Author: Motorizer
•domingo, octubre 24, 2010
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Vaya por Dios, es sábado, son las diez de la mañana y no estoy en ningún cerro o montaña, vereda, sendero, pared ni nada que se le parezca. ¿Toca descansar? Nada más lejos de la realidad. Un poco más tarde de esta atípica hora es aproximadamente a la que hemos quedado Jorge, Fernando y yo para salir desde Almería rumbo al Postero Alto. No tenemos excesiva prisa, pues el enfoque del día es asistir a la presentación del libro Las bengalas de Chorreras Negras, un relato de corte histórico, donde se describe y detalla lo acontecido hace unos 50 años, cuando un avión norteamericano se estrelló cerca del Barranco del  Alhorí, en pleno invierno y con un tiempo infernal. Los habitantes de los pueblos de la zona, así como la Guardia Civil y colectivos de montañeros se pusieron manos a la obra para rescatar a los tripulantes y pasajeros, con los pocos y escasos medios de los que disponían. El desarrollo de los acontecimientos viene desarrollado en el libro.

Pues a eso de las diez y media o un poco más, nos enfundábamos en el coche de Jorge camino de Doña María, donde haríamos la primera parada a recoger a Miguel que se sumaba a la expedición. Javi, Tamara y Vanesa vendrían más tarde.

Esto de ir con tranquilidad, sin agobios y sin un plan concebido, salvo el de comer allí arriba en el refugio y estar en la conferencia, nos resulta algo extraño. Así que paramos en Alcudia a hacernos con algunos de sus famosos panes, y por supuesto con las galletas de chocolate que son las lembas élficas del Marquesado de Zenete.

Después de aprovisionarnos ponemos rumbo al Jérez del Marquesado, y por supuesto dando alguna vuelta para desgaste de los neúmaticos del coche. A estas alturas he recibido algunos mensajes de Kristin comunicándome que lo más seguro es que no puedan unirse a nosotros por cuestiones laborales de Dirk.

El camino hacia el refugio no es precisamente una autovía, es una pista forestal que en algunos tramos nos duele cada bache como si nuestros traseros fueran el cárter del vehículo de Jorge. Pero tras sortear lo concurrido del carril, entre ciclistas, paseantes y buscadores de setas, ya estamos en el inicio del cortafuegos. Por suerte, parece que el día acompaña, a pesar de las nubes en las cumbres.

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Estamos a buena hora para subir y llegar justo a la hora de comer, así que los cuatro jinetes del Apocalipsis nos ponemos en marcha, pues en realidad es un paseo subir hasta el Postero desde ese punto. Jorge se comunica con Javi y le da las últimas instrucciones para vernos allí arriba. Y nada, comenzamos a andar.

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Nuestro avance es relajado, dicharachero, chascarrillo para acá, chascarrillo para allá, un chistecillo de los malos cosecha mía, conversaciones que sólo los hombres entendemos, una parada técnica para evacuar, un trago en la bota de vino de Miguel y de pronto, se nos planta delante, desafiante, inmenso y amenazador. No, no es el Balrog de Moria, pero casi primo hermano suyo, y Fer no está por la labor de hacer de Gandalf, y nosotros tampoco. Recordamos que algún familiar suyo nos dio la noche en el refugio del Doctor años ha, cuando devoró como si de un bollo suizo fuera un tronco de considerables dimensiones: allí estaba el bicho trepanador de cerebelos, con sus ojos inyectados en ansia de víctimas, de sangre, y no querer hacer prisioneros.

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Se viven momentos muy tensos, ya que, lejos de ignorarnos espera que nosotros demos algún paso en falso y caigamos en su poder. Miguel se echa mano a su cuchillo tan hábilmente vaciado y afilado por Javi en las forjas de Doña María, pero entre todos le hacemos ver que es imposible enfrentarse a este engendro del averno, no hay conjuro ni arma forjada por ser humano que consiga vencerlo. Jorge idea una maniobra de distracción y con gran pericia dibuja una hembra trepanadora de cerebelos en un papel, en posición sugerente y la muestra al monstruo, en una acción que posibilita nuestra huida mientras las feromonas del bicho hacen el resto. Para cuando se da cuenta, sólo queda nuestra polvorienta estela.

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Este peliagudo episodio nos hace llegar rápidamente al refugio donde nos surge un gran debate: es la hora de comer, llevamos comida, por supuesto, hace un buen día a pesar de estar nublado, pero dentro se está tan agustito que no nos importaría sentarnos como las personas, y con cubiertos y tenedores no parecer rudos montañeros por una vez. Se vota y por unanimidad nuestros macutos no se van a ver aliviados de peso por ahora. Además, el Alhorí se muestra de una manera totalmente otoñal, engrandeciendo si más cabe la estampa que tenemos delante.

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Así que entramos, con en un saloon del lejano Oeste, mirando de un lado a otro del local, pensando que habrá gente observándonos como forasteros que somos y mascullando algún comentario despectivo sobre nosotros: nada de eso, no hay un alma en el comedor, salvo Pedro, el guarda que nos recibe cordialmente y al que le comunicamos que tenemos hambre, que nuestros estómagos rugen más que una galerna en Costa da Morte y que qué nos puede ofrecer a parte de su amabilidad. Migas y… no le dejamos terminar, nos parece bien, perfecto y nos hacemos con unas cervezas mientras nos las preparan.

Pronto llegan el plato de jamón y queso haciendo que nuestros ojos se quieran salir de nuestras órbitas mientras hacen el molino americano; luego llegaría el melón con jamón, puff, un delicatessen que no esperábamos, una botella de vino que pronto está ya escanciada en nuestros vasos, la ensalada, la morcilla con pimientos y por supuesto el gran plato de migas. Nos ponemos como gorrinos, con un aporte de calorías, terror absoluto de cualquier dieta de adelgazamiento, pero, ¿quién dijo miedo? Devoramos, masticamos, deglutimos, ingerimos, batimos mandíbulas, meneamos el bigote compulsivamente y algunos queremos incluso hacernos una traqueotomía para que nos entre más comida, pero ya es imposible, somos de estómagos receptivos y agradecidos, pero no nos cabe más en el buche. Estamos llenos, llenísimos a más no poder.

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Para nosotros ahora sería más fácil rodar que andar, somos bolos embutidos en polartec de colorines. Así que hay que bajar la comida como sea. Ya a estas alturas tengo confirmado que Kristin y Dirk lamentablemente no pueden venir y lo lamentamos. Javi, Vanesa y Tamara están comiendo ya y hemos quedado en vernos directamente en refugio antes de la presentación. Así que cogemos los bártulos y penosamente nos los echamos a la espalda para dar una vuelta que nos facilite la digestión. A la boca nos llegan intermitentemente recuerdos de lo que hemos comido hace un rato, pero bueno, eso es que nos hemos quedado satisfechos, según interpretan algunas culturas.

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Tomamos el Sulayr para dar un mini paseo y vemos que el otoño ya está instalado, decorando de colorido las montañas y mostrando sus típicos frutos en estas zonas.

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El sendero se recorre fácilmente, pues no tiene desnivel y pronto llegamos a un punto donde pensamos que ya tenemos que volver para que nos de tiempo a coger sitio en el refugio. A estas alturas, hace ya tiempo que hemos contactado con Javi, Vanesa y Tamara a través de los walkies y nos hacen saber que están llegando al refugio. Así que nos hacemos la foto de “cumbre” o mejor dicho, de bandera y tiramos millas para el Postero.

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Muy ajustados nos encontramos con el resto de compañeros y decidimos entrar a coger algún sitio cómodo para oír atentamente las explicaciones de los autores de libro. Yo me encuentro con varios conocidos del foro montañero, con los que luego charlaría en una agradable conversación. El refugio está atestado, todos pendientes de las explicaciones y lecciones de geografía de Antonio, Lanteirano, un gran conocedor de la sierra y prologuista del libro. La ponencia explica a grosso modo el contenido de libro, el motivo de su edición y de cómo la gente de aquella época se volcó con los accidentados con los pocos medios de los que tenían.

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Al terminar la conferencia, nos obsequian con un ejemplar de libro a cada uno que se reparte ágil y discrecionalmente, para que no haya nadie de los que se ha metido una paliza de coche para estar allí no se quede sin él, y de eso hay constancia de la preocupación para ello. Los autores firman amablemente los libros y posteriormente se le hace entrega a Pedro, el guarda del refugio de una placa conmemorativa por la labor y ayuda prestada en la organización de todo.

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La jornada finaliza, pero claro nosotros tenemos que volver y fuera está anocheciendo a pasos agigantados. El hambre ha hecho acto de presencia de nuevo, aunque Jorge tiene una ligera molestia en una muela y muy a su pesar tiene que moderarse en la cena. Como hace buena noche, nos apalancamos en un banco de fuera y sacamos la comida que llevamos e intentamos compartir como buenos compañeros. Yo saco y escancio, malamente, una botella de sidra natural asturiana, manjar de dioses, pero parece que el grupo está agnóstico esta noche y acabo hincándomela yo solo. En este momento, las conversaciones apenas son inteligibles, pues con la boca llena apenas llegamos a farfullar vocablos más propios de un primitivo idioma que difícilmente traduciríamos salvo algo parecido a “puashame lar bbrota de viono paaa brajar eul fueeteerc” o “aeahtá güerrna la tuotilla de papaarrr”, gronf gronf.

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Es de noche, así que nos hacemos la foto final y tiramos a los coches, que a ver si llego a tiempo de acostarme a las 12 de la noche. Y como es de noche, accesorio obligado, o casi, porque hay luna llena, es la luz. La gente corriente suele llevar un frontal, una linternilla, pero es que no somos gente corriente. Jorge, emulando a un jedi, desenfunda su cañón de luz, como si de una espada láser fuera y de pronto, se hace de día. Jorge no lleva una linterna, es un bazooka que dispara luz. Nosotros no queremos que nos enfoque, por miedo a morir abrasados. Por eso decidimos que vaya delante, pero lo que conseguimos es que el camino se vaya convirtiendo en alquitrán. Ya llegando a los coches, oímos y vemos a unos zorros que huyen despavoridos. Jorge los apunta con el cañón de luz: A día de hoy la gente habla de los Zorros Metrosexuales del Postero, a los cuales alguien les hizo una fotodepilación gratis y en las noches de luna llena se les oye aullar recordando esa gratuita sesión de estética.

En el coche esperaba mi pan, y mis galletas que con tanto deseo había comprado para comerlas allí arriba y que por mi mala cabeza había olvidado. Esta noche, estoy paladeando su crujiente y sabrosa textura.

En fin, terminó una jornada más de montaña, algo diferente más enfocada a lo lúdico cultural que a lo andarín. Algo para enriquecernos más si cabe y que siempre viene bien, que te hace conocer el valor que tiene nuestra sierra.

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2 comentarios:

On 25 de octubre de 2010, 0:43 , Fox Mulder dijo...

Gracias por la crónica Luigui. Una jornada ludica, cultural, y ¡gastronómica! :-)

 
On 3 de noviembre de 2010, 21:20 , Anónimo dijo...

Que bueno lo de los zorros, me he reído un montón. Da gusto tropezarse con estos blogs.