Author: Motorizer
•martes, marzo 02, 2010

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Ahora que estoy duchado, seco y cómodamente sentado en mi silla frente al monitor, toca hacer una reflexión previa a la crónica. Y en Almería vuelve a llover. Antes de nada, debo mostrar mi más grande y firme agradecimiento a Mariquilla, nuestra Mariquilla, y a Tote, y al resto del grupo del Club Cóndor que estaban en el Poqueira, que se involucraron desinteresadamente en esta historia, que seguro que no olvidaremos. Creo que nunca tendré palabras suficientes para agradecer su atención.

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Dicho esto, y viendo cómo han transcurrido estos dos intensos días, no he podido evitar meditar sobre ello.  Y lo venía haciendo desde que iniciamos el regreso desde el refugio.

Leemos mucho sobre montaña, de sus peligros, de las calamidades que a veces toca sufrir cuando nos introducimos en un medio tan hostil. El sábado pude comprobar una cara menos amable de la montaña, muy alejada de las maravillosas imágenes y de los apabullantes paisajes nevados, que quedan muy bonitos en una postal o una fotografía. Esto es un riesgo que asumimos cuando preparamos y afrontamos una ruta. Tenemos claro que la montaña, y sobre todo la alta montaña invernal no es un parque de atracciones donde todo está controlado a pedir de boca. Y como seres humanos, somos imperfectos, incompletos y por supuesto no-infalibles. Está claro que una ruta ha de prepararse previamente, estudiarla y confiar en que todo salga bien. Pero a veces, por muchos años que uno lleve en este “meollo” a veces los pronósticos o perspectivas que se tienen pueden no ser las esperadas; hay, como dicen algunos, “lagunillas” que pueden escaparse y convertirse en una situación comprometida.

Si es que, cuando se habla de Sierra Nevada, se habla de una montaña con mayúsculas, de alta montaña, cambiante, caprichosa y a veces cruel. Y vuelvo a repetir, a veces puede no ser tan agradable “pasear” por sus “cerros”. Pero aceptamos su decisión de mostrarnos lo que hay, y nosotros de asumirlo.

Este fin de semana, hemos vuelto a aprender una nueva lección montañera, que seguro nos servirá para otras experiencias.

Tras este ladrillazo reflexivo, pasaré a relatar la crónica con el estilo clásico y habitual que nos caracteriza, pero siempre dejando claro que no voy a frivolizar con lo que sucedió el sábado, vaya esto por delante.

Inicio: Camino de Capileira e inicio de la Acequia Alta.

Sábado 27 de febrero de 2010. Por la mañana; me levanto temprano para terminar de empacar las cosas en la mochila, y espero pacientemente la llamada de Jorge que termina de trabajar sobre las nueve y media. Puntualmente me llama y me advierte que hay cambio de planes: no tengo que recogerlo del trabajo sino desde su casa, y que allí se presentaría Javi igualmente.

Dicho y hecho, termino de repasar todo, y me embarco hacia el garaje de su casa. Preparamos todo y los tres nos embarcamos camino de la Alpujarra. No me gusta la carretera, la autovía hacia Málaga no creo que la veamos nunca terminada, y el camino se hace eterno hasta Motril. Nos toca aguantar algunas retenciones, y es que, el salir también tarde de la ciudad, hace que tengamos que soportar un denso tráfico.

Jorge no conocía la zona de las Alpujarras, así que conforme vamos viendo poblaciones como Órgiva, Soportújar, y el trío de ases, Pampaneira, Bubión y Capileira, sus ojos se van desorbitando de las cuencas. Menos mal que llevaba una cucharilla de plástico para que los recogiera antes de que me manchara las alfombrillas del coche.

Capileira bulle de muchedumbre, es la hora de comer y buscamos un lugar donde aparcar. Imposible en los parkings públicos, que me hacen sufrir con los bajos del coche. Por suerte, conseguimos dejar el coche enfrente del bar donde, nos tomaríamos unos “vinillos del terreno” y unas cervezas para acompañar el arroz, la carne con tomate y las longanizas que nos pusieron. No nos demoramos mucho, porque ya íbamos con retraso. Primer fallo.

Aparcamos un poco antes del inicio de la ruta, puesto que los bajos del coche ya habían tenido su ración, y no quería que aumentara la cosa, y donde vi que ya no debía subir más, ahí lo dejamos. Nos acoplamos todo el material a los lomos y comenzamos a hacerle caso a mi GPS. Allí estábamos, Javi, Jorge y yo, camino del  Poqueira.

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Teníamos claro una cosa. La “tormenta perfecta”, que tan a bombo y platillo se había anunciado por los medios de comunicación, por la Vicepresidenta Primera, y que en todas las previsiones meteorológicas apuntaban a que podía ser el cataclismo que todo el mundo espera antes del fin del mundo, no estaba por ningún lado. Teníamos claro que ante la menor duda, lo más sensato sería volverse y eso haríamos si se presentaba la situación. Ante la perspectiva de un día, atípicamente caluroso decidimos avanzar hacia nuestro objetivo. Y así lo hicimos.

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Las primeras rampas, nos hacen tomar altura pronto, hasta llegar a la Acequia Alta. Desde allí, nos esperaba un largo recorrido de más de cuatro horas hasta el Poqueira. Desconocíamos lo que esto nos iba a deparar.

La nieve empieza pronto, pero hay huella, y a ésta la seguimos, pues en muchos casos, la acequia está tapada y es peligroso avanzar sobre ella, pues puedes acabar con un pie mojado al traspasar el fino puente que la oculta.

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El mar se ve calmado, y la temperatura es agradable, sólo una leve brisa nos trae el recuerdo de esa “tormenta perfecta”. En ese momento, no evito esbozar una leve mueca de sonrisa al evocar tal pensamiento.

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La primera visión del refugio es que está donde Jesucristo tiró la sandalia, y veo que esto va a durar demasiado respecto de la luz que tal vez nos quede antes de que anochezca. A las malas, llevamos frontales, el gps y posibilidades de luna casi llena. Así, parece que no tendríamos complicaciones.

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El cielo empieza a cubrirse, pero no parecen nubes muy amenazantes, así que seguimos avanzando, teniendo cuidado de no hundirnos en la traicionera acequia. Algún sustillo sin importancia nos pegamos, en fin, gajes del oficio.

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Cada vez que la nieve se tragaba la acequia, rezabas para que cuando pasaras por la huella abierta, esta no dijera, “hasta aquí has llegado chaval, te toca mojarte”. Por suerte, no nos pasó. En las umbrías, se podía andar mejor, casi sin hundirte. El agua está por todos lados, ya sea en forma de nieve como de los numerosos arroyos que se derraman por la montaña.

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Trama: Llega la “Tormenta Perfecta”.

Hasta aquí el relato bucólico-montañero tradicional. A eso de las seis y media de la tarde, cambia dramáticamente la situación. Por el rabillo del ojo, cuando me daba la vuelta para darle candela a mi cámara y “arretratar” a mis compañeros de viaje, unas nubes se empezaban a ver en el horizonte, viniendo por el mar. Y no me gustó como cazaba la perra. Aviso a Jorge y a Javi y le digo, que será mejor que apretemos el culo, que lo que parece que viene, no es precisamente bueno. El viento comienza a hacer poco a poco acto de presencia. Es tarde para darse la vuelta, así que hay que prepararse para esto. La decisión está tomada. Intento en varias ocasiones ponerme en contacto con Mariquilla por teléfono, pero, en qué mala hora me cambié de compañía de teléfono. Ni un resquicio de cobertura durante el recorrido. Ella nos estaba esperando en el refugio, y preocupada.

Un nubarrón, más oscuro que el tizón, el más negro que haya visto yo en mi vida corría que se las pelaba hacia nosotros. Quería engullirnos, devorarnos, comernos y luego escupirnos. La tormenta perfecta llegaba.

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No había tiempo que perder. Les vuelvo a repetir a Jorge y a Javi que no quiero que la noche nos pille en la acequia. Hay que llegar como sea al Cortijo de las Tomas, puesto que de ahí al refugio sólo es subir siguiendo las señales. Ya estamos preparados para la ocasión, pero, siguiente fallo: mi funda de lluvia para la mochila es pequeña para la que llevo, así que decido que será mejor no hacer ningún “chapú” para ajustarla a la mochila. Craso error que más tarde pagaría las consecuencias. El viento arrecia, y empiezo a preocuparme un poco. El frontal pronto lo tengo que encender y veo que nos hemos distanciado un poco entre nosotros, así que por el walkie le digo a Jorge que aprieten, y que les espero en el desvío de la acequia hacia el refugio. Aquí ya, comienza a llover, la cosa está empeorando de mala manera. Unos angustiosos minutos de espera se me hacen eternos, hasta que aparecen mis compañeros. Y también aparece la “tormenta perfecta”.

Desenlace: Angustiosa subida dentro de la tormenta.

Comienza el verdadero drama de la ruta. El viento se vuelve huracanado, y encima nos  pilla subiendo. Yo estoy un poco más arriba que Jorge y Javi, y entre los aullidos de la ventisca oigo que me indican que han perdido el saco de Jorge, cayendo barranco abajo e imposible de recuperar. Con este contratiempo la cosa no acababa más que comenzar. El agua nos empieza a azotar con ganas, empujadas por el vendaval que arreciaba. Jorge no habla, Javi camina despacio,y necesita recuperarse cada cierto tiempo; y veo que la cosa está empeorando por momentos. A duras penas puedo sacar el gps y comprobar que la ruta por lo menos la llevamos bien, pero que aún nos queda un buen trecho. Vamos a llegar más tarde de lo previsto. Una primera señal naranja nos indica el camino, pero aquí la nieve se nos hunde hasta las rodillas, otra dificultad más añadida.

Seguimos adelante con más pena que gloria. Me preocupa Jorge, el cual se nos había adelantado y en un momento dado se nos extravió en dirección contraria. Sigue sin hablar. El viento ahora es insoportable, nos tira al suelo innumerables veces, juega con nosotros como si fuéramos bolos, e intentamos progresar en un situación bastante crítica y extrema. Mi afán es no separarnos y con el frontal voy controlando que Jorge no se me despiste y que Javi me siga. Por suerte, las señales de camino al refugio no están enterradas en la nieve y podemos seguirlas. Pero una y otra vez caemos sobre la nieve. La ventisca nos azota con fuerza. El agua se nos ha colado por las botas, al estar empapada nuestra ropa, un añadido más a la suma de calamidades que estamos sufriendo. Otro error, no disponer de pantalón impermeable.

Sé que nos queda poco para llegar, pero no es hasta que no veo la luz del refugio, cuando no me siento tranquilo. A veces la niebla surge de pronto, tragándose el refugio delante de mis narices. Agarro a Jorge y le doy ánimos, que estamos cerca, pero no reacciona. Volvemos a caer, nos hundimos en las trampas que la nieve nos encierra. Aguantamos la fuerza del aire, que es tan violento que me rompe uno de los bastones con los que me intento anclar en la nieve. “Sólo tenemos que seguir unos doscientos metros y ya estamos a salvo”, le digo a Jorge, pero vamos, como si le digo que Beyoncé está loca por sus huesos y le espera receptiva en la Suite del refugio. Hablo con Javi y le digo que me adelanto hacia arriba, para dejar mi mochila y bajar a por la de Jorge. Llego a la puerta, por fin puedo desembarazarme del peso que llevaba, e intentar colocarme el frontal que lo llevaba descolgado, pero con las manos entumecidas me es imposible. Me quito los guantes que están más que mojados, pero no tengo sensibilidad en las manos, así que no me demoro y salgo disparado para encontrarme de nuevo con ellos.

Consigo a duras penas desabrochar las cinchas de la mochila de Jorge, que está catatónico, echármela a la espalda y entre Javi y yo, subirlo. Por fin estamos fuera de peligro.

Maniobras de rescate: Recuperación.

Mientras Javi entra a Jorge, yo me quedo recogiendo las cosas en la puerta, hablando con dos montañeros que habían salido a fumarse un cigarro y ver el festival que se cocía ahí fuera. El Apocalipsis era una reunión de Tupperware con pastitas y té al lado de esto.

Cuando entro en el vestíbulo a dejar los bártulos, aparece María, con una cara que no podré olvidar nunca. Se me abraza temblando, y me dice, “¿Dios, por qué me habéis hecho esto?”, y ahí es cuando me percato de mi situación real, comienzo a temblar y tiritar de frío y apenas puedo articular palabras, a pesar de intentar conservar el sentido del humor y enseñarle las fotos que había hecho (es que es para que me den cuatro sopapos). Estoy empapado de cintura para abajo, y el agua helada se me está enfriando en el cuerpo. No siento apenas los dedos de las manos. Jorge está en la habitación de al lado, asistido por Tote, Javi y un par de chicas que hay dentro. Ni siquiera es consciente de que lo están desnudando, y sólo reacciona levemente cuando intentan quitarle los gayumbos. Un rayo de inconsciente lucidez en pos de su dignidad varonil.

Yo, inútil de mí, digo que estoy bien, sólo un poco mojadillo, y compruebo que mi mochila se ha calado por completo por dentro. La ropa de repuesto que llevaba no contenía unas mallas que pensaba echar. Otro error más a añadir a los que llevaba. Tote se convierte en nuestro salvador, siendo el suministrador oficial de ropa seca. Me presta unas mallas y un par de calcetines, puesto que los secos que llevaba me los puse sin secarme los pies. Mariquilla me da unas friegas en los pinreles, mientras me seca con mi toalla, para que éstos entren en calor. Tote sigue repartiendo ropa en plan mercadillo de Regiones, y a mí me toca su forro polar, pues el mío también se había mojado. Jorge se beneficia de la chaqueta y de una camiseta de Tote.

Mientras intento entrar en calor, a Jorge se lo llevan a la chimenea, al lado de unas polacas, pero para él, en esos momentos como si fueran mandriles de culo rojo. Yo sigo tiritando, el frío se me ha metido en el cuerpo a pesar de creer encontrarme bien. Me acerco a la cocina para comentar que hemos llegado y que teníamos reserva… y que queríamos cenar.

Sólo hasta que no probó la sopa caliente que nos pusieron de primero, Jorge no construyó frase alguna inteligible. Con su pasamontañas, parecía un rescatado de una pared perdida en el Annapurna. La pasta le abrió el estómago y también el pensamiento y ya comenzó a balbucear cosas algo coherentes. Cenamos muy bien. Javi dio buena cuenta de todo lo que allí nos ponían. Yo era el que menos hambre tenía.

De verdad, que no hay palabras para agradecer la labor que hicieron nuestros amigos, la preocupación que llevó toda la tarde Mariquilla, esperando vernos aparecer, deseando, cuando el viento azotaba fuerte que nos hubiéramos dado la vuelta a tiempo. Pero las cosas sucedieron de esta manera.

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Tocaba hacer la colada, intentar secar todo lo posible la ropa para el día siguiente, y las botas, que estaban de agua hasta las trancas. Mientras todo el mundo se fue a dormir, Jorge y yo nos quedamos de velada, al lado de lumbre y acompañados de una jarra de vino de la Contraviesa que cayó entera.

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Fuera, el vendaval se oía como si fuera el fin del mundo. Tal vez sea la peor ventisca que haya sentido nunca. Nos dieron las tres de la mañana allí, así que pensamos que por hoy ya habíamos tenido bastante. Era el momento de dormir. O por lo menos pretender hacerlo.

De vuelta: el retorno.

Amanecía un nuevo día. La noche había sido un infierno fuera del refugio. Aunque dormí como se suele hacer en estos sitios, es decir, echando cabezadas y despertándose cada rato, puedo decir que fue bastante reparador. El viento seguía tronando, con lo cual, incluso nos planteamos de quedarnos si la cosa no mejoraba y no se nos habían secado las botas y el resto de la ropa.

Desayunamos como leones, sobre todo Jorge, que volvía a ser él, entablando conversaciones con todo el mundo, sobre todo del género femenino. María, Tote y el resto del grupo Cóndor se preparaba para bajar a Capileira, a pesar del viento, que sin ser tan virulento como el de la noche anterior, sí que venía con fuerza. Nosotros esperamos a que amainara y que se nos terminara de secar lo más imprescindible. Mi preocupación era informar a Paloma de que nos encontrábamos bien, así que María quedó en llamarla cuando llegaran a Capileira.

Ahora Jorge sí que se percató que las polacas habían pasado noche allí, y nos hicimos alguna foto con ellas, antes de que se fueran con sus vaqueros técnicos de montaña, sus polainas de la marca “Mercadona’s bag ultralight-pro”, embutidas en sus zapatillas de alta montaña, y su fular palestino de polartec –200, hacia Trevélez. Algo verdaderamente arriesgado, según mi opinión.

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No nos demoramos mucho, esta vez queríamos llegar de día a Capileira. En un primer momento, esperamos a que un montañero se decidiera a venirse con nosotros, al quedarse solo allí, pero al final decidió recuperarse del todo y bajar al día siguiente. Así que, nos calzamos los crampones mientras el día mejoraba sustancialmente. Nada que ver con el anterior, llegando a salir el sol y despejarse. Pagamos la estancia, nos despedimos y tiramos millas.

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Una vez en la acequia, seguimos durante un buen tramo con los crampones puestos, hasta la hora de comer, ya que la nieve comenzaba a ablandarse y a desaparecer en bastantes tramos.

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La fauna hizo acto de aparición, cabras montesas, caballos, burros y  algún zorro despistado que salió huyendo a nuestro paso.

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Ahora sí que se podía uno despachar a gusto con la cámara. El viento había desaparecido, y se podía pasear tranquilamente de regreso al coche. Nada que ver con el día anterior. La sierra se mostraba en su mejor esplendor invernal.

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En cuatro horas justas estábamos en el coche, con los hombros destrozados por el peso de la mochila. Bajamos al pueblo, y nos encontramos con Mariquilla y compañía a los que Jorge invitó, como era menester, en una tasca del pueblo, antes de partir a casa.

Así acabó la aventura, una aventura que seguramente será difícil de olvidar.

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Author: Motorizer
•domingo, febrero 21, 2010

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Hoy vuelve a llover, ayer no. Qué raro suena esto desde Almería, tierra acostumbrada a la sempiterna sequía, a días y días de sol. Este invierno es atípico en nuestra tierra. Y eso te hace improvisar, aprovechar las ventanas de tiempo que como una limosna nos da la inclemente meteorología.

No teníamos ni idea de dónde, cómo, ni quienes íbamos a hacer nada el sábado. El canuto del Almirez era el objetivo fijado unas semanas atrás, pero ante la incertidumbre del tiempo, la héjira de expedicionarios y distintas diatribas, se fueron disipando las dudas hasta quedar los valientes que nos juntamos: Serafín y Rafa, desde los confines más recónditos de la bella Filabres, esperaban en el Montellano (vamos a tener que ir solicitando sponsor ya) a José Esteban, Juan Miguel, Jaime y el que suscribe estas humildes líneas, que veníamos desde Almería. Con puntualidad más que británica (que aprendan) nos encontramos para devorar las ya clásicas tostadas, zumos, colacaos, y todo lo que suponga acumular energía para patear. Esta vez no hubo música after hours, ¿estaría la SGAE ya también dando… por los bares?

Sin más dilación, decidimos que iríamos hacia la Roza, viendo que Sierra Nevada estaba petada de nieve, en detrimento de los Filabres, la otra alternativa, donde el manto blanco no era el más idóneo para las raquetas, la actividad del día. Por supuesto que en base a mi tradición ya casi olvidada, tuvimos que  hacer un “vuelting”, a pasárseme el desvío de Abrucena. Subimos por la Roza, viendo la cantidad de agua que hay por todos los arroyos, pero con un cierto resquemor; la nieve que de lejos veíamos tan flamante no estaba por donde pensábamos, sino que más arriba. Así que, viendo que el camino que lleva a Aula Paredes estaba cortado por desprendimientos, giramos hacia la derecha hasta donde el carril dijo, “chachos, si amáis vuestros coches, dejadlos aquí”. Por supuesto, que le hicimos caso, y tras ponernos todo el arsenal de material de invierno, iniciamos la marcha, buscando el sendero Sulayr entre los pinos. Hacía frío, y así lo demostraban las caprichosas formas que el agua se deja moldear.

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Nos habíamos marcado como meta raquetear hasta el refugio de Piedra Negra, pero ya empezamos a mosquearnos si no llevábamos un peso inútil con las raquetas en los lomos. Y sí, apareció la nieve, pero no en la cantidad y consistencia como para calzarse lo que habíamos alquilado (¿merecería la pena el desembolso económico?). Pero bueno, siempre es mejor tener que desear. Salimos a una pista que ya empezaba a tener forma más apetecible en cuanto a nieve, pero seguimos aguantando. Volvimos a meternos entre los pinos, siguiendo la estela de Jaime, que con sus zancadas era complicado aprovechar sus huellas.

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Hay que reconocer que la senda por los pinos pudo hacerse algo eterna, pero resistimos el embate hasta que oímos la voz de Jaime gritando a los cuatro vientos, “ahí está el cortafuegos, ahí está el cortafuegos”. Salimos del Bosque Oscuro, con gran júbilo, tanto, que hasta José Esteban no pudo reprimir postrarse ante un manto blanco, blanquísimo, inmaculado, impoluto, virgen, sin mancillar, y lloró, lloró por no tener unos esquíes con los que marcar ese espectáculo de la naturaleza.

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Casi daba cosa plantar nuestras huellas en este escenario. Yo, inmenso y documentado conocedor de la Sierra, indiqué que al final del cortafuegos estaba el refugio de Piedra Negra, tratando de apaciguar los estómagos rugientes de los expedicionarios, y que si aguantaban algo más, podríamos comer al resguardo de sus piedras. Craso error, mi sentido de la orientación era peor que el de Tamara Falcó en un concierto de Overkill. Por supuesto que me equivoqué de cortafuegos, por supuesto, entonces, que el ansiado refugio no estaba allí, y me tuve que enfrentar con cinco hambrientas bocas y no había traído jamón Navidul. Pero fueron misericordiosos y aceptaron otra alternativa, llegar a la base de los pinos, plantarnos allí como ídem, y comer con las mejores vistas que se pudieran tener.

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Ya, antes de la comida, nos propusimos subir al peñasco que se veía en lo alto, y tras consultar el mapa, entendimos que eran los Tajos de la Cruz. Así que dicho y hecho, sin guardar las dos horas de digestión preceptivas, arrancamos en estilo alpino, dejando las mochilas en el improvisado campamento base, calzándonos las raquetas. Por ahora, el tiempo respetaba, no había nubes, ni viento, pero el aroma del ali-oli que trajo Jaime se esparció por la sierra.

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La nieve estaba variable, pero mientras algunos avanzaban a paso de elfo, otros lo hacíamos a lo Uruk-Hai. Se rompía en placas a nuestros pies, otras se hundía un poco, en fin, tal vez demasiada pendiente para el uso de raquetas. En un punto determinado, nos deshicimos de ellas, y a abrir huella a base de patada. No consideramos necesarios los crampones en este tipo de nieve.

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Llegamos a un collado donde Juan Miguel decidió que la siesta es una gran tradición española que debería ser institucionalizada, y allí se quedó, mientras los demás subían la cumbre. Tras dejarlo allí, seguí las huellas hasta ellos.

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A pesar de algunos tramos algo expuestos, se progresaba con facilidad, siempre teniendo cuidado dónde poner el pie, ya que la nieve puede ocultar grandes agujeros. Eso no impedía deleitarse con las vistas, con la cantidad que ha caído por este lado de la montaña, e imaginando nuevas subidas en distintos lugares que íbamos viendo.

Tajos_Pano_001 Seguí la huella, trepé, destrepé, me agarré donde creí conveniente, y, por fin llegué donde me esperaban el resto de la trupe. Estábamos en la cima, prácticamente, y todo lo que aparecía a nuestros ojos, era más grande si cabe. Nos hicimos la foto de cumbre y tiramos para abajo.

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Juan Miguel nos esperaba, se había repuesto con tan gratificante siesta y volvimos sobre nuestros pasos. Algunos intentamos el culing bajing, y sí, es muy divertido, puedes tomar velocidad, llegas en poco tiempo abajo, pero, cuando ya has bajado bastante y te percatas que tus compañeros llevan todos las raquetas, piensas que algo no cuadra. Te temes lo peor, casi no quieres mirar hacia arriba, pero debes hacerlo para confirmarlo, y, efectivamente, allí estaban, brillando en el fastuoso contraluz que me brindaba el sol, flamantes y erguidas, mis queridísimas raquetas. En un esfuerzo titánico, maldiciendo en orco a Belcebú montado en monopatín, ascendí la pala de nieve que me separaba de las dichosas raquetas. Cuando las recogí, me negué a bajar de nuevo a pie, así que preparé mis posaderas, me las puse en las rodillas y comencé a deslizarme con el piolet de freno. Un auténtico culing bajing de catálogo, pero que pronto comenzó a tomar una velocidad preocupante, y en el momento en el cual las raquetas volaron por los aires hacia bajo, tuve que poner en práctica una autodetención,  igualmente de manual. Masoca que es uno, que repetí experiencia, y así hasta reunirme con el resto que miraban el reloj, me miraban a mí, y volvían a mirar el reloj.

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Recogimos las mochilas y nos preparamos para regresar el coche. Ahora todo era cuesta abajo, y por suerte, vimos como comenzaban a aparecer unas nubes en las cumbres, que un rato antes habíamos estado hoyando. Todo había salido a pedir de boca.

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Los coches seguían allí, además, encarados para salir pitando si la cosa se ponía fea. Con el gusanillo metido en el estómago de no haber hecho hoy el Almirez, nos prometimos volver a por él, pero hoy, de todas formas, no nos ha importado no haberlo intentado, ya que al final, el día ha sido redondo. Una vez, hemos disfrutado de nuestra Sierra, nuestro rincón de la Sierra Nevada más desconocida para el gran público. Con gran cantidad de posibilidades a un tiro de piedra (o de raqueta) de nuestra casa.

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Volveremos.

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Author: Motorizer
•domingo, febrero 07, 2010

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(Conversación interceptada por los servicios secretos)

Águila Floja: “Roger, Roger, ¿me recibe?”

Kakao Maraviyao: “Roger, aquí Kakao Maraviyao, le recibo, alto y claro”

Águila Floja: “Aquí, Águila Floja. Abortamos misión Ubeire, los elementos están en contra, imposible el objetivo, grandes masas de hielo impiden la ascensión. Repito, abortamos misión Ubeire”

Kakao Maraviyao: “Recibido, Águila Floja. Procedemos pues al protocolo Alfa Lfa, repito protocolo Alfa Lfa. Órdenes: convocar a las hordas para Postero Alto, ataque inminente”.

De esta manera se iniciaba el dispositivo alternativo a no poder subir el fin de semana al refugio de Ubeire. Postero Alto se convertía en objetivo prioritario, una ruta apetecible, sencilla y con buenos impactos para las retinas.

Ésta vez nos juntamos tres, los tres del Doctor, el trío Calaveras, que encima nos pusimos de acuerdo, casi sin querer, para parecer la Orquesta Caramelo, al ir conjuntados de riguroso rojo y negro. No madrugamos mucho, a las ocho y un poco más estábamos Jorge y yo camino de recoger al tercer elemento, Jaime, y de ahí, al clásico, sublime, inevitable y siempre adorado (el roce hace el cariño) Montellano. Desayuno de rigor, esta vez sin música After Hours, pues los rudos cazadores de gatillo fácil igual se lo habían puesto difícil al D.J. (no vimos ninguna ranchera pick up con ningún trofeo humano sobre el capó, la verdad sea dicha).

Rumbo a la Calahorra, y de ahí, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para poder controlar el volante y que mi coche no torciera torticera y testarudamente hacia la Ragua (¿qué habrá allí que tanto le atrae?). Pasamos Lanteira, y antes de llegar a Jérez del Marquesado, les indico a Jaime y a Jorge que a la vuelta pararemos a coger agua de una fuente que Antonio nos enseñó cuando intentamos el Alhorí el año pasado.

Dejamos el coche al inicio del sendero, toca andar, y ni siquiera me planteo ver cómo está el carril que sube a Postero, nos da igual, se sube desde la punta de abajo. Jorge enchufa su gps, nos ponemos los bártulos y “to tiezo” hasta arriba. Por ahora vamos por un camino cómodo entre castaños, algunos de prodigioso porte, pero ahora desnudos por el invierno.

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Cruzamos el río Alhorí y tomamos el margen derecho del barranco de Alcázar. Pasamos por las ruinas de la antigua central hidroeléctrica y ya sólo tenemos que seguir por la pista que atraviesa perpendicularmente el cortafuegos.

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Pronto llegamos a los corrales antes de cruzar la pista que lleva a la Tizná, donde ya se ven los coches de la gente que está más arriba y que le muestran más aprecio a sus vehículos que otros que vamos viendo conforme avanzamos por el cortafuegos, pues esas muestras de cariño van desapareciendo paulatinamente en salpicadas ocasiones, hasta que se llega al dominio absoluto de los todoterrenos. Queda poquito para el Postero. El Picón se adivina en la lejanía. Hay un montón de nieve.

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Llegamos, hay ambiente animado y vemos que viene más gente desde el Alhorí. Llegan de hacer corredores por el Circo del Alhoría, en vista del material que portan. Entre el gentío montañero se recorta una familiar silueta, pensativa, con la vista fija en la lejanía y portando una lata de bebida isotónica pulcramente retorcida. Me pregunto si es o no es, y a la iniciativa por su parte de hablarnos, reconozco su voz. Lanteirano, ilustre forero de Nevasport. Confirmo tal hecho e inmediatamente entablamos una ilustrativa y amena conversación sobre geografía serrana,  historias de rescates, mientras Jaime y Jorge depredan el tarro de alioli con colines que traía el segundo. Nos despedimos de Lanteirano para meternos dentro del refugio y tomar algo más allí.

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Jorge va tomando nota y datos precisos sobre el refugio, cada losa, la disposición de las mesas, el número de habitaciones, tarifas varias, telarañas, mugrecilla entre baldosas, astillas de las vigas. Mientras, nos pedimos la oferta más variopinta que se pueda pedir en un bar: una fanta de limón, una cerveza y un té, no precisamente por ese orden. A tamaña petición tiene que acompañar una no menos singular tapa sorpresa: Pedro el guarda del refugio, nos obsequia con unas migas recién hechas, que aunque en sus palabras nos dijo que no pegaba con el té, he de decir que en la montaña pega todo, y más con hambre jamelga.

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Estamos muy a gusto, pero tenemos que irnos, hay que tocar retirada y regresar al coche.  El Red Black Team recoge las mochilas y con todo el dolor de nuestra alma debemos abandonar el refugio. Jorge sigue inmerso en sus pensamientos más profundos, imaginándose las chimeneas del salón repiqueteantes de chispas de los leños, mientras yetis venidos de lo más profundo de la montaña se calientan a la lumbre a la par que sus castigadas botas se secan. Vamos, que está decidido que hay que pasar una noche allí o en el Poqueira, o en los dos sitios.

El camino lo tomamos pausados, vamos sobrados de tiempo pero tampoco es cuestión de dormirse en los laureles. Y cuando tomamos una velocidad de crucero digna del más experimentado pateador de cerros, nos encontramos con una procesión de la Cofradía del Santo Cencerro, que nos ralentiza el paso. No es cuestión de molestar a las cofrades que van con calma y pasión. Esperamos pacientemente a que guarden el paso en el río, y nos dejen la vía libre, cuando la última nos lanza una mirada entre misericordiosa y de mala leche vacuna.

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Tras esta anécdota el coche está muy cerca. Estamos en buena hora, así que retomamos el camino y paramos donde les prometí, buscando la ansiada fuente, que como la fuente de la juventud que buscara Ponce de León en Florida, tenía propiedades extraordinarias, o por lo menos, un sabor muy rico, incomparable con nada de lo que se hubiera probado antes. Es triste decirlo, la fuente no mana, no creo que por defecto de agua, puesto que el río bajaba caudaloso. Tal vez cortada por la voluntad del hombre, creo yo. Lo siento por mis compañeros de viaje.

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Nos consuela el paisaje, tan invernal y falto de vida aérea, pero con la corriente del agua como protagonista.

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Hoy ha sido un día para disfrutar, para ver, para tomarlo con tranquilidad, y esperando volver a repetir.

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Author: Motorizer
•lunes, febrero 01, 2010

IMG_0211Todo estaba preparado para la gran fiesta. Los elegidos para conquistarlo, pulcramente seleccionados entre lo mejorcito del sureste peninsular.  El pronóstico del tiempo acompañaba, inmejorable. Los preparativos, como siempre, minuciosamente elaborados. El material, dispuesto y apropiado para la empresa. Los ánimos y la ilusión, a tope. Entonces ¿qué ha fallado? Pues muy sencillo, Pachamama ha dicho que hoy no tocaba, que no daba su visto bueno a subir. Decisión que respetamos, por algo será.

Eran las ocho de la mañana, cuando Olga, Antonio (que no veía desde el año pasado), Javi, que conocimos ese mismo día, Tote y María del Mar salíamos del punto de partida habitual en nuestras expediciones. Meta: bar Montellano, la mítica parada arriero-montañera de nuestras crónicas. Allí habíamos quedado con Serafín, segunda incorporación protagonista a nuestras fechorías, el cual se desplazaba desde la cuna del jamón almeriense, Serón. La música de fondo del local pegaba más en un After que en un rudo y sórdido recinto para curtidos cazadores, avezados montañeros y viajeros de paso. Algunos, recordamos el exceso etílico nocturno anterior.

Tras el desayuno de rigor, cogimos los coches y enfilamos hacia Fiñana. Había que coger la pista que nos lleva al refugio de Ubeire, la cual inicialmente no presenta problemas… hasta que los tuvo. La cota de nieve está muy muy baja, y eso se traduce en la aparición del precioso manto blanco sobre el camino. Al principio se puede transitar por la huella abierta por vehículos que nos han precedido. Un par de curvas “comprometidas” y las bravuconadas de rallyes se las dejamos a otros. Se decide, tras estudiar lo peligroso de seguir en vehículo que es mejor dejarlos desde el punto donde nos encontramos, que en realidad es A.T.P.C. (a tomar por… ya sabéis) de nuestro objetivo: la base del cortafuegos que sube hacia el Almirez.

Como valientes, nos colgamos todos los apechusques alpinísticos, “semos” montañeros, qué puñetas y total, que son unos kilometrillos más o menos. Comenzamos usando la huella abierta en el carril.

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Las vistas son preciosas, Filabres y Baza están blancas, como debe ser en esta época del año. El día, aunque algo fresquito, es luminoso y por ahora, el temido viento sólo lo hemos visto en la cumbre de la Sierra cuando veníamos de camino.

Proseguimos la marcha, y tras un buen largo periodo de tiempo, descubrimos que hasta Ubeire aún quedan cinco larguísimos kilómetros. No desfallecemos, sólo paramos al lado de la fuente de las Candongas para reponer líquido y otr@s desalojarlo. Algunos coches, más aventureros que los nuestros se encuentran diseminados por la carretera, hoy parece que el lugar está más concurrido de lo habitual. La huella se acaba cuando el todoterreno más valiente, y que había llegado más lejos, dijo basta, y sus dueños tuvieron que echar la pata en la nieve y seguir por sus propios medios. Ahora nos toca a nosotros abrir huella.

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Tras una curva, el Almirez y su canuto, nuestro objetivo, se presentan inmensos, colosales y por supuesto, aún muy lejanos.

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Llevamos mucho tiempo andado, que no en distancia, y por fin descubrimos el cartel que nos indica que Ubeire está abajo. Para nuestro error, cogimos el camino equivocado, y tomamos una pista que nos subía y alejaba del inicio del cortafuegos. El sol cae a plomo y avanzamos pausadamente.

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Decidimos convocar asamblea y establecer un gabinete de crisis. Saco mi mapa y nuestras sospechas se convierten en lo que nos temíamos: estamos yendo por la senda equivocada, alejándonos cada vez más y encima más arriba. Estudiamos la situación, y se nos plantean dos alternativas: subir al Cerro de la Cruz y de ahí bajar hasta los coches, o bajar el cortafuegos siguiente que nos dejaría en teoría en el refugio de Ubeire. Al final, se opta por la segunda opción, y ni cortos ni perezosos, emprendemos la bajada frenéticamente hacia nuestra meta del día. Ya habíamos descartado llegar ni tan siquiera al inicio de la ruta hacia el canuto del Almirez. Hoy no iba a ser el día. Nos contentamos con verlo desde lejos.

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En pocos minutos descendemos una pendiente considerable, y es que la nieve es abundante y casi permite esquiar por el cortafuegos.

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Llegamos a Ubeire, está precioso, una estampa invernal increíble, con unas vistas de ensueño, y a todos los que no lo conocían les sorprende lo bonito del lugar. Personalmente, y coincido con los presentes en ese momento, considero que es de los lugares más bellos de toda Sierra Nevada. Una paraíso escondido. Pero un paraíso que como no cambie la cosa para la semana que viene, veremos a ver si lo podemos disfrutar los que vamos a pasar el fin de semana.

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IMG_0243Ahora tenemos más hambre que el perro de un afilador, y en la entrada del refugio, que está solitario, preparamos nuestra vituallas donde la nieve nos lo permite. Buenas viandas salen a la luz de las mochilas y pronto damos buena cuenta de ellas. Depredamos, tragamos, deglutimos, devoramos todo lo que parezca orgánico y suculento. Toca hacerse la foto de grupo, y tras alguna rotura del dintel de la puerta con la cabeza, nos preparamos para salir, coincidiendo con dos montañeros de Almuñécar que también ha visto frustrado su intento al Almirez. Con ellos compartiremos parte del regreso.

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Aunque la nieve se ha derretido algo durante el día, sigue muy presente en el camino, casi hasta el regreso a los coches.  Una vez en ellos, todos coincidimos que esto no queda aquí, hay que volver, tenemos el gusanillo en el cuerpo de ese canuto, para algunos de nosotros, nuestro primer canuto. Vendremos con refuerzos, afrontaremos su desnivel y si  da su permiso, haremos cumbre. Hoy no se ha podido, pero lo que sí que se ha hecho es disfrutar de un muy buen día de montaña, y con una compañía difícilmente inmejorable.

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Volveremos.

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