Author: Motorizer
•domingo, febrero 15, 2009


Lo primero que tengo que decir es que me cago en las predicciones metereológicas, tanto televisivas como de la AEMET. Sorbas, sin precipitaciones, con alguna nubecilla, o sea, cero por ciento de probabilidades. Resultado, un chirimiri molesto que nos ha acompañado durante un rato de la ruta.

A las nueve y poco nos juntábamos los que íbamos a hacer la ruta, no sin antes desayunar "a la andaluza" para aquellos que no lo habían hecho antes. Juan Miguel y Belén, Manu y África, Paloma, Paloma Jr. y un servidor.

Sorbas no queda lejos, así que partimos por la antigua carretera de Tabernas, y yo ya empiezo a mosquearme porque el pedazo sol que puso Roberto Brasero en el tiempo no lo veo por ningún lado. Tras varias mareantes curvas, llegamos a los Molinos del río Aguas, un asentamiento eco-hippy-guiri-experimental.

Hoy toca hacer de mulo de carga, así que me arreo a Paloma Jr. a las lorzas y allá que vamos, que nos vamos. Lo primero que sorprende es la exhuberancia de vegetación que existe en el barranco, ahora tal vez algo más disimulada por el verdor que hay alrededor debido al invierno húmedo que estamos disfrutando. Cañizo, eneas, madreselvas, álamos, y vegetación típica de ribera se entremezcla con bancales donde una minúscula agricultura adorna simbólicamente tan bonito paisaje, oculto por los grandes bloques de yeso que hay por todos lados.

En algunos sitios, la espesura es tan profunda, que parece que vayas a entrar como Aragorn en la senda del bosque Sombrío camino del sendero de los muertos en las montañas Blancas. Pero no íbamos en busca de ningún ejército con el que derrotar a nadie.



El sendero va atravesando cañas y zarzas, y al llevar un peso extra y por encima de mi cabeza, tengo que extremar precauciones. Existen varios pasos comprometidos para mi delicada carga, y a modo de costalero de la Cofradía del Cristo de la montaña, en algunos casos tengo que hincar rodillas en el suelo. El agua discurre por arroyos y acequias, limpia y cristalina, sabiamente dirigida.

Los gigantescos desplomes de yeso nos lo ponen de gargantilla, ¿no se irán a caer sobre nosotros a modo de rebanada de sandwich? Apretamos paso y culillo por si acaso. Tras pasar una gatera en la que literalmente me puse a cuatro pezuñas, encontramos el paraiso: un bucólico paisaje donde nos sirve de cobijo dos paredes gigantes de cristales de yeso y apoyadas la una sobre la otra. El río discurre al lado, bajando en una pequeña cascada (en la que es inevitable hacerse fotos a lo Hammerfall) y cayendo por un lateral formando preciosas pozas que nos convocan a regresar cuando el calor apriete para probarlas. Es hora de las fotos y de un poquito de descanso. Hasta ahora, el tiempo ha respetado, a pesar de las nubes, pero, tras reanudar la marcha en busca del nacimiento del río, comienzan a caer unas gotas. Por tanto, madre preocupada con bebé a bordo, supone obligada retirada hasta el refugio más próximo.


Pero la curiosidad de Juan Miguel y yo no podía quedarse tan cerca del nacimiento y dejarlo escapar. Allá que nos dirigimos, para encontrarnos un laberinto de cañas y eneas, mezclado con traicionero barro, y seguro que anacondas y de más bichos dispuestos a devorarte hasta el DNI y hacerte desaparecer en las más abyectas profundidades. A Juan Miguel se le cayeron al caótico abismo antes descrito las gafas de sol, y tuve que arriesgar mi pellejo para recuperarlas en una peligrosa maniobra.

No pudimos ver el nacimiento al estar en la espesura oculto, así que decidimos regresar y comer algo que el estómago ya estaba reclamando lo suyo. Tras el piscolabis, toca regresar por el mismo camino, encontrando a algunos guiris en el mismo. Las mismas gateras, las mismas enredaderas y las mismas posturas de Pozi evitando que mi valiosa mercancía no tuviera ningún desperfecto.

En resumen, una ruta muy bonita, sorprendente y con la alegría de poder llevar a mis espaldas a mi hija, que lejos de pasarlo mal, ha disfrutado como una enana.
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