Author: Motorizer
•lunes, junio 28, 2010

Al Filo de lo Posible Menos mal que no escribo con los pies, puesto que tengo las plantas más desechas que la cama de una meretriz (qué fino me he puesto). Esta ruta se suponía que no iba a ser muy dura, o por lo menos es lo que le hicimos entender a Mariquilla. Once horas después y más de veinte kilómetros bajo nuestras maltrechas suelas, ya no opinábamos lo mismo. Lo que sí que teníamos claro es que ha merecido la pena, y mucho.

Esta vez tocaba una zona muy desconocida para nosotros, tal vez de las más salvajes y menos transitadas de todo el macizo de Sierra Nevada, si obviamos el destino que nos conducía allí, los Lavaderos de la Reina, lugar excepcional, de una belleza como pocas.

Tampoco pensábamos madrugar, a pesar de hacerlo aconsejable, y a eso de las ocho de la mañana nos montábamos en el Opel Frontera de Antonio y Olga, Mariquilla y yo a comernos la carretera, el carril y lo que hiciera falta.

Sin pausa atravesamos la Calahorra, sintiendo un irrefrenable deseo de mirar hacia el cruce de la Ragua, aún no sé muy bien por qué me pasa eso cada vez que paso por allí y esa no es la meta. La primavera se resiste a dejar paso al asfixiante verano, y se agradece mucho que sea así.

Entre Lanteira y Jérez del Marquesado paramos para intentar repostar en la fuente al lado del río, pero sigue seca. En cambio, al otro lado, restos de haber festejado San Juan se muestran apetecibles: cajas de cerveza, refrescos, cubiteras, botes de ketchup, todo un festín que por ahora no nos sentimos tentados.

La verdad es que subir con un todoterreno por esos carriles perdidos del monte es una gozada, cada bache no es una plegaria al santo patrón de los montañeros para que el bajo de tu vehículo no salte en pedazos. Tomamos el desvío oportuno, y ya estamos en el Corral de Turón, el punto de partida.

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El sitio invitaba a quedarse, con la acequia discurriendo grácilmente en dirección al valle, con una temperatura envidiable y el canturreo de los pájaros como fondo. Pero no, el temible cortafuegos esperaba para ser subido, el peor desnivel del día, que como siempre, pilla en frío y a pelo. Pero no hay miedo, hinchamos pecho, nos abrochamos bien los cordones de las botas, y embadurnados de protección solar iniciamos la marcha. El ritmo es tranquilo pero continuo, y en menos que canta uno de O.T. (o sea, un gallo) estamos en un collado donde aparece el Sulayr, nuestro Sulayr, que aún sin saberlo sería el protagonista de la jornada. Allí encontramos a unos senderistas que supongo que vendrían desde Postero. Ya no volveríamos a ver alma cristiana alguna hasta los Lavaderos.

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El Mirador Bajo era nuestro punto de referencia, para atacarlo por su flanco noreste y de ahí llegar al Mirador Alto, obviamente, a más altura que el segundo. El Picón, Alhorí (aún con algún corredor que nos llamaba con canto de sirena desde la lejanía) y el Cerro Pelao, ahora eran nuestros vigías. Con la sabiduría que le caracteriza, Antonio nos va ilustrando sobre las peculiaridades de la flora y fauna autóctonas, recordando a Fer cuando encontramos a su “amigo” el bichus trepanadorus cerebelus.

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El Postero Alto se ve a lo lejos, con las obras de remodelación que ya han comenzado a realizarse y que esperemos que acaben pronto.

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Es increíble la combinación de distintos olores de las plantas aromáticas, cada una de ellas evocándonos alguna sensación o deseo.

Al filo de lo Posible

El lugar es idílico, el ganado pasta a sus anchas, y nosotros intentamos ignorarlos, no queremos perturbar su paz. Alguna que otra vaca, levanta la cabeza a nuestro paso, pero luego siguen con tranquilo quehacer. Antonio y Olga necesitan repostar agua, pero aunque cerca de las vacas hay algún manantial, no es cuestión de meterse en medio de ellas a llenar la botella. Cuando pasamos unos borreguiles, encontramos a dos simpáticos caballos, por lo menos a priori.

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Qué bonitos son, qué estampa tan bucólica entre las verdes praderas, la nieve de fondo, el olor de los piornos en flor, la fresca brisa, y el ronroneo del agua que mana directamente de la roca. Antonio saca la botella y…

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… de pronto, uno de los caballos, concretamente el blanco, se enerva, se pone chulo, nos vacila, bufa y comienza a acercarse a nosotros. ¿Qué pasa? ¿acaso el agua es tuya? ¿Es que te crees que te la vamos a gastar toda? Avanza sin pararse, y no nos gustan sus intenciones. Menudo macarra, debe ser el chori de la sierra. Para evitarnos tener que salir por patas, optamos por repostar agua en otro sitio que seamos mejor recibidos, que seguro que los hay. Ojalá se le atragante tanta agua, que le salgan ranas, llegamos a pensar. Olga es más explícita en sus sentimientos hacia el equino, que sólo le ha faltado sacarnos una navaja de esas de mariposa y hacernos una exhibición.

Por suerte, de agua nos vamos a hinchar, y entre unas piedras, Antonio encuentra un escondido manantial para saciar su sed. Puede irse a freír espárragos el caballo y “su fuente”. Acto seguido, tocamos nieve, todo un placer.

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Entre Patroclos y Cassandros y demás fauna grecoserrana, el estómago ya nos hace llamamientos de urgencia para que lo llenemos, pero aún nos queda un gran trecho y no nos demoramos mucho. Pasamos la primera valla, que nos indica que más abajo está la dehesa del Camarate, donde pastan toros de lidia. Pensamos que bueno, como estarán más abajo, no hay problema.

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Antes, habíamos tenido la oportunidad de ver unas grandes aves que las tomamos por águilas o milanos, pero sus movimientos en círculos y su carácter gregario, ahora más activo al vernos más débiles, nos hizo temer que eran lo que en realidad eran: buitres. Por si un caso tenían más hambre que nosotros, sacamos fuerzas para hacerles ver que íbamos sobrados.

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Después de este episodio, era la hora de la manduca. Buscamos el refugio y el abrigo de un roquedo, que a modo de atalaya y con unos bancos naturales, era un balcón perfecto para ver el arroyo de Covatillas. Estamos en el Castillejo. Para nuestra sorpresa, una vez devoradas nuestras provisiones, nos dimos cuenta que este refugio resultó ser la parte más expuesta de la ruta. Esas rocas parecían más inestables que el pensamiento de Paris Hilton. Por suerte, este día no decidió separarse ninguna “piedrecita”.

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Ya divisamos los Lavaderos, y también seres humanos y algunos seres perrunos, que pasean por allí, algunos en grupos bastante numerosos. Parece que hay overbooking de personal. La bajada va por varios arroyos, túneles de nieve y un sendero.

Al filo de lo Posible

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De camino, toca foto de bandera, que abajo lo vamos a tener más complicadillo, así que ponemos nuestra mejor cara, posamos y nos exhibimos como en el mejor “fotocol” (seguro que es el mejor, sin duda).

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Y llegamos, estamos ya allí. Por fin presentamos nuestros respetos a este mágico lugar. Yo siempre había pensado que no podía haber lugar más bonito en el mundo que el circo de Siete Lagunas, y creo que sigo pensando lo mismo. Pero si hay otro lugar donde he experimentado casi las mismas sensaciones es en los Lavaderos. Todo pasa a un segundo plano respecto del agua, la auténtica protagonista. La primera cascada nos recibe, nos deja embobados, no importa cuánta gente haya, todo el mundo mira hacia allí, bueno, casi todo el mundo, menos los que están echando una apacible siesta en las verdes praderas que circundan los cursos de agua; un agua que mana de miles de sitios, que comienzan a juntarse en arroyos más grandes, para luego precipitarse hacia el vacío, con una música para nosotros celestial.

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Esto es espectáculo puro y duro. La naturaleza deja pequeña cualquier obra hecha por la mano del hombre. Hacemos fotos, tantas, que mis compañeros temen por la integridad de mis falanges, debido al frenesí que produce disparar a destajo. Por suerte, consiguen reducirme y tranquilizarme.

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Como ya hemos comido, lo que hacemos es ir recorriendo el lugar, viendo las lagunas, las cascadas, los túneles de nieve, en fin toda la maravilla que es este paraíso escondido, que si no fuera por el gentío que lo visitamos, parecería aislado del mundo.

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Tampoco podemos dormirnos en los laureles, ya que aún tenemos que regresar, esta vez por el sendero Sulayr, y eso supone un buen trecho, ilusos de nosotros. Así que bajamos hasta la segunda cascada, que si ya nos había impresionado la primera caída de agua, esta la superaba con creces.

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En este lugar, elegimos el momento de tomarnos el postre, que habíamos dejado para disfrutarlo aquí. Antonio y Olga traían un bizcocho casero de plátano y chocolate (al 72% oiga) y yo aporté un botellín de sidra asturiana. Vamos, una mezcla explosiva para los más exigentes paladares. Un nevero nos hizo de improvisado refrigerador, poniendo la bebida en su punto. Cuando nos disponíamos a disfrutar de tan deliciosos manjares, aparecieron un grupo de los que arriba estaban, y no sabíamos si había sido coincidencia o bien que se olieron el festín que nos íbamos a meter y querían su parte. Esperamos; seguimos esperando porque están haciendo fotos; nuestras bocas salivan, se desencajan, miramos al nevero y del nevero a los “invitados”; no se van; nuestros ojos ya empiezan a hacer tics nerviosos; parece que se van y empezamos a sacar las banderas de gran regocijo; pero resulta ser una falsa alarma: regresan porque se han equivocado (¿o no?). Y ya parece que sí, que es nuestro momento. Una mascletá de júbilo, algarabía y gozo ilumina nuestros rostros. Ya podemos escanciar sin recelo la sidra, y repartir dichosos como buenos hermanos montañeros el suculento bizcocho.

Al filo de lo Posible

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La felicidad es plena, nunca supo tan bueno un bizcocho como aquí, y es que pienso que la sierra multiplica por mil las sensaciones y los placeres.

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Pero todo lo bueno se acaba, y en este caso, si hubiera habido más, seguro que también. Toca seguir adelante. Tomamos el camino de nuestros “ojeadores” y vuelve a haber otra sorpresa: una nueva cascada, y esta vez, más espectacular que las otras dos juntas. Pensamos que hemos tenido suerte de hacer el recorrido a la inversa de lo habitual, pues el premio está al principio y no al final.

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Seguimos bajando, y sí ya pensábamos que esto no podía mejorar, teníamos el postre como colofón, el inicio de los Lavaderos, con otra caída más increíble todavía. Esto parece el Circo Internacional. ¡Dios mío! vuelve mi ataque de “fotografismo compulsivo”. Ya mis compañeros se miran entre ellos y cuchichean si no hubiera sido buena idea haber traído una camisa de fuerza, eso sí, de gore tex, por supuesto.

Al filo de lo Posible

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Ya llego a creer que esto es un decorado, que alguien se está riendo de nosotros, y que cuando nos vayamos, seguro que lo desmontan. Pero no, es real, no pido que me pellizquen porque seguro que se ensañan conmigo. Antonio no puede remediar hacer un anuncio de Fa a lo nevadensis.

Al filo de lo Posible

Al filo de lo Posible Ahora sí que sí, hay que retornar, y cogemos la acequia para buscar el Sulayr, el bendito Sulayr. Pero la cosa no va a ser tan fácil, pues no tenemos mucha referencia sobre por dónde caerá. Así que decidimos que “atrocharemos” sólo “un poco” hasta cruzárnoslo. Puedo adelantar que llegamos al Sulayr, pero en sus últimos metros.

Al filo de lo Posible

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Comienza nuestro periplo de regreso. Entre rocas, enebros y piornos, con sus pinchitos tan monos que atraviesan la tela de los pantalones, avanzamos, buscando el Sulayr. Y éste no aparece. La suerte de llevar botas no salvan de más de una torcedura. Estamos dentro de lo que podríamos llamar “senderismo extremo”. Pero el tiempo apremia y hay que seguir avanzando. Tenemos varios gabinetes de crisis, algo habitual en nuestras salidas y vamos solucionando con optimismo cualquier vicisitud.

Al filo de lo Posible

Hay quien nos observa y nos dedica sus mejores deseos desde una prudente distancia.

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En un sube y baja constante de cruzar barrancos conseguimos llegar a una zona algo más llana, pero igual de lejos de cualquier atisbo de localizar el Sulayr. Eso sí, de sendero nada, sólo algunas trochas de vacas que seguimos más bien por inercia. Estamos en una zona muy salvaje de Sierra Nevada, sin ningún tipo de signo de civilización, únicamente en la más lejana lejanía, valga la redundancia.

Al filo de lo Posible

Por unos momentos, abandonamos el caos de piornal y enebral y las amables praderas nos permiten descansar los ya molidos pies.

Al filo de lo Posible

Al filo de lo Posible

Esta ilusión acaba pronto. La pesadilla en forma de “no sendero” regresa, pero con un añadido; si a la ida atravesamos una valla, ahora volvíamos a encontrarnos con otra pero de level 2. Ésta es más difícil de flanquear, no vemos ningún punto débil por donde pasar y esto nos pone en guardia. Ponemos toda nuestra destreza a nuestro favor y el espíritu de equipo consigue doblegar el obstáculo.Al filo de lo Posible

Pero ¿qué se escondía tras este casi imposible de traspasar contratiempo? Pues nada más y nada menos que un surtido de la más brava y peligrosa ganadería de toro de lidia, negros, zaínos y de desafiante y afilada cornamenta. El sepulcral silencio que se mascaba en el ambiente sólo se vio roto por el movimiento de nuestras gargantas en perfecta coordinación para emerger un “glups” de catálogo adornado por una gota de frío sudor cayendo por la sien. Reunión de equipo: hay que seguir, vamos a hacernos bulto y así parecemos algo más grande.

Al filo de lo Posible

Con el paso firme que nos permite el precario equilibrio de nuestros bastones sobre los piornos, enebros y roca, seguimos. El nerviosismo nos hace soltar tímidas risitas, chascarrillos para liberar tensión e incluso rezar para no hacer de recortadores improvisados, que algunos hace años que olvidamos hacer volteretas. También pedimos a todo lo que creemos que no alcen la mirada y piensen que ya que está San Fermín cerca, es un buen momento de entrenar. No valdría nuestra excusa de que no llevamos periódico ni pañuelo rojo. Alguno nos mira desde la lejanía, pero los que realmente nos preocupan no tienen el menor interés en ver qué carajo hacemos nosotros en sus dominios. Si al final resulta que el único que se nos puso farruco fue el caballo gorrilla de la fuente.

Tensión, mucha tensión, pero la valla level 3 aparecía ya como salvadora, siempre y cuando, claro, la sorteáramos. Aquí había que utilizar otra técnica más subterránea, y tocar el suelo y lo que escatológicamente lo cubría. Pero estábamos fuera del peligro de los toros, y eso era de agradecer. Piruetas, festejos y alegría se desataron en el grupo. Lo habíamos superado.

Ya más como acto de fe, que como realidad sabíamos que el Sulayr tenía que estar cerca, ese Sulayr que ya comenzábamos a dudar que existiera. Y de pronto, ladera abajo aparecía una franja limpia de piornos, enebros y roca, lisa, sin obstáculos, sin hacernos pasar por equilibristas. Mariquilla quería besarlo como si fuera el Papa. Qué gran momento.

Al filo de lo Posible

Sólo nos teníamos que dejar llevar por su suave y casi aterciopelado firme, y eso hicimos, estábamos dóciles, relajados, y casi por inercia llegamos al cruce que casi ocho horas antes habíamos traspasado. Nos esperaba como último obstáculo el cortafuegos, que como suele ocurrir en estos casos, se hace eterno, sobre todo cuando tus pies piden a gritos que los liberes de las botas. Llegamos.

Al filo de lo Posible

Ya únicamente quedaba regresar, y salvo el pequeño susto de arranque del coche, todo lo demás era cuestión de irse mientras se ponía el sol.

En resumen, una ruta preciosa, con un gran premio por asistir a uno de los paisajes más espectaculares de Sierra Nevada, de los que merece la pena ver, disfrutar y sentir, y con una gratísima compañía.

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4 comentarios:

On 28 de junio de 2010, 17:26 , Anónimo dijo...

Gracias Luisgui por este peazo de crónica tan bien resuelta y elaborada en un tiempo récord como siempre¡¡ cuando querais vamos otra vez pero por el SULAYR en vez de por el TROCHAYR¡¡ jejeje
Un abrazo amigos.
Antonio

 
On 28 de junio de 2010, 23:12 , Fox Mulder dijo...

Jejejjeje... ¡qué pasada! A ver si el año que viene me apunto, aunque me tope con cienes y cienes de cerebelus trepaniensis, lo importante, como ocurre con Freddie Krugger, es no quedarse dormido en su presencia :-)

 
On 29 de junio de 2010, 16:03 , }{eaven dijo...

Sí señor, una crónica 10 para una ruta 10. Lavaderos de la Reina es un paraíso al que hay que volver y que se apunte "tol mundo". Gracias Luigui.

 
On 1 de julio de 2010, 11:46 , Ángel del Sur dijo...

Os superáis, en las rutas, en las crónicas y en las fotos (me gustó la del zorro y la del trepaniensis ese). El lugar de Los Lavaderos no puede ser más idílico, a las fotos solo les falta el sonido del agua.
Un saludo. Ángel