Author: Motorizer
•jueves, abril 30, 2009

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Este domingo, 26 de Abril, se iniciaba la Copa Andaluza de Carreras por Montaña, Gran Premio HI-TEC 2009, con la III Carrera por Montaña Sierra Elvira la cual comenzaba en las estribaciones montañosas de la Sierra Elvira, muy cerca de la Vega de Granada en los términos municipales de Atarfe, Albolote y Pinos Puente. La prueba ha sido organizada por el Club de atletismo y montaña de Atarfe y el Ayuntamiento de Atarfe, y presentaba un trazado de 27,5 km y 1600 m de desnivel positivo, vamos una pasada de recorrido muy duro y técnico, de echar los higadillos. Participaron 265 corredores de montaña.

Y nuestra Mariquilla estuvo allí. Terminándola como una campeona y quedando en el puesto número 11 en la clasificación general femenina y en el 6 en su subcategoría senior, con un tiempo de 3 horas, 58 minutos y 32 segundos. Vamos, eso no lo hago yo ni en moto supersónica, y eso que, según la protagonista, no estaba en su mejor momento de forma.

El tiempo no iba a acompañar precisamente, y a pesar de que amaneció despejado, pronto las nubes lo cubrieron todo y amenazaron con caer sobre las cabezas de los participantes. Y así lo hicieron, poniendo las cosas muy muy difíciles a los participantes, con frío, barro y alguna caída que otra. Pero eso no achantó a María y la terminó, después de su aventura africana, aún tenía ganas de mostrar la máquina que está hecha.

Enhorabuena y a seguir cosechando frutos.

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Author: Motorizer
•domingo, abril 26, 2009

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Ahora que estoy sentado, descansado y cómodo, y escuchando a Yngwie Malmsteen de fondo, puedo decir que con esta ruta se ha cumplido todo un record. Ha sido el día más intenso, con el mayor número de anécdotas y con el mayor cansancio y agotamiento de cuantos recuerdo. Y es que once horas de actividad, a las que hay que sumar el viaje, hacen que lleváramos despiertos más de 21 horas.

Le teníamos muchas ganas, era nuestro primer Mulhacén invernal, en un segundo intento, pues el primero se vio frustrado cuando estuvimos en el refugio de Poqueira.

Para esta ocasión, se nos unió Sebastián de nuevo, encargado de marcar el ritmo, Jaime y sus guacamoles, Jesús con hambre de montaña, Olga tras su resaca marroquí, y un servidor, con parón de más de un mes en actividades montañiles.

Habíamos quedado a las cinco de la mañana, pero lo que es habitual, esa no iba a ser la hora exacta de partida. En el bar Parada de la rotonda de Pescadería nos juntamos el total de la expedición, rumbo a Capileira.

En el trayecto se asomaron algunas gotas de lluvia, y es que el tiempo no iba a ser nuestro mejor aliado durante el día, y así lo habíamos visto en las predicciones. Pero eso no iba a achantarnos. Jaime, como es habitual, se había preparado a conciencia para la ruta, es decir, no durmiendo la noche anterior e hincándose una opípara cena digna de un marajá. Es por ello que las curvas le jugaron una mala pasada y su particular pesadilla no había hecho más que empezar.

Un desgraciado con un Audi nos adelantó a ambos coches en plena línea continua y en una zona de curvas. En ese momento, todas las maldiciones que se nos pasaron por la cabeza se las soltamos, exigiendo un empalamiento en una plaza pública. Gentuza de ese tipo son las que acaban poniendo en peligro a los que tranquilamente cumplimos las normas. La carretera estaba llena de sorpresas, como la de cruzarnos con una pareja de burros, que nos plantaron cara, y casi nos los comemos.

Ya en Capileira, adornada para las fiestas, en el bar de siempre, metimos calorías para el cuerpo con las tradicionales tostadas de tomate y jamón, aunque ya se nos iban los ojos con las viandas que había en el mostrador (unas tartas de queso que Sebas no le quitaba ojo). Jaime sin embargo, se tomó un paracetamol.

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Teníamos que llegar aún al punto de partida de la ruta, y no sabíamos cómo estaba la pista hasta la Hoya del Portillo. Pronto lo descubrimos: baches y más baches y a la altura de las acequias, un inoportuno ventisquero que impedía el paso a turismos convencionales. Pues nada, tocaba dejar los vehículos en la explanada.

Atendimos a la “famosa” encuesta del Parque Nacional, ya contestando en plan autómata, y es que ya nos sabemos las respuestas de memoria, mientras nos  preparábamos los apechusques y Jaime resurgía de sus cenizas en lo más profundo del coche de Olga.

Decidimos subir la pista para calentar hasta la Hoya del Portillo, y es que a esas horas hacía un frío que pronto se nos quitó con las primeras cuestas. Bien es cierto, que el dichoso ventisquero y otro más pequeño más adelante, fueron los únicos obstáculos que impedían llegar hasta ese punto. Parecían puestos a caso hecho.

La ruta estaba ya encaminada, y la nieve empezó a aparecer a tramos intermitentes, pero cuando lo hacía, era para decir aquí estoy yo. No consideramos ponernos los crampones en todo el día, pues la nieve se podía atravesar bien, salvo a la vuelta que ya era una papa peligrosa.

La pista que llega al alto del Chorrillo fue nuestro punto de referencia, la cual atravesamos en diagonal, evitando así sus curvas. El grupo se alargaba y se retraía, para reagruparnos, mientras nuestros ojos admiraban el paisaje, siempre y cuando la lluvia que hizo acto de presencia nos lo permitió.

Entonces es cuando apareció él: el viento, un compañero no invitado que vino para quedarse, y así lo hizo hasta el final. Nos tuvimos que poner toda la protección posible para luchar con tan incómodo compañero de viaje. La ruta era un mirador continuo hacia las cumbres más altas de nuestra querida Sierra Nevada, y la lástima no poder hacer más fotos por la pereza de sacar la cámara por el viento y el frío que hacía.

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Sebastián ya había metido la reductora y tiraba dejando una estela de humo a su paso, mientras el resto íbamos como podíamos. Se iban alternando tramos con nieve y otros de roca pura y dura. De nuevo el grupo se iba estirando y luego volvíamos a reagruparnos, la tónica del día. Las nubes que habían amenazado con darnos el día, desaparecían sobre nuestras cabezas y a veces por medio de nosotros, pero el viento sí que decidía seguir presente.

Pronto alcanzamos la loma del Tanto, anunciándonos que aún nos quedaba tela marinera, y es que tras ella viene la loma del Mulhacén, que no es moco de pavo por lo largo que se hace remontarla, y más con nieve, que en este sitio ya eran continuas las largas palas. Las fuerzas empezaban a flaquear, y es que la falta de costumbre se nota cuando llevas una temporada sin hacer nada.

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Llegó un momento que las únicas pretensiones era llegar cuanto antes a la cima. Nos habíamos propuesto hacerlo en seis horas, es decir, que a las cuatro de la tarde como mucho teníamos que estar haciendo cumbre. Por eso se pone el piloto automático, y los pies van progresando por inercia uno delante del otro, lentamente, el ritmo decrece, mientras la respiración se vuelve más agitada, e intentas que el aire helado no queme tu garganta.

Entré en la fase en la que se te enciende la reserva del combustible, y ya te empiezas a poner nervioso, como diciendo, “creo que tengo para unos cuantos kilómetros, pero no sé si encontraré una gasolinera en el camino; veremos a ver si no me toca coger la garrafa y salir andando en busca de gasolina”.

Jaime comentó que el Mulhacén era, en palabras textuales suyas, un poco tocahuevos, pues no se le veía por ningún lado. Aquí el grupo estaba disgregado, avanzando cada uno por su lado. Sebastián se había desplazado hacia el este, Jesús era el cabecilla, Olga le seguía a la zaga en la distancia, seguido por mí,  y cerrando, inmerso en sus maldiciones, sapos y culebras, se encontraba Jaime. En una mirada hacia Jesús, veo que me hace gestos, para que vea que la cumbre del Mulhacén II, antecumbre de la cima, se encuentra sobre nuestras cabezas. Eso me da esperanza de que ya está casi conseguido, y acto y seguido puedo comprobar que ya asoma el mojón del Muley, del Rey, y Jesús se acerca a su corona.

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Yo ya me encontraba al límite, sé que nos quedaba poco, pero me noto muy mal, tal vez influido por la altura, el ansia por llegar y ver que tenía una pala de nieve por delante que se iba rompiendo a mi paso, dificultando aún más la meta. Esos tediosos segundos iban pasando, deseando parar por un lado, pero por otro obligándome a todos y cada uno de ellos a no detenerme. Cuando llegué a la cumbre, estuve un tiempo sin reaccionar hasta que por fin me quito la mochila y me resguardo del viento por un lado de la capilla. El último en llegar fue Jaime, que iba quejándose de todo lo que conocía.

Pero lo habíamos conseguido, estábamos con la cumbre para nosotros solos, las nubes se habían retirado lo suficiente para poder contemplar la inmensidad que nos rodeaba y darnos cuenta que era tela lo que habíamos subido.

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Nuestra intención era comer a resguardo del viento entre las ruinas de las casas, pero para nuestro chasco estaban cubiertas por nieve. Así que utilizamos lo que sobresalía de una de ellas para sentarnos. En la comida, parece que el viento hizo tregua, y nos permitió repostar energías, que estaban agotadas. Parecíamos los conejos del anuncio de Duracel, pero no el protagonista, sino de los que van cayendo uno a uno. Jaime sacó sus nachos con guacamole (toma ya, si encima estabas ya chungo del estómago), Jesús una botella de vino, de la que no tomé nada, Olga empanadillas de tomate, yo fuet de rigor y Sebas de todo un poco.

Mientras meneábamos el bigote, examinábamos en el horizonte futuros objetivos, como el Alcazaba, Caballo y Siete Lagunas, que ya empiezan a despertar de su letargo invernal, y que para finales de primavera, como siempre intentaremos pasar un fin de semana.

No nos podíamos entretener mucho, ya que el tiempo volaba en nuestra contra, y había que regresar, aparte de que el kit kat que se había tomado el viento ya había pasado, y volvía con ganas. Así que, antes de congelarnos, nos hicimos foto de cumbre como pudimos, recogimos y tiramos millas hacia el coche.

Parecía que la comida nos había aportado algo de energía, pero por lo menos en mi caso, las justitas. Íbamos poco a poco pero avanzando inexorablemente.

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Las palas que antes habíamos subido, ahora tocaba bajarlas y la nieve se había convertido en una papa algo incómoda de andar, y en algunos momentos te hundías y en otros simplemente te deslizabas sobre ella.

En cambio, la luz de la tarde nos regalaba unas instantáneas impresionantes de los gigantes nevados, que no pude evitar el inmortalizar con mi cámara y sus exiguas baterías.

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La bajada no nos iba presentando problemas, pero en unos peñascales, de pronto, Jaime sintió en su rodilla un latigazo, y un dolor agudo se le extendió por toda la pierna, y amenazaba con separarse del cuerpo. Presto, acudí a su ayuda, pues el resto del grupo se había distanciado demasiado. Tras examinar la situación, decidí no amputar el miembro afectado. Le presté mis bastones para facilitar el descenso y nos reunimos con los demás. A duras penas, Jaime continuaba, y el dolor parecía que se mitigaba algo.

Hasta ahora no nos habíamos cruzado con ningún ser humano desde que iniciamos la ruta. A estas alturas del día, aparecieron tres personas que sus intenciones eran las mismas que las nuestras, con la diferencia de que ellos iban cuando nosotros volvíamos. El tercero, el de la retaguardia, se paró con Jesús, Olga y Sebastián, e iba muy muy perjudicado. A eso, había que añadir que no llevaba mochila ni nada, con lo cual, entendimos que era una temeridad lo que pretendían.

Jaime seguía quejándose, y tuvimos un gabinete para ver qué podríamos hacer. Se habló incluso de llamar al 062 para que pudieran recogerlo, de helicópteros, y de peleas de a ver quien sería el afortunado que lo acompañaría. Yo saqué el mapa, a la vista de una pista que se veía a lo lejos, y ver si podría ser factible una ruta alternativa. Así resultó ser, pues dicho sendero comunicaba, al parecer, de una manera más directa con la Hoya del Portillo. Así que enchufé el Gps (bendita herramienta) y comprobé el mapa físico, y votamos que sí a esa vía de escape.

Fue la decisión acertada, pues el sol se estaba yendo a marchas forzadas, y el viento parecía que también, que ya había cumplido su jornada de rigor. La pista era muy cómoda de andar en sus primeros tramos, y nuestra particular carrera contrarreloj por llegar aderezada con el cansancio, nuestro sino. Fue el momento bucólico del día.

Pero no todo iba a ser un campo de amapolas, y surgieron nuevos contratiempos. La nieve, cuando volvió a aparecer, nos jugó malas pasadas, pues en algunos tramos nos tenía esperando trampas que hacían que de golpe te tragara una pierna, con el consiguiente golpecito seco en la rodilla de regalo. Nos llevamos varios sustos, yo creo que casi todos. Y aquí no acaba la yincana, pues la pista desaparecía fagocitada por el blanco manto. Pero, nos habían subestimado, y el gps se portó como nunca, mostrando el camino, como la luz en la oscuridad. Nos tocaba subir y bajar ventisqueros bastante grandes, que al estar entre la umbría del bosque se encontraban medio helados.

Buscábamos el final del camino, un cortafuegos que nos llevaba casi directos a la pista forestal. El sol sólo era ya un recuerdo, que dejaba en jirones de luz por detrás de las montañas, y el dolor en rodillas, pies y pensamientos cada vez más agudo. Ya estábamos en el cortafuegos, por fin, pero aún quedaba trecho, mucho trecho hasta la meta. Jaime echaba pestes de todo lo que se menea. Las suelas de las botas se estaban deshaciendo y le quemaban las plantas de los pies.

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La bajada por el cortafuegos nos deparaba más sorpresas, nieve a ratos, otras, roca viva, otras piedras sueltas, hasta que llegamos a su final. ¿y ahora qué? Un cartel anunciaba un sendero hacia la Hoya del Portillo, pero estaba enterrado en la nieve y se metía en el bosque. Sebastián se metió en mitad de los pinos, mientras yo consultaba el gps. Estábamos muy cerca ya de la Hoya del Portillo, pero Sebastián había desaparecido. ¿Se lo habrían comido una manada de jabalíes asesinos, o él habría dado buena cuenta de ellos, y con su piel nos habría fabricado un parapente para bajar directos a los coches? Llamó a Jesús por teléfono que ya estaba en la Hoya, que bajáramos todo recto y allí lo encontraríamos. Dicho y hecho, en cinco minutos divisamos algo de civilización. Estábamos en la Hoya del Portillo. Como en el final de una función, las luces del día ya se habían ido, pero lo que nos quedaba era seguir el carril hasta el coche.

No nos lo podíamos creer, acabábamos de llegar, y lo que más deseábamos en este mundo era quitarnos las botas, y ¡¡¡sentarnos!!! Lo habíamos logrado. Claro que la aventura no acaba aquí. Teníamos que volver.

Ya con noche cerrada, el rally Acequia – Capileira, era un sorteo continuo de baches y roedores (contabilicé unos cuatro), y el viento volvió, pero ya nos daba igual, estábamos a resguardo.

El viaje de regreso fue larguísimo, con varias paradas para que Jaime, de bajón, intentara vomitar, con apariciones fantasmagóricas en mitad de la carretera cerca de Órgiva ¿os acordáis de la truculenta historia de la chica de la curva? pues aquí encontramos a una, pero en chandal; perros kamikazes que corrían a sus anchas por toda la carretera; un encontronazo con un lugareño que nos desafió en el puente de Órgiva (nosotros entramos antes); un extravío a la salida que nos hizo ir dirección Granada, para luego ir por la carretera antigua hacia Motril. Pero a casi las una y media de la madrugada, ya estábamos en casa.

El esfuerzo añadido de llevar los coches, es algo que hay que agradecer a los sufridos conductores. Va un ole por ellos.

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Author: }{eaven
•lunes, abril 20, 2009
Domingo 8:00 de la mañana, he llegado al aeropuerto de Granada donde me encuentro con Juan Cuadrado y Pepe Palmero con los que, después de facturar mochilas y desayunar copiosamente, embarco rumbo a Madrid donde nos reuniremos con el resto del equipo.

Aeropuerto de Madrid, ahí están Serafín Pedrosa, Javi Pérez, José Antonio (Tote), María del Mar Viciana (Marikilla) y uno de nuestros dos monitores, Sergio Salmerón. Con los dos chicos que faltan (Paco Rubio y Antonio Mayor, nuestro otro monitor), nos encontraremos en Marrakech, ya que ellos llegan en un vuelo más tarde.

Como todo viaje digno de no olvidar, éste no iba a ser menos. Fuimos víctimas de tres contratiempos de esos que nunca imaginas que te pueden pasar a tí y de los que por fortuna, salimos airosos aunque marcados para el resto del viaje.

1º.- Uno de los coches que venían de Almería sufrió el reventón de una rueda y al no llevar una de repuesto, el coche tuvo que ser abandonado con la preocupación que supuso para su dueño. 2º.- Sufrimos el putadón más grande que pueda darse en un aeropuerto, el Overbooking por parte de tres de nosotros. Por fortuna, Juan y Pepe son de esas personas que nunca aceptan un No por respuesta siempre que haya la más mínima posibilidad de un Sí y si íbamos a ser diez los expedicionarios, fuimos diez. Siete, fueron en avión y el resto, si fueron en Globo, Avioneta o Helicóptero…. nunca se sabrá. 3º.- Y para rematar, una de nuestras mochilas prefirió pasar unas vacaciones en La Habana y aún hoy sigue allí, supongo que bebiendo Ron y fumando puros.

Ya estamos en Marrakech y allí, siempre puntual, nos esperaba Hassan id Mansour, uno de los contactos de Antonio que se encargará del transporte, alojamiento, alquiler de mulas, cocinero y de todo lo que pudiésemos necesitar.

El trayecto del Aeropuerto hasta el hotel nos sirve para ver un poco la ciudad, la cual me pareció muy bonita, la llaman la ciudad roja, ya que sus casas y edificios están construidos con una especie de arcilla rojiza. La Medina de Marrakech es una de las más grandes de Marruecos y está rodeada por una muralla que tiene nada menos que 19 kilómetros de longitud!!. Es muy curioso ver el montón de motocicletas que hay y la forma de conducir que tienen, es un desorden de vehículos y peatones que se cruzan por "tos" laos sin ningún control.

Después de dejar el equipaje en el Hotel Alí, que está practicamente en la misma plaza Jemma El Fna y en cual nos alojaremos la primera noche, dedicamos la tarde a pasear por la zona. La plaza, está llena de puestos de zumos de frutas, frutos secos y plantas. Hay un montón de gente que van y vienen, comerciantes, bailarines, encantadores de serpientes, pintoras de henna...

Nos adentramos en el zoco y procuramos no separarnos porque es enorme y está lleno de callejuelas donde podríamos perdernos fácilmente; entramos a tomar té a un restaurante con un patio interior típico de allí donde hay colgados cuadros muy bonitos que se pueden comprar. Aquí pasamos el primer momento de relax después del viaje y es donde empezamos a conocernos un poquito más la gente del grupo, echándonos unas risas y contando anécdotas (no puedo evitar reirme al acordarme del Barrio Rojo de Amsterdam y los dotados chicos que lucen en sus escaparates).
Una vez nos reunimos por fin con Antonio y Paco, nos vamos a cenar al Hotel no sin antes contemplar la mezquita de Koutubia iluminada por la noche, uno de los monumentos más representativos de Marrakech y cuyo alminar es un modelo del la Giralda de Sevilla.

La cena es un buffet libre donde hay un poco de todo, desde el típico cuscús hasta pollo frito con patatas pasando por diferentes salsas, la mayoría picantes ( que se lo pregunten a Sergio, jajaj). Sin duda, lo más bueno fué el postre de frutas; las más ricas eran las fresas con azúcar y las naranjas, que allí son enormes y de piel muy gruesa.

Después de la cena volvimos a la plaza, donde pudimos disfrutar de sus vistas e iluminación por la noche. Es un hervidero de gente que se agolpa haciendo corros para escuchar a los contadores de historias, ver los juegos, observar a los adivinadores…. y cuidado chicas! Que algunos aprovechan para meter mano entre la multitud!

Ante tanto desbarajuste decidimos irnos al hotel a descansar. Subimos a la azotea ya que en el comerdor del hotel hay un grupo de montañeros que planean su ruta delante de un enorme mapa (seguirán todavia allí??) . Nos sentamos con colchonetas en el suelo y seducidos por el embrujo de los cuentacuentos de la plaza, nos pusimos a escuchar las historias de Pepe (chaquetas de ultratumba, casas encantadas y novias cadáveres).



Después de esta agradable velada y con el susto en el cuerpo, nos fuimos a dormir a nuestros aposentos. Nuestra habitación era grande, tenía diez camas y un baño; a Marikilla le tocó un colchón un poco amorfo, en el que se escurría por los lados, pero pronto encontramos el remedio.

Nos levantamos a las 5:30 de la mañana para estar a eso de las 6:30 desayunados, limpios y con el equipaje preparado.

A las 7:00, con puntualidad británica, ya estaba Hassan esperándonos con la furgoneta en marcha para partir hacia Imlil.

Imlil es un pueblo bereber que está a unos 60 kilómetros de Marrakech, se encuentra prácticamente a los pies del Toubkal, en el valle del Asiff Mizane (río Mizane), 1.740 metros de altura.

Imlil es el punto de partida para empezar el Trekking hacia el Toubkal. Allí y ante la afligida mirada de Marikilla, las mulas cargan con las mochilas grandes, las cuales llevarán hasta mas o menos una hora antes de llegar al refugio. Nosotros nos colgamos la mochila de ataque hasta llegar al refugio del Mouflon (3.300 mts).

El camino es largo pero lo hacemos tranquilamente disfrutando del paisaje, pasamos por una pequeña aldea llamada Acheim y un poco más adelante, llegamos a la altura de Around (1.900 mts) donde a la vuelta, pasaremos la última noche.

Vemos un colegio y coincide con que varios niños están llegando con sus caritas de resignación; Pepe, que ha traído una bolsa de caramelos y viendo que es la ocasión perfecta para regalarlos, entra en el colegio y se los entrega a la profesora que nos da las gracias con cara sonriente.

Cruzamos el río Mizane y… catástrofe!, a Marikilla y a mí (para no mojarnos las botas) no se nos ocurre mejor idea que pasar por encima de un pequeño balate construido por los lugareños con piedras, meticulosamente apiladas de manera que, si soplas, se caen. Y claro, a nuestro paso y por nuestro propio peso, Marikilla cae rodando con todas las piedras destrozando la construcción que, inmediatamente después, intentamos reponer con vergüenza por el estropicio que habíamos hecho. La señora, que había estado mirando atentamente aventurando el fatal desenlace, lejos de mostrarse enfadada, estaba partiéndose de la risa y diciéndonos por gestos, que nos fuésemos sin construir el balate (que bonica...).

Pude observar como los hombres recogían la tierra y la cribaban con una especie de malla metálica puesta en diagonal sobre el suelo, supongo que para quitar las piedra gordas y utilizarla para hacer mezcla.

Seguimos andando y nos indican con un cartel que entramos en zona protegida del Parque Nacional del Toubkal. Aquí comenzamos a ascender con un desnivel considerable y ya a estas alturas, el hambre empezaba a notarse.

Por el camino pudimos observar el bonito paisaje, sus numerosas cascadas y pozas en las que daban ganas de bañarse a pesar del frío.

Llegamos a Sidi Chammharouch, una aldea que está a 2.310 metros de altura y ya desde lo lejos, se podía divisar una enorme roca pintada de blanco; un moradito, lugar sagrado donde la gente acude en peregrinación y vestida con sus mejores galas para rezar. Allí también nos encontramos con las mulas que portan nuestras mochilas.

Lo primero que hice fue tomarme una coca cola fresquita de medio litro, en botella de cristal que me supo a gloria bendita, tomamos té, comimos ensalada, quesitos y una mortadela color fucsia que sabía (según los osados que la probaron) a plastilina.

De postre, comimos naranjas y tomamos más té; teníamos más hambre, pero aún nos quedaban unas tres horas de camino hasta llegar al refugio y no nos convenía ir muy pesados.

El cielo estaba nublado y temimos que nos cayera la del pulpo, pero finalmente no llovió, lo cual agradecimos ya que el trayecto se hizo mucho más agradable y fresquito.

De camino, nos encontramos con un señor vendiendo almendras y cacahuetes garrapiñados, hmmm que buenos están y que bien sienta algo así cuando vas con las energías bajo mínimos…
Sidi Chamharouch

Después de unas dos horas de camino y justo cuando la nieve empezaba a pisarse, nos esperaban las mulas para devolvernos el equipaje, allí también había porteadores que se ofrecían a cambio de un módico precio para llevar el equipaje hasta el Refugio; el camino hasta llegar a él se hizo bastante duro. Yo lo veía a lo lejos y con el cansancio que llevábamos parecía que se alejaba a medida que tú te ibas acercando. En una hora nos plantamos allí, lo cual me hizo tanta ilusión como si hubiese coronado el mismísimo Toubkal y como no, me puse a felicitar a todos mis compañeros.

Y ya estábamos a 3.300 mts de altura. El paisaje con las magistrales montañas nevadas era espectacular. Entramos para acomodarnos, quitarnos las mochilas y dar una vuelta para ver el refugio, para los que hayáis visto el Poqueira, es parecido, un poco mas pequeño pero con un ambiente más acogedor; en la planta baja hay un salón comedor muy amplio a la izquierda, una cocina a la derecha y al fondo hay unos aseos con duchas y lavabos y un mini ultramarinos donde puedes comprar comida, bebidas y cosas de aseo. Subimos a la primera planta donde se encuentran las habitaciones con literas, más aseos y una puerta que da a la terraza donde puedes tender la ropa y hablar por teléfono (es el único punto donde hay cobertura).

Una vez acomodados, nos bajamos a tomar té con pastas de chocolate, (deliciosas) y un rato después, nuestro maravilloso cocinero Larsen (primo de Hassan), nos tenía preparada la cena, sopa de habas (creo) y una fuente enorme de Tajín de cordero con verduras.

Después de tomar otro té, esta vez de Verbena (con hierva Luisa) y de preparar las mochilas para adelantar tiempo a la mañana siguiente, nos fuimos a dormir…

La noche estuvo cargada de anécdotas ya que, aparte de nosotros, había en nuestra habitación otro grupo de montañeros que no destacaban precisamente por su buena respiración. Tuvimos un momento de desvelo, y cuando creíamos que eran las 4 de la mañana, eran aún las 12 de la noche (esto nos hizo muchísima gracia, jajajaj) Se oía bastante viento, pero una ojeada de Antonio por la ventana y comprobar que había Luz de Luna (buena señal), hizo que volviéramos a dormir plácidamente.




Nos levantamos a las 5 de la mañana, entre preparar mochilas, asearnos, colocarnos casco, arneses, desayunar y finalmente calzarnos los crampones, salimos a las 7 de la mañana hacia el Toubkal.

Sergio nos dió un curso acelerado con las nociones básicas de cómo hacer una autodetención con el piolet y de cómo utilizar los crampones correctamente para aquellos que no sabíamos. No se puede aprender más en tan poco tiempo...

La subida comienza unos pocos metros por encima del refugio, cruzamos el torrente del Assif-n-Issougouane y empezamos el ascenso por las pendientes, en dirección SE. Pasamos por la derecha de unos contrafuertes rocosos de donde cuelgan dos bonitas cascadas de hielo (Sergio nos propone escalarlas como actividad para el día siguiente), continuamos subiendo por pendientes moderadas del valle del Ikhibi sud. Después de cruzar por una zona mas rocosa e ir ganando bastante altura, divisamos al fondo el collado sur del Toubkal, el Tizi-n-Toubkal, a 3.971 mts.

Llevamos unas 3 h de subida y empieza a hacer mucho viento el cual, se hace difícilmente soportable si le añadimos el cansancio acumulado por haber subido a tanta altura y la presión que supone; hacemos un breve descanso para reponer fuerzas y seguimos subiendo pendientes que nos llevan a un falso collado desde donde se pueden observar unos espolones rocosos surcados por canaletas de nieve por encima de los cuales ya podemos ver el vértice geodésico triangular que está asentado en la cumbre del Toubkal. En este punto, el viento es cada vez más fuerte y la idea es llegar, hacer la foto de rigor e irnos cagando leches.

Giramos a la izquierda para bordear el falso collado y encaramos los últimos metros por pendientes suaves hasta llegar a la cumbre más alta del Africa del norte, el Toubkal (4.167 mts) Las vistas son extraordinarias, pero el agotamiento, el frío y el viento nos impide disfrutarlas al 100%, nos rodean todas las cimas del circo: al oeste, de sur a norte, observamos el Timesguida, Ras, Akoiud, Afella, Biiguinoussene, Tadat y Alguelzim. Hacia el norte vemos la larga cresta NE hasta el Tichki, pasando por Imouzzer y Afekhoui. El día es claro y podemos ver, si miramos al sur, la cadena montañosa del anti-Atlas justo delante de las llanuras del Sahara (3.500 mts por debajo nuestro). Al este vemos el largo cordal del alto Atlas Central con macizos tan importantes como el Jbel Rat, Tignousti y el Mgoun.
(Todos estos datos y nombres son facilitados por Antonio, gran conocedor y entusiasta de la zona y sus cumbres. Espero haberlos reproducido sin cometer muchos errores).

Después de hacernos las obligadas fotos y de darnos de ostias por exhibir nuestras banderas…. Comenzamos el descenso por el mismo itinerario de subida, sin ningún contratiempo y a eso de las 14 h estamos de vuelta en el Refugio en el que nos espera un suculento plato de pasta con verduras, ensalada y una sopa "Harira" que quita el sentido y de la que me sirvo dos rebosantes cuencos.

Tenemos a dos de los chicos un poco pachuchos. Uno, que debido a la altura, sufre vómitos y fiebre (dicen que un 30 % de la gente se ve afectada por estos síntomas). Y el otro, que por algo que ha comido (demasiada sopa harira!!) se siente un poco mareado, pero con una buena siesta se recupera y vuelve al grupo para seguir dando guerra.

Pasamos la tarde de relax tomando té con pastas, charlando en la terraza y el salón del refugio, viendo fotos, comentando la ruta y pensando qué podemos hacer al día siguiente; antes de que nos demos cuenta, tenemos la cena preparada; la sopa Harira que tanto me gusta! y unos espaguetis con salsa de tomate y verduras ( ya quisira un tal Karlos cocinar como nuestro amigo Larsen...).
Ya con el estómago lleno, quedamos en que a la mañana siguiente subiremos el Ras (4.083 mts).

Es hora de ir a dormir, no sin antes preparar el material y las mochilas para el día siguiente. Esa noche (la 2ª) dormimos del tirón, excepto el chico que está malo, que ha pasado la noche sin poder dormir (pobrecillo… )

Comenzamos la mañana con un buen desayuno, leche, cacao, té, tostadas de mantequilla y mermelada (la de higo está deliciosa…), nocilla….. en fin, no faltaba de nada… Y después de la parafernalia de colocarnos todo el material… salimos rumbo al Ras… Hace un día espléndido, lo cual celebramos ya que hubiera sido la peor baza con la que hubiésemos jugado…

Yo estoy muy cansada y tengo agujetas, empiezo a plantearme si darme la vuelta porque aún en frío y mirando a lo lejos, pienso que no voy a ser capaz de subir otro 4.000, pero gracias a los ánimos del grupo, me olvido de pensar en la retirada y continúo andando. Marikilla no se siente la punta de los dedos debido al frío que hizo el día anterior , pero aún así y con un par de..... guantes, continúa el camino sin apenas rechistar.

Esta vez caminamos en dirección sur para remontar el valle principal o Assif Mizane que nos lleva hacia el collado del Tizi-n-Ouagane, presidiendo en todo momento la cara NE del Ras la cual, está dividida por un marcado corredor rectilíneo. A la mitad del valle, parte a mano derecha el Irhzer bou Imrhaz. Accedemos a él ganando desnivel a través de una pequeña garganta entre paredes rocosas y llegamos al pié del corredor situado en la cara NE.

Paramos a tomar un tentempié y comenzamos el ascenso por la garganta que tiene un desnivel de unos 350 mts y una pendiente media de 35 grados; es la parte más técnica que hacemos y es donde realmente pudimos disfrutar de la emoción y el subidón de adrenalina que te da la alta montaña.

Debemos ir con mucho cuidado, ya que hay bastante pendiente y un mal paso podría mandarnos rodando hacia abajo donde hay rocas, lo que supondría un buen castañazo. La nieve está blanda lo cual nos da bastante seguridad a la hora de agarrarnos en la nieve y no resbalar. Una vez hemos salido del corredor, giramos a la derecha y en unos 30 minutos nos plantamos en la cima del Ras (4.083 mts). He de decir que yo estaba eufórica, las vistas eran espectaculares y este día con el buen tiempo que hizo, disfruté todo lo que el día anterior no pude. Me dió mucha pena tener que apartarme de aquella cima ya que era el último momento que íbamos a disfrutar de aquella inmensidad.




Desde aquí, si miramos hacia el sur, observamos la amplia y redondeada meseta que forma la cumbre del Timesguida (la 2ª montaña más alta de la cordillera con 4.089 mts), que la separa del Ras por un ancho collado (3.965 mts) y la cual íbamos a coronar, pero por falta de tiempo decidimos aplazarla para cuando volvamos.

Comenzamos el descenso justo por donde hemos subido; la pendiente vista desde arriba da un poco de jiñe y debemos bajarla de uno en uno guardando las distancias ya que la caída de alguno, arrastraría con los que van por delante. Nuestros monitores nos dan instrucciones técnicas de como debemos bajar, como usar los bastones y como jugar con el cuerpo para equilibrar el peso y tener la mayor estabilidad posible. Bajamos sin problemas y con absoluta seguridad, ya que Antonio y Sergio formaban una barrera humana que ni de coña hubiéramos podido sobrepasar en el caso de que hubiera alguna caída. Algunos aprovechamos la huella que hay formada para, a modo de tobogán y siempre con el piolet preparado para frenar en caso de emergencia, deslizarnos y ganar metros con el mínimo esfuerzo (esto fue muy divertido porque se alcanzaba tal velocidad, que el corazón se te ponía a 1.000 )

Tardamos en bajar más de lo calculado, la idea de que era nuestro día de despedida en la montaña nos hizo tomárnoslo con calma (vamos… que nos hicimos los remolones). Aún así, a las 13.30 h estábamos ya en el refugio para disfrutar del último almuerzo, esta vez fueron huevos revueltos con verduras.

Recogemos el equipaje y ya sin crampones y sin la ayuda aún de las mulas, comenzamos el descenso hacia Aromdt, donde nos espera un relajante baño en el Hamman. cuando llegamos a la altura de las mulas, pudimos descargar peso y el resto de bajada (ya sin nieve), la hacemos a toda velocidad porque no queremos que se nos haga de noche.

Llegamos a las 19:30 h al hotel/albergue del amigo Hassan, una maravilla de sitio con un salón muy acogedor, habitaciones con camas súper cómodas, ducha con agua caliente (siempre que no se acabe el butano), cocina y todo lo que necesitábamos justo en ese momento de cansancio. María y yo, ante tanta comodidad, decidimos quedarnos allí a descansar y darnos una ducha caliente; los chicos, prefirieron ir al Hamman a tomar unos baños y algunos decidieron también contratar un masaje ( y por la cara que traían los masajeados, debió ser bastante intenso, jajajaj).

Esa noche volvimos a disfrutar de una deliciosa cena cocinada por nuestro amigo Larsen, sopa de arroz (parecida a la de cocido) y cuscús de pollo con verduras.

Después de una charla comentando los pros y contras del viaje nos fuimos a dormir.

Aunque no teníamos que madrugar mucho, a la mañana siguiente nos despertamos todos al amanecer y aprovechamos el tiempo que nos quedaba libre antes del desayuno para dar una vuelta por el pueblo, disfrutar de sus vistas y hacer unas fotos. Después del desayuno, bajamos a Imlil donde nos esperaba la furgoneta con nuestro equipaje para llevarnos a Marrakech. De camino, en la carretera que une Agadir con Essaouira, paramos en la Cooperativa Afra, una fábrica donde mujeres solas, separadas o divorciadas realizan productos cosméticos, curativos y alimenticios con Aceite de Argán. Este aceite, es el llamado oro líquido de Marruecos y es el más caro del mundo!!, se produce elaborando el fruto que da el árbol milenario de Argan que tarda como unos seis años en salir, es del tamaño de una nuez y sus propiedades nutricionales, antisépticas y dermatológicas son casi mágicas. Allí pudimos comprar productos y así colaborar con estas mujeres que a lo largo de años de trabajo, ya han consegido hasta exportar sus productos.

A las 13:00 h ya estábamos en Marrakech y cada uno teníamos hora libre hasta las 14.30 h para hacer compras por el zoco y dar el último paseo por la plaza, donde pudimos comprar pastelitos típicos, postales, collares, etc.

A las 14:30, Hassan nos lleva hasta el aeropuerto donde nos despedimos de él con un hasta pronto!!

Quiero daros las gracias a todos mis compañeros de aventura, Serafín, Javi, Tote, Juan, Pepe, Paco, Marikilla y en especial a Sergio, Antonio y al Club Sherpa, por lo bien que me han hecho sentir en todo el viaje, lo mucho que he disfrutado, la ayuda que me habéis brindado, el buen ambiente y el buen humor que ha habido. Se por otras experiencias que es complicado conectar con gente que no conocías de nada cuando se está junto, las 24 horas durante 5 días seguidos, y con vosotros me he sentido en todo momento como si estuviera con mis amigos. Por supuesto, volvería a repetir la experiencia mil veces y a mi maleta le digo, que no sabe lo que se ha perdido!!!

También quiero dar las gracias a Hassan, por todo lo que hizo por nosotros y especialmente por mí con el rollo de la maleta, a su mujer, a Larsen y toda su familia, que nos trataron como si estuviéramos con la nuestra propia.

Y como no, a mis amigos de AFP que han estado en todo momento conmigo en esta aventura, esperando como agua de mayo leer esta humilde crónica que deseo que os acerque lo máximo posible a vivir esta experiencia como la he vivido yo.

LARHAMALIDIK!!!
Author: Motorizer
•lunes, abril 20, 2009

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Bien es cierto que no llevaba todos los factores a favor para correr este domingo: el día anterior había tenido el caótico examen de oposiciones, con la pertinente y previa falta de entrenamiento que debiera, y para remate, un concierto de Mago de Oz, para deleite de mis tímpanos y sufrimiento de mis rodillas teniendo como consecuencia la ausencia de descanso suficiente. Para colmo, el tiempo no quería acompañar.

Por suerte, la mañana apareció despejada, aunque ya las nubes querían empezar a dar candela al día. Media hora antes de la carrera ya estaba calentando un poco, después de recoger el chip marcador. Había muchos conocidos, y es que esto del correr atrae a mucha gente (por fortuna).

Pues nada, era hora de ponerse en faena, así que, me abroché bien los cordones de las zapatillas (que unos días antes me habían regalado unas maravillosas ampollas en los pies, por una mala sujeción de las plantillas), rodilleras, dorsal y mi compañero en este viaje, mi mp4 con una selección de canciones para correr. Alice Cooper hizo los honores con el pistoletazo de salida y, he de decir que la selección aleatoria que hizo para la carrera el aparatito fue perfecta.

Gotthard y Gary Moore, fueron los siguientes en ir marcándome el ritmo, mientras me empezaban a adelantar todo el mundo. En algunos momentos, me dio la sensación que iba el último, pero que va, siempre había alguien más que te superaba. Los primeros kilómetros los llevé con buen cronometraje personal, sorprendiéndome incluso a mí.

La serpiente fosforita se iba alargando, y mientras unos íbamos, otros ya venían de regreso. El paseo por el puerto fue una oportunidad única de revivir antiguos recuerdos, de cuando solía ir los domingos con mis padres por allí. Pasé del puesto de avituallamiento de agua, más que nada por vergüenza al ver cómo la gente tiraba al suelo las botellas (habiendo contenedores al paso para poder hacerlo).

Un poco antes de la recta del faro empecé a notar el cansancio, y una vocecilla malintencionada que me decía, “pa qué sigues, párate y descansa, ganán”, pero ahí estaba Robert Tepper y su No easy way out de la banda sonora de Rocky para que surgieran las fuerzas de nuevo, y muy renovadas, tanto, que casi no hago la rotonda del faro y salgo directo al mar.

Se empiezan a ver las primeras bajas, y algunos frenan su carrera, llevándose las manos a la cintura, mientras a duras penas avanzan con más pena que gloria.

Ya llevábamos 7 kilómetros, y esto parecía cada vez más cerca. Me estaba reservando las fuerzas para los dos últimos kilómetros, y qué sabio mi mp4 que me tenía preparado un Young Lust de Aerosmith, un Kickstar my heart de Motley Crue, y como colofón, The Needles lies de Queensryche; aquí ya tenía el corazón saliéndome por la boca, los ojos desencajados, la boca más seca que una respuesta de Risto Mejide a un triunfito, y un flato que estaba empeñado en partirme en dos las lorzas.

Estaba ya estaba encauzando los últimos metros, la recta final, y al ritmo de la música, empecé una frenética carrera de adelantamientos que hasta yo me di miedo. Fue cuando vi a mi hija entre el público, mirándome y diciendo “Papi Papi ven”. Su carita de desilusión y ese tierno puchero al ver que yo no iba hacia ella, me dio alas, que digo alas, un nitro supersónico en el mismísimo orto, y con el Madman Ozzy en las orejas, esprinté consiguiendo mi mejor marca personal, bajando en casi diez minutos respecto de la anterior carrera.

Ni qué decir tiene que tras los pertinentes estiramientos, comentarios con corredores conocidos, recogida de bolsa de corredor, meterme un nestea frío por el gaznate y reunión familiar, me fui directo a “jincarme” el premio que me había prometido, y que posteriormente me sumergió en una placentera siesta. Nos vemos en la próxima carrera.

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Author: Motorizer
•martes, abril 14, 2009

AFP_Desnivel copia3

Ya están de regreso, y la prensa especializada ya se ha hecho eco de la proeza. No se han contentado con un cuatromil, sino con dos. En breve, sus protagonistas nos relatarán de viva voz su hazaña, sus aventuras y desventuras.

Author: Motorizer
•martes, abril 07, 2009

Toubkal 2009

Nuestras futuras cuatromilistas Olga y María del Mar ya han partido rumbo a África, para intentar subir al techo del Atlas y de Marruecos, con 4.165 metros.

Mucha suerte y esperamos pronto buenas noticias, muchas fotos y una gran crónica de la expedición. Que luzca brillante la bandera por esas alturas.