Author: Motorizer
•domingo, marzo 14, 2010

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“Hazte uno, Lui”; con esta frase se podría resumir lo que aconteció este sábado. El entorno del Almirez se había convertido nuestro campo de Pelenor particular. Había que cerrar la trilogía de una vez, y ante tanta resistencia por parte de esta cumbre, su flanco o canuto, tenía que ser abatido repartiendo esfuerzos en dos tandas. Nosotros, los Rohirrim Serranos, y el Ejército de los muertos, capitaneados por Antoniorn y Leolgarls y Javlim, al día siguiente.

El Almirez, por supuesto, no lo iba a poner fácil. Un sol, como una ensaimada de Mallorca de grande, nos lo clavaron en el sureste en todos los partes meteorológicos de televisión. En las páginas de predicciones del tiempo, igual, sólo con algún mar de nubes tempranas. El sábado tenía que ser el día de ataque, perfecto, agorero y beneplácito para nuestros deseos. Nada más lejos de la realidad.

Amanecía pronto, y José Esteban, Jesús y yo partíamos hacia el, lo digo, sí, otra vez más, el Montellano, donde Sera nos esperaba. El día estaba gris, cachis en Picazos, Braseros y demás gurús del tiempo. Por suerte, el viento no estaba por ahí agazapado. Desayuno, esta vez sí con After Hours, tal vez, rememorando la primera intentona al canuto. Y nada, los cuatro jinetes galopan en el Focus, hasta los topes de cacharrería y material de asalto. Hoy tiene que ser el día.

No se ven las cumbres, pero eso nos no va a detener a menos que venga alguna otra “tormenta perfecta”. Esta vez sí que llegamos a la base del cortafuegos, donde dejamos el coche, y podemos comprobar que no estamos solos: en Ubeire se refugian un club de montaña de Alicante, que en romería tienen intención de hacer el canuto y cumbre del Almirez. Mira tú, qué animado va a estar esto. Así que, mientras nos ponemos el armamento pesado, dejamos que se adelanten, y así nos van abriendo huella, les bromeamos.

Y como nos gustan los principios “animadillos”, el cortafuegos nos quita el frío que pudiéramos tener, estamos a 1 grado positivo. La pendiente nos hace entrar en calor, pero aún no estamos cubiertos por la niebla, pero vemos que arriba no vamos a poder disfrutar de ninguna vista.

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Ya bajan algunos del club de montaña, que me imagino que irán preparando la paella que más tarde nos contaron que tenían por comida. Justo al terminar el cortafuegos, también quedan algunos rezagados que se entretienen con bolas de nieve. Nosotros tomamos la travesía en dirección la entrada del canuto, hasta que toca ponerse los crampones. Hay que prepararse ya. Allí está el meollo de la expedición alicantina, y un grupo sale primero quedándose retrasados los que tienen más problemas en ajustarse los “yerros”.

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La travesía se hace en poco tiempo, pasando algunos tramos de mixto, con el consiguiente sufrimiento al tener que ver como tus hierros pinchan en la roca. Habrá que afilarlos con mimo al regreso.

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Y ya estamos metidos en el meollo, hemos llegado al inicio del corredor. De pronto, todo cambia, todo es mágico, la niebla le da un toque increíble al escenario donde nos vamos a introducir. Miramos para arriba y claro, no vemos nada, pero sabemos que todo es subir. El barranco se estrecha espectacularmente, y tenemos las paredes muy próximas. Nos maravillamos de estar allí, y saboreamos ese momento. José Esteban toma entre sus manos la nieve, la mira, juguetea con ella entre sus dedos, la paladea, la huele, y vuelve a llorar, llora a moco tendido por la emoción, es una nieve polvo de primera calidad. Como no es un Transformer que pueda sacar de su espalda unos esquíes, se lamenta de no tener unos ahora mismo y dejarse caer por esas palas de nieve virgen.

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Comenzamos la subida, aprovechando la huella abierta por los primeros que nos preceden. Más abajo oímos, gracias a la acústica del sitio, a los que quedaron más atrás, llamando a sus compañeros. Obviamente, éstos estaba muy por encima de nosotros, así que les contestamos en su lugar, indicándoles que sigan la huella para encontrar la entrada al corredor. Mientras tanto, con pausa y delicadeza, clavamos el piolet y comemos metros poco a poco. La belleza es casi indescriptible, hay que estar allí para saber de lo que escribo. Oímos el arroyo como fluye bajo nuestros pies, alguna cascada de hielo nos desencaja la mandíbula al admirarla y nos embelesa. Esto es un paisaje onírico, yo creo que irreal. Parece que el mundo está en otra dimensión, y nosotros nos hemos colado en este otro. Seguramente, haya seres increíbles originados por mentes fuera de sí, espiándonos entre la niebla.

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Pero, en realidad, los únicos seres que hay, aparte de nosotros, son los que más abajo siguen preguntando por sus amigos, y los de arriba, que nos “regalan” alguna caída de nieve, que no revierte el menor peligro, y que nos hacen ponernos a Jesús y mí, el casco, más que por peligro, por parecer “alpinistas verdaderos”.

Ciertamente, estamos como niños pequeños, dando pequeños pasitos entre la escasa visibilidad que nos brinda la sempiterna niebla. Y sin darnos cuenta prácticamente, el corredor se abre y pronto se suaviza la pendiente, llegando al collado o divisoria, viendo que a lo lejos se encuentra el grueso de la  expedición alicantina. Nos acercamos y tomamos posesión de unas piedras para sentarnos y comer. Ellos nos indican que eso no es el Almirez, a lo que contestamos que lo sabemos, pero que el hambre nos puede más que coronar ahora ni Almirez ni nada por el estilo. La niebla despista, sobre todo a la hora de orientarse, pues alguno de ellos pretenden indicarnos que la cima está a sus espaldas, nada más lejos de la realidad, ya que me señalaban al sur, y yo, modestamente no quise mostrarles que era justo por mi espalda por donde tendrían que seguir si querían hacer el Almirez. Menos mal que una ventana entre las nubes me ahorró quedar como un “sabelotodo” y por ellos mismos salieron de su propio error.

Mientras comíamos, los alicantinos tomaron la delantera y se dirigieron hacia la doble cumbre del Almirez, en una peregrinación, que desde nuestro otero podría parecer cualquier valle de los Alpes. El ambiente es único.

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Cuando ya hemos terminado de menear el bigote, vemos que dos figuras se arrastran con más pena que gloria hacia nosotros. Son los dos del grupo que venían a nuestra zaga, Conchi, que viene extenuada, sobre todo psicológicamente, y Alberto, que como fiel escudero se ha quedado con ella. Sapos, culebras, guepardos y hasta un mono tití salen escupidos de la boca de Conchi, acordándose de todos los muertos a caballo sin montura y con almorranas de alguno de los que más arriba están haciendo cima. En su disertación y decisión de seguir aunque le cueste le vida, conseguimos convencerla que descanse uno poco, se hidrate y coma algo para coger fuerzas, porque si no, lo va a pasar mal.

Nos enteramos que ha sido marinera de alta mar, curtida en mil galernas incluso en el fin del mundo, y que, entre bocado y bocado de plátano que José Esteban le ofreció, si por ella fuera, pasaría por la quilla a más de uno, tras haber sufrido una somanta de latigazos colgados en la verga mayor. Vamos, que Jack Rackham era primo por parte de madre de Teresa de Calcuta a su lado, si en cuestión de venganza se tratara. Nos hacemos una foto de bandera en el collado y decidimos atacarle al Almirez, voto a bríos. Así que izamos amarras y zarpamos, por seguir con la jerga marinera.

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La subida parece pan comido, y se sube muy bien. El ambiente es muy alpino. La gente baja cuando nosotros ascendemos. Conchi no se muerde la lengua y a más de uno de los que bajan les canta las cuarenta. Palabras de consuelo y de ánimo por parte de los otros, no le faltan. Tomamos la primera cumbre del Almirez y por supuesto, la segunda. Ahora, no hay que perder mucho más tiempo. Hemos conseguido nuestro reto. A la tercera ha sido la vencida. Lástima no tener ninguna visión de los alrededores porque las nubes nos cumbre por completo.

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La bajada la hacemos por el mismo sitio, y en esto, Conchi y Alberto han sido devorados por la niebla. Creemos que van por delante de nosotros, pero ¿y si no es así y se han quedado rezagados?

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Volvemos por el mismo sitio pero con cuidado de no resbalar, asentando bien los crampones con los talones y clavando firmemente el piolet. Llegamos pronto a la base del canuto y de ahí al corredor. Al poco tiempo, nos descalzamos y ya nos dirigimos al cortafuegos. Es el único tramo que se nos hace más largo, pero bueno, como siempre que pasa, los finales son así. El coche espera, y allí permanece, fiel y dispuesto a traernos sanos y salvos a casa.

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Como es buena hora, tomamos la decisión de reponer sales minerales con un reconstituyente de cebada fermentada, eligiendo de nuevo el Montellano como fuente para saciar nuestro anhelo. El cd de After Hours se ha rallado, así que sólo está el ruido ambiente del chocar de tenedores contra la fría cerámica de los platos. La morcilla y las salchichas alemanas son el complemento perfecto para aportar las energías perdidas a nuestros cuerpos. Una vez, regresamos felices y contentos. El día se ha portado genial con nosotros, el horario se ha cumplido a la perfección, y el canuto ha sido cogido por los cuernos, de frente; en su nobleza, la montaña nos ha regalado un día estupendo de disfrute, con unas condiciones que sin ser las perfectas, sí que no nos podemos quejar. Sólo espero que mañana domingo, nuestros compañeros consigan doblete.

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2 comentarios:

On 14 de marzo de 2010, 22:56 , Fox Mulder dijo...

Buena crónica, aunque en estos casos siempre se quede corta para describir lo que puede ser estar por allí arriba subiendo el canuto. A ver si otro año repetís, y yo os puedo acompañar, aunque sea hasta la entrada :-)

 
On 15 de marzo de 2010, 9:49 , Anónimo dijo...

que envidia me dais, cabrones...
jesus, ya tengo los crampones afilaicos! a ver si me apunto a una de esas ya de una vez!
saludos
jose guillen