Author: Motorizer
•lunes, junio 15, 2009

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Bueno, un año más hemos repetido la señera ruta de Trevélez a Siete Lagunas, tras algunos cambios de fechas, bajas y altas y demás temas de organización. Esta vez el grupo se veía reducido a un triunvirato montañero, Olga, Fernando y un servidor.

Es cierto que la logística no ha sido tan exhaustiva como otros años, sino más bien casi como decir, oye ¿quedamos mañana y nos lanzamos a subir a Siete Lagunas?, vale tío, ¿a qué hora? A modo de una actuación de jazz fusión, la improvisación ha sido la bandera notable en esta expedición, con una excepción: estaba claro que las Murphys iban a ser equipaje obligado. Lo demás, lo que cupiera en la mochila.

PRIMER DÍA: SUBIDA A SIETE LAGUNAS.

Entonces, a eso de las cinco de la mañana, y unos minutillos más, estábamos acoplados en el coche de Fer, con más miedo que ganas, puesto que el peso que llevábamos nos hacía pensar que era tela marinera lo que teníamos que portar hasta allí arriba. Pero la suerte estaba echada, y para Trevélez que nos dirigimos. Como una cotorra, no paré de hablar durante todo el trayecto, mientras Olga aprovechaba para echar un sueñecito. Amanecía cuando llegamos a las faldas de Sierra Nevada, y tras muchas e interminables curvas aparecimos en el Rivendel del Jamón. Como siempre, desayunamos en el único bar que a esas horas está abierto, y como no, para coger energías cayeron las ya tradicionales tostadas con el oro rojo porcino.

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Nos preparamos, tras aparcar el coche un poco más arriba, en el único hueco que habían dejado los tirititeros que se habían hecho dueños y señores con sus atracciones de feria (el pueblo estaba en fiestas). Primera contractura: levantar en peso la mochila para colocársela es digno de mejor campeón harrijasotzaile, Iñaki Peruena.

Unos chavales nos piden información sobre la subida, y si la arista entre Alcazaba y Mulhacén está practicable. Nosotros contestamos como montañeros “aficionadillos”. Más gente sube al mismo sitio. Esto parece que va a estar animado.

Las calles del pueblo son un momento para calentar, tan empinadas y empedradas, ahí todo simpáticas, con lo cual, los gemelos te empiezan a picar. Abandonamos la civilización en el camino que ilusamente nos indican que tenemos cinco horas por delante para subir a nuestro destino.

Hace calor, incluso para la hora que es, las ocho y media de la mañana. Pero con el paisaje, el verdor que se ve por todos lados, lo intentamos llevar lo mejor posible. Sabemos que nos queda mucho por delante. Las acequias van llenas, y el rumor del agua es la banda sonora en el primer tramo.

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El hombre que susurraba a los caballosY se acaba lo bucólico. Hay que afrontar lo más duro en desnivel de la ruta, sin sombra, sin piedad, a saco, a echar los higadillos. Y nos metemos en faena, qué remedio. Nos lo tomamos con paciencia. Tras el primer periplo, como porteros de discoteca, pero sin apariencia agresiva, una manada de caballos pastaba tan ricamente en medio de la vereda. Pero ni siquiera se fijaron en si llevábamos calcetines blancos o no. Alguno relinchó a mi paso, y mis cataplines se bailaron una tarantela dentro de mi pantalón.

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Llegamos al pinar, que si fuera más crecido sería una bendición, pero no, es todo lo contrario, un infierno verde que te atosiga sin piedad, eternizando la subida hasta la Campiñuela. Aquí, el grupo estaba disgregado, con alguna parada que otra. Yo me adelanté hasta el privilegiado otero que es la era del refugio, previo al lugar donde íbamos a hacer la parada técnica, el manantial que hay más adelante.

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Ya se podía ver el espectáculo de las Chorreras Negras en la lejanía. Pronto llegan el resto y tras un breve descanso, decidimos estirarnos hasta la pradera donde brota un fresquito manantial. Lo peor había pasado, o casi.

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Desde la Campiñuela hasta el vertedero, nuestros hombros consiguieron algo de alivio, pues la subida, aunque constante, era llevadera. En el Vertedero, descansamos, pues tocaba de nuevo darle a los pinreles, disfrutando de la fuerza del agua que bajaba con ganas estrellándose en una y otra piedra buscando el cauce del río Trevélez.

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IMG_6728 Mis ojos no dan a basto para mirar a todas direcciones, pues por donde uno ponga la mirada encuentra algo que merece la pena retener en la mente: una cascada, neveros, túneles de nieve, verdor, flores, el cielo azul, las nubes. La ruta está más que espectacular, increíble, no me la imaginaba así, me faltan adjetivos y mi cámara me pide por favor que no la guarde en su funda, que quiere inmortalizar todos y cada uno de esos lugares y momentos.

Cruzamos por el vertedero y comenzamos la penúltima subida, antesala de las Chorreras, que ya se escuchan en la lejanía. Aquí ya hay overbooking de personas que se dirigen hasta allí, algunos, más ligeros de equipaje para envidia cochina nuestra. 3

Y ya estamos en las Chorreras Negras; imponentes, con más agua que nunca, con más ruido ensordecedor que uno se pueda imaginar, en pleno apogeo de la más exuberante naturaleza.

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La pendiente es considerable, y los hombros piden clemencia, quieren descansar, pero para ello hay que afrontar el último reto. En medio de la cascada me llama Jesús, que me tenía controlado el horario, y acierta con el lugar exacto donde me encuentro. Consigo llegar hasta arriba, donde arrojo violentamente al suelo la mochila, oteo previamente la zona buscando un lugar donde asentarnos, y lo comunico por el walkie a Fer, que apenas le entiendo algo por lo ensordecedor del entorno. Me siento en una roca desde donde observo como Olga va comiendo metros hasta nuestro encuentro, y Fernando le sigue a la zaga unos metros más abajo.

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IMG_6823El lugar está animado, así que no nos demoramos mucho y buscamos donde ubicarnos, pues hay mucha agua y lugares secos y blandos no es que abunden mucho. Vamos pasando con mucho cuidado los traicioneros borreguiles, que a veces escondes trampas ocultas de agua y barro. Nos ubicamos en la ladera del Muley, bajo su manto protector, y cerca de un manantial de agua que salía fresquita de un nevero.

Había que montar pronto el campamento base. Llegamos a unas corraletas donde consideramos poner las tiendas, pero nos pudo más el hambre, así que primero metimos combustible al buche y después comenzamos el montaje de nuestros habitáculos. Mientras Olga y Fer montaban la tienda de la primera, yo me eché una mini siesta, pero luego nos tocó a nosotros. Vamos a ver: una tienda, sus instrucciones, dos adultos de edad media (jo que mal nos va sonando ya eso), universitarios y sobradamente preparados. Pues fue peor que si a una ameba le das para hacer un sudoku de cincuenta filas. Que si la piqueta es por aquí, que si tensa por allá, que se abomba y no sabemos por qué, quita piquetas, estira más, que no cabe el avance, que si esto lo otro; pero, lo conseguimos (nos pusimos de tiempo límite el anochecer).

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Las cabras merodeaban por allí, y las nubes también, y de hecho cayeron varias gotas. Las pobres cornudas tuvieron su sesión obligada de aerobic con un monitor que no habían contratado, Garras, que las hacía menearse que daba gusto con sus persecuciones y ladridos. Sus dueños nos pidieron un mechero marca La Sole que amablemente Olga les prestó. Mientras mis compañeros descansaban, me fui a llamar por teléfono y dar señales de vida y de paso hacer fotografías, pues la tarde lo merecía. Me fui por la otra loma y fui descubriendo arroyos, lagunas semienterradas aún por la nieve y el hielo, en un paisaje puramente invernal.

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A las ocho y media de la tarde decidimos que íbamos a cenar, pues el cuerpo pedía acostarnos. Como pudimos nos arrejuntamos en la tienda (en el buen sentido de la palabra) e intentamos que cada uno comiera de las provisiones del otro, vieja tradición de AFP en Siete Lagunas. Tras algunas historias sobre zorros caníbales que atacaban a montañeras que duermen solitarias en tiendas de campaña, decidimos irnos a dormir que mañana sería otro día, no sin antes dejar bien atada la basura y puesta a buen recaudo, y ponernos el pijama.

SEGUNDO DÍA: ALCAZABA Y VUELTA A CASA.

Amanece que no es poco, y a eso de las siete de la mañana, tras haber pasado una noche infernal, con los pies apoyados encima de nuestras mochilas, despertándonos cada diez minutos para cambiar de postura, con un viento que se levantó sobre las cinco de la mañana, con lluvia, y con unos ruidos sospechosos de que algo merodeaba nuestras tiendas, decidimos desayunar.

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Los zorros encontraron la forma de entrar en nuestro “inexpugnable” zulo de detritus. Parece que les gustó la ensalada americana que Fernando no quiso terminar la noche anterior. Tuvimos que recoger todo y depositarlo en una bolsa nueva. Mientras desayunamos decidimos qué hacer, y Olga y yo pensamos que la Alcazaba ya se había resistido suficiente, y que íbamos a tirarle. Fernando, discretamente se ofreció a cuidar el CB. Sincronizamos los relojes y organizamos el plan de comunicaciones: cada 15 minutos haríamos puesta de contacto, para contar novedades. A eso de las ocho y media empezamos a subir, con la diferencia de no llevar más que los bastones y un poco de agua. La loma se sube casi sin querer, y pronto nos encontramos ya en dirección al Peñón del Globo.

La perspectiva es totalmente distinta a otras ocasiones. Las cabras aparecen de nuevo, esta vez con varios machos de considerable cornamenta. Pero a uno, le sigue otro, y otra y otra, y así hasta treinta en un gigantesco rebaño, que nos hizo de sherpas.

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El camino es difícil de distinguir, pues no es una vereda clara, sino placas de lascas y más lascas de pizarra, pero conseguimos subir mientras la Cañada de Siete Lagunas se va mostrando ante nuestros alucinados ojos. Mantenemos contacto con el CB a través del walkie, qué lujo, como en las expediciones de verdad, y encima sin oxígeno. Llegamos al Peñón del Globo, no sin antes tener que casi trepar por algunos bloques. Hemos pasado del senderismo hasta el montañismo extremo. Coronamos nuestro primer tresmil del día, pero la foto de bandera la hacemos al abrigo del viento. Peñón del Globo, con vistas al Muley y las Siete Lagunas.

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Desde ahí vemos que tenemos todavía por delante una rampa de nieve hasta llegar al Alcazaba, nuestro objetivo. Nos asomamos al “Colaero” y las vistas te quitan el hipo. No puedo dejar de fotografiar. La Laguna Altera está coronada por una cinta turquesa.

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Siete_Lagunas_Pano_014Yo no me quiero ir de allí, me quedaría mucho tiempo, pero no podemos entretenernos, así que nos vamos a enfilar la pala de nieve, molestando a otras cabras (nunca había visto tantas juntas). Pensaba que íbamos a tardar más, pero sin darnos cuenta, la Alcazaba la teníamos ya en el bote, se dejó. Nos ha costado, pero ha caído uno de nuestros grandes objetivos, como en su momento lo fue el Almirez.IMG_6992

Pudimos contactar con el CB, que nos felicitó pero que nos dijo que no nos confiáramos con el tiempo y tiráramos para abajo. Y así hicimos, pero antes, teníamos que disfrutar de lo que se veía. Hacia el este, hacia el norte, hacia el sur, pero lo que más, lo que más me llamó la atención fue el Oeste, con la gigantesca mole del Muley protegiendo su más linda joya: la Laguna de la Mosca, que derrama en sus chorreras su excedente durante muchos muchos metros, en una verticalidad que me dio miedo. Es de las vistas más espectaculares que he visto nunca en mi vida. Me sentí pequeño, minúsculo y humilde, y di una y otra vez, gracias por ser tan privilegiado de estar allí. Junto a un poste con una chapa conmemorativa de un club de montaña catalán, descubrimos una bolsita con una foto plastificada, en la cual aparecía un chaval y en su reverso una emotiva dedicatoria de su hermano, con dos fechas: del 77 y del 97.

Ya teníamos que tirar para abajo, Fernando nos esperaba y todavía teníamos que preparar el equipaje y regresar, el peor momento del día. Acortamos por la gran pala de nieve que aún queda, y a pesar de algún despiste que otro, pronto nos encontrábamos en la loma de Culo de Perro, pudiendo contactar de nuevo con el CB.

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4Fernando estaba esperando y ya había empezado con el desmontaje de las tiendas y prácticamente había dejado listo todo. Una vez terminado el proceso, comimos algo para coger fuerzas y mentalizarnos de que el camino iba a ser duro y largo, que precisamente las horas de partida eran las peores del día, con todo el Lorenzo cayendo a plomo sin piedad sobre nuestras cabezas. Ya no quedaba nadie en Siete Lagunas, pero al final aparecieron algunos que otros excursionistas de día.

Comienza la Héjira. La bajada por la cascada de las Chorreras es nuestro triste pistoletazo de salida. Es el momento que más pena me da cuando hago esta ruta. Y ya estoy pensando cuándo será la próxima vez que vuelva por allí. Ahora hay que tener cuidado con las rodillas. No está el asunto para bromas.

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Casi sin darnos cuenta, llegamos al Vertedero donde hacemos miniparada para ajustarnos las mochilas, pero antes queremos ver la gran cascada que hay unos metros más arriba. Imposible acercarse a ella y hacernos fotos como en otras ocasiones. Pero por lo menos, la inmortalizamos desde lejos.

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Ponemos piloto automático hasta la Campiñuela, parada oficial de avituallamiento, sobre todo de líquido elemento. Allí, Fernando todavía tiene ganas de bromas y nos ofrece unas jugosas manzanas dignas de cualquier representación de Blancanieves, con la diferencia de que en este caso eran un regalo del cielo para nuestro paladar, y un alivio de 730 gramos menos en la espalda de tan generoso donante. Nuestro paladar se iluminó de pronto, con esa ambrosía fresquita en cada bocado. Allí estuvimos un buen rato, reponiendo fuerzas y como el sol estaba castigando, no perdimos mucho el tiempo.

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Atravesamos la temible bajada del pinar, con mis rodillas gritando clemencia y dando algún que otro aviso.

Tenemos ganas de llegar, y cada paso es uno menos que nos falta. Cada uno va inmerso en sus pensamientos, en mi caso el no tropezar o dar un paso en falso con la rodilla tocada, y encima con la típica canción horrenda que se te mete en la cabeza y no puedes soltar (esta vez le tocó a la execrable canción del anuncio de Fanta). Van pasando los minutos, y la bajada es ya un continuo golpeteo en las rodillas, sin sombra para cobijarse, hasta que por fin, un maravilloso nogal, frondoso y fresquito nos regala unos minutos de alivio. Estamos ya encauzados al tramo final, y la sombra nos acoge, e incluso nos permitimos el lujo de refrescarnos en los cursos de agua y fuentes que nos vamos encontrando a nuestro paso.

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Ya casi no me lo creo, estamos en Trevélez, y hemos tardado 3 horas y cuarto, con la parada larga en el manantial incluida. Tenemos la obligación de refrescarnos y quitarnos la mugre del camino. Mientras Fernando se “asea” nosotros bajamos al coche, a ver si ha sobrevivido a las tracas de cohetes, a los botellones alpujarreños y que no haya sido utilizado de urinario del ferial. Por lo que parece sigue igual que el día anterior. Si hay algo que me pide a gritos que haga es quitarme las botas; mis pies son unos garbanzos puestos en remojo, están medio deshechos.

Por fin llega Fernando, que se ha perdido en la gran urbe y nos encaminamos a Casa Julio, donde a la pobre dueña le ponemos cara de pena, como el gato de Shrek, y ella no puede negarse a hacernos unos platos alpujarreños, aunque a nosotros nos dio un regomello de cuidado, pues su marido le estaba inquiriendo para ir a las fiestas del pueblo. Comemos rápido, que tampoco queremos molestarla mucho y tras pagar y despedirnos, nos montamos en el coche.

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Una vez más, hemos culminado esta clásica, echando de menos a quienes no han estado con nosotros, a quienes cuando han subido aquí buscan su renovación espiritual, a quienes aún no lo han hecho y que quisieran haber estado, vamos a la gente que apreciamos. Esta ruta está dedicada a todos y cada uno de ellos.

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7 comentarios:

On 15 de junio de 2009, 19:03 , }{eaven dijo...

Enhorabuena Luigui, la has bordado una vez más. Aunque mis andares hoy son estilo Robocop, ha sido una ruta de las de no olvidar, sencillamente espectacular y con dos de los grandes como compañeros. Hasta la próxima!

 
On 15 de junio de 2009, 19:59 , Ángel del Sur dijo...

Decididamente estáis en un nivel que me sobrepasaría si me atreviera a unirme a vuestras "aventuras". La verdad es que echo de menos el acompañaros pero estoy en racha de ocupaciones varias que me lo impiden. De todas maneras sigo el blog y las peripecias que contáis en él de manera tan amena. Bueno, menos rollo. ¡Enhorabuena por ese otro logro más!

 
On 15 de junio de 2009, 22:18 , Fox Mulder dijo...

No te creas, Angel, como Luigui ha detallado en la crónica, algunos no alcanzamos ese nivel, y además, echamos de menos un trago de buen vino de esa mítica bota, así que esperamos tenerte otra vez a nuestro lado en el camino.

 
On 16 de junio de 2009, 15:23 , Enrique dijo...

Bonito post! Este finde estuvimos un grupo de amigos "paseando" por allí.
Quisiera compartir con vosotros estas fotos de la belleza que se encuentra en la naturaleza que nos hace disfrutar. Un saludo

http://www.flickr.com/photos/qqpics

 
On 16 de junio de 2009, 15:55 , Anónimo dijo...

Impresionante crónica, una vez más consigues que viva la ruta, espero ponerme en forma para la próxima temporada, tanta envidia ya no es sana. Las fotos que decir.... unos paisajes y unas vistas de ensueño. Sandra.

 
On 17 de junio de 2009, 11:13 , Motorizer dijo...

Hola Angel y Sandra. Espero el poder compartir alguna ruta con vosotros, y aquí no hay niveles, sino ganas de disfrutar y saborear aire libre. Es como todo en esta vida.

Y a Fox y Heaven, como siempre, un placer ser vuestro compañero de ruta :-)

 
On 17 de junio de 2009, 11:14 , Motorizer dijo...

Enrique, me alegra que te gusten nuestras humildes rutas, y gracias por compartir con nosotros tus imágenes, muchas de ellas espectaculares.

Un saludo