Author: Motorizer
•domingo, noviembre 15, 2009

DSCN6479 Es otoño, debería hacer más frío, llover, mal tiempo, vamos lo típico. Pero no. Este año parecía que el verano se despedía prontamente, pero volvió la primavera. Definitivamente, están locos los dioses del tiempo.

La intención era poder ir a fotografiar esta maravillosa estación, a través del sendero Sulayr que parte de la zona de la Ragua en dirección a Peña Negra, pasando por el Toril, y recrearnos en los detalles, buscar los mejores escenarios, las más suculentas protagonistas y que el disparador de la cámara echara humo. Bueno, ahí dejo eso.

A eso de las ocho de la mañana, Ana, Cristian (que se estrenaba con nosotros en esto de los madrugones de fin de semana) y un servidor tomaban la carretera camino de la autovía dirección Granada. La parada es obligatoria por supuesto en nuestro ya habitual Montellano de Gérgal, pero si en la anterior ocasión habíamos coincidido con varios cazadores, esta vez habían traído a todos sus amigos. Costó encontrar un aparcamiento decente entre tanto todoterreno con remolque acoplado, lleno de apretados jamelgos de caza. Mi miedo era que no sólo acabaran con el porcino salvaje de la sierra a base de cartuchazos, sino que incluso hicieran algo parecido con su primo doméstico a la hora de pedir manduca de desayuno en el citado bar. Para nuestra suerte, sorteando ejércitos armados hasta los dientes con indumentaria de camuflaje, encontramos el hueco justo para toparnos de bruces con la cara de la simpática camarera que nos preguntó: “¿qué os pongo corazones?” Recé para que quedara algo de ese manjar llamado oro rojo, curado sabiamente en nuestras sierras, que las hordas de gatillo fácil no las hubieran fagocitado a lo Gargantúa, y que por lo menos nos hubieran dejado la tirilla de colgar viva. Pero parecía que seguía la suerte a nuestro lado: un servicio exquisito, tal vez producto de nuestra excelsa y delicada educación a la hora de pedir el desayuno, hizo que nos llegaran unas maravillosas tostadas de atún con queso y de Jamón (con mayúscula) con tomate. Ya teníamos “nuestras pilas” puestas y dispuestas.

DSCN6483 Ya sólo quedaba llegar a la Ragua, y conforme avanzábamos un vientecillo sospechoso me empezó a mosquear. Efectivamente, en el mismo puerto, a parte de una temperatura algo fresca, la brisa era más que eso, es decir, un vendaval del copón. Decidí pues en vez de tomar el clásico cortafuegos ahí en frío, protegernos por los árboles, aunque fuera un pelín más largo el itinerario. Nos recibe un cartel que pone Coto Micológico, esto es nuevo, y eso nos da esperanzas de encontrar ejemplares de setas a los que fotografiar. Al refugio de los pinos, una ardilla nos recibía casi al inicio, dejándose seducir por la cámara.

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Esto sirvió para que el resto del trayecto fuéramos poniendo más atención a ver qué veíamos. Cruzamos el cortafuegos ya más arriba enfrentándonos a un viento huracanado, hasta que volvemos a entrar a la protección del bosque. Estamos en Fangorn. La sensación es de calma tensa, pues a la entrada del bosque oscuro y sombrío un cartel nos anuncia que los de abajo andan por aquí, y que tengamos cuidado.

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Pues nada, a poner más ojos y hacer ruido. Tengo una sensación extraña y es que voy viendo desde un ángulo nuevo un paisaje que tengo tan familiar y frecuentado. Otras  caras de la misma moneda. El Chullo desde otra perspectiva, Sanjuanero, Picón…

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El sendero es cómodo y se va avanzando rápido, encontramos setas, pero tanta sequía otoñal no les está beneficiando precisamente, así que es muy difícil encontrar ejemplares dignos de inmortalizar. A todo esto se me acaban las pilas que llevaba. Tranquilo, me digo, cambia por las que terminaste de cargar esta mañana, y tirando que es gerundio. Realizo la operación, y para mi chasco, tras tomar una instantánea de  un nido de procesionaria, ¡Zas! en toda la boca, me pone que también están gastadas. Me acaban de amputar de un plumazo uno de mis motivos de existencia: el disparar a todo lo que se menea. Lloro, pataleo, me desespero, me abrazo a un árbol, me doy a la bebida (isotónica), repito una y otra vez que me quiero ir a mi casa, que la vida ya no tiene sentido, y tras muchísima paciencia, dos paquetes de kleenex y diez kilos de helado antidepresión, Ana y Cristian consiguen convencerme que la vida sigue, que ellos tienen una cámara, y que si me hace ilusión, me la dejan, siempre y cuando quite ese puchero que tengo por cara. Vale, digo.

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Hay que seguir, y del sendero caemos a la pista forestal, eso sí siempre entre pinos, dirección este. Un todoterreno de Medio Ambiente nos adelanta, y nosotros encontramos los primeros arroyos en la zona de las Chorreras. Da gusto oír y ver el agua, pero no tengo batería en la cámara, me lamento. Vuelven los chavales de verde y nos preguntan si tenemos el coche en la Ragua. Ante nuestra afirmativa, nos comentan que hasta las dos no se va a poder bajar, porque han cortado la carretera por la batida de jabalí. Les decimos que tranquilos, que estamos vacunados y que tardaremos en llegar, posterior a esa hora. El tramo de pista acaba y volvemos a tomar senda, ésta más bonita, y pronto divisamos las nortes de la Sierra Nevada Almeriense, tan bella y tan desconocida.

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Vamos comentando que hay que ver qué solitaria es esta zona de la sierra, que es difícil encontrarse a alguien, que si esto no es como la Vereda de la Estrella, que si te sientes a veces como estar en un lugar salvaje y apartado del mundo que conoces, cuando de pronto surgen dos ciclistas que vienen por la vereda. Amablemente, les cedemos el paso y de pronto veo que el primero se para a mi lado y me saluda: “¿Hombre, qué haces tú por aquí?”. Dos amigos de Retamar que han salido desde Huéneja y vienen haciendo el sendero. Toma ya, anonimato y soledad anacoreta montañera a tomar viento. Charlamos, quedamos para que podamos hacer una ruta juntos y nos despedimos. La senda sigue, mis lamentos continúan recordando la hecatombe de las pilas descargadas, y a cada rincón recibo una punzada en lo más profundo de mi alma de fotógrafo (de cuarta división todo hay que decirlo): pequeños arroyos, detalles de su flora, arces con su amarillenta vestimenta, majuelos ensangrentados de frutos, barrancos frondosos y profundos que se desploman sobre el valle. Cualquiera con una cámara tendría ya un esguince en el dedo de disparar.

De la senda se regresa a otra pista forestal, pero con el encanto de ir entre pinos, y sueño con visitarla cuando la nieve llegue, si llega, a estas latitudes. Los pájaros dan el toque de vida animal que complementa esa belleza que no puedo inmortalizar, los bosques aquí están más maduros y los árboles tienen mayor porte. De todas formas, de las primeras y agonizantes pilas que traía, consigo arañar algunas instantáneas, pero con otras es imposible, el objetivo se cierra en banda y no fija mis intenciones ni los momentos de los que somos testigos.

IMG_9206 Una fuente con un rico caño de agua es nuestro punto de inflexión: son las dos de la tarde y si queremos regresar con algo de luz al punto de retorno es el momento de comer y pensar en volver. La primera intención es sentarnos en el barranco que hay al lado y por el que corre un riachuelo algo caudaloso, un lugar idílico, bubólico, pero el viento allí alcanza cotas casi de tifón tropical. Mejor al lado del caño y encima con agua fresquita de calidad, que jugando a ser cometa.

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La comida pasa de nuestras mochilas al buche en décimas de segundo, y es que tampoco se puede perder mucho más tiempo para que no se nos haga tarde. Foto de bandera, tras tres intentos frustrados con las exiguas pilas, y es la cámara de Ana la que toma el relevo para ello. Pero la aventura no acaba allí; no había bajado aún el último trozo de almuerzo al estómago, cuando un estruendo nos sobresalta. Una cabra montesa baja asustada y descontrolada ladera abajo y cruza la pista forestal hacia el profundo y empinado barranco a apenas diez metros de nosotros. Un gran macho montés, con su pelaje ya de invierno y una gran cornamenta hace lo mismo, mostrando todo su poderío en tan peligroso trayecto, haciendo precisos y estudiados quiebros a cuantos obstáculos se encuentra a su paso. Son décimas de segundo, pero suficientes para dejarnos petrificados. En otra situación, me hubiera ganado el premio a la foto de naturaleza 2009. Claro, teniendo pilas en la cámara y sabiendo que iban a pasar en ese preciso instante mis amigas caprinas.

Es el resorte que necesitábamos para ponernos de nuevo en marcha. Son las tres de la tarde y apenas tenemos tres horas de luz para conseguir nuestra meta. La vuelta se hace larga, con el viento como compañero, con otras cabras que aparecen y desaparecen antes nuestros ojos, y los últimos rayos de sol antes de que se oculten por las montañas. Salimos al cortafuegos que sube al Chullo y esto es como volver a casa, todo huele a familiar, cercano, conocido. Hemos sobrevivido a Fangorn, a sus habitantes, a sus arroyos, a su difusa luz, a sus paisajes, menos a su hambre de pilas de cámara de fotos.

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Desde la comodidad de mi asiento, limpio, cenado y caliente, rememoro los momentos vividos hoy, en un lugar para perderse. Volveré… pero con las pilas cargadas.

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1 comentarios:

On 18 de noviembre de 2009, 16:07 , Ángel del Sur dijo...

¡Qué envidia me dáis! No, por lo de las pilas no, que yo también las he olvidado alguna vez... Aunque mi afición a la fotografía dista leguas de la tuya, Luigi. La envidia es por andar de sendero, algo que ahora no puedo hacer por cuestiones familiares que no voy a contar por no aburrir.
Ya sé que en cuanto pueda, no solo tendré que llevar la bota de vino bien cargada y la camiseta de AFP 2009 por estrenar, sino también... ¡¡una bolsa repleta de pilas!!
¡Hasta la próxima!, un saludo de El Ángel del Sur