Author: Motorizer
•domingo, enero 23, 2011
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Día 1.

“De cómo unos aguerridos montañeros pasaron un fin de semana en Sierra Nevada aprendiendo nuevos menesteres en la sabia y honorable ciencia del uso de la ascensión de cumbres”.

Sana y divertida alternativa para no caer en el tedio y de paso afianzar conocimientos sobre este nuestro medio favorito. Hacía tiempo que habíamos propuesto tener la costumbre de por lo menos una vez al año hacer algunas jornadas donde repasar y practicar distintas técnicas para desenvolvernos lo mejor posible en terrenos complicados.

La nieve es nuestra amiga de juegos, pero no es una amiga fácil, y a veces puede ser traicionera, como ese compañero de cartas que es capaz de mirar por encima de tu hombro y ver qué mano llevas. Y no se puede permitir que nos gane haciendo trampas o mejor dicho, siendo descuidado.

Lo principal fue reunir a un montón de buena gente, dispuestos a pasar dos días oyendo las instrucciones de Sera y un servidor acerca de multitud de conceptos, materiales, técnicas, etc, etc… Y así conseguimos engañar a unos cuantos: Piedad, Isa, Jose Gabriel, alias “No sin mi bici”, Jesús, Jorge “Calleja” y Jose, alias “el del Corte Ingléh”. Salvo los dos últimos que vendrían más tarde, el resto nos encaminamos hacia Granada con un madrugón de esos de campeonato, tremendo, de cuando no están puestas las calles aún, y la gente vuelve de marcha.

Teníamos pensado dormir en la Zubia, ya que otro alojamiento más cercano se hacía prohibitivo. En el camino paramos a desayunar y coger fuerzas para lo que se nos avecinaba. No paran de subir coches con los esquís en la baca, pero por ahora el chorreo es asumible. Llegamos a buena hora, justo antes de que comenzaran a llegar los colectivos familiares cuyo objeto de ocio es un gran plástico que suele atraer los abismos, junto a un mosaico de moratones de recuerdo.

Era obligado llevar también toda la cacharrería propia de las actividades invernales, y ahí estamos el grupete, con sus cascos, sus arneses, sus crampones y sus piolets en la Hoya de la Mora. Buscamos la bajada hacia una zona por detrás de los Peñones de San Francisco para encontrar un sitio donde instalarnos y poner todo el tinglado. Hay mucha nieve, y el día es espectacular.

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Sera, atraído por el canto de sirena de la proximidad de la Cascada de los Militares nos va llevando a sus cercanías y a apenas 50 metros de ellas empezamos a sacar cuerda y demás historias. Nunca he visto a alguien que fuera capaz de estar explicando las técnicas de autodetención mirando con uno de los ojos a los pupilos y con del otro diseccionara cada una de las grietas del hielo de la cascada. Bueno sí, a Fernando Trueba sí que lo veo capaz.

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La cosa empieza a animarse, probando las distintas posiciones de caída a modo de un kamasutra alpino. Unos montañeros con los coincidimos vienen buscando un crampón que se le ha caído a uno de ellos, pero por ahora no tienen suerte. Han estado repasando por distintos itinerarios a ver si lo encontraban; los resultados son negativos.

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Nosotros seguimos explicando cómo coger el piolet, progresas en la nieve, hacer rápel con la cesta y con el ocho, vamos, lo típico que cualquier manual  y monitor cualificado puede ilustrarnos. No somos expertos, por supuesto, pero intentamos poner toda nuestra mejor voluntad y nuestro conocimientos en enseñar lo más básico, dejando claro que cualquier curso oficial siempre será imprescindible y nuestras “enseñanzas” nunca podrán sustituirlo.

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Es la hora de la comida y cada uno saca sus provisiones. Y claro, Jose no puede dejarlo estar y traer un común bocadillo envuelto en papel de aluminio. Su logística va más allá, y como todo un superviviente, curtido en los más extremos hábitats del planeta, despliega un conglomerado de utensilios, como un hornillo, su plato, sus cubiertos… y su lata de cocido, que pese a las gélidas temperaturas consigue calentar. Sus tripas agradecen ese gesto bajo nuestra atenta y envidiosa mirada.

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Sera sigue con su vista fija en el hielo, y de repente pega un felino salto en el aire, con doble tirabuzón, rueda hacia arriba desafiando la gravedad y agarra la cuerda mientras me dice que monte yo reunión con la otra cuerda, que se va para la cascada. En menos de 10 segundos está a pie de vía, extendiendo el cuello hacia la verticalidad. Ha pillado sitio y ya está conversando con otros escaladores que están picando hielo. Y en menos tiempo aún, ya tiene montada la reunión. Ala, todo el mundo a probar la escalada en hielo. Hay  nervios y expectación.

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Jorge y Jose L. dan señales de vida, diciendo que están por allí arriba. Y le digo que cuando estén en la Hoya de la Mora me avisen. y voy a por ellos; mientras el resto ya hemos cambiado de ubicación. Hemos empezado a probar el hielo por primera vez, y la sensación es indescriptible. Para todos sin excepción es nuestro estreno, y cada uno lo afronta de su manera más personal.

Sera hace los honores asegurado por mí, y el repiqueteo del piolet sobre el frío hielo suena a gloria. Todos estamos atentos ante cómo evoluciona hacia arriba.

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Las cámaras comienzan a inmortalizar este histórico momento donde hemos vuelto a dar otra vuelta de rosca. Cuando me llega el turno me enfrento al hielo, a la pared. Esto no es roca, es algo aparentemente más frágil. Por eso mis primeras pegadas son con menos fuerza que una lata de Sprite abierta hace dos años. Hay que darle duro, que el piolet se clave con garra, que te sientas colgado de él. Y así lo hago, y cambia radicalmente la progresión por la pared azul. Aún no nos estamos creyendo que estemos ascendiendo por hielo, y en las caras de satisfacción se nos nota.

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Luego va Jose, que sube con maestría, al igual que Piedad e Isa, ésta última toda una campeona, que para ser su primera experiencia invernal se estrena nada más y nada menos que con una pared de hielo.

 

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Le toca el turno a Jesús, y todos, sin excepción lo miramos… lo buscamos, y lo encontramos, oculto tras su nerviosa sonrisa, como diciendo, no, si eso ya voy yo mañana. Pero le echa valor y toca la fría pared, la tantea, la estudia, la escucha. Mientras tanto, ya le hemos atado el arnés a la cuerda. Como si de Lluvia de Estrellas se tratara se despide de nosotros y enchufa hacia el infinito y más allá. Pronto toma confianza y sus movimientos se van haciendo cada vez más certeros. Lo ha conseguido y le espera el Aneto, el Urriellu y lo que le echen.

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Vuelvo a recibir una llamada de Jorge. Acaban de llegar Jose y él, así que me dispongo a subir a por ellos y traerlos hasta la pared.

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Jorge llega como una moto y se enchufa al arnés y comienza a pegar pioletazos al hielo, no sabemos si porque quiere hacerse un cubata rápido o qué. La vía se le queda pequeña al muchacho que quiere más, y cuando llega casi a la reunión pregunta que por dónde se tira.

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Aunque no hace viento, a la sombra sí que se nota el frío, pues llevamos todo el día bajo cero. Volvemos donde teníamos nuestros pertrechos y hacemos alguna práctica más. Jorge se escaquea de los nudos, y nos tememos que le va a quedar para septiembre.

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El tiempo pasa volado y cuando nos percatamos es hora de que vayamos recogiendo el material. Todavía tenemos que bajar al camping e instalarnos en las cabañas reservadas.

Nos escapamos por los pelos de bajar con la caravana que sale de la estación de esquí. Pero antes de la Zubia tenemos algo pendiente que ha surgido más arriba: en relativamente poco tiempo nos dejamos caer para Cenes y nos vamos de compras a Nivalis; toda una superficie dedicada a los deportes de montaña para deleite de nuestros ojos y sufrimiento de nuestras carteras. Las tarjetas de crédito se esconden en lo más intrincado e inaccesible del cuero de nuestras billeteras, y por suerte para ellas, ahí se van a quedar.

Miramos todo, lo tocamos todo, nos ilusionamos con todo, pero no compramos nada y eso que nos ahorramos. Jorge es enamoradizo y se queda prendado por una estilizada prenda roja y negra, pero no da el paso de entrarle, se queda con las ganas, y el sun sun durante el trayecto siguiente en el coche es de lamentaciones de si debería o no habérsela comprado. A día de hoy puedo afirmar que sigue enamorado de esas mallas Grifone.

El camping espera y fichamos a la entrada, nos distribuimos en tres cabañas de madera. Una duchita algunos, y nos disponemos a cenar. Graciela me ha llamado y me dice que cuándo y dónde nos vemos. Nos honra con su presencia, aunque está tocada de la garganta.

Yo he comprado una bolsa de soja frita, y no sé si es efecto de tener los labios cortados o que en vez de sal, las puñeteras llevan guindilla picante, porque pronto tengo esos labios como los de Carmen de Mairena. Hasta algún “oye chato” sale de mi boca. Jorge me ofrece una cerveza que ha traído su hermano de Alemania, que tiene 10 grados y es de un litro. Pretende tumbarme como a un elefante en una cacería en Massai Mara. Sólo puede caer una y ya me modero con cervezas más livianas.

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Pasamos un buen rato de tertulia-cena, comiendo y cogiendo fuerzas para el día siguiente. Hay planes de repetir por la zona, hacer algún corredor, y Sera insiste si no podríamos volver al hielo, que como que no le ha gustado al muchacho (ni a nosotros tampoco).

Consultamos el tiempo y comprobamos que con todo lo bueno que hemos tenido hoy, parece que ya hay suficiente. Dan nieve para el domingo, así que nos proponemos no arriesgarnos en demasía e improvisar sobre la marcha. Y ahora, al sobre que espera otra intensa jornada.

Día 2:

“De cómo nuestros intrépidos montañeros afrontan las inclemencias del tiempo y el meteoro y salen airosos, henchidos y victoriosos, resolviendo con valientes y heroicas hazañas de otras alternativas igual de interesantes”.

Amanece. Hemos descansado y toca desayunar. Para nuestra sorpresa, no es que únicamente el cielo esté encapotado, sino que también nieva en Granada. Mal presagio. El caer de finos copos de nieve nos hace pensar que arriba estará la cosa peor. Pero tras hacer gabinete de crisis decidimos que le tiramos, y si la cosa se pone fea, para abajo.

Nos hacemos la foto de bandera, metemos las cosas en los coches y pagamos la estancia. Hay que subir antes de que las hordas de esquiadores y domingueros nos aborden. Por suerte, el tráfico es relativamente fluido, y llegamos bien a la Hoya de la Mora, encontrando aparcamiento en el margen de la carretera. Hace frío, nieva pero se puede estar, eso sí moviéndose, porque cuando uno para, se empieza a meter por las costurillas de la ropa un biruji traicionero que te obliga a pegar saltitos como los Teletubbies.

No hay perspectivas de hacer hielo. Unos pucheros provocan en el semblante de Sera que dos tiernas lagrimitas broten de sus ojos. Piedad es la primera que lo consuela, dándole unas tímidas pero cálidas palmadas en la espalda, y pronto nos sumamos el resto del grupo para abrazarlo y hacer terapia de grupo. Hemos sacado del borde de la depresión al bueno de Sera, no caerá en drogas ni alcohol para superar esto. Me llamo Sera, y soy picador de hielo.

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En fin, ya que estamos allí se propone hacer un corredor sencillito de los que hay a la espalda del Albergue Universitario, y allí que nos dirigimos, bajo la copiosa nevada, que lejos de incomodarnos, agrega cierto atractivo alpino a la actividad. A falta de pan, buenas son tortas.

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Elegimos un corredor muy bonito, con un incipiente patio pero bastante asequible. Lo justo para quitarnos el gusanillo de hacer algo en el día. Todos los pupilos están pasando con nota el fin de semana, y se les ve entusiastas en afrontar todo lo que se les propone. Jorge se convierte en nuestro particular “Jorge Colleja” grabando en vídeo algunas escenas que servirán para inmortalizar grandes momentos. Llegamos a la cumbre y nos congratulamos enfrente de la cámara. Y ahora, a los coches.

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Con todo el dolor del alma nos vamos, pero antes paramos en un bar de la carretera donde degustar una cerveza fresquita y una tapa (y algunos comprar algún recuerdo en forma de Virgen de las Nieves). En las caras se nos ve que hemos pasado unos días muy buenos, que el tiempo no nos ha hecho mella, sino todo lo contrario, y que el buen ambiente ha sido la nota predominante. Esperemos que el año que viene haya más.

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Ahora nos quedaba la dura tarea de evaluar a los alumnos, comprobar a la vista de las actividades de ellos sin son merecedores del diploma acreditativo del Primer Curso de Iniciación al Alpinismo de AFP. En nuestra opinión, lo superaron con creces. Aunque Jorge, todavía quedan pendientes los nudos. Pa’ septiembre.

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Author: Motorizer
•sábado, enero 08, 2011
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El invierno marcha, hay nieve y por nuestra parte ganas de disfrutarla. Si a eso se añade que algunos tenemos unos flamantes piolets nuevos con ganas de estrenarlos, creo que elegir la víctima propicia no era muy difícil. Como si de una entrega de los Oscar más que mascada podemos decir que “the winner was…” el Canuto o corredor, o canal del Almirez.

El año pasado ya le habíamos hincado el diente, o mejor dicho, los crampones, convirtiéndose en nuestra primera experiencia en este tipo de actividades. Y claro, eso atrae mucho, tanto que es difícil explicar el poder de convocatoria tan grande que ha habido esta vez para un actividad invernal de este tipo, cuando lo normal es que los asistentes no seamos muchos. Pero nada más y nada menos que 13 criaturas nos juntamos.

En Almería quedamos el mayor grueso del grupo, justamente en la gasolinera enfrente del Ballesol. Eva, Monti, Leire y Gustavo me recogían y llegábamos justo a tiempo de recibir un “hola yo soy Antonio y Rosa”, darnos la mano y repartir besos y resultar al rato que tales nuevos fichajes eran de otro grupo que iba para Velez Rubio a hacer senderismo y que nos confundieron con ellos. Una vez solucionado el tema de repartir los coches, casi obligando a que al trasnochador juerguista de Jorge dejara el suyo, pusimos rumbo al Montellano donde Sera y Rafa nos esperaban. Primer desayuno del año en tan mítico lugar, donde echar algo caliente al cuerpo.

Proseguimos la autovía mientras vamos viendo como las nubes se agarran a las cumbres. Mal presagio. La temperatura empieza a caer en picado mientras avanzamos por el carril que nos conduce a Ubeire, y por tanto al aparcamiento de los coches un poco más adelante. Los registros negativos en el  termómetro se dejan caer pronto. Calor sabemos que no vamos a pasar. Y aquí es donde aparece el primer contratiempo. El camino está peligrosamente construido sobre unos precarios troncos, que sirven de frágil puente para atravesar una barranquera que se ha llevado la mitad del carril. El coche pasa sudando aceite a 0,000000001 mm por hora, pero se consigue pasar. A  pocos metros… dejamos los coches.

Ya empezamos a equiparnos, además, rápido que hace fresquete.

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Eva, Monti, Leire, Gustavo, Piedad, Jorge, Jose, Sera, Rafa, Tote, Paco, Alfonso y un servidor somos la legión que comienza el ritual de sacar toda la artillería alpina y cargarla sobre nuestras espaldas. Un precioso cortafuegos nos espera antes de hacer la travesía que nos acercará a la base del corredor. Nada como una subida para calentar motores y ánimos .

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La niebla va y viene y esto no tiene visos de aclararse, pero de vez en cuando la montaña aparece tímida a la vez que vamos resoplando y soltando excesos navideños a cada paso.

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La nieve aparece pronto y casi a la hora desde que salimos llegamos a la entrada del corredor que se muestra imponente y ya algo concurrido con dos grupos que habían salido antes que nosotros, unos de Granada y otros de Almería.

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Es hora de ponerse toda la cacharrería que hemos traído que queda muy chula y de postal pero que nos hará falta también. Así que arneses, crampones, piolets y cascos salen de sus fundas, protectores y bolsas. Nuestros flamantes piolets nuevos claman hincar sus afilados dientes sobre la nieve dura, sobre el hielo, incluso sobre la roca. Hay hambre, un hambre alpina. Miramos hacia arriba y el lugar es bello, precioso. El viento aquí parece desaparecer y darte tregua para ir subiendo poco a poco, cada uno a su ritmo.

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Pronto empieza a ponerse la cosa empinada y vamos intentando superar los obstáculos de la mejor manera posible.

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El corredor se va estrechando, ganando en belleza y majestuosidad. De vez en cuando, la niebla nos permite atisbar lo que hay hacia abajo, y hacia arriba. Tenemos algunos pasos complicados que se solventan a base de certero pioletazo. El grupo se estira, es inevitable e incluso necesario.

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Y mientras algunos ya coronan el final, otros nos queda lo nuestro. Una gran pala de nieve de propina es el broche antes de meternos de lleno en la niebla que abraza la cima. Es por ello que buscamos las huellas de nuestros compañeros y nos dirigimos hacia el Almirez, oculto a ratos y visible en otros.

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Llegamos justo para la foto de cumbre y para echarnos algo al hocico, y es que el patear entre nieve abre al más rebelde y remilgado de los estómagos. Sin miserias, comenzamos a meter al buche toda clase de manjares que en la sierra saben a gloria divina. No me cansaré nunca de repetir que no existe mejor restaurante en el mundo y con mejores vistas que los que por ahora tenemos la suerte de disfrutar como clientes vip. Tras el batir de mandíbulas es hora de volver a ajustar los hierros en los pies y comenzar el regreso.

La bajada la hacemos por el mismo recorrido, teniendo la precaución de no pisar en falso en la nieve que ya está más que machacada por el ingente paso de personas que nos hemos juntado allí. Algunos optan por la modalidad de culinbajin, ahorrando tiempo y esfuerzo, a cambio de deteriorar sus posaderas. Sea como sea, finalmente nos reencontramos en la base del corredor para seguir deshaciendo el camino hacia el cortafuegos.

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Aunque ya vamos algo cansados se hace ameno el final del camino, sufriendo de forma simultánea dos sentimientos claramente contradictorios: por un lado las ganas de finalizar y poder descansar, y por otro la pena de tener que dejar estos mágico momentos de sentir la naturaleza abofeteándote descarada y continuamente en la cara. Pero la realidad es que se acabó, los coches están ahí y por mucho que no queramos, hay que volver.

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Pero aún nos queda algún cartucho que quemar y es el ir al Montellano y tomar la merecida cerveza/café/té/manzanilla o menta poleo de turno. Así que allí nos encabalgamos, trotando lo máximo que nos permite el camino, pasando por esos tramos complicados y delicados, enchufando la autovía y parando en Gérgal.

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Es la hora del cafelillo, y así lo demuestran los primeros pedidos al camarero… hasta que Tote abre la veda: una cerveza por favor, peeero, en vaso de tubo. Palabras mágicas que brotaron de su boca. Ipso facto, cambio el caliente té rojo por ese mismo oro líquido que tan sabiamente Tote pronunció. Y detrás de mí me siguen varios adeptos más. Y es que, como si de un mantra se tratara no paraba de oírse en la estancia el constante susurro de esa mezcla de sílabas tan magistralmente bien construidas: cer-ve-za.

Llegaron hasta nuestros paladares el amargo y turbio frescor de la rubia por excelencia; pero esto no era lo único: como premio, lo que le acompañaba insultaba ferozmente a lo que hoy en día algunos consideran una tapa. ¿Qué sabrán en los sitios que presumen de eso? Un plato de ensaladilla rusa para Tote que en principio pensamos que era una ración, y unas salchichas caseras en fila de a dos para cada uno de los que habíamos pedido esa tapa. Si ya se suda en el desayuno con la cantidad, aquí no se escatima tampoco.

Hinchados como globos ya sí que vamos buscando cada uno nuestro vehiculo de destino a casa. Nos merecemos una ducha, y algunos gaseosa del Tigre.

Podemos decir con la boca grande que hemos tenido un estupendo día, una nieve estupenda, una compañía inmejorable y unas tapas a la altura. Almirez, a tu canuto volveremos y Jorge seguro que irá a por él también.