Author: Motorizer
•sábado, enero 08, 2011
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El invierno marcha, hay nieve y por nuestra parte ganas de disfrutarla. Si a eso se añade que algunos tenemos unos flamantes piolets nuevos con ganas de estrenarlos, creo que elegir la víctima propicia no era muy difícil. Como si de una entrega de los Oscar más que mascada podemos decir que “the winner was…” el Canuto o corredor, o canal del Almirez.

El año pasado ya le habíamos hincado el diente, o mejor dicho, los crampones, convirtiéndose en nuestra primera experiencia en este tipo de actividades. Y claro, eso atrae mucho, tanto que es difícil explicar el poder de convocatoria tan grande que ha habido esta vez para un actividad invernal de este tipo, cuando lo normal es que los asistentes no seamos muchos. Pero nada más y nada menos que 13 criaturas nos juntamos.

En Almería quedamos el mayor grueso del grupo, justamente en la gasolinera enfrente del Ballesol. Eva, Monti, Leire y Gustavo me recogían y llegábamos justo a tiempo de recibir un “hola yo soy Antonio y Rosa”, darnos la mano y repartir besos y resultar al rato que tales nuevos fichajes eran de otro grupo que iba para Velez Rubio a hacer senderismo y que nos confundieron con ellos. Una vez solucionado el tema de repartir los coches, casi obligando a que al trasnochador juerguista de Jorge dejara el suyo, pusimos rumbo al Montellano donde Sera y Rafa nos esperaban. Primer desayuno del año en tan mítico lugar, donde echar algo caliente al cuerpo.

Proseguimos la autovía mientras vamos viendo como las nubes se agarran a las cumbres. Mal presagio. La temperatura empieza a caer en picado mientras avanzamos por el carril que nos conduce a Ubeire, y por tanto al aparcamiento de los coches un poco más adelante. Los registros negativos en el  termómetro se dejan caer pronto. Calor sabemos que no vamos a pasar. Y aquí es donde aparece el primer contratiempo. El camino está peligrosamente construido sobre unos precarios troncos, que sirven de frágil puente para atravesar una barranquera que se ha llevado la mitad del carril. El coche pasa sudando aceite a 0,000000001 mm por hora, pero se consigue pasar. A  pocos metros… dejamos los coches.

Ya empezamos a equiparnos, además, rápido que hace fresquete.

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Eva, Monti, Leire, Gustavo, Piedad, Jorge, Jose, Sera, Rafa, Tote, Paco, Alfonso y un servidor somos la legión que comienza el ritual de sacar toda la artillería alpina y cargarla sobre nuestras espaldas. Un precioso cortafuegos nos espera antes de hacer la travesía que nos acercará a la base del corredor. Nada como una subida para calentar motores y ánimos .

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La niebla va y viene y esto no tiene visos de aclararse, pero de vez en cuando la montaña aparece tímida a la vez que vamos resoplando y soltando excesos navideños a cada paso.

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La nieve aparece pronto y casi a la hora desde que salimos llegamos a la entrada del corredor que se muestra imponente y ya algo concurrido con dos grupos que habían salido antes que nosotros, unos de Granada y otros de Almería.

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Es hora de ponerse toda la cacharrería que hemos traído que queda muy chula y de postal pero que nos hará falta también. Así que arneses, crampones, piolets y cascos salen de sus fundas, protectores y bolsas. Nuestros flamantes piolets nuevos claman hincar sus afilados dientes sobre la nieve dura, sobre el hielo, incluso sobre la roca. Hay hambre, un hambre alpina. Miramos hacia arriba y el lugar es bello, precioso. El viento aquí parece desaparecer y darte tregua para ir subiendo poco a poco, cada uno a su ritmo.

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Pronto empieza a ponerse la cosa empinada y vamos intentando superar los obstáculos de la mejor manera posible.

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El corredor se va estrechando, ganando en belleza y majestuosidad. De vez en cuando, la niebla nos permite atisbar lo que hay hacia abajo, y hacia arriba. Tenemos algunos pasos complicados que se solventan a base de certero pioletazo. El grupo se estira, es inevitable e incluso necesario.

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Y mientras algunos ya coronan el final, otros nos queda lo nuestro. Una gran pala de nieve de propina es el broche antes de meternos de lleno en la niebla que abraza la cima. Es por ello que buscamos las huellas de nuestros compañeros y nos dirigimos hacia el Almirez, oculto a ratos y visible en otros.

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Llegamos justo para la foto de cumbre y para echarnos algo al hocico, y es que el patear entre nieve abre al más rebelde y remilgado de los estómagos. Sin miserias, comenzamos a meter al buche toda clase de manjares que en la sierra saben a gloria divina. No me cansaré nunca de repetir que no existe mejor restaurante en el mundo y con mejores vistas que los que por ahora tenemos la suerte de disfrutar como clientes vip. Tras el batir de mandíbulas es hora de volver a ajustar los hierros en los pies y comenzar el regreso.

La bajada la hacemos por el mismo recorrido, teniendo la precaución de no pisar en falso en la nieve que ya está más que machacada por el ingente paso de personas que nos hemos juntado allí. Algunos optan por la modalidad de culinbajin, ahorrando tiempo y esfuerzo, a cambio de deteriorar sus posaderas. Sea como sea, finalmente nos reencontramos en la base del corredor para seguir deshaciendo el camino hacia el cortafuegos.

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Aunque ya vamos algo cansados se hace ameno el final del camino, sufriendo de forma simultánea dos sentimientos claramente contradictorios: por un lado las ganas de finalizar y poder descansar, y por otro la pena de tener que dejar estos mágico momentos de sentir la naturaleza abofeteándote descarada y continuamente en la cara. Pero la realidad es que se acabó, los coches están ahí y por mucho que no queramos, hay que volver.

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Pero aún nos queda algún cartucho que quemar y es el ir al Montellano y tomar la merecida cerveza/café/té/manzanilla o menta poleo de turno. Así que allí nos encabalgamos, trotando lo máximo que nos permite el camino, pasando por esos tramos complicados y delicados, enchufando la autovía y parando en Gérgal.

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Es la hora del cafelillo, y así lo demuestran los primeros pedidos al camarero… hasta que Tote abre la veda: una cerveza por favor, peeero, en vaso de tubo. Palabras mágicas que brotaron de su boca. Ipso facto, cambio el caliente té rojo por ese mismo oro líquido que tan sabiamente Tote pronunció. Y detrás de mí me siguen varios adeptos más. Y es que, como si de un mantra se tratara no paraba de oírse en la estancia el constante susurro de esa mezcla de sílabas tan magistralmente bien construidas: cer-ve-za.

Llegaron hasta nuestros paladares el amargo y turbio frescor de la rubia por excelencia; pero esto no era lo único: como premio, lo que le acompañaba insultaba ferozmente a lo que hoy en día algunos consideran una tapa. ¿Qué sabrán en los sitios que presumen de eso? Un plato de ensaladilla rusa para Tote que en principio pensamos que era una ración, y unas salchichas caseras en fila de a dos para cada uno de los que habíamos pedido esa tapa. Si ya se suda en el desayuno con la cantidad, aquí no se escatima tampoco.

Hinchados como globos ya sí que vamos buscando cada uno nuestro vehiculo de destino a casa. Nos merecemos una ducha, y algunos gaseosa del Tigre.

Podemos decir con la boca grande que hemos tenido un estupendo día, una nieve estupenda, una compañía inmejorable y unas tapas a la altura. Almirez, a tu canuto volveremos y Jorge seguro que irá a por él también.

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