Author: Motorizer
•domingo, enero 02, 2011
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Si dijera que hoy, cuando a las seis y media de la mañana ha sonado el despertador he pegado una voltereta en el aire, me he enfundado la ropa cuidadosa y estratégicamente preparada, girando sobre mí mismo me he aseado, en doble pirueta he cogido mochila, bolsa de las botas, llaves de casa y del coche y de una patada circular he abierto la puerta del piso, mentiría como un bellaco con granos. He odiado con la mayor intensidad que un ser humano puede odiar a un despertador, pues tiene el don de la oportunidad de sonar cuando más a gusto, calentico, apoltronado y acurrucado se encuentra uno.

Pero la fuerza de voluntad montañera es más fuerte que todo eso, y arrancándome con una espátula del quince las legañas de los ojos, grapándome la boca para no bostezar y usando garfios en los párpados anclados en los omóplatos, he cogido los pertrechos para enfilar la carretera camino de la Ragua.

Domingo de Navidad, ni una alma, o casi en la carretera, el cielo está despejado y me esperan en la Calahorra Graciela y sus amigos. Pero los nubarrones comienzan a apoderarse de las cumbres; no me gusta como mira la borrica. Llueve en Fiñana: Roberto Brasero se está jugando el pescuezo.

Llego al punto de encuentro y compruebo que está nublado en las alturas: Mario Picazo se ve que no tiene aprecio a su vida. Llegan puntualmente, Graciela, Raúl y Luismi, y tras las presentaciones de rigor, nos acoplamos en un sólo coche rumbo al puerto de la Ragua. Poco o casi nulo tráfico, salvo el detalle que llevamos delante a un vehículo y a la “Emetérica” que se paran ante un coche con luminosos. ¿carretera cortada? ¿desprendimientos? ¿obligación de cadenas? Por suerte para nosotros lo que únicamente ocurre es que están esperando a que pase el quitanieves, así que una vez que aparece nosotros proseguimos la marcha.

Llegamos a la Ragua y Minerva Piquero ha decidido dejar este mundo de la manera más dolorosa y cruenta. Nieva, hay niebla y no tiene visos de aclarar.

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Estamos esperando a Jose, que tiene que venir desde el Poniente, y mientras tanto comienzan a llegar coches, pero de su “No sin mi bici” ni rastro. Algunos conocidos nos saludan, compañeros de fatigas en la noche de la Polarda. También van a subir al Chullo. Pero de Jose no hay noticias, y para colmo tampoco hay cobertura. Pero de repente Graciela distingue una figura de rojo, sobre la entrada del Albergue, con las manos en Jarra, piernas entreabiertas y pecho henchido, como si el mismísimo Barbanegra comandara su bajío frente a la tormenta: Es Jose, que llevaba desde tiempos inmemorables esperándonos, pero cuya presencia no habíamos visto hasta ese momento. Ya estamos todos. Así que sin más dilación nos preparamos para salir.

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Sigue cayendo la nieve, y Paco Montesdeoca nos insinúa que tiene mucha prisa por reunirse con su admirado Julio Medina. Tomamos la rampa clásica del cortafuegos mientras vamos abriendo huella, y alguno de los perros de los otros montañeros nos hacen compañía. Por lo menos, ahora no hace viento. El Chullo está oculto, pero el camino es fácil de seguir.

IMG_4113Vamos cogiendo altura, subiendo, hablando, y volviendo a subir. Al poco rato para de nevar y hacemos una parada técnica para quitarnos la ropa que nos sobra, y ahí es cuando me doy cuenta que se me ha caído la funda de lluvia de la mochila. Pero, de pronto, el ángel de guarda de mis cosas de montaña aparece transfigurado en barbudo y rudo montañero de gorro chullo peruano, portando en su mano iluminada por un haz de luz áureo mi perdida funda. Lentamente, deposita entre mis manos el preciado objeto y con parsimonia y vehemencia se aleja, desvaneciéndose lentamente en la neblina, mientras parece levitar sobre la nieve. Tras recuperarnos del shock, seguimos nuestro camino.

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El camino es de sobra conocido, otrora despejado de nieve, pero con la niebla las perspectivas y sensaciones varían considerablemente. Avistamos el refugio del Chullo, con lo cual sabemos que la cumbre se encuentra cerca. Pocas fotos puedo hacer, ya que la visibilidad es escasa y por tanto no hay mucho que inmortalizar. Pero aún así, no puedo evitar desenfundar de vez en cuando.

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La comitiva avanza silenciosamente, y justo cuando el viento comienza a soplar con impertinencia es cuando nos percatamos de que la cumbre está ahí. Hace frío, humedad y todo eso que suele acompañar a esta modesta cima, pero al fin y al cabo cima provincial, nuestra cima. No hay panorámicas hacia el mar, hacia la Sierra de Gádor, hacia los Filabres, hacia el llano del Marquesado, pero a mis compañeros de viaje les juro y perjuro que ahí están, más allá de la niebla. Como son buena gente, me creen.

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Abandonamos la gélida cumbre y nos despedimos de los alicantinos que han madrugado más que nosotros para poder hacer el esfuerzo de subir hasta el Chullo. Pronto se le unen más compañeros. En nuestra bajada vamos cruzándonos con un nutrido grupo que va subiendo a salpicaduras. Llegamos al refugio del Chullo pero vemos que está impracticable por dentro: el hecho de que algún gracioso haya desencajado la puerta de hierro ha invitado a que la nieve se instale como un okupa no deseado.

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Nada, a seguir para abajo que con un poco de suerte llegamos bien para comernos los víveres en los coches. Es ya casi rutina la bajada, pero una rutina que se hace muy agradable, porque el tiempo mejora, no en poder ver el sol, sino en que el viento se quedó arriba, y el frio casi que también. Aún así, no estamos en primavera.

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Tras llegar al collado, divisamos que el paisaje del Puerto de la Ragua se ha transformado: coches y más coches, caos de plásticos poniendo a prueba tobillos, caderas y brazos, y castigando posaderas sobre los escondidos piornos; hasta infernales ruidos makineros que rompen la magia del lugar. Pero el único ruido que queremos percibir es el de nuestros maltrechos estómagos. Entramos en el albergue para tomarnos algo caliente previo a la comida, y para nuestra sorpresa como si de una película futurista se tratara, vemos que las máquinas han sustituido a las personas. No hay servicio de restaurante, pero sí una expendedoras automáticas de comida preparada. Pensamos en comer allí dentro, pero rápidamente somos echados por el encargado que defiende que allí si no se saca nada de la maquinita dichosa no se puede uno sentar.

Nos apalancamos en la entrada y allí improvisamos un picnic alpino, en el cual Raúl nos confiesa que es un friki de Gran Hermano mientras nos obsequia con chocolate 74% para contrarrestar la impactante noticia. Nos saciamos pronto, tampoco estamos excesivamente hambrientos, y si bien no tenemos la comodidad de unos bancos y una mesa, tampoco es que nos importe demasiado.

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Terminamos la faena y nos toca despedirnos. Una vez más subimos a lo más alto de Almería, con nieve, sin vistas, pero dejándonos el buen sabor de boca que supone compartir buenos momentos con buena gente. ¿cuándo será la próxima subida? ¿Quién sabe?

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