Author: Motorizer
•martes, junio 15, 2010

Al filo de lo posible

Hoy es 13 de junio y nieva, no hace excesivo frío, pero voy abrigado mientras mis pies dan un paso tras de otro, y oigo el continuo repiqueteo de los crampones al chocar sobre el helado suelo que está cubierto de un inmaculado manto blanco. Mi chaqueta también está adquiriendo por momentos ese gélido color. Nadie habla, solo escuchamos, escuchamos el gran silencio sólo mancillado por nuestro lento y cansado avance.

Esto parecería un pasaje de alguna novela de montaña o de un lugar muy lejano, pero sin embargo se trata de parte de la experiencia que ayer tuvimos la suerte de protagonizar. Alguno dirá, “sí sí, ya ya, en el sur de la Península, casi metidos en verano, y llega el notas éste y nos cuenta esta milonga. ¿No te habrías fumado algún trócolo en la playa y, junto con los efectos de calor, sufriste alucinaciones?” Pues no. Hablo de Sierra Nevada, de junio y del nevazo que nos cayó subiendo al Mulhacén. Es lo que tiene la alta montaña, imprevisible.

Unas cuantas semanas antes, Manolo sugería volver al Poqueira e intentar hacer cumbre en el Mulhacén. Esperanzados en que ya casi metidos en el agobiante verano, la nieve no iba a ser un obstáculo para conseguir el objetivo. Claro, esto a tanto tiempo vista era lo más lógico y previsible. Nada más lejos de la realidad. Unos días antes, una bajada considerable de las temperaturas anunciaba lo que luego corroboraron todos los pronósticos meteorológicos. Iba a estar animado el fin de semana y había que llevarse toda la cacharrería.

Unas bajas de última hora redujo el grupo a Miguel, su cuñado Paco, más conocidos como el Comando Ejido, Sebastián, Carmen, Carmen Jr, Maggie como la Happy Family, Luis y Manolo por el equipo de los Tigres, y , Jesús y yo, por el equipo de los Leones.

Puntualmente nos recogía Manolo en el punto de partida a Jesús y a mí, para posteriormente sumar a nuestro grueso a Luis, que nos esperaba en Aguadulce y donde intentamos hacer un Tetris en el maletero con todos los bártulos. En el Ejido, Miguel y Paco esperaban en otra gasolinera distinta a la que llegamos (bueno, para eso están luego los teléfonos móviles). Sebas, las Cármenes y Maggie habían partido antes hacia Capileira.

Tras las presentaciones de rigor, enchufamos el rumbo hacia Capileira, por esa “maravillosa” autovía que une tan cómodamente Almería con Málaga desde hace tanto tiempo. El tiempo lo veíamos desde Motril ya algo negro, con la sierra cubierta de una espesa cortina de nubes. Pasado Órgiva, el termómetro comenzó a bajar dramáticamente, más propio del otoño que del cuasi verano alpujarreño. Sin demora pasamos el pueblo de Capileira, viendo como el personal iba abrigado, y cogimos el carril hasta la Hoya del Portillo, con ligeras gotas cayendo sobre los coches.

Al filo de lo posible

En el aparcamiento ya sacamos todos el equipaje de batalla para protegernos de un chubasco inminente, mientras Jesús se ponía en contacto con Sebas, el cual le comunicaba que  habían salido ya, pero lo habían hecho por la Cebadilla, camino totalmente desaconsejable hoy en día para subir al refugio. Decidimos esperarlos algunos y el resto que tirara para arriba. Por suerte, la demora no fue mucha, y en poco tiempo estaba ya el grupo “arrenjuntao”.

Al filo de lo posible

A pesar de lo plomizo de la jornada, los paisajes sacan su mayor belleza en estos momentos, y agradecemos en parte no tener un sol de justica que castigue nuestras cabezas, sobre todo cuando llevamos tanto peso encima. No es por nada, pero no sé que nos ocurre tanto a mi hermano como a mí, que acabamos llevando siempre un mochilón, más propio de una expedición al Himalaya, a las espaldas. Como siempre, gana por k.o. técnico Jesús.

Al filo de lo posible

Al filo de lo posible

La subida es cómoda y las vistas, espectaculares. Todavía no hemos llegado a la nieve, pero ya se intuye la gran cantidad que hay. Los valles llevan una gran cantidad de agua, el deshielo está siendo generoso.Al filo de lo posible

Al filo de lo posible

Hemos calculado más o menos la hora de llegada al refugio, que poco a poco lo vamos viendo más grande, pero antes, hay que sortear los primeros neveros y luchar por controlar los rugidos agónicos de nuestros estómagos, pues el temprano almuerzo queda lejísimos en el tiempo, y dentro se fragua una hecatombe de hambruna de dimensiones titánicas.

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Nos sorprendemos con la grandiosidad del deshielo, y eso nos sirve de distracción para no oír el desvencijado motor diesel gástrico pidiendo jalufa. El tiempo por ahora, aunque amenazante nos está respetando, y así lo deseamos hasta que lleguemos al refugio.

Al filo de lo posible

Unos últimos metros, y el Poqueira nos abre sus puertas, o mejor dicho, las abrimos nosotros, deseando quitarnos las pesadas mochilas y fichar cuanto antes.

Al filo de lo posible

Hay ambiente dentro, pero se ve que el pronóstico del tiempo y un accidente (que posteriormente nos enteramos) ha dejado algunas plazas vacantes. Por suerte para Maggie, se permite que pueda dormir dentro, aunque para ello sea en la habitación más fría del refugio. Un detalle por parte de los guardeses. Casi sin darnos cuenta, ya estamos sentados a la mesa para meternos entre pecho y espalda un suculento surtido de calóricas viandas bien regadas con gloriosos caldos, que agradecemos de corazón.

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Estamos reventados y poco a poco, la obligada visita al baño nos va retirando uno a uno a nuestros aposentos a descansar. Los tres últimos, Paco, Jesús y yo, cerramos filas poco después de la media noche, cuando no quedaba ni el Tato en el salón. Ahora toca intentar dormir hasta la madrugada siguiente, con la banda sonora de la Orquesta Sinfónica de Sierra Nevada interpretando el Miserere del Ronquido en Do Mayor.

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Amanece que no es poco, y está lloviendo, vamos, una noticia genial. Valoramos la situación mientras desayunamos, y decidimos que ya que estamos, por lo menos intentaremos hacer cima, y así, dicho y hecho, a las ocho de la mañana estamos en la puerta de salida, de boxes, con toda la artillería pesada listos. Sebas decide quedarse, pues ninguno de ellos ha podido dormir en toda la noche, y no tienen el cuerpo para fiestas.

Al filo de lo posible

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Ya no hay vuelta atrás, la pena es que sabemos que no vamos a tener vistas, pues la niebla lo oculta todo, y sin embargo, por ahora la lluvia nos va a estar dando por… eso, lo que sigue. Por suerte, el viento no tiene hoy ganas de madrugar.

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Hay quien nos mira y se descojona de nosotros, ¡que cabronas! Pero nosotros buscamos acortar hasta llegar al carril que nos conduzca a la Caldera sin hacerle mucho caso.

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El andar se hace continuo, y casi sin darnos cuenta, aparecen los primeros neveros. El primero se puede sortear bien, pero al siguiente se hace preciso ponerse de Robocop, calzarse los hierros y sacar el pincho. Y aquí es cuando, en la ardua tarea de armarse para afrontar la batalla contra la nieve aparece entre la niebla. No, no es el Yeti, ni el Big Foot, ni el Aberronchus Nevadensis; es Sebas, el último superviviente, que llega como una bala, derritiendo la nieve a su paso, como un Atila alpinístico.

Al filo de lo posible

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Ha salido una hora después, y para colmo, ha subido por el río, mucho más empinado, y aquí está, fresco como una rosa recién regada por el rocío de la mañana. Aquí ya hay que extremar la precaución, y aunque hay huella no permite fallos.

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Estamos por el Paso de los Franceses, y el origen del nombre no nos tranquiliza precisamente. Arriba no se ve apenas nada, así que proseguimos sin pausa pero afianzando bien el piolet a la ladera. No vayamos a “vicisitudes”.

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En el siguiente nevero la cosa está más complicada, así que Sebas decide abandonar, al no llevar material. Nos despedimos de él y seguimos hacia delante. A veces, la niebla es magnánima con nosotros y nos deja entrever algunas maravillas.

Al filo de lo Posible

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Pero pronto, el paisaje vuelve a desintegrarse entre la niebla. Estamos muy cerca de la Caldera y el collado del Ciervo se ve a lo lejos, pero vemos inviable acercarnos y decidimos tirar en diagonal para ir cogiendo altura. Miguel ha tomado un camino alternativo distinto al nuestro, y a base de vocerío montañero intentamos mantener el contacto. A esto que comienza a nevar, lo cual nos pone la cosa más complicada. Y aquí es donde empieza nuestra propia ascensión individual, con nuestros pensamientos, con nuestra nieve sobre nosotros, con nuestros pasos rompiendo el silencio. Más adelante recuperamos a Miguel para el grupo.

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Sin referencias de ningún tipo, sólo el gps de Luis nos va indicando la altura y lo que teóricamente nos puede faltar. Jesús se ha adelantado y pronto oímos su voz diciendo que ya está allí, la cumbre se puede divisar, entre la nieve, que golpetea nuestros cuerpos, y donde ahora sí que se nota el frío.

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Hemos hecho cima en el Mulhacén, el techo de la península, un 13 de junio, como si fuera pleno invierno. No deseamos estar mucho más tiempo arriba, no se saca ni las cervezas que llevamos, ni nada para comer, y apenas da tiempo a coger la bandera e intentar hacer fotos, algo muy difícil por el “atosigamiento” de la nieve.

Al filo de lo posible

Al filo de lo posible

Aquí es cuando se monta un rápido y fugaz gabinete de crisis. ¿Por donde bajar? Por voluntad unánime estamos de acuerdo en hacerlo por la loma en lugar por la oeste, que es por donde hemos subido, más expuesta. Y dicho y hecho, enchufamos hacia el Mulhacén II en una cómoda bajada, a pesar de la nieve, que lo rebasamos y tomamos el sendero que se deja intuir entre el blanco traicionero.

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Pocas fotos se deja hacer el día, además de que no queremos entretenernos mucho. Conseguimos alcanzar el carril que viene desde la Hoya del Portillo, buena señal. Vamos rápido y bajamos altura rápidamente, con lo cual, la nieve se convierte en aguanieve y posteriormente en lluvia. La cosa es no dejarnos tranquilos. Encontramos el refugio del Nido de Ametralladora, una valioso recurso en caso de marrón inesperado. Por suerte, o por ser un sitio casi desconocido, está limpio por dentro.

Al filo de lo posible

Desde allí, se divisa el refugio del Poqueira, es casi un mero trámite que tenemos ganas de acometer y ponernos a resguardo, cambiarnos de ropa, y devorar la comida como osos de Kodiak que se hayan tirado a dieta de biomanán un mes.

Al filo de lo posible

Al filo de lo posible

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Sebas y demás familia ya se han marchado, así que ahora nos toca a nosotros, pues sólo quedan cuatro gatos mal contados en el refugio. Miguel, Luis, Manolo y Paco ya han tomado posiciones en la mesa, y el último que se hace de rogar es Jesús, al que todos esperamos para que abra ese maravilloso tupper con jamón de Serón, maravilla de las maravillas. Espera a que salivemos compulsivamente, nuestros ojos se intenten salir de las órbitas, y para ello, quiere que suframos un poco más; se recrea lentamente en el ritual de apertura del recipiente, mientras nosotros nos amontonamos unos sobre otros con empujones, meteduras de dedos en los ojos e insultos varios por pillar el primer trozo que salga de ahí. No recuerdo quien fue el privilegiado, pero sé que a mi paladar llegó el exquisito sabor de una deliciosa loncha del “oro rojo porcino”.

Es de justicia decir que también se repartieron demás viandas que llevábamos el resto, pero el jamón es el jamón. Por suerte para mi cuñada, el tupper no fue devorado entre la vorágine depredadora de hambrientos montañeros.

Había que pagar y coger los bártulos, es el peor momento del día, no sólo por aflojar la guita de nuestras alforjas, sino por lo duro que supone partir. Por delante teníamos un regreso que hicimos en tiempo record, eso sí, cagándonos en las muelas del tiempo que ahora se despejaba para sorna sobre nosotros.

Al filo de lo posible

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Daban ganas de quedarse, pero, en fin, nuestro sino es regresar. Claro, que el tiempo no se iba a estar quieto, y si nos había llovido, nevado y salido el sol durante apenas tres minutos, faltaba el granizo. Y aquí que llegó el muchacho, azotándonos de nuevo nuestras cabezas y todo lo que pillaba a su paso. Sólo le rezábamos a todo lo que conocemos para que las simpáticas bolitas más pequeñas que un smint (pero sin beso) no llamaran a sus hermanas mayores con las que se juega al ping pong, y que de propina el cielo no se nos cayera encima como a los Galos de Asterix. Las nubes ahí estaban, esperando el momento de pegar un pepinazo que cambiara de color nuestra ropa interior. Por suerte, se quedó en una pose chulesca y de vacile de los cumulonimbos, y de ahí no pasó.

Al filo de lo posible

Pocas ganas de hacer fotos y sí muchas de llegar. La verdad es que aquí nos esmeramos en casi correr hacia nuestra meta, y en menos tiempo del esperado estábamos enchufando los últimos metros entre el bosque de pinos. Ya nos encontrábamos en la Hoya del Portillo, nuestros coches no estaban reventados pero nosotros sí. Fue un renacer descolgarnos las mochilas de la espalda.

Ahora todos estamos felices, contentos y satisfechos por el momento vivido. Ha salido un fin de semana completo, con una grata compañía y con un componente inusual para quien  no conozca la montaña. Una gran invernal casi en verano.

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Y aquí una muestra del recorrido que hicimos el domingo, gracias al aparato (el gps se entiende) de Luis.

Al filo de lo posible

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Nota del narrador: Como me pasa en muchas rutas, he echado de menos a mucha gente,  personas con las que me hubiera gustado compartir estas experiencias, amigos que están lejos, amigos que no han podido asistir por imprevistos u otras obligaciones, que se encuentran estudiando o que tienen que entrenar para empresas mayores. En cada ascensión por mi parte tienen un humilde homenaje.

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1 comentarios:

On 15 de junio de 2010, 22:01 , Fox Mulder dijo...

Gracias por la crónica Luigui.
La verdad es que da gusto cuando las cosas salen bien, pero no sé si ese buen sabor de boca te motiva a repetir otra ruta, o gusta de paladearse por un tiempo.
En cualquier caso, el 2 de Julio estaré de vuelta por Almería, y algo me gustaría hacer, una nocturna estaría bien, para no perder la tradición :-)