Author: Motorizer
•sábado, marzo 21, 2009

Veleta

Antes de que podáis pensar en nada malo, este reportaje tiene el riesgo de convertirse en el más repelente del blog, y ¿por qué? Pues porque todo ha ido perfecto, pero perfecto de perfecto de la muerte.

Otro madrugón bestial, pero a la hora exacta, las cinco y media de la mañana, Jesús me recogía con puntualidad supina. El petate estaba preparado del día anterior, con lo cual, era montar en el coche y tirar millas, con la noche más cerrada que una lata de atún en escabeche. El viaje lo omito porque fue perfecto, ningún contratiempo, ni siquiera cuando en una agilidad digna de Jackie Chan con una sobredosis de Redbull, un ratón cruzó la autovía a la velocidad del rayo.

Sierra Nevada amanece, y pronto llegamos a la Hoya de la Mora. Se notan los calores dé las últimas semanas, y que la nieve se retirado muchísimo, pero aún así, hay para aburrirse. No tenemos problemas de aparcamiento porque es temprano, otro detalle perfecto. Aún así, lo dejamos en un sitio estratégico donde ningún energúmeno pueda poner su coche delante, y sacar a la Jenny, la Jessi, el Rubén con las mechas recién echadas y el Christian con las zapatillas nuevas de DJ Tiesto que vienen a pasar la jornada de sábado.

El día por ahora es perfecto, no corre nada de aire, está despejado y la nieve está estupenda para cramponear.

Echamos a andar a eso de las ocho y poco de la mañana, no sin antes atender a las preguntas de una chica muy amable del Parque Nacional, que nos hace el mismo interrogatorio que tuvimos en el refugio de Poqueira, a lo cual, en alguna de las preguntas contesté con el mismo chascarrillo de entonces (repetido que es uno).

Cerca de la Virgen de las Nieves, que por cierto, por fin alguien ha limpiado de las odiosas pintadas que la afeaban, unas cabras toman el sol, las cuales salen espantadas al paso de algunos montañeros. El día es perfectamente bucólico.

Jesús en acciónLa marcha se va haciendo pausadamente, nos apetece disfrutar de este día tan perfecto y la cámara echa humo. A nuestro paso se suma Antonio, un montañero de Málaga, con el que compartiremos el resto de jornada, y entre charla y charla nos plantamos casi sin darnos cuenta en las Posiciones, no sin antes detenernos a intercambiar conversación con dos “veteranísimos” de Sierra Nevada, que a modo de Hernández y Fernández de las novelas de Tintín, nos mostraron su desinterés en hacer ese día el canuto del Veleta, ahí es nada, porque si no, se iban a tirar todo el día allí, así como ilustrarnos con sus desventuras montañeras pasadas, con explosión de venas incluidas por el esfuerzo al intentar patear con los crampones la nieve dura.

Veleta_Pano_007 copia

En las Posiciones, nos tomamos nuestro tiempo, pues hay que decirle a nuestros ojos que lo que ven es real, que la belleza tan perfecta que disfrutan, está ahí. Las nortes han perdido el hielo que las tapizaba, pero tienen aún mucho de manto blanco. El canuto está cuajado de nieve y algunos que pasan por allí deciden rapelar para intentarlo. No los volvimos a ver.

Hielo azulHacemos cumbre tras tres horas escasas de subida casi continua desde el coche, por un mar de hielo de un azul perfecto. Si bien a veces piensas que por qué carajo sufres de esa manea tan gratuita, la recompensa del día (perfecto), del paisaje (más perfecto aún) y de la compañía (omito detalles para no rezumar más perfección) hace que ese sufrimiento se te olvide. Estábamos en el Veleta, donde nos hicimos la foto de cima a la que nos acompañó gustosamente Antonio.

Coincidimos en el Veleta con algunos montañeros, no muchos, unos de ellos de Mula a los que ayudamos a inmortalizarse con su improvisada bandera. Tras comer algo, regados por un vino en botella benjamín que trajo Jesús, y las obligadas cervezas cúmbricas, retomamos la ruta para bajar, por un trayecto “alternativo”, esta vez por el lado oscuro de la Sierra.

Hay que decir, que en algunos tramos nos jugamos el tipo, pues cruzar las pistas de esquí comporta un riesgo que merece un esfuerzo donde la adrenalina sale a flor de piel: hay que buscar el punto exacto donde la visibilidad montañero-esquiador sea lo suficientemente amplia para ser detectado como objeto a esquivar por el segundo, así como calcular la velocidad estimada de bajada del segundo por parte del primero, y así apretar el culo lo justo para salvar el problema. Fueron varios cruces vertiginosos hasta que por fin llegamos a las inmediaciones de la Hoya de la Mora.

Si cruzar el lado oscuro fue arriesgado, hacerlo por la zona de trineos era una carrera suicida de mariquita el último. Los Christian subían con vaqueros acampanados y sus copias de sudaderas de Armani, a juego con las crestas esculpidas de Giorgi, y sin mediar palabra se lanzaban como hordas de hunos por las estepas asiáticas. Y no hay peor enemigo que un trineo desbocado de un “machilloqueintentoimpresionaralajessy”.

Del silencio de la montaña se pasó a la algarabía de domingo de gritos, chundas, vocerío vario y claxon de coches. Estábamos en la Hoya de la Mora.

Para celebrar el día perfecto, nos sentamos a saborear un refrigerio que vino perfecto para paliar nuestra sed, y despedirnos de nuestro amigo Antonio, al que esperamos volver a ver por estas montañas que tenemos la suerte de disfrutar en días como el de hoy.

Author: Fox Mulder
•domingo, abril 27, 2008

Para describir rutas como la del domingo, el blog se queda pequeño, y me acuerdo de las entrañables "crónicas". La del domingo fue una ruta de las que marcan un hito en la historia del grupo... ¿quién lo iba a decir? Desde principio de la semana de lo único que se hablaba era de aludes, amputación de piernas por uso indebido de los crampones, fractura de cráneos por piolets volantes, cegueras temporales, y varias hecatombes más... jjejejejeje... nada de eso, como dijo Luigui, los crampones son un elemento de seguridad, los piolets los tuvimos bien agarrados, y los aludes quedaban muy lejos de la ruta que seguimos.

El madrugón se hizo más duro de lo habitual, por ser domingo, y porque a las 5 y media de la madrugada andabamos camino de la sierra: Luigui, con su dedo prácticamente regenerado; Jesús, reapareciendo después de un largo periodo en el dique seco por su lesión en el pie; Jaime, empalmando desde la Mae West; Olga, con ganas de estrenarse en el Veleta; y yo, con las hecatombes en la mente. Paramos en los Abades, pasado Guadix, para desayunar un poco, y luego en Cenes de la Vega para recoger el material que habíamos alquilado (crampones y piolets). Un poco más tarde de las 8 y media estabamos en Pradollano dispuestos a tomar los 3.392 metros del Veleta.

Hizo un día espectacular, y sólo la protección solar evitó que acabaramos como auténticas gambas a la plancha. Incluso en la cumbre, donde almorzamos, soplaba una brisa ligera y refrescante, nada que ver con los vientos que en otras cimas nos solemos encontrar algunas veces. La nieve, que cubría tres cuartas partes del camino, hacía el paso más difícil, pero también convertía zigzagueantes y escarpados senderos, en uniformes pendientes, mucho más sencillas de ascender.

El uso de los crampones, tras unas breves indicaciones técnicas por parte de Luigui, no afectaban en exceso a la forma de caminar, pero la inexperiencia hizo que no estuvieran bien ajustados, lo que provocó que algunos sufrieramos dolores en los pies que en momentos se llegaron a hacer insoportables, pero al final aguantamos el tirón. En cuanto a los piolets, lo utilizamos básicamente como herramienta de apoyo, pero se nos ocurrieron unos cientos de utilidades más. No pudimos hacer prácticas de técnicas de detención porque ni la nieve ni la pendiente favorecían el desplazamiento, así que detenerte estando parado... como que para unos alpinistas inexpertos como nosotros nos hubiera resultado incluso fácil (yo a lo mejor me podría haber liado un poco, pero bueno).

Progresivamente fuimos alcanzando la cumbre a partir de las 2 de la tarde, y como estabamos muertos de hambre nos pusimos a comer y dejamos el reportaje fotográfico para después. Nos sentamos en el techo del refugio que hay junto a la cima del Veleta, y desplegamos nuestros enseres (mantelillo incluído). Otros montañeros, que se encontraban en la cima, estaban disfrutando de su almuerzo cuando llegamos y compartieron con nosotros sus viandas. Nosotros, que hemos estudiado en frente de colegios de pago, correspondimos su generosidad con algunos de nuestros alimentos, dando buena muestra de la camaradería existente entre la gente ligada a la montaña.

Sin embargo, siempre hay alguna excepción que confirma la regla, y ya que hablamos de excepciones y de reglas, nada mejor que el enunciado de la siguiente teoría para describir la situación que se produjo con una pareja de esquiadores que llegaron un poco después que nosotros.

"Teoría del Recalo Universal"
Dado un senderista S, que deja colgar las piernas desde el techo del refugio del Veleta, y un esquiador E, que apoya sus skies sobre mismo punto geodésico que marca la cima de la citada montaña, dice la Teoría del Recalo Universal, que las piernas del senderista S levantarán las piedras del techo del refugio produciendo recalos que son inversamente proporcionales a la imbecilidad del esquiador E.

Corolario: "Haz lo que quieras que no te voy a pegar"
La magnitud de los recalos tiende a 0.

En fin, después de las fotos de rigor pusimos rumbo a casa. Volvimos sin apenas paradas técnicas, sólo para orientarnos y elegir el camino más favorable para la bajada. Casi llegando paramos para quitarnos los crampones, y algunos comprobamos que teníamos los pies totalmente calados. La expresión "la confianza da asco" dio un nuevo giro de tuerca cuando me agaché a recoger mis crampones y dos calcetines empapados pasaron rozándome las orejas. Alguien había puesto a secar los calcetines encima de mi mochila. Ntchs... ¿a dónde vamos a llegar?

Tras una breve parada en el Albergue Universitario, para tomar unos cafés y unos refrescos, volvimos a casa.