Author: Motorizer
•martes, marzo 02, 2010

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Ahora que estoy duchado, seco y cómodamente sentado en mi silla frente al monitor, toca hacer una reflexión previa a la crónica. Y en Almería vuelve a llover. Antes de nada, debo mostrar mi más grande y firme agradecimiento a Mariquilla, nuestra Mariquilla, y a Tote, y al resto del grupo del Club Cóndor que estaban en el Poqueira, que se involucraron desinteresadamente en esta historia, que seguro que no olvidaremos. Creo que nunca tendré palabras suficientes para agradecer su atención.

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Dicho esto, y viendo cómo han transcurrido estos dos intensos días, no he podido evitar meditar sobre ello.  Y lo venía haciendo desde que iniciamos el regreso desde el refugio.

Leemos mucho sobre montaña, de sus peligros, de las calamidades que a veces toca sufrir cuando nos introducimos en un medio tan hostil. El sábado pude comprobar una cara menos amable de la montaña, muy alejada de las maravillosas imágenes y de los apabullantes paisajes nevados, que quedan muy bonitos en una postal o una fotografía. Esto es un riesgo que asumimos cuando preparamos y afrontamos una ruta. Tenemos claro que la montaña, y sobre todo la alta montaña invernal no es un parque de atracciones donde todo está controlado a pedir de boca. Y como seres humanos, somos imperfectos, incompletos y por supuesto no-infalibles. Está claro que una ruta ha de prepararse previamente, estudiarla y confiar en que todo salga bien. Pero a veces, por muchos años que uno lleve en este “meollo” a veces los pronósticos o perspectivas que se tienen pueden no ser las esperadas; hay, como dicen algunos, “lagunillas” que pueden escaparse y convertirse en una situación comprometida.

Si es que, cuando se habla de Sierra Nevada, se habla de una montaña con mayúsculas, de alta montaña, cambiante, caprichosa y a veces cruel. Y vuelvo a repetir, a veces puede no ser tan agradable “pasear” por sus “cerros”. Pero aceptamos su decisión de mostrarnos lo que hay, y nosotros de asumirlo.

Este fin de semana, hemos vuelto a aprender una nueva lección montañera, que seguro nos servirá para otras experiencias.

Tras este ladrillazo reflexivo, pasaré a relatar la crónica con el estilo clásico y habitual que nos caracteriza, pero siempre dejando claro que no voy a frivolizar con lo que sucedió el sábado, vaya esto por delante.

Inicio: Camino de Capileira e inicio de la Acequia Alta.

Sábado 27 de febrero de 2010. Por la mañana; me levanto temprano para terminar de empacar las cosas en la mochila, y espero pacientemente la llamada de Jorge que termina de trabajar sobre las nueve y media. Puntualmente me llama y me advierte que hay cambio de planes: no tengo que recogerlo del trabajo sino desde su casa, y que allí se presentaría Javi igualmente.

Dicho y hecho, termino de repasar todo, y me embarco hacia el garaje de su casa. Preparamos todo y los tres nos embarcamos camino de la Alpujarra. No me gusta la carretera, la autovía hacia Málaga no creo que la veamos nunca terminada, y el camino se hace eterno hasta Motril. Nos toca aguantar algunas retenciones, y es que, el salir también tarde de la ciudad, hace que tengamos que soportar un denso tráfico.

Jorge no conocía la zona de las Alpujarras, así que conforme vamos viendo poblaciones como Órgiva, Soportújar, y el trío de ases, Pampaneira, Bubión y Capileira, sus ojos se van desorbitando de las cuencas. Menos mal que llevaba una cucharilla de plástico para que los recogiera antes de que me manchara las alfombrillas del coche.

Capileira bulle de muchedumbre, es la hora de comer y buscamos un lugar donde aparcar. Imposible en los parkings públicos, que me hacen sufrir con los bajos del coche. Por suerte, conseguimos dejar el coche enfrente del bar donde, nos tomaríamos unos “vinillos del terreno” y unas cervezas para acompañar el arroz, la carne con tomate y las longanizas que nos pusieron. No nos demoramos mucho, porque ya íbamos con retraso. Primer fallo.

Aparcamos un poco antes del inicio de la ruta, puesto que los bajos del coche ya habían tenido su ración, y no quería que aumentara la cosa, y donde vi que ya no debía subir más, ahí lo dejamos. Nos acoplamos todo el material a los lomos y comenzamos a hacerle caso a mi GPS. Allí estábamos, Javi, Jorge y yo, camino del  Poqueira.

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Teníamos claro una cosa. La “tormenta perfecta”, que tan a bombo y platillo se había anunciado por los medios de comunicación, por la Vicepresidenta Primera, y que en todas las previsiones meteorológicas apuntaban a que podía ser el cataclismo que todo el mundo espera antes del fin del mundo, no estaba por ningún lado. Teníamos claro que ante la menor duda, lo más sensato sería volverse y eso haríamos si se presentaba la situación. Ante la perspectiva de un día, atípicamente caluroso decidimos avanzar hacia nuestro objetivo. Y así lo hicimos.

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Las primeras rampas, nos hacen tomar altura pronto, hasta llegar a la Acequia Alta. Desde allí, nos esperaba un largo recorrido de más de cuatro horas hasta el Poqueira. Desconocíamos lo que esto nos iba a deparar.

La nieve empieza pronto, pero hay huella, y a ésta la seguimos, pues en muchos casos, la acequia está tapada y es peligroso avanzar sobre ella, pues puedes acabar con un pie mojado al traspasar el fino puente que la oculta.

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El mar se ve calmado, y la temperatura es agradable, sólo una leve brisa nos trae el recuerdo de esa “tormenta perfecta”. En ese momento, no evito esbozar una leve mueca de sonrisa al evocar tal pensamiento.

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La primera visión del refugio es que está donde Jesucristo tiró la sandalia, y veo que esto va a durar demasiado respecto de la luz que tal vez nos quede antes de que anochezca. A las malas, llevamos frontales, el gps y posibilidades de luna casi llena. Así, parece que no tendríamos complicaciones.

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El cielo empieza a cubrirse, pero no parecen nubes muy amenazantes, así que seguimos avanzando, teniendo cuidado de no hundirnos en la traicionera acequia. Algún sustillo sin importancia nos pegamos, en fin, gajes del oficio.

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Cada vez que la nieve se tragaba la acequia, rezabas para que cuando pasaras por la huella abierta, esta no dijera, “hasta aquí has llegado chaval, te toca mojarte”. Por suerte, no nos pasó. En las umbrías, se podía andar mejor, casi sin hundirte. El agua está por todos lados, ya sea en forma de nieve como de los numerosos arroyos que se derraman por la montaña.

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Trama: Llega la “Tormenta Perfecta”.

Hasta aquí el relato bucólico-montañero tradicional. A eso de las seis y media de la tarde, cambia dramáticamente la situación. Por el rabillo del ojo, cuando me daba la vuelta para darle candela a mi cámara y “arretratar” a mis compañeros de viaje, unas nubes se empezaban a ver en el horizonte, viniendo por el mar. Y no me gustó como cazaba la perra. Aviso a Jorge y a Javi y le digo, que será mejor que apretemos el culo, que lo que parece que viene, no es precisamente bueno. El viento comienza a hacer poco a poco acto de presencia. Es tarde para darse la vuelta, así que hay que prepararse para esto. La decisión está tomada. Intento en varias ocasiones ponerme en contacto con Mariquilla por teléfono, pero, en qué mala hora me cambié de compañía de teléfono. Ni un resquicio de cobertura durante el recorrido. Ella nos estaba esperando en el refugio, y preocupada.

Un nubarrón, más oscuro que el tizón, el más negro que haya visto yo en mi vida corría que se las pelaba hacia nosotros. Quería engullirnos, devorarnos, comernos y luego escupirnos. La tormenta perfecta llegaba.

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No había tiempo que perder. Les vuelvo a repetir a Jorge y a Javi que no quiero que la noche nos pille en la acequia. Hay que llegar como sea al Cortijo de las Tomas, puesto que de ahí al refugio sólo es subir siguiendo las señales. Ya estamos preparados para la ocasión, pero, siguiente fallo: mi funda de lluvia para la mochila es pequeña para la que llevo, así que decido que será mejor no hacer ningún “chapú” para ajustarla a la mochila. Craso error que más tarde pagaría las consecuencias. El viento arrecia, y empiezo a preocuparme un poco. El frontal pronto lo tengo que encender y veo que nos hemos distanciado un poco entre nosotros, así que por el walkie le digo a Jorge que aprieten, y que les espero en el desvío de la acequia hacia el refugio. Aquí ya, comienza a llover, la cosa está empeorando de mala manera. Unos angustiosos minutos de espera se me hacen eternos, hasta que aparecen mis compañeros. Y también aparece la “tormenta perfecta”.

Desenlace: Angustiosa subida dentro de la tormenta.

Comienza el verdadero drama de la ruta. El viento se vuelve huracanado, y encima nos  pilla subiendo. Yo estoy un poco más arriba que Jorge y Javi, y entre los aullidos de la ventisca oigo que me indican que han perdido el saco de Jorge, cayendo barranco abajo e imposible de recuperar. Con este contratiempo la cosa no acababa más que comenzar. El agua nos empieza a azotar con ganas, empujadas por el vendaval que arreciaba. Jorge no habla, Javi camina despacio,y necesita recuperarse cada cierto tiempo; y veo que la cosa está empeorando por momentos. A duras penas puedo sacar el gps y comprobar que la ruta por lo menos la llevamos bien, pero que aún nos queda un buen trecho. Vamos a llegar más tarde de lo previsto. Una primera señal naranja nos indica el camino, pero aquí la nieve se nos hunde hasta las rodillas, otra dificultad más añadida.

Seguimos adelante con más pena que gloria. Me preocupa Jorge, el cual se nos había adelantado y en un momento dado se nos extravió en dirección contraria. Sigue sin hablar. El viento ahora es insoportable, nos tira al suelo innumerables veces, juega con nosotros como si fuéramos bolos, e intentamos progresar en un situación bastante crítica y extrema. Mi afán es no separarnos y con el frontal voy controlando que Jorge no se me despiste y que Javi me siga. Por suerte, las señales de camino al refugio no están enterradas en la nieve y podemos seguirlas. Pero una y otra vez caemos sobre la nieve. La ventisca nos azota con fuerza. El agua se nos ha colado por las botas, al estar empapada nuestra ropa, un añadido más a la suma de calamidades que estamos sufriendo. Otro error, no disponer de pantalón impermeable.

Sé que nos queda poco para llegar, pero no es hasta que no veo la luz del refugio, cuando no me siento tranquilo. A veces la niebla surge de pronto, tragándose el refugio delante de mis narices. Agarro a Jorge y le doy ánimos, que estamos cerca, pero no reacciona. Volvemos a caer, nos hundimos en las trampas que la nieve nos encierra. Aguantamos la fuerza del aire, que es tan violento que me rompe uno de los bastones con los que me intento anclar en la nieve. “Sólo tenemos que seguir unos doscientos metros y ya estamos a salvo”, le digo a Jorge, pero vamos, como si le digo que Beyoncé está loca por sus huesos y le espera receptiva en la Suite del refugio. Hablo con Javi y le digo que me adelanto hacia arriba, para dejar mi mochila y bajar a por la de Jorge. Llego a la puerta, por fin puedo desembarazarme del peso que llevaba, e intentar colocarme el frontal que lo llevaba descolgado, pero con las manos entumecidas me es imposible. Me quito los guantes que están más que mojados, pero no tengo sensibilidad en las manos, así que no me demoro y salgo disparado para encontrarme de nuevo con ellos.

Consigo a duras penas desabrochar las cinchas de la mochila de Jorge, que está catatónico, echármela a la espalda y entre Javi y yo, subirlo. Por fin estamos fuera de peligro.

Maniobras de rescate: Recuperación.

Mientras Javi entra a Jorge, yo me quedo recogiendo las cosas en la puerta, hablando con dos montañeros que habían salido a fumarse un cigarro y ver el festival que se cocía ahí fuera. El Apocalipsis era una reunión de Tupperware con pastitas y té al lado de esto.

Cuando entro en el vestíbulo a dejar los bártulos, aparece María, con una cara que no podré olvidar nunca. Se me abraza temblando, y me dice, “¿Dios, por qué me habéis hecho esto?”, y ahí es cuando me percato de mi situación real, comienzo a temblar y tiritar de frío y apenas puedo articular palabras, a pesar de intentar conservar el sentido del humor y enseñarle las fotos que había hecho (es que es para que me den cuatro sopapos). Estoy empapado de cintura para abajo, y el agua helada se me está enfriando en el cuerpo. No siento apenas los dedos de las manos. Jorge está en la habitación de al lado, asistido por Tote, Javi y un par de chicas que hay dentro. Ni siquiera es consciente de que lo están desnudando, y sólo reacciona levemente cuando intentan quitarle los gayumbos. Un rayo de inconsciente lucidez en pos de su dignidad varonil.

Yo, inútil de mí, digo que estoy bien, sólo un poco mojadillo, y compruebo que mi mochila se ha calado por completo por dentro. La ropa de repuesto que llevaba no contenía unas mallas que pensaba echar. Otro error más a añadir a los que llevaba. Tote se convierte en nuestro salvador, siendo el suministrador oficial de ropa seca. Me presta unas mallas y un par de calcetines, puesto que los secos que llevaba me los puse sin secarme los pies. Mariquilla me da unas friegas en los pinreles, mientras me seca con mi toalla, para que éstos entren en calor. Tote sigue repartiendo ropa en plan mercadillo de Regiones, y a mí me toca su forro polar, pues el mío también se había mojado. Jorge se beneficia de la chaqueta y de una camiseta de Tote.

Mientras intento entrar en calor, a Jorge se lo llevan a la chimenea, al lado de unas polacas, pero para él, en esos momentos como si fueran mandriles de culo rojo. Yo sigo tiritando, el frío se me ha metido en el cuerpo a pesar de creer encontrarme bien. Me acerco a la cocina para comentar que hemos llegado y que teníamos reserva… y que queríamos cenar.

Sólo hasta que no probó la sopa caliente que nos pusieron de primero, Jorge no construyó frase alguna inteligible. Con su pasamontañas, parecía un rescatado de una pared perdida en el Annapurna. La pasta le abrió el estómago y también el pensamiento y ya comenzó a balbucear cosas algo coherentes. Cenamos muy bien. Javi dio buena cuenta de todo lo que allí nos ponían. Yo era el que menos hambre tenía.

De verdad, que no hay palabras para agradecer la labor que hicieron nuestros amigos, la preocupación que llevó toda la tarde Mariquilla, esperando vernos aparecer, deseando, cuando el viento azotaba fuerte que nos hubiéramos dado la vuelta a tiempo. Pero las cosas sucedieron de esta manera.

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Tocaba hacer la colada, intentar secar todo lo posible la ropa para el día siguiente, y las botas, que estaban de agua hasta las trancas. Mientras todo el mundo se fue a dormir, Jorge y yo nos quedamos de velada, al lado de lumbre y acompañados de una jarra de vino de la Contraviesa que cayó entera.

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Fuera, el vendaval se oía como si fuera el fin del mundo. Tal vez sea la peor ventisca que haya sentido nunca. Nos dieron las tres de la mañana allí, así que pensamos que por hoy ya habíamos tenido bastante. Era el momento de dormir. O por lo menos pretender hacerlo.

De vuelta: el retorno.

Amanecía un nuevo día. La noche había sido un infierno fuera del refugio. Aunque dormí como se suele hacer en estos sitios, es decir, echando cabezadas y despertándose cada rato, puedo decir que fue bastante reparador. El viento seguía tronando, con lo cual, incluso nos planteamos de quedarnos si la cosa no mejoraba y no se nos habían secado las botas y el resto de la ropa.

Desayunamos como leones, sobre todo Jorge, que volvía a ser él, entablando conversaciones con todo el mundo, sobre todo del género femenino. María, Tote y el resto del grupo Cóndor se preparaba para bajar a Capileira, a pesar del viento, que sin ser tan virulento como el de la noche anterior, sí que venía con fuerza. Nosotros esperamos a que amainara y que se nos terminara de secar lo más imprescindible. Mi preocupación era informar a Paloma de que nos encontrábamos bien, así que María quedó en llamarla cuando llegaran a Capileira.

Ahora Jorge sí que se percató que las polacas habían pasado noche allí, y nos hicimos alguna foto con ellas, antes de que se fueran con sus vaqueros técnicos de montaña, sus polainas de la marca “Mercadona’s bag ultralight-pro”, embutidas en sus zapatillas de alta montaña, y su fular palestino de polartec –200, hacia Trevélez. Algo verdaderamente arriesgado, según mi opinión.

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No nos demoramos mucho, esta vez queríamos llegar de día a Capileira. En un primer momento, esperamos a que un montañero se decidiera a venirse con nosotros, al quedarse solo allí, pero al final decidió recuperarse del todo y bajar al día siguiente. Así que, nos calzamos los crampones mientras el día mejoraba sustancialmente. Nada que ver con el anterior, llegando a salir el sol y despejarse. Pagamos la estancia, nos despedimos y tiramos millas.

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Una vez en la acequia, seguimos durante un buen tramo con los crampones puestos, hasta la hora de comer, ya que la nieve comenzaba a ablandarse y a desaparecer en bastantes tramos.

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La fauna hizo acto de aparición, cabras montesas, caballos, burros y  algún zorro despistado que salió huyendo a nuestro paso.

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Ahora sí que se podía uno despachar a gusto con la cámara. El viento había desaparecido, y se podía pasear tranquilamente de regreso al coche. Nada que ver con el día anterior. La sierra se mostraba en su mejor esplendor invernal.

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En cuatro horas justas estábamos en el coche, con los hombros destrozados por el peso de la mochila. Bajamos al pueblo, y nos encontramos con Mariquilla y compañía a los que Jorge invitó, como era menester, en una tasca del pueblo, antes de partir a casa.

Así acabó la aventura, una aventura que seguramente será difícil de olvidar.

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2 comentarios:

On 2 de marzo de 2010, 9:51 , Anónimo dijo...

Mae mia.....
Cual orgulloso me siento de tener amigos protagonistas de estas aventuras.
Cual Robinsones sus enfrentais a la montaña, la sopesais, jugais en su juego y finalmente la venceis.
Preciosas aventuras que nos regalais cada semana. Muchas Gracias a todos por compartir.
Pablo

 
On 2 de marzo de 2010, 22:15 , Fox Mulder dijo...

Rayos, centellas, y retruécanos!
Definitivamente, si Jorge permaneció inmutable mientras unas chicas le desnudaban, e hizo caso omiso de las polakas es que la situación fue realmente grave...
Una foto de alguna de estas situaciones me hubiera impactado mucho más que una instantánea tomada desde el mismo Ojo de la Tormenta... es más, aún sigo sin creérmelo.
Bueno, lo importante es que ya pasó todo y lo podéis contar.
Y para la próxima, Luigui, avisa antes a Jorge de que había unas polakas en el refugio... vamos... toka el Mulhacén y vuelve antes que hayáis vosotros dado un paso.
Un abrazo a todos!