Author: Motorizer
•domingo, febrero 21, 2010

Tajos_02

Hoy vuelve a llover, ayer no. Qué raro suena esto desde Almería, tierra acostumbrada a la sempiterna sequía, a días y días de sol. Este invierno es atípico en nuestra tierra. Y eso te hace improvisar, aprovechar las ventanas de tiempo que como una limosna nos da la inclemente meteorología.

No teníamos ni idea de dónde, cómo, ni quienes íbamos a hacer nada el sábado. El canuto del Almirez era el objetivo fijado unas semanas atrás, pero ante la incertidumbre del tiempo, la héjira de expedicionarios y distintas diatribas, se fueron disipando las dudas hasta quedar los valientes que nos juntamos: Serafín y Rafa, desde los confines más recónditos de la bella Filabres, esperaban en el Montellano (vamos a tener que ir solicitando sponsor ya) a José Esteban, Juan Miguel, Jaime y el que suscribe estas humildes líneas, que veníamos desde Almería. Con puntualidad más que británica (que aprendan) nos encontramos para devorar las ya clásicas tostadas, zumos, colacaos, y todo lo que suponga acumular energía para patear. Esta vez no hubo música after hours, ¿estaría la SGAE ya también dando… por los bares?

Sin más dilación, decidimos que iríamos hacia la Roza, viendo que Sierra Nevada estaba petada de nieve, en detrimento de los Filabres, la otra alternativa, donde el manto blanco no era el más idóneo para las raquetas, la actividad del día. Por supuesto que en base a mi tradición ya casi olvidada, tuvimos que  hacer un “vuelting”, a pasárseme el desvío de Abrucena. Subimos por la Roza, viendo la cantidad de agua que hay por todos los arroyos, pero con un cierto resquemor; la nieve que de lejos veíamos tan flamante no estaba por donde pensábamos, sino que más arriba. Así que, viendo que el camino que lleva a Aula Paredes estaba cortado por desprendimientos, giramos hacia la derecha hasta donde el carril dijo, “chachos, si amáis vuestros coches, dejadlos aquí”. Por supuesto, que le hicimos caso, y tras ponernos todo el arsenal de material de invierno, iniciamos la marcha, buscando el sendero Sulayr entre los pinos. Hacía frío, y así lo demostraban las caprichosas formas que el agua se deja moldear.

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Nos habíamos marcado como meta raquetear hasta el refugio de Piedra Negra, pero ya empezamos a mosquearnos si no llevábamos un peso inútil con las raquetas en los lomos. Y sí, apareció la nieve, pero no en la cantidad y consistencia como para calzarse lo que habíamos alquilado (¿merecería la pena el desembolso económico?). Pero bueno, siempre es mejor tener que desear. Salimos a una pista que ya empezaba a tener forma más apetecible en cuanto a nieve, pero seguimos aguantando. Volvimos a meternos entre los pinos, siguiendo la estela de Jaime, que con sus zancadas era complicado aprovechar sus huellas.

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Hay que reconocer que la senda por los pinos pudo hacerse algo eterna, pero resistimos el embate hasta que oímos la voz de Jaime gritando a los cuatro vientos, “ahí está el cortafuegos, ahí está el cortafuegos”. Salimos del Bosque Oscuro, con gran júbilo, tanto, que hasta José Esteban no pudo reprimir postrarse ante un manto blanco, blanquísimo, inmaculado, impoluto, virgen, sin mancillar, y lloró, lloró por no tener unos esquíes con los que marcar ese espectáculo de la naturaleza.

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Casi daba cosa plantar nuestras huellas en este escenario. Yo, inmenso y documentado conocedor de la Sierra, indiqué que al final del cortafuegos estaba el refugio de Piedra Negra, tratando de apaciguar los estómagos rugientes de los expedicionarios, y que si aguantaban algo más, podríamos comer al resguardo de sus piedras. Craso error, mi sentido de la orientación era peor que el de Tamara Falcó en un concierto de Overkill. Por supuesto que me equivoqué de cortafuegos, por supuesto, entonces, que el ansiado refugio no estaba allí, y me tuve que enfrentar con cinco hambrientas bocas y no había traído jamón Navidul. Pero fueron misericordiosos y aceptaron otra alternativa, llegar a la base de los pinos, plantarnos allí como ídem, y comer con las mejores vistas que se pudieran tener.

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Ya, antes de la comida, nos propusimos subir al peñasco que se veía en lo alto, y tras consultar el mapa, entendimos que eran los Tajos de la Cruz. Así que dicho y hecho, sin guardar las dos horas de digestión preceptivas, arrancamos en estilo alpino, dejando las mochilas en el improvisado campamento base, calzándonos las raquetas. Por ahora, el tiempo respetaba, no había nubes, ni viento, pero el aroma del ali-oli que trajo Jaime se esparció por la sierra.

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La nieve estaba variable, pero mientras algunos avanzaban a paso de elfo, otros lo hacíamos a lo Uruk-Hai. Se rompía en placas a nuestros pies, otras se hundía un poco, en fin, tal vez demasiada pendiente para el uso de raquetas. En un punto determinado, nos deshicimos de ellas, y a abrir huella a base de patada. No consideramos necesarios los crampones en este tipo de nieve.

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Llegamos a un collado donde Juan Miguel decidió que la siesta es una gran tradición española que debería ser institucionalizada, y allí se quedó, mientras los demás subían la cumbre. Tras dejarlo allí, seguí las huellas hasta ellos.

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A pesar de algunos tramos algo expuestos, se progresaba con facilidad, siempre teniendo cuidado dónde poner el pie, ya que la nieve puede ocultar grandes agujeros. Eso no impedía deleitarse con las vistas, con la cantidad que ha caído por este lado de la montaña, e imaginando nuevas subidas en distintos lugares que íbamos viendo.

Tajos_Pano_001 Seguí la huella, trepé, destrepé, me agarré donde creí conveniente, y, por fin llegué donde me esperaban el resto de la trupe. Estábamos en la cima, prácticamente, y todo lo que aparecía a nuestros ojos, era más grande si cabe. Nos hicimos la foto de cumbre y tiramos para abajo.

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Juan Miguel nos esperaba, se había repuesto con tan gratificante siesta y volvimos sobre nuestros pasos. Algunos intentamos el culing bajing, y sí, es muy divertido, puedes tomar velocidad, llegas en poco tiempo abajo, pero, cuando ya has bajado bastante y te percatas que tus compañeros llevan todos las raquetas, piensas que algo no cuadra. Te temes lo peor, casi no quieres mirar hacia arriba, pero debes hacerlo para confirmarlo, y, efectivamente, allí estaban, brillando en el fastuoso contraluz que me brindaba el sol, flamantes y erguidas, mis queridísimas raquetas. En un esfuerzo titánico, maldiciendo en orco a Belcebú montado en monopatín, ascendí la pala de nieve que me separaba de las dichosas raquetas. Cuando las recogí, me negué a bajar de nuevo a pie, así que preparé mis posaderas, me las puse en las rodillas y comencé a deslizarme con el piolet de freno. Un auténtico culing bajing de catálogo, pero que pronto comenzó a tomar una velocidad preocupante, y en el momento en el cual las raquetas volaron por los aires hacia bajo, tuve que poner en práctica una autodetención,  igualmente de manual. Masoca que es uno, que repetí experiencia, y así hasta reunirme con el resto que miraban el reloj, me miraban a mí, y volvían a mirar el reloj.

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Recogimos las mochilas y nos preparamos para regresar el coche. Ahora todo era cuesta abajo, y por suerte, vimos como comenzaban a aparecer unas nubes en las cumbres, que un rato antes habíamos estado hoyando. Todo había salido a pedir de boca.

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Los coches seguían allí, además, encarados para salir pitando si la cosa se ponía fea. Con el gusanillo metido en el estómago de no haber hecho hoy el Almirez, nos prometimos volver a por él, pero hoy, de todas formas, no nos ha importado no haberlo intentado, ya que al final, el día ha sido redondo. Una vez, hemos disfrutado de nuestra Sierra, nuestro rincón de la Sierra Nevada más desconocida para el gran público. Con gran cantidad de posibilidades a un tiro de piedra (o de raqueta) de nuestra casa.

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Volveremos.

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2 comentarios:

On 22 de febrero de 2010, 22:26 , Fox Mulder dijo...

Eso pa los que digan que Almería es todo desierto... aunque mejor que casi sigan pensando así, ¿no?

 
On 22 de febrero de 2010, 23:19 , Motorizer dijo...

Estoy de acuerdo contigo. Así no se nos masifica.