Author: Motorizer
•sábado, abril 10, 2010
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Me van a permitir la licencia de ponerme cómodo y relajarme para escribir esta crónica, mis ávidos lectores. Por lo pronto, una vez duchado y limpito, con una taza de té de Sueños de la Alhambra, una varilla de incienso encendida, música oriental tranquila y meditativa, mi pomada antiinflamatoria sobre mi castigado empeine, y, por supuesto, dos pedazo de onzas de chocolate al 74% diciéndome “cómeme, cómeme”, me dispongo a relatar los hechos acontecidos en el día de hoy.

La verdad es que las expectativas por un lado eran muy halagüeñas: meteorología buena, mucha nieve y todo el día por delante. Pero por otro lado, había nubarrones que podían mandar todo al carajo: el empeine de mi pie izquierdo me dolía a rabiar, después de correr el otro día, pero sin recibir ningún golpe que yo recuerde. Jesús también comentaba que tampoco estaba muy fino, pero ya que a las cuatro de la mañana estábamos en pie, con todos los apechusques metidos en la mochila, no nos íbamos a echar para atrás ahora.

Así que a eso de las cinco y poco de la madrugada, con  una noche más negra que el cerote, marchamos.

Llegamos a la Hoya de la Mora, casi para nosotros solos. No hay nada abierto, pero sí un fresquete que te empereza a salir del coche. Pero no hay vuelta atrás, el Veleta espera, y el día parece que promete.

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Hay mucha nieve, mucha, y dura como los pensamientos de Chuck Norris. Se nos acerca la chica del Parque Nacional (ahora llamado Espacio Natural) para hacernos la clásica encuesta, a la que contestamos, amablemente, como si de la tabla del uno se tratara. Nos informa que algunos “montañeros” están envenenando a los zorros en la Sierra, y sentimos vergüenza ajena, nos enteramos que el zorro de Cueva Secreta, el mutilado de cola, ya no volverá a rajar las carísimas tiendas y llevarse las exclusivas botas de alta montaña de los montañeros que invadimos sus naturales dominios.

Bueno, intentando quitarnos el cabreo por los actos de algunos cafres, nos ponemos en marcha con la vista a nuestro objetivo. Pasamos como un suspiro por la Virgen de las Nieves, tan bonita y con las vistas espectaculares de siempre.

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Apenas hay gente, algunos que van a para arriba más raudos y veloces, y otros que siguen nuestros pasos. Las Máquinas quitanieves trabajan aún para los esquiadores que vemos que van llegando a la estación. Y es que hay mogollón de nieve por pisar.

IMG_1183 Pronto, nos sobrepasa una chica, me suena su cara, olvido mi timidez y la saludo, rompiendo el hielo, no precisamente de debajo de mis botas, le pregunto que si va al Veleta y que de paso, si ella es Veleta-Carrapiellu, nick con la que se le conoce en el foro de Nevasport. Me contesta que sí, me identifico como forero, aunque ahora no muy habitual, y continuamos la subida juntos. Sorpresas de la montaña.

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Graciela, como es su verdadero nombre, tiene intención de llegar al Veleta y bajar para hacer piragüismo con unos amigos. Comenzamos a subir las palas y al aviso de dos resbalones, creemos que ya hay que calzarse los pinchos. El día respeta.

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IMG_1188 Entre conversación y conversación llegamos a las Posiciones, lugar que siempre nos motiva a asomarnos y ver el Canuto del Veleta, y su corral, petado de nieve hasta las trancas. Hay cornisas peligrosas, así que no tentamos la suerte y lo vemos desde lejos.

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En un quid pro quo serrano, nos hacemos fotos con unos montañeros que van a bajar al Corral a hacer los Machos. Graciela, les hace saber que la cosa está peligrosa y que extremen precauciones.

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Ahora toca ponerse a tono que viene la subida de verdad. La pala se inclina más, la nieve sigue estando dura, y el piolet apenas se clava en algunos tramos, pero los crampones te dan seguridad. Nos percatamos que aún no hemos sacado la conversación de la comida, un habitual en nuestras caminatas, hasta que Graciela nos dice que es de Santa Fe. El cerebro de Jesús reacciona, se activa la neurona que organiza la conversación culinaria en montaña y responde automáticamente: Santa Fe es igual a Piononos. Ya la hemos liado parda. Inmediatamente comienza a salir que si galletas de Alcudia, jamón de Trevélez, Jabugo, Miguelitos de la Roda, Mueslis de Hero, pero antes de que salivemos peligrosamente para derretir media estación de esquí, decidimos parar y seguir avanzando metros.

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La cima está cerca, Jesús se ha adelantado y nos avisa que no queda mucho, pero nosotros no le creemos. Somos como Santo Tomás. La nieve está perfecta para cramponear, dura sin haberse derretido aún por el calor que está haciendo. Efectivamente, no nos ha mentido como un bellaco y allí está esperándonos para coronar ese momento. Inusualmente, con un día tan perfecto como pocos en esta temporada, no hay nadie en la cumbre, sólo unos amigos practicando escalada en hielo en una minúscula columna de idem derramándose al lado del refugio del Veleta.

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El Mulhacén lo podemos ver que está siendo atacado por varios flancos, mientras nos reponemos con las maravillosas barritas de muesli que portan Jesús y Graciela. Yo saco el chocolate 74%, manjar de dioses en hogar de dioses. Llegan nuevos montañeros a los que les hacemos el favor de hacerles foto de cumbre.

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Decidimos no entretenernos mucho, hay que bajar y es buena hora para hacerlo, con un poco de suerte para la hora de comer estamos abajo. Los esquiadores están disfrutando de lo lindo en este día, aunque no hay un número excesivo de ellos. Ponemos nuestros sentidos arácnidos para detectar cualquier individuo que supere una velocidad superior al paso nuestro.

En nuestra bajada, vemos que suben tres individuos, y Jesús exclama, “No me lo puedo creer, no me lo puedo creer, si es Antonio”. Efectivamente, es Antonio, malagueño con el que coincidimos en La primavera invernal al Veleta hace poco más de un año. Causalmente, nos hizo un día muy parecido, y eso lo comentamos a la subida con Graciela. Casualidades de la vida. Nos dio una alegría inmensa y tras saludarnos, charlar un poco con él y sus dos compañeros, nos despedimos.

Sucede algo curioso, cuando subes, el momento de ponerse los crampones lo retrasas hasta que inevitablemente llega. Pero cuando bajas, también intentas dilatar el quitártelos, pues la pereza que supone desembarazarte de ellos, echarlos a la mochila y seguir, es enorme. Por ello, fuimos buscando, una vez que la nieve empezaba a escasear en nuestro camino cualquier resquicio de ella para evitar descalzarnos los hierros. Hasta que su ausencia total nos obligó a agachar la raspa. Ya no hacíamos más equilibrios con las delgadas hilillos de nieve que quedaban. La Hoya de la Mora estaba allí, con sus trineos, con sus barbacoas improvisadas, con su algarabía y jolgorio, su vivacidad y alboroto, sus coches ocupando cualquier resquicio que la nieve permita.

Toca despedirnos de nuestra compañera de viaje, a la cual esperamos no haberla aburrido mucho, y deseamos volver a coincidir pronto.

Como es la hora de comer, pensamos que qué mejor que sentarnos tranquilamente, pedir unas rubias a la sombra y dejar las viandas de la mochila para otra mejor ocasión. El bocadillo de jamón que nos ponen de acompañamiento sabe a ambrosía de los dioses del Olimpo por lo menos, y los devoramos sin dejar ni una miga en la bandeja.

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Toca volver, puede que sea nuestra despedida de la nieve hasta el año que viene, algo difícil de entender por la cantidad que hay aún en la sierra, pero tal vez ya no tengamos la oportunidad de clavar “yerros” en su inmaculado manto. ¿O tal vez sí?

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1 comentarios:

On 11 de abril de 2010, 22:32 , Anónimo dijo...

Que paisaje mas chulo, que envidia.
Algun dia os acompañare como otras tantas veces.

Por cierto,quien es esa chica ?

Soy Jorge jajajja