Author: Motorizer
•domingo, noviembre 22, 2009

IMG_9281 Esta ha sido una ruta poco común: corta, directa e intensa, y sin madrugar. ¿Qué más se podía pedir? Primera misiva que me indicó Olga: llévate lo más viejo que tengas. Así que entre mi fondo de armario más exclusivo, apartando Armanis, Cartieres y Ropacas, encontré mi conjunto ideal para la ocasión.

Cambiamos la superficie por buscarle las cosquillas a la montaña, explorar sus entresijos, sus entrañas, entrando en un mundo de oscuridad, de silencio y de desconocimiento. ¿”Ande” nos llevas Antoñín? Nuestro objetivo era la Cueva de las Pilicas, en Beires, Sierra Nevada, y era la primera vez que visitaba la Sierra por dentro. Así que, Antonio, Olga, junto con Jose e Irene, y el que suscribe, nos encaminamos por la carretera de la Alpujarra que sale desde Benahadux. Buen camino, cómodo, disfrutando de las vistas del valle del Andarax. Casi sin darnos cuenta, estamos en el minúsculo y coqueto Beires, pueblo de montaña típicamente almeriense. Los coches los dejamos a la entrada de una pista que nos indica que el Sulayr anda cerca. Ahora toca andar.

Es apenas una loma, que, como me sabe a poco, justo a la entrada de la cueva, custodiada por una higuera, les digo a mis compañeros que me he olvidado el frontal en el coche, excusa perfecta para tragarme la bajada y la subida de nuevo, vamos, que me gusta jadear gratuitamente. Ya sin más contratiempos, abandonamos la “primaveral” luz solar que atípicamente nos acompaña este raro otoño.

La Madre Tierra, Gaia, te recibe como un parto pero al revés. Es como volver a tu origen, a la oscuridad.

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Lo primero que te ocurre cuando entras en una cueva de este tipo, es una mutación de homo sapiens en Pozí, tienes que entender que de pie, en algunos sitios no cabes, y la espalda se te resiente, cuando adoptas posturas algo forzadas.

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Antonio es nuestro guía, y pronto nos conduce a la primera galería de la cueva, apenas una pequeña abertura donde bajamos de uno en uno. Da pena encontrar los expolios que hace la gente en las estalactitas, obras de arte que tarda la naturaleza miles de años en esculpir, que en un segundo pueden ser destruidas.

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No estamos solos; a las evidencias que este sitio ha servido de escondrijo a murciélagos y a algún que otro zorro, encontramos a los dueños de estas profundidades: arañas y grillos ciegos de largas patas y antenas. Parientes lejanos de bichos trepanadores de cerebros del refugio del Doctor. Mejor dejarlos con sus cosas y no molestarlos en demasía.

IMG_9239 IMG_9255 A pesar de no haber llovido, algunas gotas siguen trabajando en la tediosa y lenta labor de construir y esculpir caprichosas formas. Todavía hay algunas que no han sido esquilmadas por la mano del hombre, esa especie que parece que sólo le mueve satisfacer su propio ego.

IMG_9248IMG_9244Esta pequeña sala ya nos ha dado de sí, así que salimos poco a poco hasta la bifurcación que tomamos para que Antonio comience a preparar la bajada a la siguiente, pues esta vez se hace necesario utilizar la cuerda como apoyo. Una vez asegurada, comienza el desfile de arrastraculos por el polvoriento suelo, teniendo cuidado de que nuestras cabezas no topen con el traicionero techo. Alguno se llevó algún recuerdo de ello. Con mayor o menor gloria, conseguimos bajar hasta la siguiente sala, más grande que la primera, donde en los lugares más inaccesibles todavía se conserva parte de su belleza no mancillada. Probamos la más absoluta oscuridad, no puede ser más extrema. Como seres de la luz que somos, necesitamos comprobar donde estamos, y el miedo se apodera de nosotros justo antes de encender de nuevo los frontales ¿estaremos acaso rodeados en ese preciso instante de los más inquietantes seres que moran las cavernas? ¿habrá un ejército de silenciosos necrófagos, esperando que lo último que grabe nuestra retina sean sus hambrientas, mugrientas y supurantes fauces? Nada de eso pasa por supuesto, este es más bello que toda esa imaginación.

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IMG_9259Si ya nos lo pasamos divertido en la bajada, ahora tocaba subir, usando nuestras mejores artes, agarrando la cuerda, intentando no resbalar y apoyando la espalda a modo de sujeción y de medio de progresión. Nos sucedimos en los turnos, y en mi caso, me quedé el último. Recé para que cuando me llegara la hora, los que estaban arriba siguieran siendo mis amigos y no recogieran la cuerda antes de tiempo dejándome abandonado a mi suerte en la oscuridad de la caverna. Afortunadamente, todo eso no pasó.

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Volvimos a la luz, y era la hora de la comida. Teníamos dos opciones, o bien en el área recreativa de Beires o en las Canales de Padules, la cual de todas formas hubiera sido visita obligada. Al final nos decantamos por ir directamente a esta última, y tras atravesar el pueblo, comenzamos una bajada con el coche hasta un aparcamiento, en un paisaje espectacular, donde el río Andarax se cierra en unos cortados hoyados durante años por el agua, casi escondiendo al río.  Antonio hacía de guía perfecto dándonos detalles del lugar y  marcando futuras rutas. En diez minutos llegamos a las canales, y algunos atrevidos osamos surcar el río con los pinreles en el agua. Ya estábamos allí.

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IMG_9270 Lo primero que te llama a la atención es comprobar como el río se abre paso a través de esos canalones, de esas paredes casi verticales que llegan a formar un túnel cerrado, un lugar para perderse, y de hecho lugar de asueto y ocio de los habitantes de Padules. Un sitio de lo más bucólico para poder comer.

Nuestros estómagos estaban pegados a la espalda, más que nada porque la hora de la manduca hacía tiempo que se había quedado atrás, y había que volverlos a poner a su posición primigenia, y para ello había que rellenarlos convenientemente.

En una roca plana muy oportuna pusimos las viandas, y se veía que no era la primera vez que se usaba de mesa, pues tenía a su alrededor diversas piedras a modo de sillas.

Esta vez quiso el destino que me trajera una botella de sidra la cual pusimos a refrescar en el río. Quiso ese destino que entre nuestros expedicionarios, Jose fuera asturiano y que hiciera los honores de escanciarla como debe ser.

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Se estaba a gusto aunque ya fresquitos, pues la sombra y la humedad del entorno hacían que la temperatura bajar bastante, además que la hora se iba echando encima. Apuramos los últimos culines, antes de atacar al postre, la ya clásica quesada pasiega, aclamada con gran algarabía por todos los asistentes. No quedó ni el envoltorio.

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Había que volver, el sitio es ideal para perderse, para explorarlo en verano tanto río arriba como abajo,  pero la luz no perdona y hay que volver a casa. Nos vamos con un buen sabor de boca, tanto por el paseo como por el postre, y tras despedirnos y montarnos en el coche, llegamos a una hora prudente a nuestro dulce hogar.IMG_9273

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