Author: Motorizer
•lunes, diciembre 28, 2009

 

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Bueno, bueno, bueno. Ayer se corrió la segunda edición de la carrera popular San Silvestre en nuestra ciudad. Unos mil participantes se habían apuntado, incluido yo, para realizar un recorrido urbano en su totalidad por las calles de Almería. Nueve kilómetros y trescientos metros, una prueba de fuego para desintoxicarse de comidas familiares, excesos y abusos varios. Después de una semana “a la gallega”, a las que las gentes del sur no estamos acostumbrados, el tiempo dio una tregua para que aquello no fuera una competición de natación, sino una galopada a golpe de mazapanes y polvorones como Dios manda.

Coincidía este año en con el 90 aniversario de la creación del atletismo almeriense, y para conmemorar tantos años de este deporte, la camiseta de esta edición fue de color blanco, emulando el color que se usaba por aquel entonces.

Fueron varios los corredores que siguieron los consejos de llevar el blanco como color, menos un servidor, fiel a su pasión por el negro absoluto, como criatura de la noche. También, otros llevaron sus mejores ideas en cuestión de disfraces, otras de las misivas que la organización recomendaba bajo oferta de suculentos trofeos; Elvis, espartanos, Trancas y Barrancas, o Gambrinus estaban entre los más elaborados disfraces.

Llegó la hora de la salida, y el vocerío de los corredores atronó en todo el Paseo. La salida neutral era todo alegría y jolgorio, claro, con las fuerzas repletas, y henchido el pecho de “hoy me lo como todo”. No habíamos llegado a la Plaza Circular, y ya se podía ver cómo se alargaba las filas de atletas, cada uno tomando su posición natural. El paso por la zona de los gofres, a modo de canto de sirenas, casi me hace zozobrar, pero un Fighting The World en mis auriculares me consiguió sacar de ese peligroso trance. Luego creí por un momento arrepentirme de no haberme parado en ese momento. Nada, un pensamiento fugaz.

IMG_0830 Primera vuelta al circuito, esto se está disfrutando a tope, hay muy buen ambiente y se corre a gusto, algunos rostros conocidos te hacen saludar y cambiar tu rictus de sufrimiento que llevas en la cara y poner tu mejor sonrisa de, “si esto está chupado, oiga”.

Cuando ya casi estoy a mitad de la segunda vuelta, las sirenas de la policía municipal me avisan que hay que dejar paso a los cabeza de carrera, que vienen doblando con mucha fuerza y entrega. Pasan como una centella a mi lado, dejando su estela durante unos segundos, que te dan ganas de agarrarla y seguirlos, pero claro, uno piensa que adónde va.

Aquí ya empieza a notarse que a pesar de haber encauzado el ritmo, las fuerzas van justas y hay que ir administrándose, nada de heroísmos vanales e inútiles, simplemente correr, unas veces más rápido y otras más lento. Eso sí, el riesgo de caída puede aparecer en cualquier momento al cruzarse  peatones peligrosamente delante de uno. Como voy lento, al estilo Neo puedo esquivarlos fácilmente, lo malo es a los que van en cabeza, que casi les cuesta a alguno un disgusto.

Paso el primer avituallamiento y en un alarde de machoterío sobrado y pensamiento chulesco, decido que el agua es para los débiles. Harto error, compañero. Unos metros más abajo confirmé que no pasa nada por haber extendido el brazo para recoger una preciada botella de oro transparente.

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Falta una vuelta, el público anima, vuelven los peatones kamikazes a cruzarse, y esta vez a escasos centímetros de mí, dos Jennis me hacen saltar por encima de ellas en doble tirabuzón para recuperar mi posición de carrera. No me imaginé tener esos reflejos felinos a estas alturas de mi edad.

Tomando ya la curva que encauza para bajar hacía la Rambla Obispo Orberá soy alcanzado por Pablo y su compañera de carrera, Marta, lo cual agradezco para desviar mi atención sobre el esfuerzo que llevo acumulado. Esta vez sí que cojo la “botellita” de agua, pero apenas le doy un sorbo, y en alarde de ecologismo y civismo, intento “on line” (sobre la marcha, para los castellano parlantes) depositarla en el contenedor destinados a envases plásticos. Resultado: casi amputación de los dedos que intentaba levantar la tapa trasera del contenedor amarillo y un simpático pellizco de recuerdo.

En una amena conversación, remontamos el último repecho, para, como me dijo el mismo Pablo en ese momento, “dejarse casi caer rodando hasta la meta”. Todo el mundo aplaude, me imagino que a sus conocidos, pero bueno, me emociono pensando que alguno será para alentar mis exiguas fuerzas y enfilo los últimos metros. La meta se ve ya ahí, sé que no hay más vueltas y que nos espera la gran bolsa de corredor.

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El chip pita estrepitosamente cuando paso por la línea de llegada, y oigo por los altavoces mi dorsal, ¡qué chulo! Enseguida llegan Pablo y Marta, y nos felicitamos. Hemos vivido un momento muy intenso y excitante, y por tanto, de euforia. La carrera se ha acabado, mis zapatillas también. Han cumplido su deber como auténticas heroínas de una saga épica, dejándose la piel literalmente en el suelo. Entre el público, mi familia, con Paloma enarbolando mi mochila para que corra a abrigarme para no quedarme frío.

Una vez más, hemos participado en una prueba que da muchas satisfacciones, en las que sólo se compite con uno mismo, y ni siquiera eso, en la que el ambiente que rodea a la carrera en sí es lo importante, donde reside el buen humor, y caras conocidas que da gusto saludar cuando uno las encuentra en este tipo de actividades. Y que por supuesto, te hace esperar volver a participar el año que viene.

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