron por los aires hacia bajo, tuve que poner en práctica una autodetención,  igualmente de manual. Masoca que es uno, que repetí experiencia, y así hasta reunirme con el resto que miraban el reloj, me miraban a mí, y volvían a mirar el reloj.

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Recogimos las mochilas y nos preparamos para regresar el coche. Ahora todo era cuesta abajo, y por suerte, vimos como comenzaban a aparecer unas nubes en las cumbres, que un rato antes habíamos estado hoyando. Todo había salido a pedir de boca.

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Los coches seguían allí, además, encarados para salir pitando si la cosa se ponía fea. Con el gusanillo metido en el estómago de no haber hecho hoy el Almirez, nos prometimos volver a por él, pero hoy, de todas formas, no nos ha importado no haberlo intentado, ya que al final, el día ha sido redondo. Una vez, hemos disfrutado de nuestra Sierra, nuestro rincón de la Sierra Nevada más desconocida para el gran público. Con gran cantidad de posibilidades a un tiro de piedra (o de raqueta) de nuestra casa.

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Volveremos.

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